Treinta y cinco años cumple la Asociación Hermanos Saíz (AHS) y es esta casi mi edad biológica. En estos tiempos cuando celebrar la vida se hace una función también biológica, los amantes del arte bueno —hacedores y receptores por igual— podemos festejar la juventud de nuestros creadores y lo joven, que —en vida espiritual del arte— es sinónimo de andar al paso de los tiempos que corren, ser críticos con ese mismo tiempo que nos ha tocado vivir, y reformular la realidad a través de la creación.
Mucho podría hablar de la AHS. Hay experiencias individuales que bien podrían ser contadas a modo de crónicas de viaje, porque toda senda del arte es siempre el comienzo de una historia. De norte a sur y de este a oeste de la isla simbólica que es Cuba —mucho más grande que la Cuba física y mucho más definitiva que una región geográfica que se delimita en una frontera territorial— existen jóvenes y ya no tan jóvenes artistas cuyos primeros pasos por el mundo de la creación se dieron precisamente en la AHS. Esta podría ser también mi historia como una creadora que ya no se siente tan joven. Y cuando pongo mi rostro detrás de las palabras, lo hago con la seguridad de que otros rostros y otras voces podrían sin dudas ocupar ese sitio.
Hoy no voy a hablar de los años y los vínculos que me unen a la AHS, ni de las mil experiencias que podría contar sobre eventos, Cruzadas Literarias, premios, editoriales con las que he publicado, historias que he compartido con otros rostros jóvenes en toda la geografía insular. Ni tampoco escribiré un texto con pespuntes historiográficos que pretendería cubrir, con la menor cantidad de omisiones posibles, los años de vida de dicha organización. Ni del afecto que me une a varias generaciones de artistas que hoy, en esta Cuba siempre cambiante, descubro gracias a las redes sociales en diversos puntos del planeta o también en diversos puntos del mundo llamado Cuba.
¿Cómo festejar, desde las palabras, un aniversario más de la AHS?
Confieso que este es un texto que me ha costado escribir. Las pequeñas luchas del cotidiano, una vacunación con reacciones adversas, otros compromisos de escritura me han hecho posponer el acto de sentarme a poner en blanco y negro las ideas. Esto, de alguna forma, también ha determinado que este texto se haya escrito primero en mi mente, y luego, solo ahora, en el papel. El tránsito del pensamiento a la concreción literaria ha ido variando muchas veces las dinámicas y el sentido de este artículo y me ha dejado también par de veces al desnudo, sin saber bien hacia dónde dirigir las palabras y que estas, de alguna manera, puedan ser útiles más allá del acto del festejo, de la congratulación necesaria o del aplauso que, sin duda, la AHS merece por su trabajo.
Los aplausos, sí, que vengan todos. No son pocas las generaciones de jóvenes artistas que le debemos a la AHS el impulso para la arrancada definitiva de nuestro trabajo (entre esos jóvenes, quiero insistir, me incluyo). Si hay una organización cultural que, con sus luces y sus sombras, aciertos y desaciertos, se haya enfocado realmente en la promoción como eje vertical de las relaciones del artista con su público, esa es la AHS. Y es un espejo muy claro en el cual deberían mirarse todas las otras organizaciones del país, incluyendo la Uneac, ese “hermano mayor” de la Asociación Hermanos Saíz que aún debe aprender mucho, en diversas áreas de sentido y entre ellas la promocional, de las buenas praxis jóvenes en cuanto al manejo de redes sociales, la visibilización de los asociados, la jerarquización del talento más allá de lo canónico y lo establecido, la búsqueda incesante de la renovación de la imagen y los contenidos, la variación de las programaciones culturales, la inclusión de voces jóvenes que enriquezcan y pluralicen las dinámicas de relación entre organización y artista, la adaptación del discurso visual a los nuevos tiempos y la inclusión sostenida de los jóvenes en el panorama artístico que se defiende tanto intramuros como extramuros (dicho en buen cristiano: dentro y fuera de nuestras fronteras físicas). La AHS, pese a los escollos, que repito existen, ha mantenido una presencia sólida en sus relaciones con los asociados y ha visibilizado, por casi todos los medios a su alcance, la obra de sus artistas, cada vez más incisiva y conscientemente, con una intención plural que muchas veces apuesta más por la inclusión que por la jerarquización pero que, de cualquier manera, receptores del arte y sus hacedores agradecen por igual.
Si hay una organización cultural que, con sus luces y sus sombras, se ha enfocado realmente en la promoción como eje vertical de las relaciones del artista con su público, esa es la AHS.
El arte cubano, nuestra cultura, debe cada vez más apostar por eliminar las etiquetas que dividen a los creadores en “artistas jóvenes” y “ya consagrados”. Estas etiquetas, por demás absurdas, limitan y constriñen a los creadores a un pequeño pozo de sentido que es solo funcional gracias a una edad biológica: es importante recordar que, en arte, la edad biológica no debería ni siquiera ser considerada una etiqueta. ¿Qué es lo joven y qué es lo viejo en la cultura? ¿A qué llamamos experiencia y a qué consagración? ¿Hasta qué punto permitiremos que lo biológico continúe siendo un hándicap para que muchos artistas “jóvenes” —y entrecomillo la expresión para usar precisamente la etiqueta de edad que repelo— puedan acceder a reconocimientos que, por los siglos de los siglos, han sido otorgados solamente a “consagrados” de la cultura? En un país que, repito, se ajusta o al menos intenta ajustarse cada vez más al llamado de su propio tiempo, donde la juventud de las ideas no es necesariamente sinónimo de la juventud biológica, se necesitan de mentes que, cada vez más, renuncien a las etiquetas que han dejado de tener sentido hace mucho, al discurso repetido, a la jerarquización que iguala calidad y valor de la obra según la edad de su creador. Solo de esa manera, la Cuba cultural —es decir, la Cuba toda por la que muchos apostamos más allá de las visiones políticas que contrastan o disienten, ese territorio artístico que es la matria del artista y que incide vertical y horizontalmente en esa matria abarcadora donde coincide la cultura con lo económico, lo social y también con lo político— se convertirá en esa Cuba joven, de ideas y de acciones, que tanto se necesita en estos tiempos y en los del porvenir.
Quedan deudas, por supuesto, de la AHS con sus artistas. Son deudas que se han venido arrastrando durante más de una década y que yo —miembro de la “especie” de los asociados más viejos, de esos que todavía tenemos la suerte de seguir en la AHS gracias a que no se nos han vencido aún nuestros “privilegios” de edad— vengo escuchando desde que entré a la Asociación en el año 2006. Por ejemplo, la presencia joven en el mundo cultural internacional. Muchos podrían decir que existen no pocos ejemplos de artistas jóvenes que se han abierto paso en el mercado internacional, ¡y qué buenos pasos, además!: libros que resultan éxitos de venta fuera de nuestras fronteras, voces que han pasado a ser sinónimos de cubanía en otros lares, rostros y cuerpos que son reconocidos más allá de nuestras pantallas isleñas. Los ejemplos podrían ser estos y también otros, sin duda. También hay que reconocer que buena parte de esas voces han conseguido esa proyección internacional gracias a la gestión individual de sus talentos, y no porque la AHS —u otra organización semejante o afín— haya incidido para que dicho talento y dichas voces, de cualquier vertiente o manifestación artísticas, hayan podido alcanzar su cenit. No nos puede bastar, como organización, con gestionar los viajes de nuestros asociados. Es un buen paso, sin duda, que en la marisma burocrática de la travesía hacia otra región geográfica se agradece mucho. ¿Pero debemos conformarnos, debemos decir que es suficiente? La AHS no debe contentarse con esto e, incluso más, ha de preocuparse por la jerarquización de sus artistas, con justicia y ojo crítico, más allá de cercanías estéticas, por visibilizar a sus creadores jóvenes en el mundo extramuros al que cada vez se hace más importante llegar: llegar bien y llegar a tiempo. De todas las tareas pendientes de la AHS durante lo que ha durado mi membresía —más de 15 años, repito— esta es, creo, la más urgente.
He escuchado, no pocas veces, a creadores que afirman: “tantos años haciendo mi arte en Cuba y me vinieron a descubrir en España…” o “vino tal representante de Inglaterra y fue el que me abrió las puertas…”. Hay muchas historias y muchas visiones/versiones también del mismo fenómeno, y la AHS bien podría afirmar que su función cultural no es la de “cazatalentos” o “agencia de representación”. Razón tendría la AHS en decir esto, y no podríamos señalar que sería escudarse de una responsabilidad que no del todo le atañe. No obstante, puesto que sí es función de la AHS, hasta donde mi comprensión alcanza, el ocuparse de las jerarquizaciones culturales y de sentido artístico de la nación en cuanto a la obra de jóvenes se trata, y más que eso, visibilizar a dichos creadores, pienso que es buena hora para que la Asociación tienda puentes conectores cada vez más visibles —y que estos puedan ser cruzados concretamente, pues de otra manera no serían puentes sino tan solo la proyección de esos puentes— con aquellos que dictan política cultural en el país y pueden dictaminar quiénes o qué es visibilizado fuera de nuestras fronteras y que, de manera presumible, nombramos “lo mejor”.
“En estos nuevos tiempos (…), será preciso encontrar nuevas maneras y nuevos modos de mostrar lo creativo, lo joven más allá de etiquetas de edad, lo que está vivo y evoluciona”.
Como escritora que intenta pensar la literatura desde los propios procesos creativos y la relación de estos con sus actantes, mal escribiría este artículo si no abordara en él algún aspecto relacionado con el mundo editorial. Pese a carencias y desazones, que no son carencias y desazones que hayan nacido en la debacle del último año de la pandemia, sino que han sido persistentes —como el insomnio en aquel cuento de Virgilio— durante un buen tiempo, la industria editorial cubana se ha mantenido a flote. Han llegado nuevos títulos a los lectores, no tantos como un quinquenio atrás, es cierto, sobre todo si se tiene en cuenta que hay una deuda editorial de títulos que se deben de años pasados y que verán la luz, algunos de ellos, tres años después de que fueran planificados originalmente. Así son las cosas y la necesidad muchas veces determina que un libro no llegue a las manos del lector o del autor en el tiempo en que debió ser.
Hay que reconocer que la AHS cumplió fielmente con ser la vanguardia artística de Cuba cuando, ante las variaciones de la moneda en el país, fue una de las primeras organizaciones en realizar puntuales mejoras en el pago de sus colaboradores, de sus premios y becas. En contraste, a más de un año de que la vida social de Cuba haya cambiado de manera drástica y que la moneda cubana haya sufrido esenciales devaluaciones que afectan la vida cotidiana de todos —incluyendo la de aquellos artistas que dependen de su trabajo creativo para vivir (ojo, que no solo de arte vive el creador, el pan es también necesario)—, aún existen premios, becas y editoriales nacionales que mantienen vigentes la tasa de pago anterior a la llamada reunificación monetaria. La AHS merece aplausos en este punto: no solo se ha incrementado el pago de derecho de autor de sus principales premios y becas (rutilantemente el del Calendario, por ejemplo) sino también el de sus colaboradores en la página web. Algunos dirán que es un pequeño y casi invisible paso en pos de la mejoría, y habrá quien afirmará también que es “vivir de las migajas”: lo cierto es que, opiniones a favor o en contra de esto, la AHS piensa no solo en la creación como sustento espiritual de los creadores, sino también como su principal sustento material, ¡visión urgente de emular por otros!
Debe agradecerse también que sus editoriales —ninguna de ellas radicada aún en La Habana, otra de las peticiones de los asociados que ha transitado sin solución durante más de una década— modernizan sus lenguajes de comunicación por las redes sociales, sus contenidos e imagen, prueban nuevas maneras de llegar a los lectores en este mundo de pandemia (distópico, según el acervo de la ciencia ficción) que nos ha tocado vivir. Lo artístico presencial se ha dinamitado, se ha transformado, se ha modulado a diversas plataformas y hoy ya es usual que un proyecto auspiciado por la Beca El reino de este mundo tenga un canal en Telegram y te ofrezca semanalmente audiopoemas, o que un proyecto teatral transite del formato espectáculo al de videoclip, o que los conciertos online sean nuestras vías de alcance de la realidad, o que un libro siga marcando una ruta a seguir en este camino nuevo que vivimos, lleno de sendas difuminadas o todavía por definir. El mundo editorial se ha desplazado hacia las redes, sin renunciar a lo físico, porque muchos lectores y autores soñamos todavía con una mano y la cabeza puestas sobre la primera página de un libro.
La AHS es un país donde cada vez se hace más necesario el disentir críticamente, donde solo se podrá construir nación desde el diálogo y la apertura hacia otros criterios, desde la pluralidad que se mira en su propio espejo y se discute su lugar en el mundo. Desde ese espacio es que hoy celebro —celebramos todos— el aniversario 35 de la Asociación Hermanos Saíz. Su edad biológica casi coincide con la mía, ya lo dije al principio. En estos nuevos tiempos que han cambiado no solo la faz del mundo sino también la forma particular de entenderlo y de transformarlo, será preciso encontrar nuevas maneras y nuevos modos de mostrar lo creativo, lo joven más allá de etiquetas de edad, lo que está vivo y evoluciona. Creo que, tal vez en la próxima década, esos serán los desafíos que nos acompañarán como nación de las ideas, simbólica y física a la misma vez.