¿Un Santiago redivivo?
24/6/2017
El 18 de junio de 1775 se le concedería el título de Villa a un pueblo con imaginario terrenal y divino; grave o hilarante; realista o no tanto.
En 1683 tomaba impulsos al sur de La Habana una ranchería de los corrales Sácalo-hondo, Managua, Bejucal y Chorrera. El lugar servía de paso en ruta desde y hacia las ricas tierras del occidente de la entonces siempre fiel Isla de Cuba.
Desde algo más de un siglo antes —junio, 1577— estaba determinado que los corrales —lugares para la cría de cerdos— tendrían un círculo de dos leguas de diámetros alrededor de un punto, tomado como centro de la hacienda. En cambio, los hatos —como territorios destinados a la cría de ganado mayor— tuvieron una extensión circular de cuatro leguas, alrededor del centro de la hacienda.
Fotos: Jorge Sariol
Si tenemos en cuenta que una legua equivale a 4.82 km, podemos ir suponiendo dónde estaba la mencionada ranchería.
Era Capitán General José Fernández de Córdoba y Ponce de León, quien moriría dos años después y sería sustituido por Diego de Viena e Hinojosa, que gobernó hasta el 30 de octubre de 1689.
La ranchería que nos ocupa era también tránsito obligado al vaivén desde La Habana —que ya había conseguido título de Ciudad en 1592—, hasta un fondeadero en la costa sur, conocido como Batabanó, puerto de embarque para el comercio del área y para las actividades, ilegales pero del dominio público, de corsarios y hermanos de la costa.
Las primeras “viviendas” con cara de tal, florecieron en aquella aldea a partir de 1688, pero hasta 1694 no contó con una iglesia, pues ese año se construiría un templo en honor a Santiago apóstol.
Al tiempo que crecía el barrio en tamaño, crecía también en notoriedad, pues varios de sus vecinos apoyaron en 1723 la Rebelión de los Vegueros, junto a los asentados en Maboa, Jesús del Monte y Bejucal.
Poco a poco, el lugar iba pasando de ranchería a caserío, luego a poblado; creció y con el tiempo empezó a llamarse, por la gracia del santo patrón al que se consagró, Santiago, y casi un siglo después, el 18 de junio de 1775, se le concedería el título de Villa al pueblo que ya era conocido como Santiago de Compostela de las Vegas o simplemente Santiago de las Vegas.
De aquel 18 de junio de 1775 a este 18 de junio de 2017 median no solo 242 años. Unas cuantas cosas pasaron, aunque hoy la localidad ande precisando de nuevos aires.
Cada quien tendrá sus prelaciones. Las razones son muchas, terrenales y divinas; graves o hilarantes; realistas o no tanto.
Los piadosos tal vez reclamen toda la importancia para la Cruz Verde, erigida en una modesta glorieta —que ha visto pasar sus mejores días— y según la cual, mediante tarja también sencilla, allí se dio la primera misa al fundar la ciudad, aunque no se especifique cuándo.
El conjunto —glorieta/símbolo de la cristiandad/tarja con heráldica incluida— se construyó en 1956, en la esquina de calle 13 y O, por suscripción popular, a iniciativa de Los Caballeros Católicos y la asistencia del alcalde municipal, Sr. Gerardo B. Castro.
Los amantes de la historia reclamarán como centro sociocultural más importante el parque Juan Delgado, nombrado así en honor del ilustre patriota Juan Evangelista Delgado González, coronel del Estado Mayor del Ejército Libertador y primer jefe del regimiento de caballería Santiago de las Vegas [1].
Juan Delgado no era exactamente santiaguense, pues había nacido el 27 de diciembre de 1868 en la vecina localidad de Bejucal, y con apenas 40 años cayó muerto en una emboscada [2] a varios kilómetros al norte de Santiago.
Los partidarios a las reglas republicanas hablarán de la Casa Consistorial, construida en 1911 y que dio asiento a la municipalidad, intendencia en vieja controversia con Bejucal, pues aunque Santiago de las Vegas fue declarada “ciudad” mucho antes y se le permitió en 1836 [3] erigir una estatua al monarca Fernando VII de España, la tenencia de gobierno pasó a Bejucal en 1840 para volver a Santiago en 1845.
Sin embargo, los más contemporáneos reclamarán la gloria santiaguense para una iniciativa creada hace apenas 27 años y que tiene trazas de convertirse en recia tradición cubana como la que más, y que reproduce la parte final de la obra El velorio de Pachencho.
Cada 5 de febrero arranca del Liceo —antiguo Centro de Instrucción y Recreo, fundado en 1882— hasta el cementerio, un cortejo fúnebre que simula un “entierro” en medio de pachanga a la cubana, a paso de conga, coros y músicos festivos y bebidas “calientes”.
Dentro de un ataúd se mete un natural y durante el recorrido junto al gentío divertido va una “viuda” con falso plañido y un falso sacerdote trasegando buenas dosis de ron.
La tradición, nacida en 1984 y basada en la obra teatral El velorio de Pachencho, aún despierta animadversión por algunos que la consideran sacrílega o solo fiesta “de curdas”.
Su origen tiene más de una explicación:
Se afirma por algunos que tuvo mucho éxito una versión de la obra escenificada en la localidad e interpretada por la actriz Aurora Basnuevo, que dio pábulo a los jodedores del pueblo a montar una adaptación en versión pasacalle.
Otros aseveran que solo fue una idea para animar los aniversarios del Liceo y buscar más divertimento.
El Velorio de Pachencho es considerado un clásico del bufo, estrenado en julio de 1901 con el título Tin tan, te comiste un pan, de la autoría de los Robreño —Francisco y Gustavo—, con música de Manuel Mauri y repertorio fijo del Teatro Alhambra.
En la guasanga, sobre un carro tirado por un tractor, un ataúd va con el “difunto” dentro, quien de vez en vez levanta la cabeza y con gesto pícaro saluda a los congregados y paseantes.
Cada quien verá la gloria de Santiago de las Vegas según sus propias vivencias. Y son muchas y notorias.
Tal vez, a casi dos siglos y medio de recibir el Real título “urbanístico”, la localidad ande muy urgida de estar “en edad de merecer”.