Una parte de la historiografía española y latinoamericana todavía afirma que Cristóbal Colón “descubrió” América el 12 de octubre de 1492, por la mañana, según aquello de “toda la noche se oyeron pájaros”, registrado el día anterior en el Diario de navegación, que, como sabemos, es una versión copiada posteriormente por fray Bartolomé de Las Casas. En el Diario… se reflejan antes el pánico y la incertidumbre frente a la aventura de enfrentarse a un océano plagado de leyendas europeas —no pocos navegantes creían que en el desconocido piélago había calamares gigantescos capaces de envolver a los barcos con sus tentáculos y que posiblemente las aguas “se caían” en algún punto─; la angustiosa espera en alta mar; las impresiones de las primeras tierras con que se encontraron, supuestamente Catay, Cipango o las Indias Occidentales; la búsqueda del Gran Kan; la admiración por la vegetación, la fauna y el clima; el asombro provocado por los primeros seres humanos con que contactaron; la creencia de encontrarse en el paraíso terrenal.
El 24 de octubre Colón y sus naves llegaron a Cuba, que en arahuaco significa “tierra de labor”, y aquí repitió la frase “la tierra más hermosa que ojos hayan visto” —no “ojos humanos”—, una especie de eslogan publicitario que aplicó a todos los lugares visitados en el Caribe.Se difundió la noticia en Europa como “descubrimiento”, sin embargo, a la isla que el Almirante llegó, que nombró San Salvador y que hoy conocemos como Watling, del archipiélago de las Bahamas, los indígenas la llamaban Guanahaní y ya la habían descubierto.
Casi nunca se ofrece la versión de quienes habían llegado primero. Los aborígenes vieron arribar unas canoas gigantescas y bajarse de ellas a hombres barbados cubiertos de ropas en pleno calor tropical. Ya se sabe que el origen del hombre americano no es autóctono, sino migratorio. En lo que hoy conocemos como América, los primeros humanos probablemente desciendan del tronco mongoloide y llegaron de Asia atravesando a pie el estrecho de Bering; también existieron migraciones desde la Polinesia, que aprovecharon las corrientes marinas hasta la costa occidental de América del Sur. Quizás otras migraciones posteriores hayan llegado por el océano Atlántico desde África subsahariana, y desde el norte de Europa, por Islandia y Groenlandia hasta el norte de América. Los inmigrantes se asentaron en territorios de la actual América para constituir pueblos mesoamericanos náhuatl y maya-quiché, andinos quechua y aimara, amazónicos tupí-guaraníes, caribeños arahuacos y caribes, y muchos otros más. El poblamiento americano demuestra que los océanos y los mares siempre han sido cintas de comunicación, y el resultado de estas primeras travesías constituye el verdadero descubrimiento de la tierra americana.
La civilización maya se extendió por toda la península mexicana de Yucatán y zonas de lo que hoy son Guatemala, Honduras, El Salvador y Belice. En todas estas regiones se han encontrado ruinas de ciudades que demuestran la habilidad y altura artística de quienes las pensaron y erigieron. Los mayas fueron una sorprendente civilización hacia 1500 a.C. —muchísimo antes de que a España la “descubrieran” los romanos—, y desapareció hacia 900 d.C. —cuando los españoles eran un califato árabe— por causas aún desconocidas, aunque sus descendientes continuaron viviendo por aquellas zonas. Son célebres los conocimientos científicos de los mayas relacionados con la arquitectura, las matemáticas y la astronomía, entre otras disciplinas. Semejantes a otros pueblos del planeta en su época, como los vikingos, los mayas tenían una organización social y económica muy avanzada en relación con otros muchos pueblos de su época, un sistema político-religioso de gran complejidad y no pocos elementos de un Estado moderno, como transporte, leyes, división político-administrativa mediante los cacicazgos, moneda, lenguas diferentes, cultura artística y literaria, sistema de escritura, rituales, festividades, ceremonias, etcétera.
Según una leyenda, los aztecas fundarían una gran ciudad allí donde encontraran un águila devorando a una serpiente posada sobre un nopal. En el año 1325 los sacerdotes aztecas descubrieron esta escena en un islote cerca del lago Texcoco, y allí erigieron Tenochtitlán —tenoch es tuna. En el momento de su más alto desarrollo, el imperio azteca se extendió por lo que hoy es la región central del país, desde la costa del golfo de México hasta la del Pacífico, y desde el Bajío hasta Oaxaca —o Huaxyacac. Fue una de las civilizaciones más organizadas de ese momento en el mundo y se ha escrito mucho sobre sus admirables progresos en varios aspectos de la ciencia, la técnica y la cultura. El imperio azteca o mexica fue en muchos aspectos más avanzado que el español que los colonizó, no solo por su extensión y poder económico, industrial y comercial, sino también por la complejidad y refinamiento de su organización social y política. No es difícil reconocer el asombro de los cronistas de Indias ante Tenochtitlán, una ciudad que nadie en Europa habría imaginado. Como se sabe, los aztecas fueron derrotados por las divisiones del imperio, los engaños de los colonizadores y, sobre todo, el mejor armamento de estos, entre otras causas.
Los incas poblaron y edificaron un rico territorio en muy poco tiempo, prácticamente entre mediados del siglo XV hasta la invasión de Francisco Pizarro, que entró en 1533 a la ciudad sagrada del Cuzco para arrasarla. Los dominios del incario se llegaron a extender mediante sucesivas conquistas por el norte hasta el actual Ecuador, hacia el sur por el norte de Chile y Argentina; casi todo el Ecuador y Perú, una buena parte del actual altiplano de Bolivia, y bordeando la costa occidental, desde Ecuador a Chile, con casi 5000 kilómetros de costa y ciudades en la sierra tan importantes como el Cuzco y Machu Picchu; unos 3 500 000 kilómetros cuadrados de extensión con unos 12 millones de habitantes. El inmenso territorio poseía mayor desarrollo y complejidad económica, comercial, social, jurídica, artística, política y religiosa que cualquier nación europea, y por eso mismo, de muy poca comprensión para aquellos conquistadores.
“El inmenso territorio poseía mayor desarrollo y complejidad económica, comercial, social, jurídica, artística, política y religiosa que cualquier nación europea”.
Sus adelantos científicos y técnicos o algunas de sus artes como las textiles y la orfebrería aventajaban a los que podían exhibir los “descubridores”; baste señalar que los incas usaban en la agricultura fertilizantes y un sistema de regadíos utilizados en el Viejo Continente mucho tiempo después, o que poseían un sistema vial entre Los Andes todavía envidiable. Fueron derrotados por las mismas razones que los aztecas: divisiones en el inmenso territorio, engaños bien utilizados y mejores armas.
Pueblos amazónicos y caribeños habitaban también el hemisferio occidental del planeta, mas sin centro urbano importante, y tuvieron un peso significativo dentro de las miles de culturas exterminadas a la llegada de los europeos. Durante siglos se ha tejido la leyenda del “descubrimiento de América”, pero basta detenerse en los primeros discursos de la conquista para conocer la mitificación del “descubrimiento”. Cristóbal Colón en su Diario de navegación, Américo Vespucio en Cartas de viaje, fray Bartolomé de las Casas en Historia de Indias, y Gonzalo Fernández de Oviedo en Sumario de la Natural Historia de Indias,nos ponen ante su desconcierto. Boquiabiertos con lo que vieron, quedaron en shock, sin poder explicarse una realidad nueva y diferente, una naturaleza desbordante descrita en Décadas del Nuevo Mundo, de Pedro Mártir de Anglería; Historia de los indios de Nueva España, de fray Toribio de Benavente —Motolinia—; Relación acerca de las antigüedades de los indios: primer tratado escrito en América, de fray Ramón Pané; Historia natural y moral de las Indias,de José de Acosta, o Problemas secretos maravillosos de las Indias, de Juan Cárdenas.
“Boquiabiertos con lo que vieron, quedaron en shock, sin poder explicarse una realidad nueva y diferente”.
Es fácil detectar que no se trataba de un “descubrimiento”, sino de una invasión. Basta leer a cronistas de la conquista de Mesoamérica como Hernán Cortés —Cartas y relaciones—, Pedro de Alvarado —Cartas de la conquista de América—,Diego de Landa —Diez relaciones de los encomenderos de Yucatán—, Bernardino de Sahagún —Hablan los aztecas—, Francisco López de Gómara —Historia general de Indias— y Bernal Díaz del Castillo —Historia verdadera de la conquista de Nueva España, entre otros. O a sus colegas que relatan la conquista de los incas, como Felipe Guamán Poma de Ayala, en Primera Nueva Crónica y Buen Gobierno; Francisco de Xerez, en Verdadera relación de la conquista del Perú; Pedro Sancho de la Hoz, en Crónica y testimonio de la conquista; Pedro Cieza de León, en Crónica del Perú; Pedro Gutiérrez de Santa Clara, en Quinquenarios; Antonio de Calancha, en La Edad de Oro; Joan de Santa Cruz Pachacuti Yamqui Salcamaygua —Francisco de Ávila—, en Relación de antigüedades deste reyno del Pirú; entre otros. Se trata de diarios de guerra, documentos de ocupación, narrativas de la invasión.
Siguiendo esa lógica de los “descubrimientos”, los romanos descubrieron a España, y Cicerón, César, Plinio el Viejo, Catón, Tito Livio y, en particular, Catulo, se refirieron a Hispania como península cuniculosa, por la gran cantidad de conejos que allí encontraron. De igual manera, Grecia fue descubierta por la civilización minoica, en la Edad de Bronce, entre los años 2700 y 1450 a. C.: nadie ha podido precisar aproximadamente ni la década en que los cretenses llegaron al continente. La civilización minoica de Creta fue descubierta por los de Canaán, durante el Neolítico, unos 3000 años a. C., y tampoco nadie ha podido averiguar ni siquiera en qué siglo los habitantes del oeste del río Jordán se embarcaron por el Mediterráneo. Parece que Canaán fue descubierta por hebreos de Mesopotamia, sin que nadie se atreva a mencionar una fecha, y Mesopotamia por otras civilizaciones, y estas por otras y otras y otras, hasta llegar al primer Homo sapiens, o algún dios, según se prefiera.
España no descubrió nada, y después de las Capitulaciones de Santa Fe incumplidas por los reyes, se inició una invasión genocida en los territorios llamados “Nuevo Mundo”, que conquistaron y avasallaron. Con los fabulosos recursos americanos las potencias europeas fortalecieron su capitalismo en pleno desarrollo, excepto España, que desempeñó un triste papel, pues solo fue el trampolín para el desarrollo de otros; lo advirtió Francisco de Quevedo hablando del oro: “Nace en las Indias honrado, /donde el mundo le acompaña; /viene a morir en España /y es en Génova enterrado”. El capitalismo europeo tuvo un despegue espectacular gracias al saqueo sistemático de los cuantiosos recursos naturales de América; no solo lograron la acumulación originaria del capital, sino que impusieron los mecanismos necesarios para perpetuar la dominación.