El violín de Eldys

Laidi Fernández de Juan
12/5/2017

Eldys Baratute (Guantánamo, 1983, médico no practicante y narrador para niños) regala una muestra ejemplar de cómo fundir el arte en variadas manifestaciones, hacerlo con maestría y, a la vez, lograr que un libro funcione como estímulo investigativo, como impulso para conocer más. Por añadidura, el público a quien están dirigidos los cuentos de Otras tonadas de Ingres es el más dúctil: el infantil. La plasticidad de este tipo particular de lector lo hace mucho más difícil. De ahí que el reto que asume Eldys sea enorme.

Con buen dominio de técnica narrativa, enfatizando atractivos para infantes, acerca grandes figuras de la pintura cubana a nuestras niñas y niños. Nueve nombres clásicos, acompañados por igual número de pinturas, conforman esta suerte de invento mágico, consistente en historias que Baratute inventa para cada pintor (y una pintora: Amelia Peláez, representada con su cuadro Flores amarillas). Fidelio Ponce y Los niños; Wifredo Lam con El rey del juguete; Carlos Enríquez con su Rapto de las mulatas; Marcelo Pogolotti junto a El intelectual; Eduardo Abela y La joven de la mano verde; Las comadres de Mariano Rodríguez; su gran amigo, René Portocarrero, claro que acompañado de Retrato de Flora, y esa joya de Víctor Manuel, Gitana tropical, integran los cuentos, cuyos nombres responden y se corresponden con las pinturas escogidas.

 

Así, (por ejemplo) el cuento dedicado a Amelia se llama “Flores amarillas”, y destaca por ser unos de los más logrados del volumen (junto a “Retrato de Flora, el de René y a “Los niños”, de Fidelio). La niña Amelia, cuyas flores favoritas eran los girasoles, establece una relación intensa con uno de sus tíos, nombrado Julián. Poeta. Un hombre que la hizo depositaria de un libro exquisito: Bustos y rimas, y la dejó encargada de su publicación. Eldys consigue el milagro de hacernos confundir realidad con ficción, hasta el límite de lo permisivo. En otras palabras: en la vida real, la gran pintora Amelia Peláez era sobrina del maravilloso poeta romántico Julián del Casal. En la narración del libro seguramente existen varios elementos de ficción, pero los hechos básicos parten de la realidad (sabemos que Casal dejó cartas a Amelia). Aunque en términos del Arte carece de importancia tal desligue, resulta muy llamativo que un autor joven se dedique a unificar expresiones culturales, de forma que las nuevas generaciones (y las no tan nuevas también) se motiven a conocer más, a escrudiñar entre lo que fue posible y lo que pertenece al mundo de la imaginación.

Un pintor lúgubre como Fidelio Ponce es retratado como un hombre ávido de amor, que encuentra refugio para su soledad a través de tres niños que nacen de una calabaza (“Los niños”). Nadie más logra percibir la presencia de estas criaturas, que colman de alegría los últimos años del gran pintor. Lam, visto con sus propios ojos, es recreado con la cubanía intrínseca que nunca lo abandonó (“El rey del juguete”), y Eldys le otorga explicación a su cambio de nombre —de Wilfredo a Wifredo— según la sugerencia que le hiciera al pintor (entonces un niñito) la bruja Antoñica.

Otro cuento sobresaliente es “Retrato de Flora”, dedicado, obviamente, a Portocarrero. Aquí Baratute sube la parada al crear una mujer llamada Flora, de quien se enamoró una vez el pintor nombrado René, autor del retrato. La mujer, siempre esperanzada con encontrar un partido mejor, rechaza incluso a otro señor, que resulta un mulato de ojos achinados, nieto de africanos y de asiáticos, llamado, claro está, Wifredo.

El resultado de tanta combinatoria (pintura, poesía, literatura) es altamente divertido y muy aleccionador. Si a ratos nos hace avergonzarnos de cuanto no sabemos de nuestros propios pintores, por otros, nos anima a conocerlos sin ínfulas de didactismos, sino todo lo contrario. Eldys Baratute ha creado una obra que quizás ni él mismo identifique como el mejor instrumento para mostrar caminos, para educar, para hacernos sentir orgullosos de nuestra historia cultural.

La Editorial Oriente, gracias a la cual contamos hoy con estas tonadas del violín de Ingres (el título se explica en el “Aviso”, por si alguien tuviera dudas al respecto), debiera ampliar la tirada de estos primeros tres mil ejemplares. No solo sugerimos a todo tipo de público la lectura de esta nueva entrega de Eldys, sino que instamos a que el cuaderno sea estudiado en nuestras escuelas, o, en su defecto, a que existan ejemplares en las bibliotecas de cada centro escolar de Cuba. Francamente, estamos ante un ejercicio cultural de amplia utilidad. Gracias, querido Baratute, por esta pequeña joya nacida de tu ingenio y de tu vocación docente. Otra opción sería (perdón por continuar después de despedirme) que se ubicaran estas tonadas en los museos de arte cubano. O en las salas especializadas de las galerías de las distintas provincias. En fin, posibilidades de difusión hay muchas. Con un poco de suerte, mucha voluntad y una pizca de amor, todos nos enriquecemos.