A principios de 1970, un amigo y maestro que había prometido a mi viejo padrino levantarme como a un pino nuevo, me llevó un día desde Vereda Nueva a conocer a Cintio y a Fina a la Biblioteca Nacional José Martí. Y fue un día importante en mi vida; un día que se ha ido haciendo cada vez más significativo, un día que se fue iluminando con el pasar de los años, adquiriendo un protagonismo y desplegando virtualidades que no podía ver yo en aquellos tiempos que estuvieron signados por la enfermedad y la muerte de mis seres más queridos.
El caso es que visité la Sala Martí, y me conmoví ante las vitrinas que contenían manuscritos de Martí, y cantos rodados de Playitas, y todo me lo explicaban Cintio y Fina como si no tuvieran otra cosa que hacer, y además, Teresa Proenza me pidió mis señas personales y empecé, piadosa y amorosamente, a existir en el fichero de la Sala Martí, y un poco después, en septiembre de 1970, recibí por correo en Vereda Nueva un ejemplar de Temas martianos,[1] acabado de publicar, con una dedicatoria autógrafa que decía: Para Carmen Suárez, contenta de su visita y con los mejores votos martianos de Fina García Marruz.
Aquel libro de ensayos sobre José Martí, escrito por dos autores y que contenía en realidad dos libros, el de Cintio y el de Fina, ha sido, a todo lo largo de mi vida profesional, junto con las obras de José Martí, una especie de carta de marear, de texto inspirador para la navegación cultural y humana de mi existencia: aquel libro enviado personalmente y dedicado a mí con una delicada y natural sencillez. Por eso pensé que hoy, cincuenta años después, cuando nos detenemos a honrar a quienes nos han honrado con su obra y con el ejercicio de una fineza espiritual que viene de lo más hondo de nuestra cultura isleña, debía apoyar estas breves palabras, más que en sus personas, en estos Temas Martianos, donde florece un ensayismo en el que el pensamiento y la poesía se abrazan apasionadamente, dibujando dos estilos personalísimos de reflexión escrita, en que la forma, la manera de decir es tan cuidada y significativa como lo que se dice.
La primera y enorme cualidad de estos ensayos es que nunca estuvieron de moda, no fueron anunciados profusamente por los periódicos ni llovieron las entrevistas sobre sus autores, tampoco la humilde publicación de la Biblioteca Nacional José Martí constituyó un gran palo editorial. Todo lo contrario, es un libro inevitable que operó y opera en el silencio, en la discreción sabrosa y suprema de la lectura personal, es un libro natural, tan natural como un árbol. Por aquellos setenta del pasado siglo en nuestro patio se puso de moda un calamitoso cientificismo de manual y yo escuché diatribas exquisitas contra la crítica impresionista. Y luego, ya en los noventa, vino el tardío descubrimiento de la nueva crítica literaria francesa, con su inefable y descompasada metatranca, y el ejercicio ensayístico se volvió en algunos casos una críptica suma de categorías gratuitas. Así que es un libro que navega desde su autenticidad y su pasión, un libro que resiste porque tiene cosas importantes que decir y las dice hermosa y oportunamente.
“(…) es un libro que navega desde su autenticidad y su pasión, un libro que resiste porque tiene cosas importantes que decir y las dice hermosa y oportunamente”.
Otra cualidad es que ambos autores proceden tratando de ver la obra y la vida de José Martí “en junto”, como decía el propio poeta cubano que veía las cosas. Si leemos de corrido cada uno de los dos libros que componen este título, cosa que deben haber hecho todos los estudiosos de Martí, veremos como cada uno de ellos va peinando las zonas principales del ser y el hacer martiano, revisando una integralidad, recorriendo puntos de una red que nunca pierden de vista. Y esa es una lección primerísima, porque a Martí siempre hay que estudiarlo así, “en junto”, sin perder de vista el todo, cualquier fragmentación insistente lo desvirtúa, porque su obra y su vida son un armónico universo que se complementa de un modo esencial y una parte no existe sin la otra.
El conjunto de ensayos de Cintio comienza con el trabajo titulado “Martí: Cuba”, tomando como punto de ataque la identificación de Martí con la patria, y pocas veces se ha escrito de una manera más total y honda de esa encarnación política y poética de Martí con Cuba. Y luego, a partir del concepto de justicia va repasando la acción política de Martí, sus discursos, su poesía, su trabajo como crítico, y al centro de sus ensayos su “Martí futuro”, donde se dice:
Pero la futuridad de Martí no la hallamos sólo en sus ideas y visiones, sino también en su ser mismo. Realícense o no las síntesis históricas, filosóficas y religiosas anunciadas por él, hay siempre en su figura un dinamismo intrínseco que pertenece a la dimensión de la esperanza, una irrupción ontológica de futuro que está en la calidad misma de su temperamento y su palabra. [2]
Por su parte, Fina conforma un bellísimo y recio discurso ensayístico cuyo punto de ataque se encarniza en el escudriñamiento de la escritura martiana, y se detiene en esos sistemas de significación construidos por su prosa poemática y su poesía, recorriendo los procesos de conformación de un léxico sorprendente, de un sorpresivo ordenamiento del discurso enraizado en un radical amor al bien y a la hermosura.
“(…) a Martí siempre hay que estudiarlo así, ‘en junto’, sin perder de vista el todo (…)”.
Ella tiene una manera filosófica y exclusivamente suya de analizar el estilo de la escritura de José Martí, y cuando habla de la construcción de lo que llama “sus criaturas verbales”, establece que:
En Martí más importante que la idea de sustancia o de cualidad es la idea de relación, ligada al misterio de la caridad, clave de su vida y de su escritura. Lo suyo no será jamás enfrentarse, eliminar, tomar bando, sino buscar la unión de los contrarios en un punto más alto, como hace el triángulo o la definición clásica de la armonía. Lo extraordinario de la guerra que desató fue el que la hiciera a puro golpe de amor y como medio de establecer una superior armonía. Ya nos detendremos al estudiar su poesía en esta idea del enlace que explica la relación de órdenes en apariencia opuestos, vinculado con lo que llamó “la expansión análoga”. Veremos cómo nos lleva de la mano a otro de los descubrimientos de su escritura y es el del símbolo involuntario, y la relación, en fin, de todo esto con el sufrimiento.[3]
Como vemos, ambos conjuntos de ensayos ostentan la marca de la poética martiana, pero atención con lo que digo, ninguna semejanza entre los tres, porque el primer mandato de la poética martiana es la fidelidad a sí mismos, el arrancar de las propias entrañas el discurso. Los ensayos de Cintio y Fina son puros ejemplos de lo que debe ser un ensayo en el orden ético y estético: son textos sinceros y únicos, que parten de lo más profundo de la propia e individual aventura existencial de cada uno de ellos. Puedes estar de acuerdo o no con uno u otro postulado, pero siempre sentirás el impacto profundo y el respeto que merecen las obras que nacen del fondo del ser mismo que las crea. Todo texto que merezca el nombre de ensayo en su sentido prístino puede partir de otras muchas poéticas, de otros muchos métodos críticos, de infinitas y diversas vivencias personales, pero la pasión, la honradez, la escritura limpia y trabajada, la originalidad creativa son sus ingredientes constitutivos y los convierten en paradigmas.
Notas:
[1] Vitier, Cintio y Fina García-Marruz. Temas martianos. Departamento Colección Cubana, Biblioteca Nacional José Martí, La Habana, 1969.
[2] Ibídem, p. 11.
[3] Ibídem, p. 210-211.