¿Encantos para que Cuba se parezca más al mundo?
Al autor del presente artículo las primeras noticias sobre el hecho de que Cuba tenía o estaba en camino de tener su Miss Charm —sí, su Señorita Encanto— le llegaron en “historias” de Facebook. De inicio pensó que era una más entre las múltiples iniciativas que circulan en las redes y son o se presentan como si fueran individuales, aunque a veces tienen tras ellas poderosas maquinarias. Luego observó que dichas “historias” se promovían con el crédito de ACTUAR.
Siguió pensando que tal vez sería obra de una iniciativa personal, privada, o de similar carácter, hasta que en las propias “historias” el rótulo citado se vinculó con otro, representativo de adscripción institucional: CNAE, sigla del Consejo Nacional de las Artes Escénicas, cubano. ¿Será un “libretazo”?, insistía en sus dudas o incredulidad el articulista, y se dio a buscar información, que halló pronto.
El pasado 16 de agosto la Redacción Cuba Noticias de www.cubanoticias360.com había publicado la nota “Cuba ya tiene representante para participar en Miss Charm International 2021”, y en ese texto se lee:
La tercera edición de Miss Charm International se celebrará en octubre próximo, y Cuba será uno de los 50 países representados en el certamen. La joven, de tan solo 19 años, Adelina de León, será la imagen de la Mayor de las Antillas.
Así lo informa el sitio web del evento, y la Agencia ACTUAR indicó a su vez, que De León fue seleccionada luego de un casting, en el que se escogió a esta joven como candidata para representar a Cuba.
La información incluye datos sobre la joven y el certamen en que representará a Cuba. Pero en ella no radica el interés central de las presentes líneas. Quien las escribe aspira solamente a expresar algunos criterios en torno a los concursos de belleza femenina, y a la participación de Cuba en el Miss Charm del presente año, que, según la información citada, tendrá lugar en Vietnam, un dato que remite a eso que a menudo se llama, como si fuera lo más natural del mundo, globalización.
El autor reclama, eso sí, el reconocimiento de su derecho a expresarse, aunque nada representen sus ideas ante un hecho ya decidido por una institución. Como otras similares, la mencionada podrá disponer de guías (dirigentes, funcionarios), especialistas, asesores, consultantes, invitados de lujo: toda una tropa a la que le será dable dictaminar que está de más lo dicho a título personal —sin discutirle a nadie su derecho a pensar de otro modo— por alguien que, en ese entramado, y para decirlo con una expresión conocida, ni tiñe ni da color.
Pero ¿son concursos de belleza lo que necesitan las mujeres en medio de su lucha para que se reconozcan y se respeten —triunfen, se hagan valer sin cortapisa alguna— los derechos que tienen como seres humanos? Entre ellos figura el derecho a la equidad en todos los órdenes, a ser valoradas de acuerdo con sus méritos ganados con esfuerzo, talento y virtudes en general, no por el don de la belleza, que, si no es fabricada, es una característica factual y a menudo ha servido más para atarlas a las normas del patriarcado que para que ocupen plenamente el lugar que les corresponde en la sociedad. Un lugar, añádase, que holgadamente han demostrado que merecen y pueden ocupar, y que ocupan como quién más cuando se les propicia ejercer ese derecho.
No es cuestión de arremeter contra las mujeres que aceptan y quizás hasta vean como una gran oportunidad participar en certámenes tales. Uno de los criterios con que fundadamente se ha impugnado la celebración de dichos concursos, el de Miss Universo en particular, lo expresa con total claridad: “No hay que confundir: el feminismo no va contra las mujeres participantes, sino en contra del concurso que forma parte de un sistema patriarcal”. (https://news.culturacolectiva.com/especiales/miss-universo-es-patriarcal-colectivos-feministas-piden-cancelarlos/)
A los certámenes de belleza femenina —los que aquí se tratan—, de distintas maneras considerados también opio para mujeres, una expresión popular los ha identificado con la imagen de la bombonera surtida para satisfacción de caballeros exitosos. Que haya mujeres que disfruten “beneficiarse” por esa vía, no mengua el peso ni borra la índole de semejante realidad, que no se agota en los prejuicios que puedan girar en torno a ella.
Los recursos que agudamente Josefina Ludmer llamó “las tretas del débil” valdrán para explicar comportamientos de quienes afronten esa condición y necesitan defenderse, pero no bastan para que se libren de ser débiles: por ese camino suelen más bien terminar más atados aún a la inferioridad. Por ello sobre los certámenes de belleza se ha dicho con perspectiva de mujer: “el patriarcado nos viste de gala” (https://tribunafeminista.elplural.com/2017/01/certamenes-de-belleza-el-patriarcado-nos-viste-de-gala/). ¿No recuerda eso un refrán oído a Facundo Cabral: “El hombre acaricia al caballo, para luego montarlo”?
En Cuba dichos certámenes tienen su historia. Se considera que el primero llevado a cabo aquí podría ser el “organizado por el periódico artístico y literario El Fígaro en una fecha tan lejana como 1894. Aunque fue todo un éxito, las agitaciones políticas que convulsionaron al país tras el estallido independentista de 1895 impidieron que el concurso para elegir a una nuevaMiss Cuba se repitiera hasta el año 1900”. (https://www.todocuba.org/miss-cuba-1900-el-primer-gran-concurso-de-belleza-organizado-en-cuba-hace-mas-de-un-siglo/)
Cuando la Revolución cubana triunfó, en el país era habitual celebrar las elecciones de la Reina del Carnaval, y en el espíritu de transformación generado por aquel triunfo se sustituyó el nombre, de sabor monárquico, por el de Estrellas y Luceros, y por distintas variantes locales en algunos casos. Pero el cambio no llegaba al fondo de la cuestión, y los certámenes seguían siendo lo que eran, por lo cual se explica que esa práctica terminara extinguiéndose. Como feneció también, antes incluso, la del deporte rentado. Eran señales inequívocas de que la nación se daba a construir un nuevo modelo de sociedad, signado por la vocación de equidad y justicia, con un papel relevante —como la mitad que aproximadamente es de todo el pueblo— de lo que Fidel Castro llamó “una revolución dentro de otra revolución”, las mujeres.
“¿Son concursos de belleza lo que necesitan las mujeres en medio de su lucha para que se reconozcan y se respeten —triunfen, se hagan valer sin cortapisa alguna— los derechos que tienen como seres humanos?”.
Pero así como el deporte rentado vuelve por sus fueros en medio de cambios que aquí no se valorarán ni para calcular en qué medida han sido necesarios en la urdimbre mundial o puede estimarse que lo son, reaparecen indicios en lo tocante a concursos de belleza femenina. Ya no con sabor monárquico en español, sino con la impronta de la influencia del inglés, una influencia tan avasalladora que habrá quienes ni siquiera la perciban, aunque tal vez tengan incluso voluntariamente el antimperialismo en su conciencia.
Hace algunos años este articulista expresó preocupación por rumores —cuando el río suena…— de que en escuelas primarias de Cuba se estaban haciendo elecciones de Miss Girl —sí, Señorita Niña—, lo que cabría atribuir a embullos, a ondas, a desprevenciones más o menos individuales, ¡aunque en escuelas! Ahora es de prever que la institucionalización —¿irreversible?— de la Miss Charm cubana insufle aires y argumentos a esas maravillas, y quién sabe a cuáles otras. Pero no se extiende más el comentarista. Lo esencial del asunto perdura aunque el opio se quiera extender a la mayor diversidad estética, y a toda la gama posiblede mujeres al calor de replanteamientos de género y opciones sexuales propuestos en busca de justicia.
En lo que respecta a Miss Charm Cuba, ya es asunto decidido. Tal vez se aduzca que el país debe parecerse más al mundo, un mundo del cual supo diferenciarse corajudamente para ser la digna anomalía sistémica en que se convirtió al erguirse frente al poderío y los desmanes del capitalismo, en particular de la potencia imperialista que lo había uncido desde que en 1898 le arrebató la independencia.
“Que haya mujeres que disfruten “beneficiarse” por esa vía, no mengua el peso ni borra la índole de semejante realidad, que no se agota en los prejuicios que puedan girar en torno a ella”.
Precisamente su carácter “anómalo”, que ganó a partir de 1959, hizo de Cuba el foco de respeto y admiración que aún sigue siendo pese a todo: pese a la saña de sus enemigos, que intentan asfixiarla, ahora con el apoyo de una pandemia letal; pese a deficiencias internas y a lo que —mientras no se pruebe lo contrario— cabrá considerar ingenuidades y confusiones cuyos costos aún están por determinar. ¿Cuál será el saldo?
Nadie suponga que la idea —que aquí no se intenta ponderar cumplidamente: para eso se requerirían espacio y tiempo mucho mayores— de que Cuba debe o necesita parecerse más al mundo es nueva, ni que solo parece haberse asociado al entusiasmo con que, según la información citada al inicio, se espera que la Mayor de las Antillas tenga ya, ¡oh, encanto!, su Miss Charm.
Tal idea ni siquiera se había enlazado únicamente con prácticas deportivas profesionales. En este punto no solo cabe precisar que no se han de confundir la profesionalidad con el profesionalismo de mercado. Vale también recordar que —por las razones que sean— ante el deporte vinculado con el negocio el país no ha vuelto a brillar como brillaba guiado por la masividad más plena y por la entrega basada en valores patrióticos, éticos, revolucionarios… místicos, si se quiere, aunque se espanten pragmáticos exitosos que a veces ni las cuentas básicas sacan bien.
Cuando hace poco tiempo hubo quienes pensaran que en la nueva Constitución no se debía mencionar el comunismo, tal juicio pareció venir también del criterio de que Cuba debe parecerse más al mundo, y atenerse a los límites de “lo posible”. Felizmente hubo reclamos populares bastantes para que no se cometiera lo que habría sido algo más que una omisión penosa, y los ideales comunistas volvieron a tener su espacio explícito en el texto de la Constitución, donde no deben anquilosarse, si queremos que alguna vez triunfen.
Si de transformar la realidad y sembrar justicia se trata, hay una brújula que no se debe abandonar: aunque demoren en lograrse, y acaso el mundo se destruya antes, esos son ideales que vale la alegría —no la pena— mantener vivos en pensamiento y conducta, y de modo orgánico: no por aquí sí y por allá no, aun cuando haya personas a quienes la incoherencia les parezca de un discreto encanto.