Mediante la Ley 187 de marzo de 1959 se fundó la Imprenta Nacional de Cuba, primera piedra de todo un sistema editorial que con los años iría consolidándose. La salida del primero de sus libros, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, con una tirada de 100 mil ejemplares, marcó el inicio de publicaciones masivas. Esta institución dio paso a la creación de la Editorial Nacional de Cuba, para consolidar la presencia del libro entre nosotros, pues una vez concluida la Campaña de Alfabetización, que le dio luz de lectura y de escritura a un millón de cubanos, la posibilidad de leer se hizo acompañar de la facilidad para adquirir libros a precios bien módicos.
A mediados de 1959 había regresado a Cuba, proveniente de Caracas, Alejo Carpentier, y fue designado Administrador General de la Editorial de Libros Populares de Cuba, lo cual le permitió organizar varios festivales del libro cubano. Al año siguiente asumió la Subdirección de Cultura y en 1961 participó en el Primer Congreso de Escritores y Artistas Cubanos, del cual emergió como vicepresidente de la UNEAC. Al crearse en el citado año 1962 la Editorial Nacional de Cuba se desempeñó, hasta 1966, como su Director Ejecutivo.
Algún tiempo después de asumir el citado cargo en la Editorial Nacional de Cuba, en 1964 apareció un boletín mensual de esa institución con el nombre de Edita —hoy constituye una rareza bibliográfica localizarlo en alguna biblioteca cubana— , que fue, a no dudarlo, una iniciativa del autor de El siglo de las luces, quien acumulaba experiencia como editor de revistas; sólo recuérdese su vínculo con Revista de Avance, su desempeño como jefe de redacción de Musicalia y, ya en su etapa parisina, el ejercicio de similar cargo en Imán. Ahora volvía a un empeño en cierto modo semejante y en el primer número él fue el encargado de expresar la importancia de la publicación que nacía. Al respecto expresaba:
Esta actividad editorial es tan vasta que requiere una información constante destinada al público lector, al pueblo de Cuba. Cada cual, de acuerdo con sus aficiones o la orientación de sus estudios encontrará en él una indicación útil acerca de las novedades que, por iniciativa de los consejos editores del gobierno revolucionario, vayan apareciendo. Nuestra madurez editora reclama una publicación de esta índole. Debemos añadir que, además de la reseña de publicaciones nacionales, aparecerán, en las columnas de este boletín, los títulos disponibles por concepto de importación.
La salida a la luz de Edita fue bastante irregular y en sus páginas, además de lo apuntado por Carpentier, apareció durante varios números una “Cronología histórica de la literatura cubana”, así como crítica a libros recién publicados y fragmentos de las obras en venta en las librerías. Entre sus colaboradores estuvieron José Antonio Portuondo, Ambrosio Fornet, Edmundo Desnoes —fundadores, junto con Carpentier, de la Editorial Nacional de Cuba—, Nuria Nuiry, José Triana, Armando Álvarez Bravo, Rogelio Luis Bravet, Luis Agüero, Antón Arrufat y José de la Colina. Al parecer, con el número 10, correspondiente a enero de 1966, desapareció esta revista de orientación de la lectura. Quizá el nombramiento de Carpentier como Ministro Consejero de la Embajada de Cuba en París, cargo que desempeñó hasta su deceso en 1980, haya sido una posible causa de la desaparición de este boletín de carácter informativo, pero también valorativo, pues era necesario orientar acerca de qué estaba proponiendo la Editorial Nacional de Cuba a los lectores cubanos, poco entrenados en el oficio de leer en un momento en que se sacaban a la luz autores y títulos desconocidos, pero de primera calidad, provenientes de las más variadas literaturas hispánicas y no hispánicas. Así, publicar obras, en tiradas masivas, de autores que cubrían un arco que podía comenzar con Shakespeare y Cervantes y, a la vez, abrir la lectura, por ejemplo, a El rojo y el negro de Stendhal, o al El viejo y el mar, de Hemingway, sin olvidar la edición de los primeros tomos de las Obras Completas de José Martí, tarea culminada tras la creación del Instituto del Libro, era una labor que requería, previamente, una orientación, y esa fue la labor que emprendió Edita, publicación sobre la que habría que sacar buenas experiencias para el lector de hoy.
*Artículo publicado originalmente en La Jiribilla el 28 de enero de 2016