De retorno a la normalidad. Selección de poemas
3/2/2017
De retorno a la normalidad
La línea del error cruza mi pensamiento,
entre dos espejos opacos amanece,
mi pensamiento abismo abajo siente la noche.
Como única salvación van mis dos patrias
con sus cabezas sobre bandejas.
La claridad me abraza,
podría volver si definiera línea tras línea el vacío.
II
Al amanecer los mismos actos se repiten.
Abro los ojos, reconozco el cuarto,
los espejos de la cómoda y el armario
reproducen mi cuerpo hasta el cansancio.
Pienso en las muchas vidas
que como esos reflejos se suceden
dentro de mí.
III
Es necesario reconstruir la casa,
borrar toda huella de los propietarios anteriores.
Cambiar las lozas que el tiempo ha ido cuarteando,
borrar el sufrimiento de los otros habitantes,
que puede leerse
en la humedad de las paredes,
en los pisos opacos,
en algún número de teléfono
escrito en la pared con letra temblorosa.
IV
Me gusta caminar por la ciudad contigo,
descubrir las moribundas cariátides,
los detalles de las puertas;
esas columnas que sostienen
lo bello y el horror.
Todas las cosas atestiguan
un cierto esplendor perdido.
Viajamos de un tiempo a otro,
del infierno al paraíso,
de una tarde a otra tarde.
V
De retorno a la normalidad
las personas,
ahora para mí solo siluetas,
sombras que trafican como hormigas,
vuelven a subir las escaleras,
se acomodan en sus cuartos ruinosos.
Cada uno vuelve
tranquilamente
a su vida suspendida sobre el vacío.
VI
En el callejón del suspiro siempre hay mendigos
buscando en la basura,
registran los paquetes y guardan algo para después;
buscan cosas que milagrosamente
han permanecido casi intactas,
ellos recogen y clasifican nuestra historia.
La historia de la ciudad la salvan los mendigos.
VII
Cruzando Monte los ojos se ven más cansados
hay hombres durmiendo en los portales,
se preparan para otro nacimiento.
Allí dormirán hasta convertirse en bebés,
cada uno es el salvador del mundo,
cada uno ha de nacer en Belén,
tendrá su estrella.
VIII
Oigo un trueno y veo sobre las casas el puñal de fuego del relámpago,
los postes de teléfono se extienden
como maderos para crucificados.
Puedo estar caminando por la Vía Apia.
Algunos me saludan y me dicen
a modo de noticia, muy alegres
que el año se va a acabar.
Yo sólo siento el relámpago aquel,
sobre mi pecho,
y la lluvia después,
interminable.
IX
A veces un pájaro muere
impactado sobre el parabrisas.
Con cuanto horror los he visto
abrir y cerrar sus diminutos ojos,
agitar las alas en un gesto de agonía.
Uno y otro me recuerdan
lo frágil que es la vida,
ese último dolor.
X
Te veo sentado al borde de la fuente
mirando el camino que la tarde duplica,
que duplica el trueno.
Mueves los dedos bajo el agua imaginaria,
el agua te calma el calor.
En la plaza hace mucho tiempo que nadie canta,
que nadie aplaude bajo la lluvia,
que nadie saluda el bellísimo sonido
del trueno duplicado.
XI
Vamos atravesando esta tarde
como quien cruza una avenida en llamas,
un territorio inundado por un agua turbia.
Vamos de un extremo a otro de la palma de tu mano,
nos asomamos en líneas diferentes.
La adivina dice que existimos,
así, sin que tú quieras, sin que lo quiera yo.
Atravesamos un gran puente y algunos árboles,
la muerte y yo, asombradas,
como dos amantes que se reencuentran.
XII
Hay un mándala hecho de veneno
que las imprecaciones no cambian,
una luz que oscilando entre dos espejos
se torna sendero.
Vuelve el alma en graves bocanadas.
Al comedor ha entrado la noche
arrastrándose,
como una serpiente que espera su presa.
XIII
He descubierto nuevas sensaciones,
que ha despertado en mí la tormenta,
a dos aguas caen las palabras y la noche,
unidas en un mismo manto sobre mi techo.
Un rayo azuza las tinieblas,
el mundo comienza cuando se apagan los ojos,
el miedo nos envuelve,
los músculos detenidos
producen su música,
su vibración, su violencia.
XIV
La mano que traza signos es atravesada,
por un cristal de cuarzo, por un relámpago.
Con el índice dibuja un mándala,
en el agua de la fuente,
en la espalda de la estrella de mar,
en mi vaso.
XV
La ciudad mueve sus hilos invisibles,
la noche crece.
En la quietud las palabras
cruzan mi pensamiento y chocan,
desvaneciéndose como el fuego fatuo.
Los muertos cruzan como las palabras
delante de mis ojos.
La casa aniquila la gravedad de la madrugada,
voy apagando luces.
Especial para La Jiribilla