Selección de poemas
16/2/2016
TODAS MUEREN DE AMOR
A mis poetisas preferidas
Sostengo la taza de té, el pan, el silencio a las doce en punto de cualquier noche.
Escribo. Aguijones dulces, ídolos en cruz, el ardid claro-oscuro de la letra, un amasijo violento de palabras.
Vamos a poner en claro los misterios, la obsoleta virtud del que habla a solas. Lo que Existe, (o lo que no existe) al ritmo de una pupila lírica, busco espejos, espejos, espejos.
Rondan las violetas en mis manos, visionaria de nervadas.
Una suite de palomas en el vientre, compulsa la preñez, floración real de lo que no se nombra,
nombre, nombre ─ a pedazos─ de los nombres,
sobre la reacia pena, el agua del hembraje y la armadura del espejo.
Y así, quién recuerda hablar de Safo, Santa Teresa, Gertrudis, Luisa, Mercedes, Emily, Dulce María, Silvia Plath, Alfonsina, y todas, todas, todas aquellas que MUEREN DE AMOR.
No hay palomas, ni ángeles, ni sexo, ni lunas, prefieren las horas en vilo y así disfrazadas con la muerte, claman: OH PUREZA, PUREZA, como si fuésemos la próxima luz hablada con la salvaje libertad de algún poema
Aún las historias están sobre la mesa.
POESÍA DE HEMBRA
De repente – aquellas hembras ( CUC)
Putidoncellas, hartan la noche,
serpientes y el número 7, sólo lo sabe Dios.
De repente Catulo, dice: Odio y amo. ¿Cómo es posible?
competir con un Gorrión, y de sobra besa el loco a aquella Lesbia…,
grita: ¿Acaso una leona te parió…, con tan dura y abominable alma…?.
Será que Catulo beberá la noche eterna,
resiste los abrazos de la amante.
Desde algún punto de vista, no pudo con el amarillo;
inútil animal lesbiano.
No sabe qué, la hembra trunca las entrañas y
se atreve, a salir en una revista porno.
OSCURAMENTE SÉ QUE ESCRIBO COMO UNA MUJER DE ISLA.
Y pese a tanta oscuridad
la luz ocupa espacio en mi
definitivo.
Marialuz Albuja Bayas
Y pese a tanta oscuridad,
con ojos inventados,
con manos caprichosas,
con la binaria sed, escribo:
Corazón,
Amor,
Pasión,
Cielo,
Cristal… y otras que se van sin miedo.
Y pese a tanta oscuridad las sílabas adulteran el papel,
atraviesan el ojo de la aguja,
el rostro de un caracol nocturno, sacude la latica de los sufrimientos.
El tiempo pasa como VIP,
elijo las palabras; igual a Mallarme,
quisiera tener las mejores palabras y ser la pobre mujer que escribe algo sobre la Isla.
II
Sí, No, Sí, No, Sí, No, escribiré a despecho de la oscuridad,
con unas ganas locas, de pájara cejijunta,
por despedazarme en algún trono,
por amanecer en blanco, con luz definitiva.
En libertad, evangelizo un animal salvaje, no sé qué idea montañosa,
un montón de píldoras,
la leche de la mujer parida. Nace de mí.
No por gusto me aferro al mundo interior.
Algún código silente, florece el Mundo
llega la parte azul de la locura, el viejo sacrificio de la letra,
un ligero roce de sangre, el blanco tisú del voto y la porfía.
En todo caso ofrezco una patada metafórica,
un aire de conciencia y la eterna cofia de la poetisa.
No importa, no tengo otras palabras. Sólo las palabras importantes son discutibles.
Evito escribir como mujer, llorar como mujer. Evito morir como Alfonsina.
Más cuando pasen los días escribiré lo que siempre escribo: un montón de ternura.
LOS DOMINGOS NOS SENTAMOS A LA MESA
No alcanza el ojo, la paranoia Azul del tiempo. Cada vez que escribo la Gran Oda Familiar subliman las visiones, marcan el dilema, el cántaro dividido en pequeñas eternidades. La existencia logra encerrarse en un recuerdo, invade la tésera costumbre, sentarnos a la mesa algún domingo.
La familia y no sé cuántas sombras vienen a oler la madrugada, purifican la piel del silencio. Vendrá esa coda final del próximo capítulo, la estéril razón del recuento.
“Era una maravilla que estuviesen unos cuantos de nosotros a mi lado”. Ya sea en la simple concurrencia del retrato, en las cartas, en los rincones, en el polvo que se levanta y murmura: ¡hoy es domingo!
Visiones, opuestas o no: al error del espejo, al blanco del mantel, al sordo rumor de quien mastica el tiempo. Todo es un aviso.
No renuncio a los sueños, a la primacía del ay! al orden natural, al instante con aire de gato en la azotea, a una edad feliz, asumo todo adiós bajo la palabra siempre. El secreto que vigilan los vecinos.
No puedo soportar la rémora que grita: ¡Yo estoy aquí en esta mesa! ¡Y ustedes donde están!
El domingo, un sueño. La Muerte pudiera ser otro sueño pero no un sueño de amor. Quizás, los espantapájaros bailan impetuosos, caminan horizontes, un légamo de “soy y somos”, dispuestos a tomar una taza de café en las mañanas, a sentarse a la mesa en una tarde de domingo.
Revivo la parábola, con el sutil efugio de los nombres. Sería más fácil guardar el sufrimiento, tragarse la conciencia, si Nadie puede vaciar la despedida.
Concluyo la Oda Familiar, esta letanía. En un acto de soledad, no tengo más opción que poner en una balanza el corazón y algún domingo.
SI ALGÚN POEMA ME HICIERA COSQUILLAS
Hombre sé mi metáfora
Dylan Thomas
Vuelve una imagen y otra,
la misma imagen de todos los días, a la que no le saco partido.
Serán las muchachas y los hombres pintados en las paredes.
Caen basuritas en los ojos, nefastas paradojas del mundo interior
(donde está en breve todo el exterior).
Si me hiciera cosquillas algún poema.
Qué busco. El afán -del no sé qué-
una idea de color verde, el maná que obligue a transitar a través de los muros,
sin confesar las licitaciones del blanco.
Nadie turba la conciencia, y la frágil porción de eternidad.
Dicotomía para el que cuenta todas sus historias, profetiza sobre los peces y el agua, pero: ¿quién comprenderá lo subterráneo, lo que no pudo resolverse en una melodía o un quejido?
Claro el poema es algo más…
(un sonido furioso, la huella descifrada, el canto ebrio de una virgen, una herida que no cierra, el amor partido en dos, el azul que dista de la muerte)
Neurótica que soy al escribir con un mazo de alfileres
BAJO LA HORA DIABÓLICA EN QUE ESCRIBO ESTE POEMA
Sobre cada hoja, la intimidad del (muy) siempre, preñada de frases puras, la batalla espacial de la tristeza.
Cuantos corazones muerden la luz, visten mi corteza de Ave,
yerman con la grávida ficción del Agua ígnea,
la raíz endulza las espinas, los ojos con ese guiño de mirada muerta.
Una letra joven tutela los espejos, selectas muchachas del oficio, saben de la cofradía, cuentan los mitos, los dones, con la dádiva final de la gran loa y la angustia de contar todas las estrellas.
Cómo defendernos de una letra marginal, las manos quiebran, solo resta el artificio, la médula del miedo, la canela rosa que encendí en los pebeteros, el ansia de los pájaros, tan sutil y jardinera. Una lengua peligrosa, el desvarío en óleo, paisanaje de líneas y la furia del poema que no quiere desnudarse.
Falta el rocío, el adulterio, un Cupido gordo, el encanto de Emily, la protesta de Sor Juana, el cuervo de Poe, el velo de Hernani, el tango vagabundo de la última careta de Lugones, y los sueños preferidos de aquel suicida -no digo el nombre- tantos, tantos nombres, bajo la hora diabólica en que escribo este poema.
TOLERANCIA
Tengo fe en que soy y en que he sido menos
Cesar Vallejo
No sé si los motivos, son las flores,
la lisonja,
la oración, el santo aliento que borra la conciencia.
Ella tiene fe.
De todas maneras, sigue la memoria clavando sus flechas,
los pasos amantes, un rostro I-lu-mi-na-do,
las epifanías del “voy y vuelvo”.
No sé si pude soportar la furia del equipaje,
los golpes de la migración,
la sonrisa irónica, ese soñar errado y negligente.
No sé si puse todas las cartas sobre la mesa.
Si tuve el cuidado de la palabra que no tuvo voz ― Nunca.
Ella tiene fe.
La realidad adultera el pecho y la azul edad del delantal.
La muchacha solícita en un acto nocturno,
el turbión de palomas de insoportable belleza,
las arañas con esa libertad de cuerpos anónimos y
la muerte tan cerca.
Ella tiene fe.
II
A dónde vine yo, a protestar.
Ninguna mujer puede ocultar su corazón con tantos pies sin herraduras,
alimentarse de tontas ocasiones, ser lo esencial por obra y gracia del espejo.
Ya no importa la casa, la mujer,
el polvo y la flor seca en un jarrón,
el alma sale y entra para marcar “a donde va”.
Duele saber que he sido: la primera en la lista de la mujer que tiene fe, y ha sido menos.