La música de Ñico Rojas “abre un nuevo campo en la guitarra, por su manera de combinar lo clásico y lo popular cubano”. Esta fue la opinión del virtuoso guitarrista alemán Wolfgang Ledler durante el IV Festival Internacional de Guitarra celebrado en La Habana en 1988, en cuyo marco se rindió homenaje a los maestros Vicente González-Rubiera (Guyún) y José Antonio Rojas, dos grandes innovadores cubanos en el instrumento.
Fundador del movimiento del filin en los años 40 e ingeniero hidráulico de profesión, Ñico Rojas permaneció décadas como uno de los grandes desconocidos en la música cubana, al menos entre el gran público. Sin embargo, siempre fue altamente valorado por los músicos cubanos y muchos de otros países. Hoy sus obras para guitarra son interpretadas por dos generaciones de concertistas cubanos, entre ellos Rey Guerra, Joaquín Clerch, Leyda Lombard, José A. Pérez Miranda, Ildefonso Acosta, Efraín Amador, Sonia Díaz, Esteban Campuzano, Martín Pedreira, René Mateo, Francisco Rodríguez, José A. Bustamante. Pero comencemos la historia desde el principio.
Ñico Rojas nació en La Habana el 3 de agosto de 1921, y aunque estudió algo de guitarra y solfeo a los trece años, pronto abandonó los estudios académicos de música y continuó tocando la guitarra “a su manera”, inventando su propia técnica. Sus primeras influencias fueron muy diversas: Tárrega, Llobet, Segovia; música para piano de Chopin, Rachmaninoff y Beethoven, que escuchaba desde niño en una pianola de sus padres; música popular cubana, principalmente Miguel Matamoros, Arsenio Rodríguez y los danzones de Arcaño y sus Maravillas. A estas se irían sumando otras muchas que enriquecerían su estilo propio. En 1942 fue “uno de los catorce fundadores del movimiento del filin”, aunque el propio Ñico nos dice que había otros músicos que estaban tocando ese estilo por la misma fecha y que fueron engrosando el movimiento. El movimiento “estaba en el ambiente”, como también lo estaba el mambo. No es casual que muchos integrantes del filin hayan incursionado en el mambo, como Bebo Valdés, El Niño Rivera, Luis Yáñez y Ñico, entre otros.
En la propia década, una serie de hechos extramusicales entran en la vida de Ñico, hasta donde pueda decirse que haya alguna experiencia vital o de cualquier índole que no influya en la obra creadora de un músico. Ñico Rojas estudiaba Ingeniería Civil en la Universidad de La Habana y se graduó en 1945. En el propio año pasa a trabajar y residir en Matanzas. En 1949 contrae matrimonio con Eva Montes, su compañera inseparable desde entonces; y confiesa Ñico que la felicidad que le proporcionó su matrimonio “hizo que me convirtiera un poco rutinero al componer los textos de las canciones”. Sin embargo, logró superarse en la composición y en la ejecución de la guitarra, a pesar de que la felicidad nunca lo abandonara. En Matanzas Ñico recibió dos influencias musicales de importancia: la de rumberos como Saldiguera y Virulilla, y la de los creadores de tonadas campesinas que conoció cuando se dedicaba a la construcción de carreteras. Todo esto está reflejado y trasmutado en su obra guitarrística.
En el grupo del filin figuraban más de diez autores que serían reconocidos en las dos décadas siguientes como los verdaderos renovadores de la canción en Cuba. Mencionemos ahora solo a José Antonio Méndez y César Portillo de la Luz; a los binomios Luis Yáñez-Rolando Gómez y Giraldo Piloto-Alberto Vera; a Tania Castellanos, Enrique Pessino, Jorge Mazón, Rosendo Ruiz Quevedo, Ángel Díaz; a intérpretes como Miguel de Gonzalo, Olga Rivero, Pepe Reyes, Elena Burke, Moraima Secada, Omara Portuondo… No pretendemos hacer una lista, lo cual siempre es algo injusto, pues invariablemente quedan grandes valores fuera de ella. Destaquemos solamente que entre las canciones clásicas del movimiento está “Mi ayer”, de Ñico Rojas, quien escribió en esa etapa unas veinte canciones de las cuales se hicieron populares seis o siete.
Entre los primeros “fundadores” del filin —como descubrió Ñico— “no estaban todos los que eran”, pues muy pronto conoció a Andrés Echeverría, El Niño Rivera, con su conjunto Rey de Reyes. Se afirma que fue Ñico quien puso en contacto al Niño Rivera con el movimiento en el cual desempeñaría un papel tan importante. Ñico lo duda y señala: “Realmente no pienso que haya llevado al grupo de fundadores al Niño. Creo que todos los otros compañeros eran admiradores de aquel formidable tresero que hacía filin con su instrumento, y cada uno haya tratado de conocerlo”. Pero hacia la misma época Ñico tuvo la oportunidad de conocer a otras figuras que serían y siguen siendo fundamentales en la historia del filin: Aida Diestro, entonces organista de una iglesia, y el mismísimo “King”, José Antonio Méndez, a quien conoció en el reparto Los Pinos, cantado por el inolvidable amigo cuando enumeró las tres únicas cosas que necesitaba: “Cemento, ladrillo, arena, / que son las tres cosas buenas/ pa’ mi casita en Los Pinos”.
En cuanto al Niño Rivera, el hombre que orquestó los números del movimiento para conjuntos y jazz bands (recordemos “Quiéreme y verás”, de José Antonio, popularizada por Roberto Faz), Ñico Rojas sí reconoce que fue él quien lo puso en contacto con ese inmenso maestro de la guitarra y la armonía que fue Guyún. El tresero y arreglista se convirtió en alumno de Guyún, aplicando entonces al tres las innovaciones armónicas del maestro en la guitarra. Posteriormente El Niño completó sus estudios de orquestación con Félix Guerrero, maestro de toda una generación de grandes arreglistas cubanos como Armando Romeu, Bebo Valdés, Arturo Chico O’Farrill, Adolfo Guzmán, Roberto Sánchez Ferrer y Pucho Escalante, lo que no es poco decir.
“Los títulos sencillos y hasta ingenuos de sus obras para guitarra contrastan con la extrema complejidad del discurso musical y las insólitas sonoridades”
También recuerda —o admite— Ñico que, debido a sus estudios de la asignatura de Ingeniería Sanitaria le salvó la vida al tresero, al detectar que padecía de tifus y enviarlo inmediatamente al hospital de Las Ánimas, donde se curó de aquella enfermedad que entonces hacía estragos en Cuba. Pero además, fue Ñico quien convenció al Niño Rivera para que compusiera su “Concierto para tres y orquesta sinfónica”, obra que lamenta Ñico que, ya terminada, no podrá ser estrenada por su propio autor debido a su precaria salud. Aprovechamos esta información de Ñico para exhortar a los treseros más jóvenes, como Pancho Amat, a que lleven a efecto el estreno de este concierto.
Los “disparates geniales” de Ñico Rojas
Ñico Rojas es capaz de dar los mejores consejos del mundo a los músicos jóvenes, aunque con su honestidad habitual confiesa que él mismo no siempre los ha seguido. Por ejemplo, cuando nos cuenta sobre su formación musical:
Como mis padres me hicieron escuchar desde niño música clásica diversa y a su vez ellos cantaban música de trova tradicional, yo me crié dentro de la música total (clásica y popular). Por esa razón siempre aconsejaba a los fundadores del filin que escucharan por lo menos (si no la estudiaban) música clásica, para ampliar la concepción en las ideas de componer. También recomendaba y recomiendo estudiar música, cosa que sin embargo nunca he hecho, aunque tengo que confesar que tres valiosos maestros —Guyún, Gonzalo Roig y el mexicano Sabre Marroquín— me recomendaron que nunca estudiara música, ya que en mis composiciones existían “disparates geniales” que no los compondría de saber música.
Pero no solo fueron estos tres maestros los que le dieron el mismo consejo. De igual opinión eran el pianista Frank Emilio Flynn, Ignacio Villa Bola de Nieve, Rafael Lay, Richard Egües, Félix Guerrero y, por supuesto, Benny Moré. Pocas veces se ha visto mayor unanimidad. El argumento para que Ñico Rojas no estudiara música es convincente: siendo ya poseedor de un estilo propio, capaz de asombrar a maestros y profanos, si aprendía todas las reglas técnicas que rigen la armonía, el contrapunto y la composición, se abstendría de violar una serie de reglas que Ñico, olímpicamente, viola con una libertad que lo hace conseguir efectos, cadencias y modulaciones inusitadas y hallar soluciones de gran belleza y originalidad mediante recursos que las normas prohíben expresamente. Entonces dejaría de ser Ñico Rojas.
A la coincidencia de opiniones consignada puedo sumar la de Leo Brouwer, quien no cabía en sí de asombro y alegría al escuchar por primera vez un disco de Ñico. Enseguida comprendió que estaba violando las reglas de la composición guitarrística de modo creador y genial. Desde entonces Leo ha sido un consistente admirador de Ñico Rojas, como lo fuera también de Vicente González-Rubiera Guyún, el otro máximo innovador en el terreno de la guitarra popular cubana, para quien Leo escribiera el prólogo a su libro La guitarra: su técnica y armonía. El caso de Ñico Rojas, en definitiva, es ni más ni menos el mismo de todos los innovadores musicales que han abierto rumbos a la creación violando las reglas entonces consagradas, como es notorio en Mussorgsky y Debussy, por solo citar dos ejemplos típicos. Pero es necesario anotar un dato importante en la trayectoria de Ñico: su abandono de la composición de canciones para dedicarse a componer exclusivamente números instrumentales para guitarra sola. El propio Ñico Rojas nos afirma que dio ese paso aconsejado sobre todo por Guyún y Frank Emilio.
Rescate de la obra de Ñico
Fue precisamente Frank Emilio quien me dio a conocer los números de Ñico Rojas, allá por los años 50, y poco después conocí al autor, tanto a través de Frank, su “compadre”, como de sus hermanos Jorge y July, intérpretes del trombón y trompeta respectivamente, y con quienes toqué en una misma orquesta: Cubamar. Por supuesto que yo conocía “Mi ayer”, pero Frank Emilio me enseñó un mambo que me apresuré a transcribir para tocarlo con un grupo que formamos Frank y yo; se trataba de “Tony y Jesusito”, número que en su concepción, fraseo y estructura no se parecía a nada que yo conociera. ¿Quién me iba a decir entonces que sería precisamente Jesusito, uno de los hijos de Ñico a los que está dedicado este número, quien iniciaría más de veinte años después el rescate de la obra del padre? Porque hay que aclarar que ninguno de los instrumentales para guitarra de Ñico Rojas estaba escrito; todo estaba en su memoria.
“Lo realizado por Ñico en la guitarra en ese LD no tenía antecedentes en la música cubana”
Doce de esos instrumentales fueron grabados en 1964, en un Larga Duración (LD) con el sello de la EGREM, interpretados por el propio autor, naturalmente. El disco tuvo gran éxito en Cuba y en el extranjero, sobre todo en Checoslovaquia, y en Canadá durante la Expo-67 de Montreal. Gonzalo Roig dijo entonces que lo realizado por Ñico en la guitarra en ese LD no tenía antecedentes en la música cubana. A pesar de todo, por esa época comenzaron las desventuras de Ñico, debido a la artritis que le afectó las articulaciones de los dedos de las manos. Casi todos pensábamos que no podría tocar más y temíamos que su música, aparte de la grabación de 1964, cayera en el olvido. Por suerte el hijo tercero de Ñico, el ingeniero Jesús A. Rojas (Jesusito), había aprendido guitarra y memorizó nota por nota y acorde por acorde todos los números de su padre. A su vez, la obra singular de este compositor había interesado, entre otros, al guitarrista y profesor Martín Pedreira, quien se dio a la tarea de transcribir sus piezas. Como fruto de este trabajo la EGREM tiene en su poder para su eventual edición un libro con siete obras de Ñico Rojas, y ya Martín Pedreira ha transcrito otras siete.
A pesar de la artritis, el compositor pudo grabar un LD en 1977 con otros doce números instrumentales. Según Ñico, estas piezas “tienen menos elaboración que las del primer disco, aunque también sus melodías son muy espontáneas y tal vez más comprensibles para los que no son músicos ni guitarristas”. Me han contado que, en la grabación, el productor (que fue el director de orquesta y arreglista Tony Taño) y el sonidista no estaban conformes con la ejecución que hizo Ñico de una de las piezas, que tenía peculiares dificultades técnicas, sobre todo tomando en cuenta su problema de artritis. Querían que repitiera la grabación. Por suerte, se encontraba en el estudio Carlos Emilio Morales, guitarrista de Irakere y admirador de Ñico, y les advirtió: “No vayan a borrar eso; nunca van a lograr una versión con más swing.” Y se quedó la versión. Ya grabadas 24 piezas instrumentales para guitarra, prosigue la labor de transcribir y editar el resto de la obra de Ñico Rojas, tarea nada fácil, pues en total son 68.
De Matanzas me han dado un recado
Nos contaba Ñico que aparte de sus influencias provenientes de la música clásica, del son, el danzón y la trova, tuvo gran peso en su formación el hecho de que en 1945 fuera a trabajar a Matanzas, donde lo dejamos unas cuartillas atrás, para recordar ahora que permaneció allí hasta 1970. Vivió 25 años en la provincia del danzón, la rumba, el danzonete… No podía mantenerse sordo a lo que sonaba a su alrededor. Sin embargo, escribí en otra ocasión, el mismo Ñico me lo recuerda ahora, que a pesar de ser un profundo conocedor de los más diversos ritmos y modalidades de nuestra música popular, siempre en su obra hay una reminiscencia del filin. Creo que esa es una de las claves de su estilo, y me permito comparar mi apreciación con la que hace Ñico al referirse a su encuentro con Aida Diestro, fundadora del cuarteto Las D’Aida. A pesar de escucharla tocando el órgano y acompañando a un coro que cantaba música religiosa en un templo protestante, detectó que Aida “increíblemente introducía el filin en sus acompañamientos”.
“Tuvo gran peso en su formación el hecho de que en 1945 fuera a trabajar a Matanzas”
Volviendo a Matanzas, donde “existe una tradicional afición por la música y por la poesía” (palabras de Ñico Rojas, no me vayan a achacar mi ascendencia paterna matancera), allí también conoció nuestro guitarrista a dos músicos luego muy destacados: Felipe Dulzaides e Ildefonso Acosta. Cuando escribimos recientemente para Revolución y cultura sobre Felipe Dulzaides, desconocíamos una anécdota que nos cuenta Ñico de cuándo y cómo conoció a Felipe, quien tenía un grupo en Matanzas “que tocaba de afición ritmos de son y rumba acompañado de muchos instrumentos de percusión”. El cantante era Gilberto Aldanaz, luego director y fundador del cuarteto vocal Los Modernistas. En esa época Aldanaz trabajaba como profesor de inglés, mientras Felipe era “administrador de una fábrica de chocolates que dirigía a la perfección, y también un pelotero que bateaba tremendamente bien y con fuerza de jonronero, pero se le escapaban muchas pelotas y comprendí que su destino era ser músico notable”.
Para no alargar la historia, diré solamente que fue Ñico Rojas quien reunió a Felipe con los hermanos Nolo y Frank Llópiz, quienes estaban tratando de formar un grupo diferente en La Habana —los dos eran ingenieros y amigos de Ñico—; de ahí surgió el grupo Llópiz-Dulzaides, exitoso pero de corta duración y recordado hoy ante todo porque dio a conocer a Felipe. Otro músico que conoció Ñico en Matanzas fue el guitarrista Ildefonso Acosta, a quien estimuló y ayudó en sus inicios. Hoy Ildefonso es uno de los guitarristas cubanos que más incursionan en la música de Ñico, y a semejanza de este, en nuestra música popular.
La música de Ñico Rojas
Hemos recalcado que Ñico Rojas domina absolutamente todos los géneros populares de nuestro país: guajira, son, danzón, mambo, rumba, bolero, todo ello matizado por su orgánica vinculación al movimiento y el estilo del filin.
Nos faltaba decir que una gran parte de su obra refleja el amor y la amistad desde los propios títulos de las piezas. Ejemplo mayor de esto es, por supuesto, “Guajira a mi madre”, que fue declarada pieza obligatoria para el próximo Concurso y Festival Internacional de Guitarra a celebrarse en 1990. También figura esta obra entre las siete que deberá editar la EGREM, junto a: “Lilliam”, “Guyún: el maestro”, “Retrato de un médico violinista”, “En el abra del Yumurí”, “Francito y Alfonsito”, y una moderna y sorprendente versión de “La guantanamera”.
“En estas obras hay emoción, vitalidad e intelecto”
Otras dos versiones de éxitos populares cubanos que Ñico Rojas ha sabido recrear de manera brillante son “El manisero” y “Tres palabras”. Por otra parte, en el último Festival de Bolero se editó un folleto titulado “Boleros de oro” que incluye 32 boleros compuestos entre 1900 y 1988, de otros tantos autores. En esta selección se encuentra “Mi ayer”, de Ñico Rojas. Recapitulando sobre la obra de Ñico y su multifacético enfoque de nuestros ritmos, citemos algunos títulos representativos: “Guajira a mi madre” (guajira), “Elegía a Benny Moré” (son montuno), “Saldiguera y Virulilla” (rumba), “Tony y Jesusito” (mambo), “Homenaje a Bebo Valdés” (mambo), “Pipo y Arcaño” (danzón), “Francito y Alfonsito” (chachachá), “Lilliam” (bolero filin), “Martica” (capricho), “Conversando con Nicolás Guillén” (fantasía), “Réquiem por Lázaro Peña” (fantasía), “Guyún: el maestro” (aire de vals), “Lay y Egües” (son montuno), “Qué linda es Matanzas” (fantasía rítmica), “Mi ayer” (canción filin) y “Elías, malogrado genio” (danzón).
La máxima fundamental del maestro Ñico Rojas parece ser “honrar honra”, y su obra toda es un homenaje cariñoso a sus familiares y amigos, un verdadero monumento al amor y la amistad. Los títulos sencillos y hasta ingenuos de sus obras para guitarra contrastan con la extrema complejidad del discurso musical y las insólitas sonoridades y secuencias armónicas y contrapuntísticas. Dos empeños le han caracterizado a través de todo su quehacer artístico: el de hacer sonar la guitarra como “una pequeña orquesta” y la perseverancia y voluntad de mantener su propio estilo. Pero, a pesar de las grandes dificultades técnicas que presentan sus obras para cualquier guitarrista, del profuso empleo de disonancias y las constantes sorpresas que nos ofrecen sus inusitadas modulaciones, variaciones de ritmo y tiempo, suspensiones y resoluciones inesperadas por poco usuales, escuchar una pieza de Ñico Rojas resulta siempre una experiencia agradable, hasta para el más simple de los neófitos. En estas obras hay emoción, vitalidad e intelecto, tres factores que debe reunir toda música y cuya combinación es tan rara como necesaria. A estos tres factores se une un cuarto aún menos fácil de definir, más inasible, para el cual no existen recetas posibles: el buen gusto. Por todo esto, la obra de Ñico Rojas se hará imprescindible en el repertorio guitarrístico, al que este maestro, partiendo de lo más raigal de nuestra música, ha hecho aportes de incalculable valor. Si me encontrara haciendo el preámbulo a un recital, solo me faltaría decir: Señoras y señores, he terminado. Ahora, en la guitarra, Ñico Rojas.
Tomado de Elige tú, que canto yo (Ediciones Unión, La Habana, 2014, pp. 140-155), publicado en Revolución y Cultura, no. 2, La Habana, febrero de 1990.