Exrepresentante de Estados Unidos en La Habana: “Cuba debe también tener el derecho de criticar a los Estados Unidos”.
El historiador francés Salim Lamrani entrevista a Michael Parmly, jefe de la Sección de Intereses de Estados Unidos en Cuba entre 2005 y 2008. Esta entrevista fue publicada el 7 de julio en OpenEdition Journals, con anterioridad a la actual escalada de agresiones desde ese país contra la Isla, pero aporta elementos muy interesantes sobre las relaciones bilaterales.
Diplomático de carrera, con una experiencia de más de tres décadas, Michael E. Parmly fue nombrado a la cabeza de la Sección de Intereses Norteamericanos de La Habana de 2005 a 2008, durante la administración de George W. Bush, en un período en que las relaciones entre ambos países eran particularmente tensas, a causa del enfoque hostil que adoptó la Casa Blanca contra Cuba.
En efecto, durante los ocho años de los dos mandatos republicanos, Washington acrecentó las sanciones económicas contra la Isla y adoptó en mayo de 2004 y julio de 2006 toda una serie de medidas —cuyo objetivo declarado era derrocar al Gobierno cubano— que afectaban principalmente a la población cubana. La medida más emblemática, denunciada desde ambos lados del estrecho de la Florida, era la que limitaba los viajes familiares de la comunidad cubanoamericana hacia la Isla a dos semanas cada tres años, en el mejor de los casos. En efecto, para poder conseguir la autorización de visitar a los familiares en Cuba, hacía falta demostrar que se tenía a un miembro “directo” de la familia en el país de origen. La administración de Bush había redefinido de modo muy restrictivo el concepto de “familia”, limitándolo a los abuelos, padres, hermanos, esposos e hijos. Así, un cubanoamericano de Miami que tenía una tía en La Habana no podía viajar a la Isla, ni siquiera catorce días cada tres años. Del mismo modo, las remesas a los miembros de la familia —en la nueva definición estrecha— se limitaban a 100 dólares por mes, mientras que constituían la segunda fuente de ingresos del país.
A su llegada a La Habana, al intentar comprender mejor la idiosincrasia cubana, Michael Parmly se desmarcó un poco de su predecesor James Cason, cuya actitud, que las autoridades cubanas juzgaron como provocadora, estaba alejada de las exigencias de la diplomacia tradicional y de los principios de la Convención de Viena.
También profesor en estudios de Seguridad Nacional en el National War College, Michael Parmly se ha pronunciado a favor de una normalización de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, y ha publicado un estudio sobre Guantánamo, en el cual invita a Washington a devolver la base naval a Cuba. En estas conversaciones, el diplomático, ahora jubilado, comparte su punto de vista sobre las relaciones conflictivas entre ambos países.
Salim Lamrani: Señor Embajador, usted es diplomático de carrera con una larga experiencia, ¿podría hablarnos un poco de su trayectoria?
Michael Parmly: Primero, le agradezco la promoción. El hecho es que jamás tuve el rango de embajador, sino solo el nivel. En efecto, el Senado nunca confirmó mi nombramiento pues no teníamos relaciones diplomáticas con Cuba. Aunque todo el mundo me llama Señor Embajador, no tengo el título.
Mi carrera como diplomático duró 34 años. Integré el cuerpo diplomático el 29 de junio de 1977, para ser preciso, y me jubilé el 30 de noviembre de 2010. Durante este período ocupé varios cargos en Europa occidental, en Europa oriental —Romania, en los Balcanes, Bosnia y más tarde en Kosovo—, en Marruecos y en Cuba, para coronar todo eso. También estuve en función en Washington cinco veces durante mi carrera.
Podría dividir mi carrera en tres etapas: antes de Bosnia, después de Bosnia y Cuba. Antes de Bosnia tuve una trayectoria tradicional, ocupé cargos clásicos y aprendí mi oficio. Después de Bosnia descubrí otro tipo de diplomacia y a partir de allí ocupé cargos de dirección, como embajador o director. Finalmente el cargo en Cuba, que era algo excepcional.
Usted estuvo en La Habana como jefe de la Sección de Intereses Norteamericanos entre 2005 y 2008 bajo la administración de Bush, en una época en que las relaciones entre ambos países eran tensas. ¿Cuál era su relación con la Isla antes de su salida hacia Cuba y qué conocimiento tenía usted de este país?
Le voy a confesar algo. Llegué a La Habana el 15 de septiembre de 2005. Pero no era la primera vez que visitaba la Isla. Pasé el verano de 1959 en Cuba con la familia, es decir, justo después del triunfo de la Revolución de Fidel Castro. Pasé el verano con mis primos, mis tías y mis tíos en La Habana, Matanzas y Varadero.
Yo no hablaba ni una palabra de español en aquella época, pero veía que estaba ocurriendo algo excepcional. No era solo porque los hombres llevaban una barba y un uniforme, sino porque por la noche yo escuchaba las conversaciones de mis tíos y de mis tías, que se estaban preguntando lo que había que hacer.
Como embajador hablaba bastante bien el español. Había sido profesor de español para pagar mis estudios doctorales y tenía entonces un buen conocimiento técnico del idioma de Cervantes. En cambio, no era el caso de mi equipo, y les reproché a mis colegas el hecho de que no hablaran suficientemente bien el castellano. Los incité entonces a que salieran de las oficinas y fueran al encuentro de los cubanos para aprender la lengua.
Antes de llegar a Cuba yo había dirigido la División de Derechos Humanos en el Departamento de Estado. En cualquier lugar del mundo donde había un problema de los derechos humanos, mi división se ocupaba del tema. Entonces yo tenía muchos contactos con la realidad cubana.
¿En qué consistía su misión en Cuba? ¿Cuál es el papel de un diplomático en función en un país que mantenía relaciones complicadas con los Estados Unidos?
Complicado es una palabra muy cubana. Si un cubano le dice “es complicado”, eso significa que es realmente el caso. Desde un punto de vista formal yo estaba a cargo de 51 diplomáticos de carrera, de profesionales. Contraté a una quincena de personas, pues teníamos mucho trabajo, principalmente a las parejas de los diplomáticos en función. Por otra parte, yo tenía a mi disposición a más de 320 cubanos que no eran mis empleados, sino los del Gobierno cubano, para ayudar la misión de la embajada americana.
Tuve una conversación con la secretaria de Estado Condoleezza Rice alrededor de dos meses después de mi llegada a La Habana. Me dijo textualmente lo siguiente: “Michael, yo no quiero que hagas de Cuba una cuestión de política interior americana. Quiero que hagas política exterior en Cuba”. Esta declaración de Condoleezza Rice era muy importante para mí. Mis predecesores habían interpretado su papel como el de representante de Miami, de la comunidad cubana de Estados Unidos. Pero Condoleezza Rice me dijo, en presencia de testigos, que quería que yo hiciera de La Habana un cargo normal, es decir, que me ocupara de política exterior.
“Estimé que mi papel era comprender a los cubanos”.
Había otras opiniones en el seno de la administración de Bush, y el símbolo de eso era el letrero. Algunas personas del Gobierno de Bush tuvieron la idea de instalar un panel luminoso que difundiera constantemente mensajes, de día y de noche. Usted se puede imaginar la reacción de Fidel a este letrero. Fue la única vez que vino a la embajada americana y les dijo textualmente a sus guardias: “Quítenme eso”. Como se trataba de la representación diplomática de Estados Unidos, los guardias no tenían acceso y el panel luminoso se quedó allí. Sin embargo, modifiqué el contenido de los mensajes del letrero durante mi estancia, pues pensando en las palabras de Condoleezza Rice estimé que mi papel era comprender a los cubanos.
Los diplomáticos americanos tenían un papel muy importante, ya que éramos los únicos americanos en tener un contacto con el pueblo cubano. Había que escuchar y comprender a los cubanos, ya que nadie en el Gobierno americano tenía esa capacidad. Había visitas oficiales de vez en cuando, pero era algo muy excepcional. Yo quería entonces comprender a los cubanos y transmitir mis conocimientos a Washington, para que el gobierno entendiera al país. Mi presidente George W. Bush no comprendía lo que pensaba en Cuba y fue gracias a nosotros que entendió mejor la Isla.
¿Acaso recibió usted durante su mandato como embajador órdenes con las cuales estuvo en desacuerdo?
Hay que saber algo a propósito de los diplomáticos americanos: somos muy disciplinados, tanto como los militares, aunque tenemos mucho más flexibilidad y posibilidades de diálogo. Siempre tuve la posibilidad de dialogar con mis superiores. Hubo dos jefes que admiré mucho: Hillary Clinton y Colin Powell. Además, Colin Powell, que era secretario de Estado bajo George W. Bush, me eligió para el puesto en La Habana. El primer día, cuando vino al Departamento de Estado, dijo lo siguiente: “Hay que saber algo de mí. Yo me enojo rápidamente, pero me sereno rápidamente también”. Lo que él quería decir era que, durante una discusión, en caso de desacuerdo, el interlocutor no debía ceder en su posición, sino al contrario, exponer sus argumentos. Condoleezza Rice e Hillary Clinton tenían la misma actitud y estaban abiertas al diálogo. Tuve la suerte en mi carrera de diplomático de tener a jefes que estaban a favor del diálogo. Entonces no puedo decir que recibí una orden con la cual yo no estaba de acuerdo.
Cuando me nombraron en La Habana yo sabía que había en el Departamento de Estado la idea de instalar el panel luminoso, el letrero, en la embajada. Yo sabía que no iba a ser del agrado de los cubanos. Tenía la siguiente elección: negarme a instalar el letrero o elegir el contenido de los mensajes. Si yo hubiera escuchado la línea dura de la Casa Blanca bajo George W. Bush, habría puesto los eslóganes más insultantes, pero como yo era el jefe de misión, me tocaba decidir el contenido. Me criticaron de modo severo en el Departamento de Estado. Una vez incluso me llamaron a Washington para consultas y me dijeron: “¿Parmly, por qué no pones eslóganes más radicales en el letrero?”. Respondí que yo sabía comunicarme con los cubanos y que sabía lo que podía lesionar o no su sensibilidad. Entonces di la orden de que fueran exclusivamente los diplomáticos jóvenes, que iniciaban su carrera, los que se encargaran de los mensajes. Yo tenía el derecho de veto. Si me hubieran sugerido algo provocador no lo hubiera aceptado. Pero nunca fue el caso. Habían comprendido mi manera de gestionar las relaciones con Cuba y nunca propusieron mensajes provocadores. Por ejemplo, poníamos siempre los resultados de los partidos de baseball americanos, pues a los cubanos les encanta este deporte.
Cuando me criticaron en Washington yo sabía que tenía el apoyo de Condoleezza Rice. Un día un diputado cubanoamericano fue al Departamento de Estado para criticar una de mis acciones en La Habana. Condoleezza Rice le respondió entonces textualmente: “Si Michael lo hizo de esta manera es porque era la manera adecuada”. Que la Secretaria de Estado respondiera en esos términos a un diputado americano era todo el apoyo que me hacía falta.
En una palabra, nunca recibí una orden que me hubiera podido llevar a desobedecer, pues siempre mantuve un diálogo con mis superiores.
¿Temió alguna vez por su seguridad como embajador en Cuba?
No, de verdad. Teníamos tres niveles de protección. Había los guardias cubanos que contratábamos y que eran nuestros empleados. Había los guardias del Gobierno cubano, que eran miembros de las brigadas especiales. Había también doce marines que protegían la embajada, no a los diplomáticos, sino los equipamientos, los secretos, etcétera.
Hubo un incidente un día. Si mi memoria no me falla fue el 13 de agosto de 2006. El 31 de julio de 2006 Fidel Castro anunció que se retiraba del poder después de su enfermedad. El 13 de agosto es la fecha del cumpleaños de Fidel y el Gobierno cubano organizó una gran fiesta delante de la embajada para mostrar su lealtad al jefe. Por mi parte, yo quería ver cuál era el grado de entusiasmo de los cubanos hacia Fidel y si iban a celebrar su cumpleaños en la Tribuna Antimperialista situada frente a la embajada, la cual era una manera de responder al letrero.
Entonces fui, vestido de modo informal, más para escuchar a la gente presente que para escuchar música. Un cuarto de hora después de mi llegada una periodista holandesa me vio y le pidió a su camarógrafo que me filmara. De repente, me rodeó una jauría de fotógrafos y no me sentí muy seguro. Sabía, sin embargo, que había guardias cubanos que vigilaban lo que yo hacía, me seguían, sabían dónde me encontraba y con quién hablaba. Todo el mundo los conoce en Cuba y sabe que hay que tomarlos en serio. Esos guardias vestidos de civil, con guayabera, con un auricular, se acercaron a mí, apartaron tranquilamente a la gente y me preguntaron con una cortesía extrema: “Señor, ¿quiere usted que lo acompañemos a su coche?”. La gente no me hubiera hecho ningún daño, pero había un fenómeno de muchedumbre que podía ser peligroso y acepté que me acompañaran hasta mi coche.
Un día me encontraba en la Casa Blanca, en la Oficina Oval, con George W. Bush. Me dijo: “Debe ser terrible para ti allí”. Yo le respondí que no. Me contestó: “¡Pero, todo el mundo me dice que es hostil!”. Le dije que la gente era hostil si éramos hostiles con ellos. Si uno los escucha, no es el caso. Había gente que estaba enojada conmigo en Cuba, pero nunca hasta el punto de amenazarme físicamente.
Estuve en Afganistán, en Kandahar, durante cuatro meses, y allí había peligro, pues no se controlaba la situación. En Cuba el gobierno controla la situación. Es una de las ventajas de un Estado totalitario. Permítame explicar el término: ¿Qué significa “totalitario”? Significa que la totalidad de lo que pasa en la Isla está controlada por el Estado. Pero lo que puedo decir es que el pueblo cubano se caracteriza por su espontaneidad. Si los cubanos son disciplinados es porque lo han decidido, no porque se trata de una solicitud del Gobierno. Son demasiado espontáneos para eso. Son disciplinados porque lo han decidido ellos mismos.
¿Qué mirada tiene de la sociedad cubana que usted conoció durante su misión? Según usted, ¿cuáles son los aspectos positivos y los puntos negativos?
Los cubanos son muy espontáneos, y eso me gustaba mucho. Me decían lo que pensaban. Por más que se diga que es un Estado totalitario, los cubanos son tan espontáneos que dicen lo que piensan. A veces eso me dolía, pero yo sabía que eran honestos conmigo.
Los cubanos son muy cultos. Sean jóvenes o ancianos, sean pobres o ricos, tienen una cultura sumamente amplia, mucho más que cualquier otro país de América Latina. México, que tiene una gran cultura y una gran historia, se acerca un poco a este nivel. Los cubanos son conscientes de ello. Están orgullosos de tener este nivel de conocimiento en artes, en música, en literatura. Al respecto, mi autor favorito en el mundo entero es Leonardo Padura. Es un cubano que vive en la Isla y que publica libros formidables. La cultura cubana es muy rica. Por otra parte, mi casa en Suiza, cerca de Ginebra, está decorada con arte cubano. Uno de mis mejores amigos es un pianista cubano. Muchos de los mejores artistas, los mejores músicos, los mejores bailarines y los mejores escritores están en Cuba. Los cubanos naturalmente se sienten orgullosos de eso.
“Los cubanos son muy cultos. Sean jóvenes o ancianos, sean pobres o ricos, tienen una cultura sumamente amplia”.
¿Qué piensa usted del nivel de vida de los cubanos?
Es difícil ser cubano hoy en día. El período especial no tiene nada que envidiar al período actual. Nosotros, los Estados Unidos, somos en parte responsables de esta situación, pero no somos los únicos responsables. Pienso que el Gobierno cubano se encuentra en la buena dirección, pues deja que la gente desarrolle la economía a su manera. Los cubanos son buenos emprendedores. Raúl Castro abrió la vía cuando autorizó al inicio 14 categorías de iniciativa privada. Hoy casi toda la economía y todas las profesiones están abiertas a la iniciativa privada. Pienso, sin embargo, que el control de la economía por el Gobierno limitó la iniciativa privada. La situación en Cuba es complicada —para retomar un término usado por los cubanos. Ellos no se quejan y no lloran sobre su suerte, porque no es su temperamento, pero van a decir “es complicado”. Frente a cada situación complicada los cubanos tienen la capacidad de “resolver”, otro término que usan mucho, es decir, encontrar una solución, arreglárselas. Cada cubano resuelve y no se queja.
¿Qué mirada tiene justamente sobre el pueblo cubano?
Le voy a hacer otra confesión: soy un cuarto cubano. Mi abuela materna era cubana. Tenía como primo a uno de los héroes de la Revolución de 1933. Según mis amigos cubanos, si pude hacer lo que hice en la Isla, fue porque Fidel estaba al tanto de mis raíces cubanas. No sé si es verdad o no. Fidel Castro tenía una gran admiración —la expresó varias veces— por el primo de mi abuela, Antonio Guiteras, que era presidente del sindicato de los estudiantes cubanos de la época y que desempeñó un papel importante en el derrocamiento del dictador sanguinario Gerardo Machado. Luego ocupó el cargo de Ministro de Interior —Ministro de Gobernación— en el gobierno de los Cien Días.
Leí su historia antes de tomar mi cargo en Cuba. Antonio Guiteras fue asesinado por Fulgencio Batista, porque Guiteras era la principal figura capaz de impedir el ascenso de Batista hacia el poder. Guiteras era un revolucionario católico.
Para un gran parte de la opinión pública, la permanencia del conflicto entre Cuba y los Estados Unidos es difícilmente comprensible en el siglo XXI, más de treinta años después de la desaparición de la Unión Soviética. ¿Cuáles son, según usted, los verdaderos motivos de este diferendo que dura desde hace más de seis décadas?
Yo intenté encontrar una respuesta a eso durante los tres años de mi estancia en Cuba, y le debo confesar que todavía hoy esta cuestión me deja perplejo.
Permítame darle mi opinión, a título personal y no como exdiplomático. Desde el inicio de nuestra historia, es decir, desde finales del siglo XVIII, hubo en los Estados Unidos americanos que querían dominar la Isla y hacer de Cuba un Estado de la Unión. La gente del sur quería que Cuba fuera un Estado de esclavos. Recordemos que existía todavía la esclavitud en los Estados Unidos, antes de la guerra civil. John Quincy Adams, que sería después presidente de los Estados Unidos, elaboró la teoría de la “fruta madura” en 1823 y predijo que Cuba caería en la faltriquera americana. ¿Acaso se puede decir a otro que su país no vale nada y que va a ser absorbido?
“Lo que caracteriza a los cubanos es el orgullo y el carácter”.
Los cubanos, conscientes de ello y orgullosos de sí mismos, se negaron a someterse. Todavía hay americanos que piensan que Cuba debe someterse a la voluntad americana, pero no es la voluntad de la mayoría de los cubanos. Hay algunos cubanos que están dispuestos a someterse a la voluntad americana, pero son muy pocos. Los cubanos se sienten muy orgullosos de lo que son. Lo que caracteriza a los cubanos es el orgullo y el carácter.
Lamentablemente, todavía esta mentalidad está presente entre algunos americanos.
¿Qué mirada tiene sobre las sanciones impuestas a Cuba durante la administración de Bush?
Las sanciones de 2004 eran severas y se explicaban por el contexto político americano. Había una elección presidencial. Había un elemento de la línea dura del Partido Republicano que había declarado que si Bush deseaba volver a ganar la Florida, había que imponer una ley severa contra Cuba. La política americana se volvió entonces más severa. Tuve la mala suerte de llegar unos meses después de la imposición de esas medidas.
Condoleezza Rice era asesora para la Seguridad Nacional durante el primer mandato de Bush. Se volvió Secretaria de Estado durante el segundo mandato, cuando se adoptaron las normas más duras contra Cuba, pero descubrí que no estaba a favor de ello.
Bush tampoco tenía un conocimiento real de Cuba. Me acuerdo que me hacía preguntas raras sobre la Isla. Entonces le dije: “Usted debe visitar Cuba”. Me miró con ojos grandes y le dije que se podía hacer de modo virtual, por internet. Le hice visitar la Isla cinco veces y le encantó. La opinión de George W. Bush respecto a Cuba evolucionó enormemente durante su presidencia. Soy testigo de ello. La única condición impuesta a esas visitas virtuales era que yo no podía mencionarlas públicamente, pues estábamos preocupados por la reacción de los cubanoamericanos. Era un motivo relativo a la política interior. Temíamos disgustar a los republicanos de Florida.
Laura Bush, su esposa, había escuchado decir que los profesores y maestros en Cuba eran brillantes. Expresó entonces el deseo de intercambiar con ellos de modo virtual y le puedo afirmar que le encantó el encuentro.
En 2014 el presidente Obama, siguiendo los pasos de James Carter, decidió establecer un diálogo histórico con Cuba, el cual desembocó en muchos avances. ¿Podría usted decir una palabra sobre el tema y explicarnos por qué hubo que esperar tanto tiempo para proceder a este acercamiento?
Obama llegó con un pensamiento distinto sobre Cuba, como fue el caso de Jimmy Carter que quería restablecer relaciones diplomáticas. Carter tomó su cargo el 20 de enero de 1977 y abrió una Sección de Intereses en La Habana ese mismo año, estableciendo así una presencia americana oficial en Cuba. La idea era transformar luego la Sección en una embajada. Eso no se pudo materializar por varias razones.
“La política americana hacia la Isla era un error que convenía subsanar”.
Obama retomó la antorcha y decidió establecer formalmente relaciones diplomáticas, en concertación con los cubanos en 2016. Obama estaba convencido de que la política americana para con Cuba era un error y deseaba cambiar eso. De algún modo, mi estancia entre 2005 y 2008 echó las bases de la llegada de Obama a la Casa Blanca, pues yo quería tener contactos con el pueblo cubano y el presidente Obama también deseaba que los diplomáticos en cargo en La Habana tuvieran contactos con la población de la Isla.
¿Por qué hubo que esperar tantos años? Es una buena pregunta. La política americana hacia la Isla era un error que convenía subsanar.
En cambio, la administración de Trump optó por un cambio total en la política hacia Cuba y volvió a un enfoque más hostil. ¿Qué opinión tiene sobre el mandato de Donald Trump en general y más particularmente sobre su posición respecto a la Isla?
Le confieso que nunca me ha caído bien Trump. Trabajé a favor de la campaña de Joe Biden para conseguir la salida de Trump. El expresidente habla out of both sides of his mouth, como se dice en inglés, es decir, que dice una cosa y la contraria. De todas formas, no tengo autoridad para hablar de él, porque nunca nos hemos encontrado. Conviene entonces tomar mis palabras con prudencia.
Inicialmente, Donald Trump quería hacer negocios con Cuba. Como solo piensa en sí mismo, quería construir hoteles en Cuba y exploró las posibilidades en este sentido antes de su elección. Cuando llegó a la Casa Blanca procedió a un cambio total pues estimó que la Florida era importante para él desde un punto de vista electoral y deseaba tener el apoyo de la comunidad cubanoamericana. Entonces identificó a algunos grupos de esta comunidad, es decir, a la parte más conservadora, y decidió adoptar una posición extremista que respondía a los intereses de esa franja. En mi opinión fue un error.
La arrogancia de Donald Trump lo lleva a pensar que puede dar órdenes a los cubanos y —como soy un cuarto cubano— no lo puedo aceptar.
¿Qué piensa usted del estado actual de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos? ¿Cuál debería ser el enfoque del presidente Joe Biden hacia la Isla?
El potencial entre ambos países es enorme. Biden declaró que corregiría los errores de Trump, y es una de las razones por las cuales le he brindado mi apoyo. Pienso que lo va a hacer. Tiene cierta sensibilidad y no tomará decisiones que Cuba no va a aceptar. Creo que Joe Biden se preocupa por el pueblo cubano. El centro de gravedad —como se dice en teoría de las relaciones internacionales— debe ser el pueblo cubano, y es lo que ha declarado varias veces. Al mismo tiempo, Joe Biden sabe que no es todopoderoso. Trump pensaba serlo. En el senado americano hay paridad entre demócratas y republicanos.
Además, la Comisión de las Relaciones Extranjeras del Senado la dirige Bob Menéndez, al que conozco muy bien. Cada vez que yo viajaba a Washington desde La Habana él me recibía en su oficina. Es una persona muy inteligente. Es un cubanoamericano, pero no nació en la Isla. No pienso que él haya visitado Cuba. Es más bien partidario de la línea dura en cuanto a las relaciones con La Habana. No es tan extremista como la rama conservadora del Partido Republicano, cuya posición es desastrosa. Pero Bob Menéndez es, sin embargo, conservador y ocupa el cargo de Presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado.
Conviene recordar, no obstante, que un senador del Delaware, Joe Biden, ocupó este cargo. Es consciente del poder del Presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado. Biden va a modificar el estado de las relaciones con Cuba, pero actuará con prudencia, paso a paso. No espero un cambio radical de la política americana de un día a otro.
Me han solicitado para que yo comparta mis ideas sobre el tema y mandé entonces una nota a Washington. He identificado algunos aspectos importantes. El primero tiene que ver con la presencia diplomática americana en Cuba. Es simbólico, pues una embajada trabaja y escucha. Fui diplomático durante 34 años y me encantó mi trabajo, porque permite comprender a los demás pueblos, a los vecinos. Si Joe Biden quiere comprender al pueblo cubano, debe tener un contacto con La Habana. No podrá avanzar sin el acuerdo de los cubanos. El segundo aspecto es la base naval de Guantánamo.
Usted trabajó justamente sobre la cuestión de la base naval de Guantánamo. ¿Cuál debería ser la actitud de la Casa Blanca sobre este tema?
Redacté efectivamente un trabajo sobre Guantánamo en la época en que Barack Obama era presidente de los Estados Unidos, y Raúl Castro presidente de Cuba. Estos dos hombres eran capaces de entenderse y de dialogar. Tomamos posesión de Guantánamo en 1901 y fue un error, un gran error. En la época Cuba estaba ocupada por las tropas americanas. Los Estados Unidos habían declarado que solo retirarían sus tropas del suelo cubano si la Asamblea Constituyente aceptaba integrar la Enmienda Platt a la Constitución. Esta enmienda estipulaba, entre otras cosas, que correspondía a los Estados Unidos decidir la política exterior de Cuba. El artículo 8 de este texto estipulaba también que Cuba tenía que entregar a Washington bases en su territorio. Era la condición para poner fin a la ocupación. Los cubanos no querían integrar la Enmienda Platt, pero finalmente tuvieron que aceptar, con una corta mayoría de 16 votos contra 11. No era una gran mayoría. Los cubanos se dieron cuenta de que la única manera de liberar al país de la presencia de las tropas americanas era aceptar la Enmienda Platt. En 1934 el presidente Franklin Roosevelt adoptó otro enfoque para con Cuba y abrogó la Enmienda Platt que permitía a los Estados Unidos tener el control sobre la política exterior de Cuba, salvo el artículo 8, relativo a la base de Guantánamo.
Entonces, nuestra presencia en Guantánamo no es legítima. Es mi opinión personal, pero estoy convencido de que la historia me da la razón. Me había jubilado cuando redacté este artículo. No lo habría podido hacer si hubiera estado todavía en servicio activo. Una persona que trabajaba en la Casa Blanca en esa época —no la voy a nombrar— me dijo lo siguiente: “Michael, no abandones nunca tu idea sobre Guantánamo”. Llegará el día en que los Estados Unidos saldrán de Guantánamo, pero desgraciadamente será demasiado tarde. Nuestra presencia no es legítima.
¿Por qué tenemos bases militares en el exterior? Hay un objetivo muy preciso. ¿Cuál era la idea en 1901? En esa época necesitábamos una estación naval para abastecer nuestros barcos de combustible. Pero hoy día los barcos americanos ya no funcionan del mismo modo. Luego, necesitamos un lugar para acoger a los refugiados que interceptábamos en alta mar, pero ahora tenemos un acuerdo con Cuba que nos permite devolver a los refugiados cubanos a su país. Entonces ya no necesitamos una base para eso. La presencia americana puede proyectarse de otro modo, no con una base militar. ¿Por qué mantenemos esta base? No lo sé. Quizás por una cuestión de orgullo.
¿Qué otros aspectos mencionó usted en la nota que mandó a la administración de Biden?
La situación del pueblo cubano interesa mucho a la administración de Biden. Las relaciones entre los gobiernos son importantes, pero la diplomacia evoluciona. Entonces es interesante saber cuál es el sentimiento del pueblo. En este momento el pueblo cubano, sufre y hay que facilitar el envío de remesas de la comunidad cubanoamericana hacia la Isla.
La cuestión migratoria también es importante. Habría que volver a una política migratoria humanitaria. Los Republicanos intentan instrumentalizar eso a ultranza, y Biden naturalmente se muestra prudente sobre este tema. En el gobierno se encuentran personas competentes como Alessandro Mallorcas, ministro de Seguridad Interior, que nació en Estados Unidos de padres cubanos y que tiene sensibilidad por esta cuestión. Puedo también mencionar a Roberta Jacobson, que es miembro del Consejo de Seguridad Nacional encargada de la Frontera Sur. Es una amiga por quien tengo una profunda admiración, que fue embajadora en México y que conoce el tema cubano. Ricardo Zúñiga, que estuvo en función en la Sección de Intereses Norteamericanos en La Habana, es ahora un enviado especial de la administración de Biden para el Triángulo del Norte (México y América Central), encargado entre otros asuntos de la problemática migratoria. Tiene un profundo conocimiento de Cuba. Ello me lleva a pensar que esta cuestión debería ser bien gestionada.
Los Estados Unidos declaran que su prioridad en Cuba es la democracia y los derechos humanos, pero pocos observadores están realmente convencidos de este argumento que parece ser utilizado con geometría variable. ¿Cuál es su punto de vista sobre este tema?
Yo estuve a cargo de la política americana sobre la cuestión de los derechos humanos y es un tema muy importante para mí. En mi opinión, hay derechos humanos que no se respetan en Cuba. Estoy convencido de que eso está evolucionando y que el gobierno actual está evolucionando sobre el tema. Pero Cuba no actuará porque los Estados Unidos le pongan el cuchillo en la garganta. Cuba actuará si ella misma lo decide y piensa que es lo mejor para el país. Acuérdese de lo que le he dicho sobre el orgullo de los cubanos.
“Los Estados Unidos no tienen entonces de qué vanagloriarse sobre la cuestión de los derechos humanos”.
Sin embargo, quisiera que nosotros diéramos prueba de consistencia sobre este tema. Si criticamos la política cubana en materia de derechos humanos, Cuba debe también tener el derecho de criticar a los Estados Unidos. Mire lo que pasó el 6 de enero de 2021 en Washington, con el asalto al Capitolio. Los Estados Unidos tampoco son irreprochables sobre el tema. Tenemos la base de Guantánamo y todo lo que pasa allí no se corresponde con la idea que podemos tener de la mejor democracia del mundo. También podemos evocar el asesinato de George Floyd. Los Estados Unidos no tienen entonces de qué vanagloriarse sobre la cuestión de los derechos humanos.
En mi opinión, es la Convención Internacional sobre los Derechos Humanos y la Declaración Universal de los Derechos Humanas de 1948 las que deben dictar la vía a seguir, y no la ley americana.
¿Piensa usted que algún día los Estados Unidos pondrán término a su política hostil hacia Cuba?
Como conozco a mi pueblo, temo que eso requiere tiempo. Los cubanos no son hostiles hacia los Estados Unidos. La mayoría de los americanos no son hostiles hacia Cuba. Pero hay un puñado de americanos, por diversos motivos, que son hostiles hacia Cuba. Eso va a durar. Como dirían los cubanos, “es complicado”.
“El papel de un diplomático es entender al pueblo del país en el que se encuentra”.
Esperemos que haya un regreso a una política como la de Obama, pues él entendió el alma cubana y eso se vio durante su viaje a la Isla en 2016. Por mi parte intenté comprender a los cubanos cuando estaba en función en La Habana. El papel de un diplomático es entender al pueblo del país en el que se encuentra. Desgraciadamente hay un puñado de americanos, con cierto poder, que no quieren comprender al pueblo cubano. Es la mentalidad de la Enmienda Platt de 1901 que quería dictarles su destino a los cubanos. ¿Acaso eso cambiará algún día? Ojalá, pero desafortunadamente yo conozco demasiado a mi pueblo.