El valor de las consecuencias

Karina Paz Ernand
15/1/2016

El arribo del siglo XXI significaría un punto de giro en la vida de Ana Margarita Moreno Plasencia. Sus estudios universitarios previos —muy alejados del mundo audiovisual—  se habían tornado insuficientes para la expresión de sus intereses espirituales y profesionales. Su graduación de la especialidad Dirección de Documentales en el Instituto Superior de Arte (año 2001) le abría las puertas a un universo de amplias potencialidades para encauzar su peculiar sensibilidad artística y humana.

A partir de entonces comenzó a introducirse en el fascinante universo de la publicidad, colaborando con prestigiosas disqueras cubanas y extranjeras. Sin embargo, es en otra esfera de su quehacer profesional donde considero radica su mayor aporte audiovisual, desde un punto de vista social y humano. Me refiero a su continuada labor con Organizaciones No Gubernamentales en Cuba, que desarrollan temas de protección ambiental, proyectos comunitarios y Género.

Tal es el caso del documental Consecuencias (2015/ 27 min.), que se exhibió en la Sección Latinoamérica en Perspectiva/ En Sociedad, en esta edición número 37 del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. Producido por Leucas Producciones, contó con la colaboración del Centro de Reflexión y Solidaridad Oscar Arnulfo Romero (OAR), la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación  (COSUDE) y la Asociación Cubana del Audiovisual (ACAV).

El poder social de la mostración

Uno de los testimonios reflejados —hace algún tiempo— por Ana Margarita en su documental ¿Los machos? despertó en la realizadora el interés por indagar en una de las zonas de conflicto generadas por la sociedad patriarcal en la que se desenvuelven nuestras vidas. Esta investigación daría paso al documental que hoy podemos visionar: Consecuencias.

“Un grupo de mujeres y hombres que cumplen condena por violencia de género reflexionan acerca de esta, sus causas y consecuencias, a partir de sus historias de vida, al tiempo que develan un complejo y desgarrador panorama sobre el que la sociedad cubana necesita pensar y tomar partido”. Así define la realizadora su documental desde la sinopsis. Pero me tomo la libertad de subrayar la frase final, porque considero que en ella radica el mayor valor de este material audiovisual: el poder social de la mostración.

La violencia intrafamiliar es una de las más silenciadas modalidades de violencia dentro de nuestra sociedad. Tiene sus raíces en una cultura patriarcal que genera relaciones de poder entre hombres y mujeres, donde las féminas terminan siendo las más afectadas. Las posiciones sexistas del machismo imperante, se introducen en el núcleo familiar desde nuestra historia, nuestras costumbres y nuestro modo de vida. Se trata de un complejísimo proceso de aprendizaje cultural, que a lo largo de los siglos ha perpetuado la equívoca concepción de la superioridad masculina, así como la naturalización de la sumisión femenina. Ello conlleva a la aceptación de “supuestas verdades” que se convierten en una suerte de “leyes naturales” y en torno a las cuales la sociedad y sus individuos tejen su experiencia vivencial…con mayor o menor fortuna.

El desempeño de roles de género “naturalmente asignados” (yo preguntaría: ¿por quién?) a hombres y mujeres dentro de la familia, la obediencia femenina como patrón a seguir, la aceptación de esta realidad como la alternativa para preservar la altamente valorada “unión familiar” (al menos en apariencia), así como la prejuiciada concepción del carácter estrictamente privado de lo que acontece dentro del hogar, complementan el conjunto de “verdades tácitas”, socialmente construidas y aceptadas, que favorecen la persistencia de la violencia intrafamiliar y la ausencia de una clara percepción del fenómeno por parte de los individuos que conforman nuestra sociedad cubana.

He ahí la importancia del documental Consecuencias, que trasciende las fronteras artísticas del audiovisual, para devenir documento-denuncia de este “complejo y desgarrador panorama” —como apunta la sinopsis— que merece ser visibilizado y concientizado. Sensibilizar es apenas un primer paso (aún insuficiente, pero necesario), para emprender el largo camino de la modificación de arraigados patrones de conducta, tradicionalmente establecidos en la sociedad, que en muchos casos son desencadenantes de situaciones de violencia en el seno familiar. Subrayo el macro-objetivo de la sensibilización, porque se convierte en uno de los elementos fundamentales que ha de colocar el tema en un sistema de prioridad o jerarquización, dentro de las políticas públicas de nuestro país.

Nuestra sociedad socialista ha mantenido, desde sus comienzos, la voluntad política de sustentar un proyecto de justicia social basado en la equidad para todos sus integrantes. Tanto el Código de Familia (1975) como la Constitución de la República (1976), explicitan el principio de protección del Estado a la familia, reconociéndola como la célula fundamental de la sociedad y atribuyéndole responsabilidades y funciones esenciales en la educación y formación de las nuevas generaciones. La Constitución dedica varios de sus artículos al derecho de todos los ciudadanos al disfrute de iguales oportunidades y al cumplimiento de iguales deberes; prohíbe y sanciona la discriminación y opresión por motivos de raza, color de la piel, sexo, origen nacional, creencias religiosas. Además, reconoce de manera explícita la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer, en lo económico, político, cultural, social y familiar.

Sin embargo, estas normativas legales que en su momento fueron reconocidas entre las más avanzadas del continente, están urgidas de una necesaria actualización en consonancia con los nuevos tiempos y los nuevos conocimientos dentro de los estudios de Género. Pero no basta con la actualización de las legislaciones y el sistema jurídico, sino que se hace urgente la sensibilización de las instituciones y las personas que llevan estas leyes a vías de efecto…incluso en las primeras instancias.

Comprender que la violencia va mucho más allá de la agresión física (aunque esta sea su manifestación más visible); que la violencia psicológica (gritos, desvalorizaciones, insultos, críticas permanentes), aunque no deje marcas corporales, provoca un progresivo debilitamiento psíquico en la persona que la recibe; que la violencia simbólica (que incluye todas esas supuestas “leyes naturales” construidas por una sociedad patriarcal) se recrudece desde su invisibilidad y naturalización en nuestras vidas cotidianas… son apenas algunos de los grandes retos en este complejo proceso de concientización social. Un documental como Consecuencias se convierte, entonces, en un arma invaluable dentro de este proceso, por el poder de seducción que posee la imagen audiovisual sobre el individuo, al tiempo que introduce la vivencialidad —despojada de innecesarios didactismos— de un fenómeno que pide a gritos le liberemos de su recinto silenciado.

Este documental, en la voz de los propios implicados en el fenómeno, devela verdades que hielan la sangre del más impávido de los espectadores; no por desconocidas, sino por la crudeza con la que se insertan dentro de los testimonios y por asestar un recio golpe a nuestras conciencias, que en ocasiones intentan “hacerse de oídos sordos”, como natural reacción humana de autoprotección ante circunstancias que nos cuesta trabajo asimilar. Como expresa la propia sinopsis: realidades sobre las cuales “la sociedad cubana necesita pensar y tomar partido”.

Las particularidades del denominado Ciclo de la Violencia, las causas sociales que lo potencian (entre ellas la existencia del machismo), los estereotipos de género provenientes de un aprendizaje cultural, son algunas de estas verdades. Al mismo tiempo, propone una mirada reflexiva sobre temas como la ausencia de una cultura de la denuncia (con frases insertas en el imaginario popular, tales como “Entre marido y mujer…”), las brechas aún existentes en cuanto a la protección o asistencia social hacia las víctimas de violencia en las familias, la falta de apoyo psicológico, las presiones y riesgos a que se ven sometidas las víctimas ante la simple posibilidad de ejercer una denuncia; aspectos que, inmersos en un entramado de revictimización, provocan efectos tan nocivos para la víctima como los que directamente se derivan del acto violento cometido contra ella…o incluso pueden generar nuevos y mayores actos de violencia.

Los hombres NO lloran…AGREDEN

Los orino a todos, me los como a todos; por algo
me dicen Boa, puedo matar a una mujer de un polvo
La ciudad y los perros
, Mario Vargas Llosa

La sociedad patriarcal ha condicionado, a lo largo de la historia, la creación de un sujeto masculino signado por los estereotipos; nuestro ámbito cubano no resulta ajeno a ellos. Apresados en una construcción de género que les ha sido impuesta como “orden natural”, los hombres edifican sus experiencias de vida en torno a un “deber ser” que determina su reconocimiento social.

Desde la infancia se les insta, constantemente, a demostrar una virilidad asociada a conceptos erróneos. De este modo quedan impresas en el imaginario popular, frases que repetimos hasta el cansancio, sin pensar en la verdadera connotación que poseen para los niños, en la construcción de la personalidad del hombre adulto en que han de convertirse. “Los hombres no lloran”, “¿Cuántas novias tienes ya?”, “Demuestra que eres un hombre”, “Los hombres no se dejan coger la baja”… son algunos de estos aprendizajes sociales imperceptibles, relacionados siempre con algún nivel de violencia física o psicológica, que van condicionando la visión que el niño tiene de sí mismo y de lo que de él se espera en el futuro.

Justamente es ese otro de los valores que hallamos en el documental de Ana Margarita. Habitualmente los audiovisuales (así como las campañas publicitarias de bien público, e incluso buena parte de las políticas públicas) centran su interés en la víctima del fenómeno de la violencia. Nos referimos a la mujer; porque, incluso cuando la mujer ha cometido un acto violento hacia un hombre, se le enfoca como víctima de un ciclo de la violencia que la condujo a tomar represalia contra su ofensor/agresor. Si bien es cierto que esa es una de las realidades más terribles e incuestionables de este fenómeno, resulta sintomática la escasa presencia de una  exploración desprejuiciada del “personaje victimario masculino” en el audiovisual. Salvo contadas excepciones, filmes, documentales y demás productos audiovisuales, abandonan a este personaje, tan interesante y necesario tanto desde el punto de vista dramatúrgico como social. Y no solo sucede en el audiovisual, sino que es un aspecto señalado como vulnerabilidad dentro de una gran parte de los estudios sobre violencia de género. ¿Qué logramos solo tratando el efecto, cuando obviamos ocuparnos de la causa que subyace en el fenómeno?

En Consecuencias encontramos a esos sujetos masculinos, que han sido condenados y encarcelados por cometer actos de violencia de género, pero que a su vez son víctimas de la violencia estructural de nuestra sociedad que los ha formado; una violencia aprendida, naturalizada e hilada en el tejido social. Lo mejor logrado en este documental de marcado carácter antropológico es, justamente, la mirada no sentenciosa ni enjuiciadora hacia estos seres. Una suerte de cámara/testigo, observadora de sujetos no identificados; porque el valor radica en sus testimonios y no en su identidad; porque ese hombre que hoy habla a cámara, puede simbolizar muchos hombres de los que caminan por nuestras calles. Una cámara mostradora de hechos, narraciones y de posibilidades de cambio…o no. Una cámara que nos descubre a hombres que han provocado sufrimiento, pero que también sufren y no siempre encuentran el camino a la redención.

Como expresara la Dra. Clotilde Proveyer en uno de los espacios de reflexión de la recién finalizada “Jornada por la no violencia hacia la mujer”: “La construcción de las masculinidades es naturalmente violenta. Obliga a los hombres a asumir roles sociales totalmente construidos y que los conducen a ser depredadores de sí mismos.”

“Todo lo que aprendemos, es posible desaprenderlo”. Ya no recuerdo dónde escuché la frase; sin lugar a dudas resulta hermosa, pero urgida de productos culturales —como es el caso de Consecuencias— que aporten su grano de arena en la construcción de imaginarios sociales que dinamiten los hasta ahora instaurados, y ofrezcan la posibilidad de vislumbrar luz en el futuro.

1