“20 años jiribillando”
La revista de cultura cubana La Jiribilla surge el 5 de mayo de 2001. A 20 años de su aparición en Internet, nuestro equipo editorial entrevistó a fundadores y colaboradores de la publicación que durante estas dos décadas han contribuido a difundir y analizar la realidad cultural de Cuba, así como poner a debate los más complejos temas del entramado cultural de la Isla.
A modo de testimonio la narradora cubana Laidi Fernández de Juan rememora parte de la historia de La Jiribilla.
¿Cómo y cuándo es que te sumas al proyecto Jiribilla?
Conocía la existencia de La Jiribilla, lo cual indica que es previa a mi incorporación, pero en los primeros años, 2001, 2002, yo trabajaba para otra revista, que es Cubaliteraria. Entonces, yo tenía muy buenas relaciones con Nirma, fundadora, primera directora de La Jiribilla, y ella me insistía mucho en que formara parte de los colaboradores fijos; yo, por un sentido de lealtad elemental, seguía trabajando en la otra publicación. Pero ella realmente fue muy insistente y coincidió, además, con que teníamos amistades comunes. Estoy pensando, por ejemplo, en Helen Hernández Hornilla, a quien yo admiro profundamente desde que era estudiante de Periodismo.
Entonces, cuando vi que Helen también insistía en que quería que yo colaborara con La Jiribilla, empecé a simultanear las dos actividades hasta que me decidí. O sea, a mí La Jiribilla me conquistó. Yo la conocía. Recuerdo además su dorada época de papel. Siempre me llamó mucho la atención, no solo por la juvenilia, sino por la audacia. Era una revista (me refiero a la de papel) que me gustaba incluso coleccionar. Así que cuando por fin tuve una entrevista con Nirma y con Helen en el antiguo local, les dije: “Bueno, pero yo no escribo con corte ensayístico”. En aquellos instantes, además, yo estaba incursionando en la crítica literaria —y Nirma y Helen me dieron toda la libertad de la que yo he estado disfrutando a lo largo de casi 20 años—, así que comencé como reseñadora de libros, lo cual fue muy importante para mí porque era una actividad que yo nunca había realizado antes, de manera tal que yo combinaba la narrativa —que seguía haciendo libros, etc.— con la reseña de libros, me interesaba muchísimo que fueran libros de autores y autoras del patio y que, además, ese libro, como dicen los tenderos, estuviera en existencia. Era una manera de motivar al público a dirigirse a las librerías, a los lanzamientos.
Y así me establecí, fueron como seis o siete años en que yo siempre estaba a la búsqueda de jóvenes narradores —sobre todo, porque , como no domino la poesía, no entraba en ese terreno—, y para mí fue una experiencia que nunca pensé que tendría, porque hasta cierto punto, de manera autodidacta, aprendí el oficio de la crítica literaria trabajando en La Jiribilla. Así fue como comencé.
¿Y cómo llegas a las estampas que has mantenido en tu columna “Hablando en plata”, que de alguna manera también ha tenido expresión —o quizás viceversa— en muchos de tus libros, que van hacia la crónica costumbrista?
Precisamente se lo debo a La Jiribilla, de aquella etapa inicial. Me fui involucrando, me fue conquistando La Jiribilla. Te repito, he pasado por varios administradores, directores de la revista, y siempre he tenido una comunicación muy diáfana. Cuando digo diáfana es transparente de verdad. Jamás he sido irrespetada, en términos de que se altere algún texto sin antes consultarlo conmigo o que se posponga la publicación de un trabajo de cualquier naturaleza y yo no sea avisada.
Siempre me he sentido muy cómoda con los distintos directivos que ha tenido La Jiribilla. Entonces llegó un momento en que me di cuenta de que me absorbía mucho tiempo esto de estar haciendo críticas literarias, de estar reseñando libros ajenos y, al mismo tiempo, seguir produciendo los míos. Entré en una especie de conflicto porque, además, llegó un punto en que yo dejé de leer por placer. Yo leía pensando siempre en la crítica que iba a hacer, en las comparaciones, en los referentes, en los aspectos negativos que, a mi juicio, tenía ese libro en particular, y eso ya no me gustó.
Pero esa transición fue en La Jiribilla. Ahí mismo dije: “¡Ay! Yo no quisiera seguir haciendo estas reseñas. Quisiera escribir ya directamente, que fueran cosas mías”. Pero por la dinámica de la revista, por todas las secciones que tiene, los propósitos que se impone, no encontraba cabida para una narrativa pura que, además, tendría que ser muy breve por las características de la publicación. Y entonces comencé a hacer crónicas costumbristas que, en honor a la verdad, ya estaba haciendo para otra revista que duró muy poco, Cuba Contemporánea, una publicación que también me impuso mucho rigor.
Así que yo simultaneaba La Jiribilla con Cuba Contemporánea. Desapareció Cuba Contemporánea, colaboré muy brevemente con la revista OnCuba y, a partir de ahí, me pregunté: “¿Por qué no seguir haciendo ese tipo de trabajo de literatura costumbrista que a mí me interesa muchísimo, porque la he estudiado” —me interesa además como género literario— y ¿por qué no hacerlo en La Jiribilla?”.
A mí me malcrían muchísimo los directores, las directoras, todo el personal de La Jiribilla y, bueno, pues sí, me aceptaron, y ya asumí como compromiso la sistematicidad en esas publicaciones, que al inicio eran para revistas digitales. Fue en parte por disciplina, porque todo autor, toda autora tiene que tener un rigor que se traduce en disciplina, en escribir, no solamente en escribir bien, sino en hacerlo sistemáticamente, por respeto a un público que uno mismo va generando. Para mí eso es muy importante, sobre todo cuando hablamos de literatura y humor. Hay que crear ese género, el género del público, no solo el literario, es decir, el tipo de público porque —como ejemplo podría poner la poesía— la poesía la leen casi todos los públicos, la novela policíaca —a pesar de que ha sido hace muchos años denigrada, soslayada— tiene un público amplísimo también. La novela, en sentido general, es el género literario que más se lee —y los cuentos también; aunque menos que la novela, se leen—. Pero la literatura humorística requiere un público muy específico. Y a pesar de que somos cubanos y tenemos muy avanzado, muy desarrollado, muy elaborado nuestro sistema de humor, o sea, específicamente el choteo, que rinde homenaje como siempre a Mañach, el público que se consagra nada más que a la literatura humorística es muy difícil de establecer.
Entonces, por todos estos elementos y por mi gusto personal, que me gusta escribir ese género literario, se me dio la coyuntura de ser una columnista fija, cosa que yo no había sido antes en ninguna de las otras revistas. Yo siempre había sido colaboradora. Así que por primera vez en La Jiribilla yo tengo un espacio que, por supuesto, en esos momentos fue imposible darme cuenta de la trascendencia que llegaría a tener en mi vida personal. Uno se lanza a trabajar, porque hay que trabajar y porque es placentero, pero han pasado los años y me doy cuenta del valor que como narradora le doy a esa columna, el respeto que le tengo. Ese público que espero que se cultive y se dedique. Eso me exige muchísimo.
Lo comparo, por ejemplo, con la relación entre maestro y alumno. Además, di clases de Medicina durante 20 años. Me conozco las reglas, me conozco los códigos de esa retroalimentación entre el alumno y el maestro y, en este caso, entre una columnista y sus lectores.
Me aceptaron, además, que se llamara “Hablando en plata” porque me gusta hablar en plata. Es una expresión muy cubana. Personas de varios países me preguntan qué quiere decir eso y yo les digo: “Es hablar quitándome la piel, sin quedarme con nada adentro”. Y esta columna me dio ese camino, esa forma de expresión literaria, hasta el punto de que es lo que más hago, es mi constancia mayor, mi fidelidad más concentrada. Yo sigo escribiendo cuentos, tengo esbozos de novelas, me gusta investigar a autores cubanos del siglo XIX, pero esa columna para mí es mi centro de trabajo.
Yo digo que soy mi propia jefa, mi propia secretaria del sindicato, yo me lo hago todo. Esa columna, además, como lleva una sistematicidad que no debo violar, me he percatado de que ahí hay mucho más que un libro. Ya existe el primer libro, que se lo debo a esa columna, por extensión se lo debo a La Jiribilla, y como es lógico, se lo debo a todos los directores, a todos los editores, a todos los diseñadores que han tenido que ver con esta columna y con La Jiribilla. Así surgió La Habana nuestra de cada día, que es un libro de 100 estampas; pero además hay otro, que está editado en Matanzas que se va a llamar Tiempo de mujeres. Ya estoy haciendo un tercero porque, claro, la literatura costumbrista tiene eso, tiene el inconveniente de que es efímera, pero tiene la gran ventaja de cronicar una época, un momento, un país, un continente y eso tiene valor también.
“(…) por primera vez en La Jiribilla yo tengo un espacio que, por supuesto, en esos momentos fue imposible darse cuenta de la trascendencia que eso llegaría a tener en la vida personal”.
Entonces estoy haciendo una especie de bitácora de la pandemia, que nos puede parecer incluso cansina, pero todos tenemos la esperanza de que este tiempo va a pasar y ¿cómo van a saber las futuras generaciones qué fue lo que pasó con la COVID en Cuba? Esto es un ejemplo puramente superficial, pero lo que quiero decir es que la columna, y por tanto La Jiribilla, es la fuente actual de mis libros, y digo más, es casi lo único que estoy haciendo. Eso da idea de la importancia que yo misma como autora le doy a esa columna en La Jiribilla y al intercambio con el público que, en efecto, comenta —a veces a favor, a veces en contra—, pero el diálogo existe y me lo encuentro primordial.
Si a eso añadimos que hace ya varios años no existe La Jiribilla de papel, pero La Jiribilla tiene una presencia en las redes… Que debería ser mejor, por cierto, debería ser más fácil, porque muchas veces busco La Jiribilla para estar actualizada, me cuesta mucho trabajo llegar a las columnas, aunque, bueno, soy de una generación muy anterior a esas dinámicas. Pero, por ejemplo, mi propia red, mi muro de Facebook, prácticamente se alimenta de lo que yo escribo en La Jiribilla. Fíjate por cuántas vías me ha beneficiado y, al mismo tiempo, me ha presionado La Jiribilla, y yo necesito presión como casi todos los artistas, para que la creación tenga la sistematicidad que requiere.
Hablabas de cómo te debes a un público como autora, cómo La Jiribilla ha sido ese espacio de creación profesional, y mencionas el tema del humor. En algunas conversaciones has mencionado tu preocupación por lo que pudieran sentir los lectores: cierta tristeza o lejanía en esa Laidi irreverente, que proyecta la sátira, la risa, la polémica, la gracia del humor en cada estampa. ¿Cómo llevas eso, ser autora y, de alguna manera, complacer también a los lectores?
Esa es la pregunta más inteligente que me han hecho en mucho tiempo, porque tiene una profundidad que ni tú misma eres capaz de dimensionar.
Mencionaste el concepto lezamiano. Claro, el ángel de La Jiribilla, que es muy inspirador pero, además, es muy divertido. Muchas veces caemos en una solemnidad exagerada, en una pose estatuaria a la hora de tratar cualquier tema. A todo le vemos el costado trágico de la vida que sí, existe, y yo respeto mucho a los autores que se dedican a él, pero una de las grandes virtudes que tiene y ha tenido La Jiribilla desde su creación es la versatilidad. O sea, que cualquier público puede sentirse atraído hacia ella —y ojalá sea así— porque los tópicos, los estilos, los autores, las polémicas, el dossier, todo es ampliamente variado. De manera que podemos encontrarnos la contundencia de Víctor Fowler; el análisis musical del Guille Vilar; esos textos maravillosos e inolvidables de nuestro queridísimo e insustituible Sigfredo Ariel, cuyas ilustraciones alumbran a La Jiribilla; las crónicas costumbristas pero, además, profundas y analíticas de Ricardo Riverón; está Yamil… En fin, no quiero hacer un recorrido por todos los autores, pero la pregunta tuya para mí es, incluso, muy difícil de responder porque también La Jiribilla me ha impuesto sobreponerme a cicatrices, a tristezas, a dolores que tenemos… porque la vida es así, porque la vida está llena de sinsabores y de cosas lindas también.
Y yo pienso que uno de los retos del escritor costumbrista, como dijo bien Mañach, es que tiene que estar enamorado de su entorno y disgustado con él. Es entonces esa mezcla agridulce, porque no soy para nada laudatoria cuando estoy haciendo una crónica, por muy graciosa que pretenda ser, aunque a veces resulte graciosa y a veces no. Yo reseñé muchos libros, me tengo que analizar a mí misma, no siempre tengo el tono jocoso en el nivel en que me gustaría hacerlo y me doy cuenta de que es un reflejo de mis propios dolores y de mi propia vida. Los actores tienen esa frase —no la voy a decir en inglés— que en español es: “el show debe continuar”, que me fuerza mucho a sobreponerme o, cuando eso es imposible, transformar esa cicatriz que a veces es un tajo en el alma, convertirla en literatura.
Cuando yo hablo de los jóvenes de La Jiribilla quiero decir que siempre están revoloteando como ángeles, con su juventud, con sus cosas erráticas como toda juvenilia. Cuando yo tuve un período muy difícil de mi vida, Rosa, la directora actual de La Jiribilla fue la persona que me dijo “tienes que seguir y tienes que escribir eso mismo”. Yo decía que no podía, que estaba muy dañada, deprimida, triste. Y ella fue mucho más útil para mí como artista, como escritora, de lo que pudiera haber sido un psiquiatra porque, efectivamente, convertir ese dolor en literatura, sea el género que sea, es una especie de exorcismo. Al mismo tiempo hay que cuidar mucho no dramatizar en exceso, no victimizarse ante el público, porque al público no le interesa eso. Tus heridas son tuyas. Tienes que convertir eso en una manera potable para que ellos lo puedan deglutir y tú lo puedas parir. Eso fue un reto grandísimo. Uno de los grandes retos de mi vida ha sido mantener esa columna en momentos de la muerte de mis padres, concretamente, ya soy capaz de verbalizarlo, seguir y seguir y seguir. Para mí fue un paso decisivo. Y estoy consciente de que en aquellos momentos no había una gota de humor, pero tampoco había una cosa lacrimógena, había lo que me salía del alma y que yo quería y necesitaba compartir. Eso es un fenómeno también, relativamente moderno, que es la colectivización del duelo. El luto se acorta cuando se hace colectivo.
¿Cuáles crees que hayan sido los elementos que han hecho trascender a La Jiribilla y, de alguna manera, tener un sello reconocible dentro del entramado de medios culturales del país?
En el momento en que surgió La Jiribilla, sobre todo en su primera década, no existía ninguna otra publicación de ese corte —aunque había revistas culturales en Cuba que tenían una larguísima tradición, eso es insoslayable. Pienso, por ejemplo, en la revista Casa de las Américas, pienso en La Gaceta, la Siempreviva, hay muchas revistas culturales. Cuba tiene una tradición, en el terreno de la cultura, por ejemplo, el género literario más cultivado en Cuba, por supuesto, ha sido la poesía, pero también la novela, y en publicaciones culturales Cuba siempre ha estado en la vanguardia. Me refiero sobre todo a Latinoamérica. Por ejemplo, la revista Casa de las Américas, con una proyección latinoamericana y latinoamericanista que es única en su momento y mantiene ese prestigio—, en Cuba no existía una revista digital de corte cultural, ya fuera informativa, de debate o dedicada a un tema específico. Eso, por supuesto, fue ganando adeptos, en primer lugar por su estilo, medularmente ¿en qué consistió esa novedad? en que más nadie lo hacía y, además, tenía un corte muy importante que es informativo. Es cierto que había debates, se publicaban y se publican artículos de nuestros más grandes pensadores, que estaban vivos, afortunadamente, en aquellos momentos.
La Jiribilla, sin saberlo, se fue convirtiendo en lo que es hoy: un referente. Puedes encontrar textos de Cintio Vitier, de Roberto Fernández Retamar, de Guanche, de Víctor Fowler, críticas de Norge Espinosa, Joel del Río, el Guille Vilar. No había ninguna manifestación del arte que quedara fuera, y eso lo convierte en un abanico informativo crítico, de homenaje y, por tanto, tenía y tiene un valor extraordinario.
Los tiempos fueron pasándonos por encima a todos y a la revista también. Yo no quería dejar de mencionar a otras compañeras y compañeros con los que yo trabajé que, con mucho esfuerzo, hubo épocas muy difíciles, continuaron la permanencia de La Jiribilla, la presencia de La Jiribilla, que nunca ha dejado de estar entre nosotros. Sheila Valladares, Leandro, fueron personas que, realmente, sin ninguna experiencia acometieron esa tarea.
Nirma es un referente. Yo recuerdo llegar de noche y encontrarme a Nirma editando y trabajando. Lo mismo Sheila, y no había corriente y las paredes se caían. Las condiciones eran muy difíciles. Era prácticamente hacer una revista de la nada y sin recursos. Desapareció la posibilidad de hacerlo en papel y, sin embargo, La Jiribilla se mantuvo.
Te puedo hablar de ahora mismo. Ya vamos a cumplir un año de pandemia de COVID y La Jiribilla nunca se detuvo. Eso requiere un esfuerzo que, por supuesto, el público no tiene por qué saber, porque al público uno siempre le da lo más lindo. Es como en el teatro. Cuando uno va a una función de teatro y se abren las cortinas nadie se acuerda de quién barrió ese piso. Esas cosas tan bonitas que decía Bertolt Brecht. ¿Y quién construyó esto? ¿Y quién hizo estos edificios? Más o menos eso se puede traspolar a La Jiribilla. ¿Quiénes están detrás de esa publicación digital que se le ofrece al público, que todo el mundo puede acceder a ella? Hay un trabajo muy concienzudo, muy agotador.
Nosotros, los autores y las autoras, tampoco somos muy conscientes de eso. Lo de nosotros es enviar el texto. Lo demás es problema de ustedes. Que si el banner, que si la ilustración, que cuándo va a salir, por qué no ha salido, por qué el pago se demora. Es toda una dinámica de trabajo, como ocurre con los colectivos que tienen cohesión. A mí no me gusta eso de sentido de pertenencia porque a mí no me pertenece nada, ni yo le pertenezco a nadie, pero sí me gusta eso de un colectivo como una familia.
La Jiribilla, a lo largo de sus múltiples administraciones, ha conservado, más que nada, el respeto que se le tiene a una familia, y eso incluye el respeto a los columnistas, a todos los colaboradores. A eso yo le doy un valor extraordinario, porque he trabajado en otros medios y no lo he encontrado en ellos, dicho sea de paso.
En una suerte de definición poética de la identidad cubana, Lezama invoca al ángel de la jiribilla, de donde bebe nuestra revista su nombre. ¿Qué honor hace La Jiribilla en estos 20 años a esa esencia lezamiana?
Le hace todo el honor que se le puede hacer.
Yo recuerdo un espectáculo humorístico de Osvaldo Doimeadiós, memorable, de hace muchos años, que se llama Aquí cualquiera roba. Fue un espectáculo por los 20 años de vida artística de Osvaldo Doimeadiós que, como se sabe, es mi hermano del alma, y Doimeadiós termina citando a Lezama: “No dejes que se te apague nunca el ángel de La Jiribilla”.
Pienso que esa inquietud, que al mismo tiempo es muy profunda, se traslada, se convierte en noticias, ensayos, crónicas, poesías, y es un honor que se le rinde a Lezama, que además fue un hombre de una erudición jamás superada y al mismo tiempo muy cubano, porque el sentido del humor de Lezama… Sería muy interesante hacer un estudio sobre eso, porque siempre lo vemos como el monstruo de las palabras, la sapiencia, pero era un cubanazo, con un sentido del humor… No puedo decir que fui una amiga de Lezama, pero sí lo recuerdo, su carcajada, su manera de reírse. Y a él le habría encantado, estoy segura, que La Jiribilla, como tributo a él, fuera el nombre de una revista que no es que esté dirigida a los jóvenes, es que está gobernada por los jóvenes, y esa es una realidad. Entonces, son los jóvenes, al mismo tiempo, quienes le rinden homenaje a Lezama, y es esa Jiribilla, es ese ángel que es inspirador, que es muy cubano, que es prácticamente el símbolo o uno de los símbolos de nuestra identidad, que al mismo tiempo es muy gracioso, es muy antisolemne. ¿Por qué? Porque el ángel de La Jiribilla es irreverente, eso no se puede perder de vista.
Esa versatilidad… que en un mismo número de la revista uno pueda encontrar la contundencia y la solemnidad de un Víctor Fowler con la chispa de un Ricardo Riverón y, digamos, con un dibujo de Sigfredo Ariel, eso es una joya, para mí no existe ningún parigual, al menos en nuestro medio, al menos que yo conozca, lo cual no es óbice para que La Jiribilla dé profundas batallas ideológicas, porque no se puede confundir una cosa con la otra. Cuando dicen, “no, es que esta cosa es política”. Yo quisiera que me dijeran qué cosa no es política. Como dice Silvio Rodríguez, una canción de amor es política. Todo es político. Ahora, habrá que ver dónde, cómo, por qué y cuándo tú te posicionas. Para eso también es útil La Jiribilla. Como diría Silvio “¿a qué más?”. Si yo me divierto, si yo contemplo una obra de arte, si yo me puedo leer un ensayo, si yo entro a un dossier dedicado al Festival de Ballet de La Habana, lo que sea. Entonces esa variedad la hace muy atractiva y, para los enemigos, lamento mucho decir que yo creo que La Jiribilla está condenada a la perpetuidad.
¿Crees que en la actualidad la revista es la expresión de una labor crítica de pensamiento y de investigación sociocultural? ¿Cómo debe asumirse este debate en estos tiempos y partiendo de esa esencia?
Son necesarios los debates que se suscitan, no solamente en los textos que se publican en La Jiribilla, sino los debates que surgen por parte del público —que, en definitiva, es el propósito, porque ese es el objetivo, no solamente que se publique, sino que genere un diálogo. Por supuesto, tiene que tener una dirección biunívoca—. Y digo esto porque me gustaría muchísimo que muchas de las personas que se pronuncian en contra de los estamentos que puede decir determinado artículo, pudieran publicar en La Jiribilla también, no solo a manera de comentario, sino tener un espacio. Tú tienes otro criterio, tú crees que el camino es otro. Me gustaría muchísimo, claro, que La Jiribilla se abriera a ese espacio donde una persona pudiera polemizar con uno de los autores y así establecer una verdadera réplica, como cuando hay un terremoto, cuando hay un tsunami. Que no se quede fríamente en la opinión de equis ponente, sino que se pudiera incluir también lo que se considera que está mal o está bien. En fin, que se abriera un poco más para que existiera mayor pluralidad de voces.
Yo misma, por ejemplo, que pertenezco al colectivo de La Jiribilla desde hace 20 años, muchas veces no estoy de acuerdo con lo que está planteando cualquier otro colaborador, pero mi columna no tiene ese corte. A veces yo quisiera decir algo que tuviera que ver con la ideología, con la política, con la marcha del país, que es lo que más nos preocupa a todos y entonces me siento un poco limitada, porque como mi columna es de literatura costumbrista, ¿por dónde me voy, por dónde me ubico?
Si esa preocupación la tengo yo que soy columnista, qué no pensarán las otras personas, sean jóvenes o no, cuyas opiniones no aparecen como artículos de la revista. En ese sentido me gustaría una mayor pluralidad.
Ahora bien, La Jiribilla tiene una línea editorial que no se puede perder de vista. Tampoco es esto un buzón de quejas y sugerencias para que cualquiera venga y diga. No se trata de eso. Se trata de establecer polémicas que partan del pensamiento. Y hago este señalamiento porque, precisamente, la vez más reciente que me convocaron para un dossier tenía que ver con las redes, y yo estaba muy ansiosa por ver cuándo se publicaba. No es que La Jiribilla sea un buzón. Existe un criterio unicista y, dentro del criterio unicista puede haber diversidad de opiniones, pero siempre que cumplan la misma línea editorial de la revista.
Hago estas aclaraciones porque muchas veces se habla de censura. Muchas veces sí hay censura. ¿Por qué no? No se le puede tener miedo a esa palabra. Sí, hay censura porque es una censura editorial, porque ese texto es ofensivo, porque no parte de una línea de pensamiento.
En general yo noto que hemos perdido la capacidad de polemizar. Nosotros no polemizamos. Decimos una opinión, se hace un análisis con un corte ensayístico y los comentarios que surgen a partir de ahí, el 90 por ciento, o son ofensivos o son de una calaña que no se puede tomar en cuenta absolutamente para nada, porque tanto la revista, como en general el país debemos aspirar a conservar, aun en las peores condiciones materiales, la elegancia, el garbo, la altivez. Tenemos que ser capaces de enfrentarnos desde el pensamiento y no desde la chusmería, la vulgaridad, la banalidad y la ignorancia. Yo no puedo entender eso, no puedo justificar eso de ninguna manera.
Me parecen muy bien los espacios que se dedican a temas que sabemos que son polémicos, con algunos de esos autores, con algunos de esos planteamientos yo no estoy de acuerdo, yo misma, que pertenezco al colectivo de La Jiribilla. Me imagino cómo será, no solamente los que están fuera de La Jiribilla, sino los que atacan a La Jiribilla, porque La Jiribilla también es muy atacada, ha sido muy vilipendiada.
¿Cuál es la mejor respuesta? Seguir trabajando, seguir publicando desde la profundidad de un pensamiento sólido, sea cual sea, pero que esté explicado, que sea evidente y, por supuesto, no partiendo de la vulgaridad. La Jiribilla nunca ha sido vulgar, jamás, ni siquiera en un mínimo chiste, ni siquiera en una ilustración gráfica, nunca, y yo creo que tiene que conservar ese nivel, ese estatus de elegancia, y podemos tener las discusiones políticas, cualesquiera que sean, pero desde esa altura.
¿Cómo debe La Jiribilla nuclearse alrededor de movimientos artísticos e intelectuales?
Mira, como constante transformación, La Jiribilla debería atraer constantemente a las nuevas hornadas de artistas en cualquiera de sus manifestaciones. Yo no conozco los mecanismos… pienso en la Asociación Hermanos Saíz, pero más allá de ella y mucho más allá de la Uneac, yo pienso que esos jóvenes, que son como electrones sueltos que tienen una obra o aspiran a tener una obra y no encuentran espacio. Eso es una realidad, y esos espacios pueden llamarse Uneac o pueden llamarse Asociación Hermanos Saíz.
En ese sentido La Jiribilla es mucho más abierta, no pone barreras. No hay que ser miembro de la Uneac, no se requiere de una obra. Ah, tiene que tener una obra convincente, por muy breve que sea, por muy pequeña que sea, pero tiene que existir.
Yo te pudiera hablar desde lo que más o menos llevo mucho tiempo trabajando, que es el humor. El Centro Promotor del Humor, por ponerte un ejemplo, no tiene una publicación. No tiene una editorial. En ninguna editorial hay un espacio para la literatura humorística, pero no estoy hablando solamente de una literatura para divertir, para hacer reír, estoy pensando también en los trabajos que, son extraordinarios, que se presentan en los eventos teóricos del humor —que son la parte teórica del Aquelarre. Como sabemos, el Aquelarre es competitivo cada dos años, las puestas en escena, pero la literatura y el evento teórico del Aquelarre, es anual—. Ellos no tienen dónde publicar esos trabajos. A mí me encantaría que en La Jiribilla existiera otra sección que fuera dedicada, incluso no tiene que ser al libro que se premie en el concurso literario, sino a un resumen de esos trabajos teóricos. Es apasionante ver, por ejemplo, puede ser de Santiago de Cuba, de Holguín, de la Isla de la Juventud, del centro de la Isla, de Camagüey, de Ciego de Ávila; de todas las provincias acuden, o son profesores, o son directamente ensayistas, o son historiadores o son periodistas, traen tesis. Son propuestas muy interesantes que luego se quedan en el aire. Son trabajos que solamente disfrutamos y de los cuales solamente aprendemos quienes estamos ahí de forma presencial.
“(…) la mejor manera de celebrar es trabajando. La mejor manera de festejar un aniversario cerrado de esta magnitud es, en primer lugar, ni creerse ni pensar que se ha llegado a nada”.
La Jiribilla podría, y es una idea que se me ocurre, vincularse al Centro Promotor del Humor, y a lo largo de todo el año dedicar una sección para eso. Por ejemplo, teoría sobre el humor. Esa sería una de las iniciativas que se pudieran poner sobre el tapete para debatir, pero también el hecho de que existan distintas secciones: artes plásticas, poesía, está diseño gráfico, música, que es un poco más difícil para ustedes, pero bueno, ya sería… subir el tema musical requiere una plataforma digital que no siempre es fácil. Pero, pienso que, vinculándose, sobre todo al Centro Promotor del Humor, a la Asociación Hermanos Saíz, creo que la publicación ganaría mucho con esas voces jóvenes; por supuesto, ellos estarían encantados de encontrar un espacio para expresar lo que quieren decir, o incluso para promocionar sus propias obras.
Antes existía una publicación que era maravillosa, Cartelera Cultural. Era un periódico, prácticamente un tabloide de dos hojas nada más y que se vendía en los estanquillo. Hemos caído en lo opuesto, o sea, y en eso también incurre La Jiribilla y el Noticiero Cultural que vemos por la televisión, que es que se reseña lo que ya ocurrió, pero casi nadie anuncia lo que va a ocurrir. Hay espectáculos, estoy hablando en prepandemia y estoy pensando en pospandemia —obvio— maravillosos que, ni nos enteramos o ya después es que leemos la reseña de lo que ya ocurrió.
Pienso que La Jiribilla, a través de periodistas jóvenes que estén —porque eso requiere agilidad, no solo mental sino corporal, física— que estén presentes en todos los eventos y que, sobre todo, estén avisados de las cosas que van a suceder. Es interesante, porque yo sí he visto muchos periodistas de La Jiribilla a lo largo de 20 años que yo misma me sorprendo. “¿Ah, pero qué tú haces aquí?”, “Yo vengo con La Jiribilla”, pero es con lanzamientos de libros, en el premio Casa de las Américas, en la Feria del Libro, en el Festival de Cine.
Claro, este es un momento muy peculiar, me cuesta incluso hilvanar propuestas porque estamos paralizados, pero, insisto, La Jiribilla nunca dejó de salir, nunca se ha dejado de publicar. Han dejado de pagarnos, pero de publicarse se publica, y eso tiene un mérito extraordinario porque prácticamente había que jugarse la vida. El pobre Yuniesky, que tenía que venir desde un municipio lejanísimo, entonces para poder recoger el cheque había que… es el lunes de 9:00 a 1:00 y había que correr. También todos los autores continuamos trabajando sin ninguna remuneración. Estoy bromeando un poco, aunque Lope de Vega decía que las bromas son avanzadillas de la verdad, o sea, sí que nos tienen que pagar, pero, de todas formas, nosotros sí que íbamos a seguir escribiendo y de todas formas íbamos a seguir ilustrando y haciendo los banners y todo y Rosa, la directora, tenía que seguir dirigiendo, porque alguien tiene que tener un poco de cordura en esta orquesta.
La Jiribilla llega a sus 20 años. ¿Cómo celebrarlo de la mejor manera?
Mira, la mejor manera de celebrar es trabajando. La mejor manera de festejar un aniversario cerrado de esta magnitud es, en primer lugar, ni creerse ni pensar que se ha llegado a nada. Es una continuidad. Eso de que la belleza está en el camino, es verdad, porque si nos ponemos solemnes, y son dos décadas y son 20 años y vamos a hacer cualitativos y cuantitativos de lo que hemos logrado y lo que nos falta. No, no, no, esto hay que seguir trabajándolo, y en algún momento de ese año mirarnos las caras y decir “oye, llevamos dos décadas haciendo esto”. Pero tiene que ser trabajando, renovándonos, pensando, no en el 20 aniversario, pensando qué vamos a ofrecer que sea novedoso y que sea atractivo el año que viene, el número que viene, el mes que viene y mañana.
Para mí esa es la mejor manera y, además, es la manera en que le hubiera gustado a Lezama, que su ángel de La Jiribilla no se sentara a abanicarse porque lleva 20 años jiribillando, sino que ese mismo ángel nos dijera “bueno, y mañana qué vamos a ofrecer, y qué va a pasar mañana cuando publiquemos el dossier de las redes sociales”. Para mí esa es la mejor manera de hacerlo.