Tomo la palabra para referirme a ciertas palabras justificadas en el transcurrir de 60 años. Fidel sabía en aquella reunión en la Biblioteca Nacional que los Estados Unidos no se conformarían con una Cuba fuera de sus garras.
Era junio de 1961. Ya se conocía la agresividad del enemigo voluntario. Sabotajes, bombardeos, invasión armada en Girón. Fidel conocía también el celo de los intelectuales y artistas con sus obras y sus libertades para hacerlas. Y no ignoraba que entre ellos y otros sectores no todos eran revolucionarios, categoría que sintetizó como una actitud ante la vida, una necesidad de cambiar la realidad a favor de la justicia, la Revolución misma como prioridad, pero también comprendía lo imprescindible de no renunciar a los que no se sentían atraídos e involucrarlos en las transformaciones que se estaban produciendo, fueran artistas e intelectuales o no, con una “aclaración necesaria”: dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada, porque la Revolución, como obra de beneficio para el pueblo, tiene como primer derecho defenderse.
Esa expresión se vio, desde el año 1961, como una limitante para las libertades creativas por parte de quienes no entendieron lo justificado de su esencia para un país obligado a vivir en guerra por el pecado de pretender no sucumbir a los designios de la potencia más poderosa del mundo que, desde su surgimiento como nación, decidió que Cuba le pertenecía. Pero también fue el pretexto de quienes la interpretaron de manera reducida, al punto de confundir cualquier manifestación crítica del funcionamiento de la sociedad como acto contrarrevolucionario, cualquier diferencia con normativas burocráticas, con concepciones estrechas sobre la creación, el pensamiento, las contradicciones lógicas de la sociedad. Ignorancia, mal manejo, celo justificado pero inadecuadamente enfocado, para defender la Revolución desembocaron en lamentables sucesos como el Caso Padilla o la parametración.
“(…) dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada, porque la Revolución, como obra de beneficio para el pueblo, tiene como primer derecho defenderse”.
Pero seguramente nada de eso hubiera ocurrido sin el sentido de autodefensa potenciado por un enemigo que nunca, en 60 años, ha dejado de agredir, ni ha renunciado a adueñarse de Cuba, como demuestran las 240 medidas de Trump, mantenidas hasta ahora por Biden.
Por eso Palabras a los intelectuales mantiene esencialmente su vigencia. En aquella reunión en la Biblioteca los días 16, 23 y 30 de junio Fidel demostró con las obras que se realizaban la importancia que la Revolución concedía a la cultura artística como derecho del pueblo: la Imprenta Nacional, el Instituto de Cine, las escuelas de arte, la Campaña de Alfabetización, como base del incremento de la cultura popular.
Pasaron muchos años, muchos errores fueron rectificados, la diversidad fue tomada en cuenta como elemento de la unidad imprescindible y todas las obras iniciales se multiplicaron por todo el país. La crisis de los 90 trastocó sin dudas el país, hubo retornos indeseados, secuelas que se sufren hasta hoy, pero no se cerraron escuelas, ni festivales de cine o de teatro. Podría hacerse un largo inventario de factores culturales sostenidos a pesar de la crisis y luego de la pandemia.
Si se lee de nuevo aquel discurso de Fidel se comprobarán diferencias, semejanzas, empeoramiento del contexto y avances que no quieren reconocer los que decidieron negar la cultura cubana, con origen y sostén en el sentimiento de independencia, aliándose al enemigo voluntario que pretende libertad para destruir lo que ha costado tanta sangre y sacrificios sostener.
Cierto que tanto las instituciones culturales, como las otras de la sociedad, tienen que alcanzar mayor dinámica resolutiva, cierto que los procesos participativos desde la Asamblea de Rendición de Cuentas en el barrio hasta la Nacional tiene que visibilizar mayor efecto en la vida de la ciudadanía, como parte de una cultura del derecho refrendada por la Constitución, cierto que quedan muchos resabios burocráticos y hay que propiciar todas las libertades para perfeccionar esta Revolución imperfecta, dirigida y sostenida por hombres y mujeres imperfectos. Todas las libertades para perfeccionar, crear, crecer; ninguna para destruir, porque los que no supieron discernir entre un aspecto o el otro perdieron la oportunidad de alcanzar todas las libertades verdaderas. Palabras a los intelectuales fue un alegato magistral a favor de la honestidad, la ética, la claridad en la comprensión de la complejidad de los procesos de cambio que hoy exige ser tenido en cuenta con la inteligencia que las características del momento demandan.