En mi infancia, flotando en un limbo sin tiempo, entre los mejores instantes, siempre está el circo. Muchas veces anhelé ser parte de él sin llegar a imaginar que sería un sueño conquistado. Magos, acróbatas, trapecistas, tragafuegos, domadores, payasos; leones, monos, osos, perros, son imágenes entrañables que guardamos como un tesoro que trasciende de generación en generación y que solo es posible revisitar a través de nuestros recuerdos.
Desde 1975 el circo no ha sido indiferente para mí y, más que ese sueño, fue el destino de lo que para siempre conquistaría lo más profundo de mis sentimientos, del amor infinito que trascenderá más allá de la muerte. Sus antecedentes se remontan a la Cuba de 1916, en que debutó en el Payret el Circo Santos y Artigas. La compañía se presentaba, en noviembre y diciembre cada año, en ese escenario capitalino arrendado por los empresarios Santos y Artigas, quienes cedían el teatro esos dos meses a Pubillones. Se cuenta que un día, Jesús Artigas, para complacer a un amigo, le solicitó un palco a Pubillones y este se lo negó. La respuesta de Artigas dicen que fue: “díganle al señor Pubillones que el año próximo Santos y Artigas tendrá su propio circo”. Así surgió el Santos y Artigas, que se convertiría en una leyenda a partir de entonces.
Tras el triunfo de 1959 llegaron a nuestra Isla notables compañías de la Unión Soviética. La primera vez ocurrió en 1962 cuando Cuba era testigo de un acontecimiento histórico que puso en peligro a la humanidad toda: la Crisis de los Misiles. En aquel entonces, el imponente circo europeo ancló sus bases en el coliseo de la Ciudad Deportiva: era la primera y única ocasión que el memorable clown Oleg Popov nos visitaría—un circo sin payasos no es un circo, ellos son el alma, el sostén de la alegría, el rostro de la risa—. Luego llegaría el Circo Nacional de China. Numeroso era el elenco de ambos, lo cual evidenciaba el progreso de un arte que conjugaba el talento natural con los estudios.
El circo fue la última de las manifestaciones escénicas totalmente nacionalizada después de 1959. El Circo INIT (primero de su tipo socialista en América) debutó en el conocido Parque del Curita y en febrero de 1962 el joven gobierno revolucionario entregó al Consolidado de Centros y Atracciones Turísticas una carpa azul de cuatro mástiles, un tren de 34 piezas con cocinas, dormitorios, oficinas, restaurantes de lujo, planta eléctrica, depósito de agua potable, baños y un círculo infantil para los hijos de los artistas. La gigante Carpa Azul giraba durante diez meses por todo el país. A la inauguración asistió el líder histórico de la Revolución: Fidel Castro Ruz. Sin embargo, se reconoce como la fundación del Circo Nacional de Cuba el 6 de junio de 1968 cuando se produce la institucionalización de toda la actividad circense y sus intérpretes pasan a formar parte de las artes escénicas de la nación, como una más de las expresiones artísticas que dan vida espiritual a los cubanos. En 1977 y bajo el asesoramiento soviético y la experiencia acumulada por los cubanos, se funda la Escuela Cubana de Circo Yuri Mandich, con un sólido plan de estudios encaminado a la formación integral de quienes se interesen por los diferentes géneros del arte circense. Con su creación se amplió la familia del circo a todos los que, con las condiciones requeridas, querían brillar bajo la carpa y se modeló una manera de hacer peculiar, donde técnica y tradición se imbrican armónicamente.
Cuba, y por ende La Habana, como capital de todos los cubanos, ha sido la llave de América. Un apellido hermoso que la ha distinguido, no solo por su ubicación geográfica, sino por constituir un símbolo en plural de apertura hacia muchas facetas de la vida, abriendo puertas para dejar ver el futuro, y todo lo que hay más allá de ella. Y, el circo, esa maravillosa palabra que para nosotros ha sido como el aire desde tiempos lejanos, un imán que nos atrae por su magia indescifrable, es también parte de ese acercamiento a nuestra región y al mundo.
Los Festivales Internacionales de Circo denominados Circuba son, pues, una suerte de nido o de árbol que ha florecido a través de los años en un campo de amistad, conocimiento, reunión y de mucho amor, por esa antigua manifestación artística donde se reúnen, como en ninguna otra, todas las artes en una sola. En 1981 nace el certamen de carácter competitivo, solo precedido por el homónimo de Monte-Carlo (Mónaco) y la Pista de París (Circo del Mañana, Francia). Cinco ediciones fueron realizadas de manera bienal, hasta interrumpirse en 1991 por la profunda crisis que atravesó el país. Lejos estábamos de imaginar que su regreso se fijaría para el verano de 2007, aunque recupera su carácter internacional en 2010, ganando reconocimiento año tras año hasta convertirse en el gran festival de circo de la región centro y sudamericana y en uno de los más importantes del mundo.
Hablo del circo y me viene a la mente La Habana. No solamente por haber sido el lugar de nacimiento de Circuba, un Festival que convoca al mundo en las artes circenses y ha devenido en el tiempo un lugar de encuentro, de enseñanza, de valoración de artistas que hoy son conocidos por el mundo, y sobre todo de inmensa amistad. Si no por las similitudes entre ambos. Grandes compañías estatales como la rusa, la china, y la vietnamita acceden a asistir en cada edición junto a estrellas europeas, latinoamericanas y norteamericanas. Los festivales Circuba tienen como colofón la gira nacional “Circuba viaja por Cuba”, que ofrece a quienes no viven en la capital mucho de lo mejor que se presenta en el Festival.
“Hablo del circo y me viene a la mente La Habana”.
La Habana es belleza, entrega una frescura singular al estar bañada por el mar azul; es alegría, lo entrega todo a sus habitantes desde el mismo momento en que llegan a ella; es emoción por su carismática arquitectura, sus gentes, su colorido, su historia; es fuerza por su resistencia al tiempo y a tantas otras cosas; es pasión teñida por el Caribe. Todo ello me recuerda al circo, donde se mueven tantos sentimientos en esos instantes en que los artistas desandan el aire, buscan la luz iluminando nuestras vidas en segundos que parecen días, dibujando el espacio con sus cuerpos que trepan las estrellas o ponen el mundo al revés para llevarnos por un viaje a lo más profundo de nuestra emoción humana.
Contemplar La Habana que nos acoge en Circuba es disfrutar de una inmensa pista azul movida de olas y sensaciones que revierten lo extraordinario, lo diferente. Son, ambos, el circo y ella, espacio mágico para vivir y disfrutar, que nos entrega una brisa tenue de sonrisas / pasiones donde el tiempo no cuenta. Es como salir de nuestro ser para entrar en un universo idílico, no por conocido menos emocionante y donde vemos siempre reflejado el espejo de identidad que nos une sin importar dónde estemos.