Loipa Araújo: en su jardín cubano y universal
Loipa Araújo, figura histórica de nuestra danza escénica, considerada internacionalmente como una de las joyas del Ballet Nacional de Cuba, arriba a sus ochenta años en pleno quehacer como Directora Artística Asociada del English National Ballet, con sede en Londres, responsabilidad que ocupa en la capital británica desde el 2014.
Nacida en La Habana el 27 de mayo de 1941, en el seno de una familia de profesionales —la madre, una maestra y el padre, médico— inició sus estudios de danza a los siete años de edad, en la Escuela de Ballet de la Sociedad Pro-Arte Musical, bajo la guía de León Fokine y Alberto Alonso, hasta que en 1955, en la búsqueda de nuevos horizontes, ingresó en la Academia de Ballet Alicia Alonso, donde continuó su formación y se hizo profesional. A partir de entonces su vida estaría ligada por completo a las vicisitudes y victorias del movimiento cubano de ballet, que a despecho de la apatía oficial, las incomprensiones y las agresiones de los gobiernos de turno, llegaría a convertirse en una de las más hermosas realizaciones de la cultura nacional cubana.
Era la lógica consecuencia de una fuerte y temprana vocación, que encontraría su verdadero cauce en el histórico empeño de los Alonso por lograr que en Cuba el ballet no solo fuera un arte verdadero, sino también el derecho de todo un pueblo. En 1956 participó en la gira de protesta por la agresión sufrida por el Ballet de Cuba al no prestarse a las maniobras de la dictadura batistiana, que intentó convertirlo en un agente propagandístico del sanguinario régimen. Al disolverse la compañía y a instancias de Alicia Alonso, actuó junto a ella en los montajes de Coppelia y Giselle para el Teatro Griego de Los Ángeles e integró el elenco del Ballet Celeste de San Francisco, ambos en los Estados Unidos.
Loipa Araújo ha sido una artista que no ha encerrado su arte en moldes rígidos ni en torres de marfil, porque lo ha considerado siempre un medio de comunicación con sus contemporáneos, un instrumento para enriquecer la vida espiritual de todos los seres humanos y no un dogma o prebenda de iniciados.
Con el triunfo de la Revolución en 1959, su labor como bailarina —en calidad de Primera Bailarina desde 1967—, ensayadora o pedagoga, alcanzó las metas más altas. En 1962 fue profesora fundadora de la Escuela Nacional de Ballet, donde contribuyó a la formación de las nuevas generaciones. Su valiosa labor está unida a los grandes triunfos del ballet cubano en las décadas del sesenta al noventa, en actuaciones con el Ballet Nacional de Cuba por medio centenar de países de América, Europa, Asia y en Australia y como artista invitada de prestigiosas agrupaciones y festivales danzarios extranjeros, entre ellos: Ballets de Marsella, Ballet Bolshoi, Ballet Real de Dinamarca, Ballet de Bellas Artes de México, Festival de Edimburgo, Festival Mundial de Ballet de Japón y el Ballet Bejart det Lausana.
“Loipa Araújo ha sido una artista que no ha encerrado su arte en moldes rígidos ni en torres de marfil, porque lo ha considerado siempre un medio de comunicación con sus contemporáneos, un instrumento para enriquecer la vida espiritual de todos los seres humanos y no un dogma o prebenda de iniciados”.
Loipa Araújo ha sido una artista que no ha encerrado su arte en moldes rígidos ni en torres de marfil, porque lo ha considerado siempre un medio de comunicación con sus contemporáneos, un instrumento para enriquecer la vida espiritual de todos los seres humanos y no un dogma o prebenda de iniciados. Fiel a ese credo ha sabido conciliar el respeto por las tradiciones con la audaz búsqueda de una respuesta —formal o de contenido— a los reclamos de su tiempo. Muchas veces, en su larga trayectoria artística, la hemos visto entregada al empeño de lograr que nuestro público de ballet fuese cada vez más amplio y conocedor. El taller, la fábrica, un aula, un surco de tierra recién abierto o rústicas tarimas en los más apartados rincones de nuestra Isla han sido escenarios donde se le ha visto realizar tan noble tarea.
Por su notable hoja de servicios al arte de la danza se ha hecho acreedora de importantes galardones en eventos competitivos, entre ellos la Medalla de Oro en el Concurso Internacional de Ballet de Varna —que la convirtió, en 1965, en la primera bailarina latinoamericana en ganar tan alta distinción—, la Medalla de Plata en el Concurso Internacional de Ballet de Moscú (1969) y el Premio La Estrella de Oro, en el Festival Internacional de Danza de París (1970). En el 2010 la República Francesa la galardonó con la Orden Nacional de la Legión de Honor en el grado de Caballero. En su patria ha sido honrada con la Distinción Por la Cultura Nacional, la Medalla Alejo Carpentier, la Orden Félix Varela, el Premio Anual del Gran Teatro de La Habana, la Medalla Fernando Ortiz, el Premio Nacional de Danza, el Título de Doctora Honoris Causa, por la Universidad de las Artes y la categoría de Miembro Emérito de la Unión Nacional de Escritores y Artista de Cuba (Uneac), entre otros muchos. Tras su retiro de la escena como intérprete, a partir de 1997, su labor pedagógica internacional ha alcanzado los máximos reconocimientos, en instituciones de tan alto fuste como la Ópera de París, el Ballet Real de Dinamarca, el Ballet Real de Londres, la Scala de Milán, el Teatro San Carlo de Nápoles, la Ópera de Roma, el Ballet Bolshoi de Moscú y el Teatro Colón de Buenos Aires.
“El ʻjardínʼ al cual pertenece, definitivamente, no es otro que el del ballet cubano”.
En esta especial celebración de Loipa, es válido recordar las palabras del crítico inglés Arnold Haskell, quien la definió como “una orquídea exótica en el jardín del ballet”, porque la autoctonía y el cosmopolitismo han caracterizado su quehacer como dúctil intérprete primero y sólida maître después. Pero si bien es cierto que esa proyección internacional la ha mantenido alejada de su Alma Mater, el Ballet Nacional de Cuba, más de lo deseado, para regocijo de sus compatriotas, ella, con una alta cuota de sentimiento, lealtad e inteligencia, ha sabido patentizar en todos estos años de distancia y diáspora su convicción de que el “jardín” al cual pertenece, definitivamente, no es otro que el del ballet cubano. A él ha servido durante los sesenta y seis años que median entre aquella mañana promisoria en que entró a la Academia de Ballet Alicia Alonso para hacer su debut profesional y este presente en que, muy merecidamente, la festejamos.