XVIII
Sí, señor. El beisbol es uno de los grandes amores de La Habana. Un dinámico fanatismo en el que la capital no concede alternativa a ninguna otra localidad cubana. La emoción del campeonato que se está jugando ahora es tan intensa como en los años recientes, pero mucho más compleja y bastante alarmada.
La Habana vivió con dolor la gravísima crisis del beisbol profesional cubano y suspiró de alivio, cuando muchas proezas del patriotismo, que todavía están por relevar, lograron la reivindicación o el indulto para aquellos de nuestros peloteros que fueron excomulgados por las Grandes Ligas de los Estados Unidos.
La hermosa urbe enamorada se prometía para este campeonato del 40, la debida recompensa a su fidelidad deportiva, a su tacto y discreción para no enardecer aquella rivalidad accidental intercubanos erigiendo una preferencia demasiado ostensible por una de las dos Ligas. Con sabia intuición el fanatismo habanero previó que el prestigio del Emperador se sobrepondría para mayor auge de nuestro orgullo nacional. ¡Después de la tormenta, un campeonato sensacional, asistido de las mejores estrellas cubanas y yanquis de las Grandes Ligas americanas!
Un campeonato superior aun a las mejores series cubanas que con tanto orgullo recordamos.
“La Habana, fantástica, ama demasiado su beisbol, para resignarse a sufrir en silencio los vacíos que en los clubes actualmente se contemplan, si de nosotros depende el superarlos”.
Pero el supremo beisbol profesional de allá, que acabó por ser tan diferente a las demandas del nuestro, está negando ahora permiso a sus grandes ases para jugar en el actual campeonato cubano.
Nos incumbe cerciorarnos del motivo verdadero para salvar el obstáculo cuanto antes. Si es cosa de garantizar la devolución de los jugadores en perfecto estado, no ha de faltarnos pupila para crearnos un régimen de vida y una técnica de servicios inobjetables para aquel meticuloso beisbol de tan fabulosas inversiones en artistas merecidamente cuidados como cantantes de ópera.
Si es una suerte de interdicto sanitario, ya que ninguna garantía pecuniaria puede cubrir el daño y los perjuicios de una lesión muscular, de una pérdida de vigor o de “forma”, brindemos las seguridades del caso sin demora. La Habana, fantástica, ama demasiado su beisbol, para resignarse a sufrir en silencio los vacíos que en los clubes actualmente se contemplan, si de nosotros depende el superarlos.
Fuente: José Lezama Lima, Revelaciones de mi fiel Habana, La Habana, Ediciones Unión, 2010, pp. 53-54.