Dar la voz, dar la cara

Pedro de la Hoz
22/1/2018

Antes de dar la cara, se debe dar la voz. Ese es el instrumento del locutor o la locutora. Es una profesión exigente, compleja, que implica vocación, dominio técnico, virtudes comunicativas y principios éticos.


 

La naturaleza inclina, pero no obliga. Se requiere disposición y salud del aparato fonador, conjunto de órganos de la anatomía humana que intervienen en la generación y ampliación del sonido al hablar. Garantiza la potencia de la emisión vocal, el timbre y color de la voz. Luego están la modulación, la articulación, la dicción. Pero en el arte de la locución vale sobre todo la intención, la emoción y la intelección de los mensajes. La convicción de lo que se dice se halla indisolublemente ligada a la forma de decir. Contenido y forma. En fin, cultura y sensibilidad. Sin estos elementos no se logra un sello personal, un estilo, aspiraciones máximas de los profesionales de la locución.

Hay locutores especializados en la lectura de textos, y los hay que  improvisan y animan. Unos y otros merecen idéntico respeto y, en sus respectivos terrenos, pesan sus jerarquías.

Si la presencia mediática de la locución comenzó y resulta decisiva en la radio, con la televisión se plantearon nuevos problemas y hasta cierto punto cambiaron las reglas del juego. A la voz se le sumó la imagen. Fue entonces cuando entraron a formar parte de los fichajes el rostro, el cuerpo, el maquillaje, el vestuario y, lamentablemente, la imposición de modelos físicos y patrones de belleza procedentes de la visión hegemónica occidental.

Por suerte eso ha ido cambiando en nuestro medio, mucho más aceleradamente en los últimos años. Las locutoras y los locutores cubanos en la televisión se parecen cada vez más a la diversidad de la nación: mujeres y hombres por igual, jóvenes y veteranos, negros, mestizos, blancos. Es un balance que debemos favorecer y cuidar cada vez más.

Luego se ha introducido un tema que genera polémicas y atrincheramientos, el cual se resume en una aparente dicotomía: ¿pueden los actores y los periodistas fungir como locutores? Lo primero que cabría delimitar es que la actuación y la locución responden a códigos bien diferenciados, pero partir de los extremos, es decir, excluir los desplazamientos profesionales por una parte y de otra admitirlos sin conocimiento de causa, nos conduce a incomprensiones y dogmas, que han perjudicado más de un proyecto artístico o comunicativo. Muchos buenos actores y buenas actrices han dado en la diana de la locución. Y, por qué no, también contamos con locutores que han cumplido actuaciones dramáticas relevantes. Dejemos atrás los prejuicios y luchemos, eso sí, contra el intrusismo y otros males que de vez en cuando afloran. Entre estos últimos califican los excesos verbales, la vulgaridad, las muletillas, la pobreza idiomática, el encartonamiento y una nefasta categoría que en Cuba hemos dado en denominar picuísmo.

Soy de los que agradece la sobriedad, la sinceridad, la discreta familiaridad, el compromiso con las ideas, la transmisión de valores éticos y culturales. Soy de los que aplaudo a la legión de locutores que a lo largo del país defienden la cubanía.