El Conde de Pozos Dulces, fundador de El Vedado

Leonardo Depestre Catony / Foto: Tomada de Internet
19/10/2017

Francisco Frías y Jacott, mejor identificado por su título de Conde de Pozos Dulces, que heredó en 1848, fue un aristócrata culto, rico de cuna, que hasta el lujo se dio de cursar estudios, entre los diez y los diecisiete años, en Baltimore, Estados Unidos.

Pronto se situó entre los cubanos mejor versados en los asuntos económicos, con profundos conocimientos de agricultura y geología. En París estudió las ciencias físico-químicas y en cuanto a la literatura, sin propósitos de dárselas de escritor, dejó trabajos en los que se descubre un estilo cuidadoso dirigido a la ilustración de sus compatriotas.

Si se piensa en él como hombre de empresa, resultó de los de vista más aguzada y sentido práctico. Una estatua erigida en el parque de Línea y K donde aparece él de cuerpo entero, nos recuerda que el Conde de Pozos Dulces concibió y trazó el barrio de El Vedado, cuyas bellezas arquitectónicas disfruta el habanero de nuestros días y que él previó como una vía para el ensanchamiento urbano de la capital.

La creación de esta barriada residencial data de 1858, cuando se dio el consentimiento para la  parcelación de la estancia El Carmelo. Se trataba de 105 manzanas, pertenecientes a los señores Domingo Trigo y Juan Espino. Pero el lugar cobró interés cuando el ya Conde de Pozos Dulces, su hermano José y sus dos hermanas obtuvieron el permiso de fraccionamiento de sus posesiones, que precisamente se nombraban El Vedado, por lo que justamente se le considera fundador del citado barrio.

Don Francisco ocupó cargos públicos que lo hicieron conocido entre sus conciudadanos: el de regidor del Ayuntamiento de La Habana y el de director del periódico El Siglo, desde cuyas páginas desarrolló una campaña en favor de reformas sociales, políticas y económicas que por último condujo a la creación de la Junta de Información de La Habana.

Con ser tan adinerado y gozar de prestigio indiscutible, no era hombre de confianza de la metrópoli. Cuando tenía 43 años estuvo implicado en la conspiración de Vuelta Abajo, en 1852, y su participación allí fue tal que algunos historiadores han llamado a esta la conspiración de Pozos Dulces. Se le condenó, encerró en el Castillo del Morro y por último se le envió a España, con expresa prohibición de regreso a Cuba o a Puerto Rico.

Aun así, volvió a Cuba en 1861 y desde la prensa puso en práctica sus capacidades de publicista y tribuno. Como “uno de los patriotas más esclarecidos, de los escritores más brillantes y de mayor influencia en Cuba en la década de los 60 y, finalmente, quizá el cubano más versado en cuestiones de economía rural que el país haya producido”, lo calificó el historiador Ramiro Guerra.

Quien pretenda buscar  o encontrar en Francisco Frías al revolucionario de acción o capaz de empuñar el fusil, en verdad no lo hallará. Amó a Cuba, muy en serio, a su manera, y con la pretensión de conseguir reformas expuso sus criterios y aunó pareceres en torno de sí. Que aquel no era el camino lo percibieron los más valerosos y conscientes entre los patriotas cubanos, los de mayor madurez y entrega política y, por supuesto, los verdaderamente revolucionarios. Pero el Conde de Pozos Dulces soportó los sinsabores del destierro, la pestilencia de las prisiones y el golpe artero de la confiscación de sus bienes.

No secundó, ni con su opinión ni con su apoyo, a quienes escogieron el camino de la independencia en 1868. Dudó, estuvo vacilante; el espíritu se le reveló escaso y chico. Se ausentó del país en las jornadas en que la patria libraba su guerra de los 10 años. Desde Francia colaboró en la prensa latinoamericana (la chilena, la peruana, la colombiana), también en la de Nueva York y París.

Cuando desde Francia vislumbró el final de su existencia, que ocurrió el 25 de octubre de 1877, a los 68 años, echó de menos la luz y el calor patrios. Sus frases postreras fueron las de un hombre desdichado:

“La vida se me va lejos de tu sol… ¡Oh Cuba de mis ensueños!”

Aun cuando el Conde fue un agrónomo distinguido, un hombre de letras, miembro de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de La Habana, como Socio de Mérito, y ocupó la presidencia de su Sección de Agricultura y Estadística, entre otros méritos que pueden llegar a abrumar al lector, perdura en la memoria pública por su condición de fundador de una barriada en que se levantan algunas de las más bellas residencias habaneras, de los más altos edificios, de las más elegantes avenidas, de las mejores instalaciones hoteleras y de gastronomía, una barriada con vista al mar y en la que, además, han tenido lugar numerosos acontecimientos históricos, dramáticos, culturales, de relevancia política. Razones más que suficientes para asegurar al Conde de Pozos Dulces una perdurable recordación.

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