De cómo Dagoberto Gaínza puso los pies en la tierra

Reinaldo Cedeño Pineda / Foto: Tomada de Sierra Maestra
29/3/2021

“Nadie se va a morir, menos ahora…”, me canta por teléfono, alborozado como un niño, para decirme que ha recibido el Premio Nacional de Teatro a los 81 años. Dagoberto Gaínza Pérez es una leyenda. Ha dejado el pellejo en las tablas, y lo sigue dejando.

“Dagoberto Gaínza Pérez es una leyenda”. Foto: Vito Giorgio

Sus marcas podrán buscarse por más de medio siglo aquí y allá, en el Conjunto Dramático de Oriente, el Cabildo Teatral Santiago, el Calibán Teatro. En el grupo de teatro A dos manos que fundó corajudamente ―cuando muchos recogen― con Nancy Campos Neira, su compañera de siempre. En el teatro de relaciones, que se lanzó a conquistar las calles. En Santiago de Cuba, sí; pero también en Panamá, en Nicaragua, en Guyana; en Cádiz y en Almagro, en el Festival Cervantino de México, y en la patria de El Libertador, corazón adentro.  

Búsquesele encima de un enorme caballo, como El Quijote que es. Tuvo la difícil, la honrosa misión de sustituir a Albio Paz en el Teatro Mirón Cubano en su estampa de Caballero de la Triste Figura. Una vez más, Dago domó el desafío como lo hizo en Tartufo, en Yepetto, en El macho y el guanajo, en Cefi y la muerte, en Comedia a la antigua. O en la pantalla grande, en la mítica cinta La primera carga al machete (Manuel Octavio Gómez, 1969) o en Baraguá (José Massip, 1986), como guía de los Maceo.

Y claro, atrapado por Virgilio Piñera, por el maldito Virgilio en Dos viejos pánicos. Les vi, a Tabo y Tota, es decir a Dagoberto y Nancy en el estreno de la obra, en la primerísima función, puesta en escena del inolvidable Ramiro Herrero. Cuando acabó todo, cuando bajé las largas escaleras de la sala del Cabildo, en la calle Enramadas, sabía lo que vendría. Actores y personajes se trasmutaron, se fusionaron. La obra fue galardonada en el Festival de Camagüey de 2002, Gaínza mereció el Premio Avellaneda de actuación. Hubo un delirio de fotografías, un mar de aplausos en toda Cuba.

Cuando, años después, les pido a Dagoberto y a Nancy que nos regalen un fragmento de la obra en nuestro espacio Piel Adentro, en el Café Teatro Macubá, ellos ya son conocidos como “los dos viejos pánicos”. Suben a su propia obra. Nos hacen llorar, nos hablan ahora mismo, con las preguntas tremendas, con el miedo a cuestas. Es Virgilio otra vez. Y son ellos.

Dagoberto y Nancy como “Dos viejos pánicos” en el Café Teatro Macubá.
Foto: Belice Blanco Garcés

El Generalísimo

Quiero adentrarme en un pasaje de menor mención en la carrera de Dagoberto Gaínza. Un pasaje, no obstante, que lo retrata entero. En 1986, interpreta en la televisión una serie de dos capítulos, En busca de Máximo Gómez, guión y dirección de Carlos Padrón.

Encarnar al patriota resultó para el actor un camino escabroso. No solo debía prestar cuerpo, espíritu, movimiento y palabra a un hito de la historia cubana; sino encarnar a varios Máximo Gómez: al irreductible, que con su astucia cruza la fortificada trocha de Júcaro a Morón; al que pierde y cambia la voz tras un disparo en el cuello, y al anciano transido, augusto, ante el cadáver de su hijo.

A esa introspección se unió el físico. La búsqueda de la semejanza requirió la extirpación de una verruga en la nariz y su consiguiente recuperación, hecho que acaeció en el Hospital Oncológico santiaguero. No todos asumirían tal riesgo. Y aunque la anatomía del actor se extiende por un cuerpo espigado, la caracterización requirió el “hundimiento de las mejillas”, la cabeza rapada, la implantación de cejas y mostacho, la decoloración del pelo. Debía convertirse en Gómez, adentro y afuera. Désele a la maquillista Dalia Fuentes, su parte.

Dagoberto Gaínza como Máximo Gómez,
en 1986. Foto: Cortesía del autor, tomada del libro
A capa y espada, la aventura de la pantalla

Ahí está la foto, ahí está la actuación. Probado el temple. Aquel trabajo mereció la Placa Conmemorativa 150 Aniversario del Natalicio de Máximo Gómez, otorgada por el Consejo de Estado de la República de Cuba. Hay una anécdota exquisita, cuando tiempo después le invitan a interpretar otra vez al Generalísimo, el actor se lleva consigo una imagen tomada de aquel momento:

—No, no, esa foto es el recorte de una revista, le responden al mostrarla…

El Apóstol

¿Cuántas ciudades de Iberoamérica comparten el mismo nombre en honor a Santiago Apóstol? La musical y calurosa Santiago de Cuba, es una de ellas. Es menester hurgar en los antecedentes para entender cuál es el Santiago Apóstol que incorpora Dagoberto Gaínza, el mismo que hace flamear por la calles cada julio de carnaval. En 1976, el actor sustituye a Héctor Echemendía en la pieza teatral De cómo Santiago Apóstol puso los pies en la tierra, de Raúl Pomares. De una vez y para siempre. El autor toma inspiración en la estatua ecuestre que se conserva en el Museo Emilio Bacardí.

Pues bien… en los tempranos años del decimonónico, los comerciantes de la villa oriental, solicitaron una representación del rey español, Fernando VII, previendo los favores que ello traería. Sin embargo, pocos le encontraron parecido con aquel y respiraron aliviados cuando la retiraron de la plaza.

La ciudad requería una imagen del santo y la estatua ecuestre emergió del olvido. La representación del apóstol como Santiago Matamoros montado a caballo, intervino a su favor. Se le insertó una espada en forma de serpiente —alusión a la tierra y la fertilidad, forma que dialoga con la sinuosidad de su topografía, con las montañas cercanas―, se le abrigó con una capa blanca y roja… mas el sombrero con el ala frontal hacia arriba, acabaría haciendo “sospechosa” su figura, como un guiño a la usanza mambisa. La estatua sería encarcelada. El alcalde, benefactor y escritor Emilio Bacardí, rescatará la pieza.

La obra De cómo Santiago Apóstol puso los pies en la tierra, retoma la singular historia. Devenido un clásico de la escena cubana, se trata de un recorrido por los anales de Santiago de Cuba, por su rebeldía. El final de la obra impresiona: el actor que ha representado al santo, baja del caballo, decide echar su suerte con la gente.

Ahí te dejo, infeliz pedazo de madera… Si algún día te bajas de este pedestal y pones los pies en la tierra, vas a ver por primera vez en tu vida cómo son las cosas verdaderamente y si te queda un poco de vergüenza y sangre en las venas, no tendrás más remedio que seguir a toda esa gente, adonde quiera que vayan… ¡Adiós, Apóstol!…  ¡Santiago se va…! [1]

Santiago Apóstol, le dice la gente, y el Apóstol Dagoberto asiente. El mismo respeto, igual cariño. No requiere atavíos, es ya la imagen viva del santo guerrero. El actor nunca se conformó con las tablas y lo llevó a las calles. Él pregona la memoria, tenaz y recurrente. Se mueve con aquel rostro blanco, con la capa, la espada. Y cuando pasa, hay un perpetuo asombro en la mirada, hay una conexión.

Nota:

[1] La transcripción de este fragmento se hace a partir de la propia interpretación del actor.