Todos los gambitos de la dama

Rafael de Águila
23/3/2021

“Mi pensamiento… ser creativa…”
Judith Polgár, Gran Maestra húngara

Las plataformas de streaming como Netflix, Hulu o Disney+ han hecho millones en este año de pandemia. Los medios de difusión lanzan a cada momento la noticia en cuanto a que una nueva serie ha alcanzado el máximo de audiencias. Precisamente una serie me impulsa hoy. El título: The Queen´s Gambit. El tema, inusual para un audiovisual: el ajedrez. La actuación de la protagonista ―excepcional―: y es que Anya Josephine Taylor-Joy es el gambito, la dama, el tablero… ¡todas las piezas que sobre él ―y en derredor― se mueven! Quien esto escribe anheló alguna vez ser ajedrecista, uno de fuerza. De ahí este homenaje… al ajedrez, ¡sobre todo al ajedrez!, a sus inmortales e inolvidables genios.

“En el mundo de las aperturas ajedrecísticas se le denomina Gambito de Dama a mover, por parte de las piezas blancas, el peón situado frente a la dama, dos escaques hacia delante (…)”. Fotos: Internet
 

La apertura: prolegómenos de un gambito

Era el año 1982. Llovía fuerte. Muchacha y muchacho buscaron refugio debajo del saliente de un techo. La ciudad: La Habana. El barrio: El Vedado. La calle: Zapata ―un sitio que la memoria, engañosa y selectiva, juega a ubicar entre las calles 22 y 24―. El pálido amarillo de la pared del Cementerio serpenteaba a unos metros. Muchacha y muchacho conversan: ¿qué te gustaría ser en la vida? Ella: siempre quise ser ingeniera, dice. ¿Tú?, ¿quieres ser escritor? Por aquellos años el muchacho escribía poemas. Lo que me gustaría… muy en serio… es llegar a ser Gran Maestro. Ella lo mira, inquisitiva. Ajedrez, aclara él, y le cuenta: ayer jugué la tercera ronda de un Torneo municipal, volví a perder…, esta vez con un niño. Ella lo mira, mueve la cabeza: ajedrecista… no vas a ser, dice, y se ríe.

El incidente, intenso y diáfano, regresó a mi memoria hace apenas unos días al disfrutar ―hasta el mismísimo top de la emoción, y aún más alto― los siete capítulos de una hora de duración de The Queen´s Gambit. No soy experto en dramaturgia. Tampoco en medios audiovisuales. Nunca llegué a ser un buen jugador de ajedrez. Mis amigos Rubén Sicilia, Leonardo Blanco o Roberto Viñas podrían extenderse sobre los vericuetos técnico-dramatúrgicos de la serie. No será este el análisis de un experto acerca de la calidad de un producto audiovisual. Será la mera emoción de un espectador, de alguien que, devorado por la seducción del audiovisual, intentó ―en tiempos de los que hoy nos separan más de tres décadas― llegar a ser ―¡oh, ilusiones!― un buen jugador de ajedrez. Uno de fuerza. Alguien que pese a todo el estudio ―aperturas, monografías, revistas especializadas, temas de finales y partidas famosas, ah, ¡La Siempreviva!, de Anderssen y Dufresne, 1852; La Inmortal, de Anderssen y Kieseritzky, de 1851!― solo llegó a amar y respetar el ajedrez ―y a sus inmortales genios― como hoy admira y ama la Literatura ―y a los genios no menos inmortales que la escribieron―.

En el mundo de las aperturas ajedrecísticas se le denomina Gambito de Dama a mover, por parte de las piezas blancas, el peón situado frente a la dama, dos escaques hacia delante, a lo que sigue idéntico movimiento por parte de las piezas negras, las blancas, a su vez, responden trasladando el peón situado frente al alfil ―el ubicado a la izquierda de la dama―, también dos escaques hacia delante, teniendo las negras, en su segundo movimiento, la opción de tomar el peón blanco así ofrecido ―Gambito de Dama aceptado― o no tomarlo ―Gambito de Dama declinado, como lo hacen las defensas Chigorin, Marshall y Alekhine―. Tras eso se abre un abanico de múltiples variantes en una apertura cerrada que ha probado total eficacia perdurando en la práctica de torneos del más alto nivel. Existen otros Gambitos ―de rey, el Benko, el danés―, urge decir que han corrido menos suerte y son hoy mucho menos empleados. Un gambito, técnicamente, resulta el ofrecimiento de material en la apertura ―casi siempre un peón― a cambio de lograr ventaja en el desarrollo, en el tiempo o en la posición sobre el tablero. La palabra gambito fue empleada por vez primera en 1561 por el confesor de Felipe II, el gran ajedrecista, humanista, gramático y sacerdote español Ruy López de Segura, y llega desde el italiano gambettare (poner una zancadilla) o gambetto (trampa, zancadilla), el genial español visitó Roma en 1560, otra vez durante el pontificado de Gregorio XIII ―Italia por aquella fecha era el centro del ajedrez mundial―, estudió ese movimiento e introdujo la palabra al idioma español. Imagino haya renunciado ¡muchas veces! al empleo de aquellos lances italianos en virtud de elegir, orgulloso, su apertura, ¡la Española!, esa que hoy lleva su nombre, y que se caracteriza por llevar hacia delante, también dos escaques, el peón rey ―esa, la suya, la Española, la Ruy López, tal vez sea la apertura más empleada y famosa del ajedrez―, movimientos que han resistido los embates de más de cuatro siglos y que tan usuales resultaran en el juego de nuestro inolvidable José Raúl Capablanca y Graupera.

El medio juego: la inefable seducción del gambito de la dama Anya Josephine Taylor-Joy.

No pocas series o filmes llegan desde novelas. No pocas de esas novelas han resultado obras literarias. Las creaciones audiovisuales derivadas han corrido buena o mala suerte acorde a la calidad, enfoque libérrimo, fidelidad a la fuente original, buena factura o la chapuza de tales creaciones. En ciertas ocasiones, es el caso de obras literarias de fuerza, el audiovisual ha alcanzado cotas que al autor literario ―imagino― no le habrían desagradado. En otras el audiovisual llega desde una obra menor, de reducida o discutible calidad literaria. Se trata entonces solo de la ascensión de un tema: un argumento de interés advertido por un creador inteligente ―director, guionista, productor― que de la mano de un andamiaje de lujo ―actores, guion, trabajo de cámara, música, edición, vestuario, ambientación― logra un producto audiovisual de elevada calidad… desde una fuente que no la exhibía. Tal es, precisamente, desde mi personal visión, el caso de The Queen´s Gambit. Rememoro la frase con que mi amigo, el escritor cubano Edgar London, juzgara El Código da Vinci: “esto, hermano, no contiene una sola oración que merezca ser tomada por Literatura”. Mutatis mutandis algo similar puede suceder con The Queen´s Gambit, la novela del narrador californiano Walter Tevis, devenida ahora, a 35 años de su publicación, y de la mano del éxito de la miniserie, best seller. Ver The Queen´s Gambit, quedar fascinado, acudir a la red de redes, bajar el libro free cost, leerlo y quedar… desconsolado, esa fue la secuencia. El libro, entretenido, carece per se de pretensiones literarias o virtuosismo de estilo: solo cuenta algo, lisa, llana, directa y muy sencillamente. Valga aclarar que la novela resulta en extremo consistente con lo ajedrecístico: el mismo Walter Tevis ―fallecido tempranamente a los 56 años, en 1984, graduado de Literatura inglesa en la Universidad de Kentucky, autor de seis novelas, ¡tres de ellas llevadas al cine!, y de varios relatos cortos― fue un ajedrecista de fuerza; excelentes jugadores lo orientaron en la novela para la que contó, además ―como la serie― con la asesoría del Maestro Nacional USA Bruce Pandolfini, autor, profesor y entrenador de ajedrez, con más de una docena de obras publicadas sobre el juego ciencia.[1] Si el texto literario resulta menor, la serie de Netflix, en cambio, deviene encomiable. De lujo, diría yo. Mucho de ese lujo corresponde sin dudas ―al César llegue cuanto al César corresponda― a la elección de la protagonista, la chica que toma la piel, los derroteros, las derrotas, las victorias, los escorzos y las excelsas y misteriosas miradas de la heroína Beth Harmon: Anya Josephine Taylor-Joy. The Queen´s Gambit es ella. No es menos pero, sobre todo, sin ella dudo la serie fuera todo lo demás que indudablemente es. Por cuatro semanas rompió The Queen´s Gambit el récord de espectadores de Netflix alcanzando el primer lugar en 63 países. El planeta reportó un auge en la venta de tableros. Por vez primera un audiovisual ―film o serie― sobre ajedrez, no precisamente un juego popular ni seguido por multitudes, llega a ser trending topic. Un día lo fue el encuentro en la cumbre de Spassky vs. Fischer en Reikiavik; después los sucesivos y muy recordados embates de Karpov vs. Kasparov. Hoy lo es una serie.

“Anya Josephine Taylor-Joy. The Queen´s Gambit es ella. No es menos pero, sobre todo, sin ella dudo la serie fuera todo lo demás que indudablemente es”.
 

En 1983 el periodista Jesse Kornbluth, del The New York Times adquirió los derechos del guion. Fue el primero quizá en advertir la fuerza y el atractivo del tema. En 1992 el guionista escocés Allan Scott ―recordar ese filme de culto, Don´t Look Now, 1973, de Nicolas Roeg, del cual el escocés resultara guionista― adquiere esos derechos. El mismo Bernardo Bertolucci se muestra interesado. Entre el 2007 y el 2008 Scott planea ―junto al australiano Heath Ledger― emprender al fin el proyecto, mas llega la muerte infausta de Ledger apenas a los 28 años. La Beth Harmon de ese primer intento lo hubiera sido la entonces bella actriz canadiense Ellen Page ―celebrada por su actuación en la comedia musical Juno, del 2007―, hoy Elliot Page. Page, me temo, no nos habría regalado todos los matices, todos los gambitos, todos los escorzos ―rostro, poses, miradas y silencios, ¡ah, esos silencios tan elocuentes!― que nos ha tributado esa misteriosa chiquilla que es la Beth Harmon interpretada por la dama real del juego: Anya Josephine Taylor-Joy. De adolescente, la canadiense / británica / argentina Anya Josephine se afana con el ballet, a los 16 debuta como modelo para saltar al estrellato de la mano de Robert Eggers en The Witch, estrenada en el Festival de Sundance en el 2015. Pero Allan Scott no desmaya y he ahí que logra el duetto con otro Scott, el también guionista y director Scott Frank ―no olvidemos sus guiones en filmes como Little Man Tate (Jodie Foster, 1991), o Out of sight (Steven Soderbergh, 1998), o la muy famosa Minority Report, Steven Spielberg, 2002). Es la unión de dos fuertes, en mixturas tales, puede decirse, bulle inigualable la fuerza. Mas… hallar y elegir a Anya Josephine, vaticino, lo fue todo. La Fuerza estaba con ella, me atrevo a remedar, al estilo de un caballero jedi.

Tema de final: el ajedrez y los niños genios

Beth Harmon, la niña de 9 años enviada a un orfanato, se descubre como una niña genio del ajedrez. Y ellos, los niños genios, han abundado ―y abundan hoy más que nunca― en el mundo de las 64 casillas. El siglo XXI parece ser el más fértil y enjundioso terreno para niños genios del ajedrez: quién sabe si no pocos de ellos alcancen a ser campeones mundiales. Llevados ―y traídos― por la magia de esta serie hagamos honor a algunos de esos genios:

Paul Morphy, que naciera en Nueva Orleans en 1837 ―por muchos considerado el más notable jugador de ajedrez de todos los tiempos―, se introdujo en los secretos del tablero mirando jugar a miembros de su familia ―como después lo haría nuestro inolvidable Capablanca, mirando jugar a su padre―. A los 9 años muy pocos alcanzaban a ganar al niño una partida. A los 12 era considerado “niño prodigio”: hablaba cuatro idiomas y derrotaba a casi todos en los Estados Unidos. A los 20 años se graduó y se fue a Europa. El objetivo: ¡derrotar a todos los Grandes Maestros! Lo hace. Sin pausa. Lleva a morder el polvo al alemán Adolf Anderssen ―¡el mismo que legara a la historia del ajedrez las bellísimas y muy románticas, ya mencionadas, Inmortal y Siempreviva!―. Quien no desea ser humillado no se le enfrenta. Es considerado el mejor jugador del mundo. Tiene 22 años, desea que alguien lo rete: ni uno solo se atreve, sin embargo. Se sienta, tablero de por medio, a esperar contrincante. En 1867 su psiquis se deteriora, nunca contrae nupcias, no tiene hijos. Muere en 1884, apenas a los 46 años. Sus partidas, inolvidables, trasudan una intuición y lógica asombrosas.

Samuel Herman Reshevsky nació en Polonia, en 1911. A los 4 años jugaba ajedrez como un portento, a los 8 derrotaba a connotados ajedrecistas en sesiones de simultáneas. Con 24 años ganaría ―de manera rotunda― el Torneo Internacional de Margate, donde derrotó al mismísimo José Raúl Capablanca. Un año después ganaría el Campeonato de Estados Unidos: ¡cetro que sería siete veces suyo! El otrora “niño genio” nunca fue, sin embargo, Campeón Mundial. Sus partidas asombran: era un jugador de notabilísima fuerza.

Ah, ¡nuestro Capablanca! ¡El Mozart del ajedrez!, ¡la máquina de jugar ajedrez! A los 4 años, de mirar jugar al padre, pasa a derrotarlo. A los 5 nadie puede hacerle caer, el Rey en el Club de Ajedrez de La Habana. A los 13 derrota al mismísimo Campeón de Cuba y se corona. En 1906 tiene 18 años y en el Club de Ajedrez de Manhattan bate a Emmanuel Lasker, el Campeón del Mundo. Derrota al Campeón de USA, Frank Marshall. Eso lo lleva ―pese a protestas de algunos de los más encumbrados Maestros participantes― al grandioso Torneo de San Sebastián: ante el asombro inaudito de todos lo gana de manera inobjetable, destroza, incluso, a aquellos que al calificarlo de “advenedizo” no deseaban fuera invitado a ese torneo. En 1921 se enfrenta a Emmanuel Lasker, en La Habana, y gana ―¡sin perder una sola partida!― la corona mundial. Capablanca era lógica e intuición en estado soberanamente puro. Una tarde acudí con uno de mis mejores amigos a su tumba: a rendirle respetuoso tributo.

Mijaíl Botvinnik fue varias veces campeón del mundo, entre los años 1948 y 1963, ganaría cinco veces el Campeonato de la URSS: 1933, 1939, 1941, 1945 y 1952. Tenía 14 años cuando logra vencer en una sesión de simultáneas a nuestro Capablanca, en San Petersburgo. Con 16 llega a la final del Campeonato de Leningrado. A los 20 es campeón de la URSS. En 1935 gana el torneo de Moscú, aventajando a Lasker y a Capablanca. Comparte, junto a Capablanca, la cima en el muy famoso torneo de Nottingham, en 1936. Su ajedrez era posicional. Si Capablanca era una máquina de lógica e intuición, Botvinnik era dedicación y estudio. Su escuela jugó un papel fundamental en el desarrollo del ajedrez ruso: Garry Kasparov y Anatoli Karpov asistieron a ella.

Ese gran genio del ajedrez que fuera Robert Fischer aprendió a jugar siguiendo las instrucciones de un estuche de juego que le regalara su hermana. Desde ese instante la vida fue para él solo un tablero. La madre, asustada, lo lleva a un psiquiatra. En 1956, a los 16 años, fue campeón juvenil de USA. La madre no tolera más al hijo genio y lo abandona. Fischer queda solo. Él y su tablero. Eso basta. A los 15 años es Campeón absoluto de USA y obtiene el título de Gran Maestro ―hasta ese instante nadie había logrado este título a tan corta edad―. En 1972 se titularía ―de manera inobjetable, imperecedera y rotunda― Campeón Mundial.

Garri Kasparov ―quien fuera en su momento el Campeón Mundial más joven de la historia y ganara ¡en once ocasiones! el Oscar del Ajedrez― tambien aprendió a jugar mirando a su padre. A los 13 años fue campeón de la URSS. En 1978, invitado ―excepcionalmente― al Torneo Memorial Sokolski ―como antes Capablanca lo fuera a San Sebastián―, lo gana inobjetablemente. Asiste ―por error― al Torneo de Grandes Maestros de Banja Luka, en 1979, ¡y lo gana también de manera rotunda! En 1980 se titula Campeón Mundial juvenil. Después llegaría a la cima tras los inolvidables encuentros con el flemático y también inolvidable Anatoli Karpov. El ajedrez de Kasparov era ¡brillante! ¡Fantasioso! ¡Pletórico de ingenio!

Magnus Carlsen nació en 1990, en Noruega. A los 12 años era ya Campeón del Mundo para esa categoría; a los 13 recibe el título de Gran Maestro; a los 15 es Campeón de Noruega; a los 19 se le considera el jugador más fuerte del mundo; a los 22 es Campeón Mundial. Nunca un jugador tan joven había superado la barrera de los 2800 puntos ELO.

La ajedrecista húngara Judith Polgár.
 

La genial ajedrecista húngara Judith Polgár, Campeona del Mundo categoría infantil en Winsconsin (USA), ha sido la única mujer en figurar entre los diez jugadores más encumbrados del mundo, según la lista FIDE de clasificación mundial de fecha enero de 1996. Judit ―¡otra que también tuvo por maestro a su padre!― se convierte en el Gran Maestro más joven de la historia en 1991, tiene menos 15 años ―destrona de ese récord a Robert Fischer―; a esa edad se titula Campeona Absoluta de Hungría; a los 16 y 17 años vence sucesivamente en el muy fuerte Torneo de Hastings; a los 18 logra la mejor actuación de una fémina en un Torneo Internacional adjudicándose la corona en Madrid. En su momento la húngara derrotó a varios Campeones y ex Campeones del Mundo: Kasparov, Karpov, Spassky, Carlsen.  

Beth Harmon, la niña genio de The Queen´s Gambit, es la mixtura de todos ellos.

Grandes ajedrecistas del sexo femenino han existido muchas. Los cubanos tuvimos a María Teresa Mora Iturralde, quien, en 1922, con solo 20 años, carecía de rivales en Cuba ―único ser al que José Raúl Capablanca impartiera clases―, primera Maestra Internacional cubana e hispanoamericana de ajedrez, Campeona Absoluta de Cuba. Ahí están las Campeonas del Mundo Vera Menchik ―de nacionalidad rusa, muere en 1944, a los 38 años, a resultas de un bombardeo nazi en Londres―, Nona Gaprindashvili, Maia Chiburdanidze ―quien comenzara a jugar a los 4 años y fuera la primera mujer en obtener el título de Gran Maestro―, Ana Matnadze, ¡vaya trío ese de georgianas!, la china Hou Yifan, quien logra ¡con 14 años! el título de Gran Maestra, cuatro veces Campeona del Mundo.

“Me permito, muy respetuosamente, parafrasear hoy a ambos genios del tablero: ¡tres hurras por esta nueva serie!”.
 

Se dice que los creadores de The Queen´s Gambit han quedado tan sorprendidos del éxito de la miniserie que no saben qué decir acerca de una 2da. temporada. Para ello, de decidirse, deberá ese formidable duetto de Scott de afanarse: la obra literaria, la novela de Walter Tevis, no va más allá. ¿Veremos a la muy bella ―y sobre todo enigmática― Anya Josephine Taylor-Joy llevar a la heroína Beth Harmon a coronarse como Campeona del mundo? Ojalá. Mientras, armemos el tablero. Y evoquemos aquella frase, imperecedera, del primer campeón del mundo, el praguense Wilhelm Steinitz al celebrar ser derrotado por Emnanuel Lasker, frase repetida decenios después por el caballeroso Lasker al ser batido por nuestro José Raúl Capablanca: “¡Tres hurras por el nuevo Campeón del Mundo!”. Me permito, muy respetuosamente, parafrasear hoy a ambos genios del tablero: ¡tres hurras por esta nueva serie!

 
Nota:
[1] Por si fuera poco, la serie de Netflix contó con la asesoría ―magistral― del ex Campeón del Mundo Garry Kasparov. A propósito del ex campeón mundial, en el 2002 se celebró el III Encuentro Rusia vs. Resto del Mundo, antes de jugar con la húngara Judith Polgár, Garry Kasparov declaró: “…tiene gran talento, pero es una mujer”. La misoginia de un juego de tradicional dominio masculino afectó, tristemente, al afamado ajedrecista. Una vez tablero de por medio la húngara se encargó de colocar las cosas en su debido sitio: en el movimiento 55, visiblemente molesto, el ex Campeón Mundial se puso de pie y rindió su Rey a la Gran Maestra. Y, desde luego, se disculpó.