Roberto Diago: Bembé visual por el cimarronaje cultural
21/3/2021
A la Maestra Ana Cairo Ballester
La obra de Roberto Diago Durruthy (1971) tiene la inmensa capacidad de provocar razonamientos sobre la imperiosa necesidad de revisitar la historia ante la imposibilidad de olvidar las marcas del tiempo. En su caso sucede en tanto reafirma de forma abierta y sistémica el enfrentamiento contra el racismo y la discriminación racial, más allá de un día señalado o decenios instituidos. El quehacer en los predios de la visualidad, y la preocupación y ocupación en los proyectos comunitarios[i] desarrollados muestran la materialidad de sus pensamientos. Memoria, identidad, visibilidad y autorreconocimiento de los excluidos son de los valores que habitan el cosmos de sus obsesiones alimentadas por razones poderosas.[ii]
Mi historia es tu historia.[iii] Los excluidos son también parte del relato histórico
Miles de hombres del continente africano fueron desarraigados de sus entornos, familias y costumbres como consecuencia de la estrategia expansiva de la modernidad. La trata atlántica quebró las dinámicas existentes. La trayectoria de usurpación, dolor y desconocimiento comenzó en las factorías africanas, y se prolongaba luego en los barcos negreros. Ya en tierra firme los cañaverales y barracones se convirtieron en la única realidad y futuro de los hombres esclavizados.
El poder invencible de la memoria, las maniobras de resistencia en los nuevos contextos, y las fabulaciones en “tiempo real” en la medida de lo posible no fueron tomados en cuenta por el pensamiento hegemónico de entonces.
La vida de este lado del mundo, en la mayor de las islas del Caribe, quedó estatuida por la sociedad colonial donde el complejo estamental estaba determinado más por el color de la piel que por cualquier otro parámetro social o político. La discriminación racial se erigió constitutiva.
En la poscolonia continúa este ejercicio de poder. Una sociedad marcada por la segregación, donde las aceras, los parques y los sitios de reunión eran diferenciados según blancos y negros. Entre los hechos más ignominiosos: la masacre de 1912.[iv]
En la historia más reciente, luego de políticas y decretos diseñados en contra de la discriminación racial y a favor de eliminar las diferencias en todos los ámbitos, persisten pensamientos, expresiones y acciones que inciden en las decisiones de dónde, cómo y con quién están aquellos que antes no se consideraban iguales. “Lo que muchos definen en tono minimal, como pequeños rezagos del pasado y algunos prejuicios raciales” (Argüelles, 2011, p. 4).
El barrio está en candela. Espacios de formación
El espíritu enérgico y el orgullo que lo caracterizan hacen que aquellos que no lo conocen en ocasiones tilden a Diago de “un poquito majadero”. Se forjó en una novena apretada entre poco juego, mucho estudio y el no tener siempre lo deseado. Transcurrieron los años donde todavía no podía comprender por qué cuando hablaban de él decían “el negrito”, mientras que si se referían a otro vecinito, por tener el cabello rubio lo trataban de “el niñito”. En la escuela la maestra y los textos de Historia nunca se lo explicaron, pero la vida se encargó de hacerlo, y la pedagoga[v] que tenía en casa lo aleccionó para convivir y sobreponerse a esas miserias humanas.
El artista crece en su condición de hermano, ekobio,[vi] consorte,[vii] yunta;[viii] se desdobla infinitamente como única cualidad para permanecer. Le es sabido que para reinar hay que fundar y no olvidar; eso lo aprendió en Pogolotti. En este barrio habanero no faltan las buenas acciones ni la confraternidad barrial, pero tampoco están ausentes conductas violentas que se inician con una discusión y pueden culminar en riñas incontenibles. Es la naturaleza del gueto, como le llama Diago metafóricamente a su concepción personalísima del icónico barrio habanero.
Muchos de los signos de su obra refrendan autorreferencialidad. No tuvo que hacer trabajo de campo como los antropólogos, profesionales a los que admira tanto como los textos que estos producen. El artista resolvió recodificar desde la visualidad lo que durante mucho tiempo conformó su cotidiano, y hoy es una de las zonas de su capital cultural que le provocan orgullo.
La evocación constante y sentida de sus años en Pogolotti aparece recurrentemente en su producción artística, en ocasiones de forma explícita, y en otras, transfigurada. Una constante en su obra es la incorporación de textos que, más que subrayar el discurso representado, forman parte indivisible del texto visual.
En la deconstrucción hecha en la obra “Yo me quedo” (óleo/lienzo, 80x60cm, 1999) puede leerse: “Pogolotti city, el barrio está en candela”. Están presentes las alusiones a la situación económica: “El dinero no me alcanza; mi vida es un problema”. Asimismo, figuran las consecuencias para los que han enfrentado procesos judiciales por diversos motivos: “El Chino está preso, el Mota está preso, Pedrito está preso”. En fin, es una manera de relatarlo todo, aun las conductas que no deben ser imitadas, pero que son parte de la historia de todos los cubanos. Ese es su Pogolotti, sin ambages, abierto, infinito e incalculable… Tomar en cuenta a quienes lo habitan es una manera de proponer la inclusión, facilitar así que Pogolotti y su gente recorran el mundo.
España, devuélveme a mis dioses [ix]
En África, Oggún asume la paternidad de los que nacieron en Abeokuta,[x] y en cualquier lugar donde se encuentren son hijos de esta deidad. El templo de Osun se encuentra en el Bosque Sagrado de Osun-Osogbo,[xi] en las márgenes del río Osun, ubicado en la ciudad de Osogbo, Estado de Osun, Nigeria.
En Cuba las circunstancias de la colonialidad reinventaron el alimento del espíritu. Aquí se desarrollan las religiones cubanas de matriz africana, entre ellas la Regla de Ocha o Santería, nombrada también Regla de Ocha- Ifá.[xii] “En inicios estas religiones fueron perseguidas, condenadas, desacralizadas e identificadas con los estratos menos favorecidos de la sociedad cubana, y también signados por pensamientos y conductas de resistencia. Finalmente han sido reconocidas, y en la actualidad el número de practicantes va en aumento sin importar el color de la piel, ni el grado de instrucción, ni las esferas de desempeño” (Argüelles, 2017, p. 4).
Entre sus deidades está Oggún, uno de los cuatro orichas[xiii] guerreros, dueño de los metales; comenzó a vivir en cada objeto metálico de los ingenios, en las ruedas de los quitrines, luego en los tranvías, y hoy reina en los espacios computarizados. Oshún tiene un río con su nombre, pero le pertenecen todos, además de las mujeres parturientas, la sensibilidad, el erotismo y la miel.
Diago conoció a los orichas en Pogolotti, terreno fértil donde conviven espiritualidades, conjuros, hermandades; se reza el Padrenuestro y le tocan a Eleggua[xiv]. Su orientación espiritual es franca e inclusiva. En su obra no deja de rendir tributo a los orichas y los egguns,[xv] que le acompañan a cualquier sitio del orbe. En el catálogo de la muestra personal “Tu historia es mi historia” aparece la siguiente dedicatoria: “A mis orichas por la fuerza, y a mi abuelo por su guía”.
En 2002 realiza la serie “Oggún Arere”.[xvi] En ella el soporte resulta un aliado definitivo: metal, yute, tela, soga y acrílico. Más que ingeniosidad, es tributo. Se inventa una iconografía para Aponte, Varela, Maceo, Martí, Ortiz, Guillén, y los hace convivir en tiempo y espacio comunes. Como comunes fueron sus ideales de respeto y defensa de la diversidad en los contextos que les tocó vivir.
La obra es prueba irrefutable de la hibridez constitutiva de la cubanidad. Instituida desde la resistencia, la fe, el coraje, la lucidez y la poesía, sobre un puntal multicolor cuya fusión comenzó mucho antes de la colisión en 1492. Cada una de las partes ha sido imprescindible. Respetar la esencialidad de las matrices es garantía para que prevalezcan.
Por Yemayá[xvii] siente una devoción tan particular como la iconografía que le ha configurado: “Mi señora” (caja de luz, madera y foto, B/N, 84 x 73,5 x 12 cm, 2005); Yo cerca del cielo (dimensiones variables, 2008). Y no duda en pedir “Aché pa’ los míos” (técnica mixta/ yute, 300 x 200cm, 1999). Su religiosidad es discreta, atinada, perseverante.
“Difícil no es ser hombre, es ser negro”, este argumento quedó superado con creces por el artista cuando le exigió a España que le devolviera sus dioses. Incluye la religiosidad, pero también la rebasa. El patrimonio espiritual se construye en parte gracias a las memorias, los contextos vivenciales, el lugar asignado por los centros e instituciones de poder a las prácticas de naturaleza religiosa y a quienes las practican.
Más que reclamo, es un ajuste de cuentas por lo desgarrado, sepultado, invisibilizado e impuesto durante siglos en nombre de un único dios por las garras hegemónicas de los autodesignados redentores. Diago exige a España y a todos los que han estructurado y sostenido el irrespeto a las diferencias.
Las metas que se ha propuesto siempre han sido con “el listón bien alto”, y cada vez que vence una, la próxima implica el triple del esfuerzo de la anterior. A la altura de su medio siglo de vida, con el respeto de su familia, una obra consolidada y la admiración de los colegas del gremio y de la cultura toda, puede decir que muy poco le ha resultado fácil; solo aquello que pleno y en constante producción lo ha hecho crear el universo visual diaguino, en el que no faltan los dioses propios. Cada imagen enaltece su verdadera creencia: el reconocimiento, el respeto de la diversidad por encima de la aceptación, convertido en gesto icónico que descoloniza la mirada y los sentimientos.
Bibliografía citada
Argüelles Miret, Ercilia: “Roberto Diago, el gesto del grito en la inmanencia de lo simbólico (2011).
_______________: Programa sobre religiones en Cuba para el perfil Conservación-Restauración de Bienes Muebles de la Universidad de las Artes (2017).
Bolívar Aróstegui, Natalia: Los orichas en Cuba, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2017.
Menéndez, Lázara: Para amanecer mañana hay que dormir esta noche. Universos religiosos cubanos de antecedente africano: procesos, situaciones problémicas, expresiones artísticas, Editorial UH, La Habana, 2017.
Torres Zayas, Ramón: Abakuá. (De)codificación de un símbolo, Aurelia Ediciones, Ciudad Panamá, 2016.
Roberto Diago Durruthy (La Habana, 1971). Graduado de la Escuela Nacional de San Alejandro en 1990. Miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. No entiende de las clasificaciones reconocidas: pintor, escultor, instalacionista, performático; es un artista visual en toda la fuerza de esta denominación. Así quedó explícito en 2017 cuando es acogido en el campus académico de Harvard para mostrar “Diago: Los pasados de este presente afrocubano”, una retrospectiva de sus años de trabajo hasta esa fecha.
Su obra forma parte de importantes colecciones en Cuba y en Francia, Alemania, Portugal, España, Puerto Rico, México, Panamá, Brasil y Estados Unidos. Su currículo es tan intenso como su manera de enfrentar la vida, presto a participar en proyectos colectivos donde además del disfrute los públicos implicados se beneficien a través del trabajo comunitario. Si se trata de representar y poner en alto el nombre de Cuba es el primero en confirmar su colaboración.
Ficha de autor
MsC. Ercilia Argüelles Miret. Profesora auxiliar de Religiones en Cuba. Saberes y Contextos, en la Universidad de las Artes. Colaboradora del equipo de trabajo de Religión en el Instituto Cubano de Antropología. Miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.