Gibara: where the magic happens

Vladimir Cruz
10/3/2021

 Si solo haces lo que sabes hacer,
nunca serás otra cosa que lo que ya eres.

                                                         Kung Fu Panda

                                                           

-¿Y qué pinta Lenin en Gibara?

-Mujeres desnudas. Bueno, siempre es la misma. Se llama Masha.

Estas fueron las primeras palabras de mi conversación con Cuty el 3 de julio de 2018 a media mañana. Mirábamos el mar desde el portal de la magnífica casa colonial recién restaurada que compartíamos con Kelvis Ochoa y Polito Ibáñez durante nuestra estancia en el Festival Internacional de Cine de Gibara.

Cuty en el Festival de Gibara de 2018. Fotos: Cortesía del autor

-No, lo que quiero decir es que a santo de qué has traído una exposición sobre Lenin a estas alturas. Reformulando la pregunta: ¿Qué pintas tú en Gibara?

-Pinto a Lenin, que pinta mujeres desnudas.

Tanto por el ritmo como por el contenido, la conversación estaba derivando rápidamente hacia un “diálogo de besugos”.

-Tú también pintas mujeres desnudas, pero ahora pones a Lenin a pintarlas. ¿Qué quieres decir con eso? ¿Que te pareces a Lenin?

-No, no quiero hablar de mí, ni que tú hables de mí. Es lo que pasa cada vez que un amigo presenta una exposición mía, que solo habla de mí y no de mi obra.

-¿Ah, sí? ¿Con quién te ha pasado eso?

-Con Bárbaro Marín, con Néstor Jiménez… Lo han cogido como un chiste.

-Es que esa gente no sabe nada de artes plásticas…

-Por eso. Yo quiero que tú hables de mi obra.

-Está bien, pero no me estás dando mucha información. Dime algo más. ¿Por qué la exposición se llama Masha?

-Porque la muchacha que pinta Lenin se llama Masha, ya te lo dije. Ella es la protagonista.

-¿Pero qué has querido hacer? ¿Una apropiación del realismo socialista? ¿Por eso la figura de Lenin? ¿O te interesa en particular la imagen de la mujer dentro de esa estética?

Mientras me escuchaba, Cuty engullía un coctel doble de ostiones que acababa de comprar en un carrito ambulante que todas las mañanas parqueaba delante de nuestra casa. Yo seguía insistiendo:

-Aunque no se puede decir que tu obra sea una defensa del feminismo, casi todo lo contrario: eres como el reguetonero de la plástica.

Cuty tragó, ayudándose con un buche largo de cerveza, a pesar de no ser más de las diez. La noche anterior había empezado con un estimulante concierto de Polito, y luego se había complicado, como todas las noches del Festival, por lo que Cuty se estaba dando un electroshock para revivir.

-Eso es una malinterpretación de mi obra —farfulló—. Yo soy un gran defensor de una imagen fuerte e independiente de la mujer.

El volumen de su voz había subido hasta llegar a su tono habitual de camionero. Parecía que el remedio funcionaba.

-Precisamente por eso es el nombre de Masha.

-¿Pero qué tiene que ver?

-Que es una mujer “macha”, ¿entiendes? Fuerte.

-¡Ah! No había caído. Como Masha se escribe con “sh” y suena diferente…

-¡Es lo mismo!

Su voz había alcanzado la altura de crucero. Bajó los tres escalones que separaban el portal de la calle y caminó por la acera para echar el vaso plástico en un cubo de basura, mientras hablaba a gritos.

-El que me hizo un análisis bastante bueno fue Arturo Sotto, pero le dio una vuelta rara al comparar mi obra con el porno, y eso no es lo mío. Sensualidad sí. Escatología sí. Provocación, pero nunca porno.

Se detuvo y me observó entre sorprendido e irónico.

-¿No vas a tomar notas?

Yo sonreí y me apoyé en la barandilla para ver el mar. Pensé en Masha. Traté de visualizar la monumental escultura de Vera Mujina en Moscú, símbolo del realismo socialista, y la imagen titánica de la koljosiana blandiendo la hoz junto al obrero con el martillo. La única asociación que me traía el nombre de Masha era la niña de unos muñequitos rusos: Masha —o Mashenka— y el oso. Cuty seguía en lo suyo:

-Reinaldo Montero también me escribió unas palabras para un catálogo, pero eran un poco rebuscadas. Decía algo así como que yo no meaba nunca, porque lo metabolizaba todo, y por eso pintaba gente meando… Bueno, tú conoces a Montero.

-Yo no voy a hacer un ensayo. Esto es un discursito para presentar la exposición y nada más, pues veo que eres un poco drástico con tus teóricos.

-Es que no soy muy teórico, pero sí me gusta que me hagan análisis serios, sobre todo hoy, que vendrá tanta gente importante. Tú sabes que van a estar Benicio, Fernando Rojas, Roberto Smith, Samada y, por supuesto, la caterva de pintores que anda por aquí.

-¿Entonces qué hago?

-Algo breve, pero serio. Lo más importante es que sea serio. Por eso te escogí a ti.

-Bueno, en realidad Pichi me lo propuso porque no había más nadie.

-¡Pero yo estuve de acuerdo! ¿Quieres jaiba?

Le dije que no y él cruzó la calle contra el carrito de los ostiones, que también vendía coctel de camarones y de jaiba. Todo fresco y a diez pesos cubanos la ración, una delikatessen casi imposible de encontrar en otro lugar de Cuba.

Con sus 300 libras, su paso bamboleante y el pelo canoso y alborotado que le rodeaba la cabeza como un gorro, Gustavo César Echevarría Estrada, cuyo nombre artístico era Cuty Ragazzone, era la viva estampa de un oso siberiano. Su atuendo de short y chancletas, y sobre todo la media barriga que asomaba por debajo del pulóver del Festival, demasiado apretado, le restaban entidad a la actitud amenazante con que se abalanzaba sobre el carrito. Aun así no pude evitar gritarle, imitando el estrambótico y ñoño acento de los muñequitos rusos:

-“Cuidado oso, no seas goloso, desde aquí arriba Mashenka te mira”.

Él me miró con picardía, y con la boca llena, salpicando jaiba, me dijo:

-Acuérdate, algo serio.

Tenía toda la razón. Lo suyo, efectivamente, era algo muy serio.

***

La Casa Da Silva, situada frente a la Plaza del Fuerte, es probablemente la más antigua de Gibara, y debe su nombre a uno de sus más ilustres propietarios, Don Manuel Da Silva, vicecónsul de Portugal durante el último cuarto del siglo XIX. Llama la atención —teniendo en cuenta que la ciudad en las últimas décadas no ha sobrepasado el estatus de pueblo costero venido a menos— que un siglo antes todo un vicecónsul hubiera fijado su residencia allí. En ese momento el puerto de Gibara era sin duda el más importante de la costa nororiental de Cuba, y todo parece indicar que Da Silva sumaba a su rango diplomático el talento de un emprendedor hombre de negocios, por lo que aprovechó esa posición estratégica para amasar una gran fortuna, digamos que por cuenta propia.

Vinculada a ese glorioso pasado comercial, la ciudad atesora una rica herencia cultural que tiene como momento más excéntricamente sofisticado —por lo menos en la memoria popular— la actuación de la inefable Isadora Duncan en el teatro local. Hay quien dice —siempre hay gente descreída dispuesta a aguar la fiesta— que eso nunca ha podido probarse, y que solo forma parte de la mitología de una ciudad portuaria, como la leyenda de la maldición de la gitana, de mucho arraigo popular. Incluso tratándose de historias fantásticas, estas alimentan un sustrato cultural tan fértil que han permitido el asentamiento de un fenómeno artístico como el Festival de Cine.

La Casa Da Silva —tal vez haciendo honor a su pasado cuentapropista— hoy funciona como hostal y restaurante privado, y ha terminado por convertirse en el corazón del evento cinematográfico, no solo por ser punto de encuentro y sede de multitud de actividades, sino —y sobre todo— porque en ella Jorge “Pichi” Perugorría, presidente del Festival, ha establecido su cuartel general.

Quién conozca a Pichi sabe que no lo ha hecho por comodidad (la pequeña habitación que ocupa es más humilde que las de los hoteles y casas particulares donde se alojan los invitados) y es evidente que el viejo caserón, aparte del valor histórico que le confiere su antigüedad, no tiene mayores atractivos. Pichi es un aventurero que ama el espíritu guerrillero y los emprendimientos imposibles —lo que aclara su presencia en Gibara y lo conecta, curiosamente, con lo que sabemos del carácter de Don Manuel Da Silva—, pero sobre todo Pichi es un seductor, al que nada puede gustarle más que embaucar a sus amigos para que lo acompañen en proyectos descabellados, sobre todo si pueden ser considerados por la mediocridad social como “el mal camino”.

Entonces, el último espacio de la casa —quien conoce a Pichi lo entiende todo— es una pequeña tasca situada sobre una terraza tan mínima que casi es un balcón, pero que tiene a sus pies una playita y desde la que pueden apreciarse unas vistas literalmente encantadoras de la bahía y el puerto de pescadores. Conocedor del efecto que esta imagen produce, lo primero que hace Pichi con los invitados es llevarlos allí, y a los cinco minutos ya se han enamorado de Gibara para siempre. El lugar es una verdadera fábrica de personas incondicionales al Festival de Cine, lo que justifica el “sacrificio” de Pichi al quedarse en la casona.

Allí se han gestado donaciones, ayudas, proyectos artísticos, amistades, amores, descargas, conciertos —clandestinos, únicos, irrepetibles—, delirium tremens, encuentros inusitados, en fin, para decirlo con una sola palabra: se ha gestado la magia. Es el lugar where the magic happens.

Pichi dando el pistoletazo de salida del Festival en 2018.

***

En una de las habitaciones vacías y desangeladas de la casa Da Silva me encontré con Masha. No fue un encuentro casual, había ido a echarle un vistazo impelido por la responsabilidad que el artista había depositado en mis hombros. Era una muchacha normal, sin rasgos particularmente eslavos, más bien se parecía de modo sospechoso a la última novia de Cuty. Podría haber sido cualquiera de las veinteañeras que deambulaban por la ciudad, procedentes de toda la región e incluso de La Habana y otras ciudades del país, ansiosas por ver películas, exposiciones, asistir a conciertos, enamorarse, vivir…

Sin embargo, algo la diferenciaba a primera vista: iba siempre acompañada de una especie de paparazzi; un señor calvo —que según Cuty era Lenin— la observaba con descaro e intentaba plasmar sus rasgos en una cartulina. En tiempos del MeToo y la liberación femenina, desde luego que el tipo tenía todas las papeletas para ser acusado de acoso, pero de alguna manera asistíamos a la convulsa primera mitad del siglo XX y observábamos un personaje histórico desde un país como el nuestro, con su propio ritmo y sus propias necesidades, que lo hacen llegar muchas veces tarde a las grandes causas que nos impone Occidente y donde un artista como el propio Cuty puede ejercer tranquilamente de voyeur sin mayores problemas.

Me senté en el suelo de la habitación semioscura, y durante un rato observé a Masha, escuchando por una oreja los martillazos de los técnicos que preparaban el escenario en la Plaza del Fuerte para el gran concierto de esa noche, y por la otra, la aterciopelada voz de Pancho Céspedes, el protagonista de ese concierto, que reclamaba: “¿Dónde está la vida?”Esa pregunta me sobresaltó y, por alguna extraña sinapsis, me hizo imaginar a Pancho —que ensayaba en una habitación cercana con los músicos de la banda Nube Roja— vistiendo una túnica oscura y sosteniendo una guadaña en la mano (¿tal vez una hoz?). La combinación de hoz imaginada y martillazos reales me pareció una señal muy clara, como una voz que me advertía: “Cuidadito, desde aquí arriba Cuty te mira”. Así que me puse de inmediato a elucubrar alguna teoría para cumplir con seriedad su encargo.

El punto de partida de la exposición era bizarro y simple: Lenin pintando una mujer desnuda. No había nada de realismo socialista, Lenin no aparecía en actitud gloriosa y discursiva, sino más bien encogido y concentrado, como escribiendo una carta o jugando ajedrez con Tristán Tzara. Tampoco su actitud correspondía a la de tener delante una mujer desnuda, rotunda e impúdica. El líder del proletariado mundial parecía incómodo con aquella tarea impuesta por Cuty, como castigado, y por eso miraba a la mujer de refilón, como si le hubieran prohibido tocarla. Era una relación contenida y profesional, donde no había nada de erotismo ni de tensión sexual. ¿O tal vez era un erotismo contemplativo, de alguien a quien solo le gusta mirar?

Obra perteneciente a la exposición Masha.

Cuty había tenido la delicadeza de no colocar a Lenin en un baño, como la gran mayoría de sus personajes, pero seguía haciendo gala del mismo modus operandi gamberro, procaz, posmoderno naif y profundamente enraizado en el bad painting, que lo ha convertido en “nuestro pintor más temerario y desarmado”, en palabras de Rufo Caballero.

Solo pensar en Rufo, el más críptico de nuestros críticos —curioso que Cuty no lo hubiera mencionado entre sus exégetas— me hizo ponerme intenso, y por un momento me vi con horror en la oscura taberna de los teóricos incomprendidos, acompañado por Arturo Sotto y Reinaldo Montero, emborrachándonos y lamentándonos por no haber sido lo suficientemente precisos para definir al maestro, mientras Bárbaro Marín y Néstor Jiménez se reían de nosotros.

Ante esta imagen de bodegón surrealista decidí volver al camino fácil de los muñequitos rusos. En el cuento soviético la crueldad de la niña ponía la miel al alcance del oso para luego prohibirle comérsela, con la amenaza de que lo estaría vigilando, aunque su actitud tal vez solo era resultado de la ingenuidad o la ignorancia, porque no hay nada que pueda gustar más a un oso, o a cualquier ser vivo —haciendo énfasis en cada una de las palabras por separado— que lo prohibido (aunque increíblemente esto nunca es tenido en cuenta por los que se dedican a prohibir).

Cuty se parecía al oso del cuento, no solo en su aspecto físico, sino también en su insaciable apetito por lo prohibido, lo que en su caso puede leerse como lo sagrado, íntimo, pudoroso, adecuado o cualquiera de los sinónimos que suele usar Masha para mantenernos alejados de la miel. El oso Cuty había empezado por devorar los espacios prohibidos, como la intimidad del baño, que se convirtió en su reino y guarida, y luego siguió por todos los actos, púdicos o impúdicos, que en ese espacio se realizan. Se regodeó en la sensualidad de los cuerpos femeninos y ahora, por primera vez, intentaba devorar el halo sagrado de una figura histórica.

Posiblemente este oso, ya más viejo y sabio, había descubierto que lo sagrado es simplemente un sistema de prohibiciones que siempre sirve a los intereses de alguien, y que sacralizar a las personas es, sobre todo, deshumanizarlas. Es muy posible que hubiera llegado a la conclusión de que nunca es más humano un hombre que cuando tiene delante una mujer desnuda, y por eso ponía a Lenin frente a Masha, para humanizarlo, consciente de que es la única manera de entender a los hombres y, tal vez, llegar a quererlos.

Me pareció que con estas ideas, resumidas en la alegoría del oso, tenía suficiente para la “oratoria de presentación”, como había tenido a bien definirla el artista en sus redes sociales, y efectivamente mi discurso de esa tarde fue acogido con simpatía y sonoros aplausos. Me volví hacia Cuty buscando orgulloso su aprobación, convencido de haber seguido con rigor sus indicaciones y de no haber defraudado sus expectativas.

Sin embargo, Cuty era el único en la sala que permanecía serio, disfrutando en actitud solemne con la imagen de tantos amigos, invitados, colegas y gente importante que aplaudía y rodeaba sus cuadros. Entonces levantó la mano ceremoniosamente, se abrió en una gran sonrisa populachera y soltó el muy zoquete:

-Ante todo quiero pedirles disculpas. No sabía que Vladimir se iba a tomar esto tan serio.

***

Un año después, en julio de 2019, volvimos a Gibara todos los que pudimos, que fuimos muchos. Entre ellos, por supuesto, los miembros del club de la Casa Da Silva, o sea, los seducidos por Pichi, incluso desde el extranjero, pues en cuanto Pichi hizo sonar una lata en su balcón mágico, acudimos corriendo con nuestra fe estival intacta. También vino mucha gente de todo el país; artistas de todas las disciplinas, cada vez más atraídos y comprometidos con el Festival; mucho público curioso y mucha gente joven. Lo verdaderamente importante fue que una vez más el pueblo de Gibara se volcó a recibirnos y a participar en las actividades, convirtiendo el Festival en el momento más importante del año.

Si algo emocionante tuvo la edición de 2019 fue sin duda que por primera vez el público se lanzó masivamente al cine, abarrotó todas las proyecciones y colocó el acto cinematográfico en el lugar que le corresponde dentro de un festival de cine. Puede parecer obvio, pero el hecho de que el Festival sea multidisciplinario, de todas las artes, es al mismo tiempo su lado más atractivo y su talón de Aquiles. Evidentemente el cine es quien convoca, sin embargo, articular cada año una buena propuesta cinematográfica implica enfrentar dificultades enormes que un equipo limitado y un presupuesto precario hacen aumentar de forma exponencial.

Otra de las razones por las que el cine ha perdido sistemáticamente su pelea con las demás artes son las condiciones de proyección deplorables que el Festival arrastra desde el principio y que solo ahora comienzan a mejorar. También, los espectáculos teatrales y danzarios, las exposiciones y la programación en general son de primer nivel nacional, aunque indudablemente la música ha sido muchas veces la protagonista por su gran capacidad de convocatoria, su fácil nivel de comunicación popular y, sobre todo, por el apoyo decisivo por parte de los mejores músicos cubanos y extranjeros durante el Festival.

Obra perteneciente a la exposición Masha.

Sin embargo, la solución a este desequilibrio no pasa por dejar de invitar espectáculos ajenos al cine, o bajar su calidad, como cualquiera que conozca la manera de funcionar de algunas instituciones cubanas pueda estar temiendo, sino, obviamente, por mejorar la calidad del acto cinematográfico en todos los sentidos, como creo que la actual dirección ha tenido muy claro.

Entonces la música sigue estando presente, por supuesto, y en 2019 el Festival siguió su tradición de presentar un formidable concierto inaugural. En 2017 estuvo a cargo de Pablo Milanés y en 2018, de Silvio Rodríguez; aparentemente se había trancado el dominó y no había manera de superarlo. A la dirección del Festival no le quedó otra alternativa en 2019 que sacar un as de la manga y aprovechar la propensión mágica de Gibara, por lo que trajo a dos médiums para que hicieran posible un imposible: poner a Silvio y a Pablo a cantar juntos.

El conjuro, probablemente perpetrado en el balcón de la casa Da Silva, salió de maravillas, y a través de las voces de los nigromantes Kelvis Ochoa y David Torrens las conocidas y hermosas canciones establecieron una profunda comunión con un público muy joven, llenándose de nuevos matices y energía renovada.

En algún momento de este concierto Cuty me comentó, como de pasada, que este año también inauguraba exposición, y creo que fui bastante rotundo en no mostrar el menor interés.

***

Dos días después, en la Casa de Cultura, durante la inauguración de una exposición de carteles realizados por artistas cubanos para las películas de Almodóvar, como homenaje al cumpleaños 70 del director manchego, Cuty fue directo al grano y me dijo que contaba conmigo para las palabras inaugurales. Le respondí que sí, y creo que los dos nos quedamos sorprendidos con mi respuesta, tal vez él más que yo, así que trató de asegurarse:

-Será en La Tabaquería, que está ahí al lado del cine…

-No quiero saber nada. Esta vez yo pongo las condiciones y la primera es que no pienso ver la exposición. ¿Te parece bien?

-¿Cuáles son las otras condiciones?

-No lo voy a tomar en serio, por supuesto, y voy a hablar de lo que me dé la gana.

Cuty esbozó una sonrisa satisfecha. Creo que su sentido del humor, que oculta celosamente detrás de la estridencia de su disfraz de ogro, es un gran desconocido para el público y debería usarlo más en su obra.

-Me parece perfecto.

Nos interrumpió Pichi, posiblemente pendiente de nuestra conversación, y me señaló una réplica del cartel original de Todo sobre mi madre, hecha por Javier G. Borbolla y que, sin variar el estilo de Mariné, colocaba al propio Almodóvar como imagen central —aunque poco favorecido y luciendo papada y mofletes— y cambiaba el título a Todo sobre Pedro.

-¿Te has dado cuenta de que cada día Cuty se parece más a Almodóvar? —observó Pichi y se alejó entre risas, seguro de haber estimulado lo suficiente mi espíritu de venganza. Me volví hacia Cuty.

-Solo te voy a hacer una pregunta. Vi en el catálogo del Festival que tu exposición se llama El regreso, y quiero saber por qué.

La respuesta podía ser obvia, pero intuía que ahí había Cuty encerrado.

-Ese fue el nombre que di para el catálogo, pero en realidad se llama La más fuerte.

Ya sabía que con Cuty las cosas nunca eran sencillas.

-¿Por qué dos nombres?

La más fuerte es el nombre real, porque ya verás que trata de mujeres fuertes.

 “Estrella negra 2”, obra de Cuty Ragazzone.

Lo detuve con un gesto, recordándole que no quería más información, aunque me quedé pensando que tal vez nuestra conversación sobre la exposición del año anterior había influido en esta.

-Pero luego me pareció que El regreso sonaba mejor —continuó Cuty, haciendo caso omiso de mi advertencia—, porque así la gente pensaba que había estado fasteando

Como si tuviera dudas sobre mi comprensión del término, lo subrayó con un gesto de la mano que imitó el despegue de un avión.

-Ya tú sabes —guiñó un ojo— de viaje por los países.

Inauguración de la exposición El regreso el 11 de julio de 2019 en La Tabaquería.

***

Dos días después fue la inauguración en La Tabaquería, y estas fueron mis palabras:

El año pasado fui el encargado de la “oratoria de presentación” de la exposición de Cuty, y aquí estoy otra vez. Seguramente estarán pensando que soy especialista en Artes Plásticas, pero no es así, solo soy especialista en Cuty, de hecho, soy su biógrafo oficial.

Llevo años trabajando en una biografía muy exhaustiva para la que he manejado varios nombres. El que más me convencía hasta ahora era El muchachón, adecuado a las dimensiones, tanto artísticas como físicas, del personaje. Además, es la traducción de su apellido artístico italiano, Ragazzone, y tiene la ventaja de que suena bien en inglés, pensando en futuras traducciones: The big boy. Sin embargo, estando aquí he descubierto el enorme parecido que ha surgido con los años entre Cuty y Almodóvar, así que por razones comerciales he decidido que el nombre definitivo será Todo sobre Cuty, y la imagen de portada, el estupendo cartel que da nombre a la exposición: Todo sobre Pedro.

Por lo demás, el libro está casi listo, solo falta la última parte, que depende del final de la vida de Cuty, pero si sigue comiendo, bebiendo y fumando al ritmo que lleva, les aseguro que el libro saldrá pronto, aunque el último capítulo será corto y previsible.

En cuanto a la exposición no puedo decir nada, porque no la he visto. Acabo de entrar y solo he notado que en la mayoría de los cuadros aparecen mujeres de brazos musculosos y referencias directas al famoso ícono del empoderamiento femenino, “Rosie the Riveter”, de J. Howard Miller.

Me parece notable la evolución de la imagen femenina en la obra de Cuty y el paso de referentes soviéticos a norteamericanos, aunque lo que más me ha sorprendido es que por primera vez son los brazos y no otros atributos femeninos los que ocupan un lugar preponderante. No sé si están muy al tanto, pero su obra ha estado siempre muy vinculada al porno, y en ella se ha dedicado a objetualizar el cuerpo femenino, condenándolo al entorno del baño, lugar donde muchos guardan el porno para tenerlo más “a mano”.

También algunos eruditos han afirmado que la fascinación copro-erótica de Cuty por los baños tiene un origen psicosomático —posiblemente algún problema de próstata— que lo ha llevado a sublimar el acto de la micción inclinándolo a la urolagnia (coloquialmente “lluvia dorada”), por lo que colocar mujeres realizándolo funde sus principales obsesiones.

Por último, tengo que decir que El regreso, el título de esta exposición, me resulta bastante enigmático, porque sé con absoluta certeza que Cuty no ha viajado al extranjero —por si acaso acompañé la frase con el gesto de la mano imitando el avioncito— desde hace muchísimo y que incluso dentro de Cuba solo viene a Gibara, el único lugar donde todavía seguimos inaugurando sus exposiciones.

“Rosie la Remachadora”, cartel de propaganda de Westinghouse Electric usado en Estados Unidos para animar a las mujeres a trabajar en las fábricas durante la Segunda Guerra Mundial.

***

Bromas aparte, he querido utilizar a Cuty como Cicerone en este pequeño viaje al Festival de Gibara para homenajearlo también a él, uno de sus firmes colaboradores. No voy a añadir más sobre este artista blasfemo y amigo devoto, solo espero haber despertado el interés hacía su obra entre los que no lo conocían, y, entre los que sí, algunas sonrisas.

Pichi en la inauguración de El Regreso.

En cuanto al Festival, es evidente que soy un enamorado de lo que allí ocurre, y que me he convertido en uno de sus embajadores —tal vez en vicecónsul—, a pesar de haber estado solo en las tres últimas de sus quince ediciones.

Fue fundado en 2003 por Humberto Solás como Festival de Cine Pobre, y por cosas de la vida nunca tuve oportunidad de visitarlo antes, aunque debo confesar que también tenía una razón personal: siempre tuve una seria “objeción de conciencia” con el concepto de cine pobre. Por eso es curioso que se dieran las circunstancias para ir solo cuando cambió su nombre a Festival Internacional, aunque no tuvo nada de premeditado por mi parte.

Por supuesto que entiendo la idea de cine pobre, y nada más lejos de mi ánimo que polemizar con la memoria de Humberto o intentar empañar su legado, pero creo que para Cuba —y para el tercer mundo en general— hacer un cine precario y de bajo presupuesto no ha sido una elección, sino la única —y no deseada— alternativa, y que institucionalizar la pobreza es paralizante.

También creo que un festival de cine no debe ser solo la constatación del tipo de cine que hacemos, sino una proyección al cine que queremos hacer, y estoy seguro de que ninguno de nuestros cineastas sueña con hacer un cine barato. Lo que queremos es hacer un cine bueno, conscientes de que es una industria cara. La diferencia es tan simple como elegir mirar hacia atrás o hacia adelante.

Mirando hacia adelante, por lo tanto, solo puedo desear al Festival que siga creciendo y consolidándose. Es imprescindible dentro del panorama cultural nacional que siga llenando las salas y que sea capaz de resarcir al pueblo de Gibara las ausencias provocadas por la pandemia con fantásticas ediciones futuras.

Cuty con Pichi y Kelvis en el Festival de Gibara 2019.

Visto lo visto, una idea para mantener el nivel sería poner a bailar a Isadora en el teatro de Gibara —que todos esperamos sea restaurado pronto—, y recurrir una vez más a un médium para que la convoque y corporice, aunque puede que esta vez Kelvis y Torrens no sean la opción más adecuada.

De cualquier manera, seguro de que el año que viene será un festival magnífico, que sumará el doble de entusiasmo, de público y de invitados —entre los que espero encontrarme—, volveremos a tener exposición de Cuty, a quien me gustaría proponerle, para variar, ya que nuestro método de montar performances de presentación es heterodoxo, que yo escriba primero el discurso —que incluirá una descripción detallada de los cuadros— y que ya luego él, cuando tenga tiempo, los vaya pintando.