Balzac, Soros, el comunismo y el neocinismo “independiente”
30/12/2020
La política de la derecha ultraconservadora internacional, y en especial la de políticos de algunos países de nuestras tierras de América —allí donde la neocolonia sigue viviendo bajo el manto de las repúblicas—, coincide en un aspecto básico con la “disidencia” opuesta a los proyectos socialistas con apoyo de la subversión financiada por Estados Unidos: el cinismo más desembozado. Aunque el calificativo sea injusto con su precedente filosófico griego, cínico se ha convertido, al igual que otros semas, en un adjetivo que connota aquella actitud o juicio que acepta sin vergüenza lo que ostensiblemente no es ético, hasta encallar en el amoralismo.
En la política latinoamericana de los últimos tiempos, se trata del lawfare o la judicialización de la política, que construye casos espurios contra políticos incómodos de la derecha. En Cuba, un ejemplo es la confesión pública de recibir fondos de la Fundación Nacional para la Democracia (NED) para sostener un periodismo al que llaman “independiente”; la participación en eventos académicos o no, organizados por George Soros y la Open Society, hasta el colmo de la aceptación de un pastiche político de escándalo: sionismo-socialdemocraticismo-anticomunismo-defensa-de-los-derechos humanos, todo a la vez, en la persona de un cubano que dice apoyar la lucha cubana contra los demonios del bloqueo.
Sí, no se lleve las manos a la cabeza, amable lector. Estamos en presencia de un relativismo moral de vieja data, pero acorde a los tiempos, con sus temas y variaciones de rigor. Es un proceso que tiene su historia y epifanía precisamente en el ascenso de los “valores” morales y la economía capitalistas. Algo que hoy llaman “cultural wars” o guerras culturales o de valores, aunque a algún curioso diplomático se le haya ocurrido la boutade de negar su existencia. Esa vuelta de tuerca de presentar los financiamientos mercenarios como algo “normal” forma parte de ella, aunque la ignorancia supina de algunos que buscan ese manto protector pretenda desconocerlo poniendo en la misma balanza los deberes y derechos de un gobierno legítimo y las apetencias dolarizadas de un individuo. Veamos una pincelada histórica. Nada nuevo hay bajo el sol.
Marx confesó que le hubiera gustado escribir más sobre Balzac que sobre economía política, y que en su vasta novelística aprendió mucho más de aquella sociedad de la que emergía su objeto de estudio, que de los libros de historia. Balzac, quien como Stendhal no pensaba que la novela era un espejo que se situaba al lado del camino, ya veía con ojo zahorí ese fantasma que recorría el mundo.
El 21 de febrero de 1848, por encargo de la Liga de los Comunistas, se publicaba por primera vez el Manifiesto Comunista en Londres. Poco antes, entre 1842 a 1844 Balzac publicaba en cuatro entregas el texto titulado Madame de la Chanterie. En 1847 Balzac comenzó a escribir El iniciado, que en agosto de 1848 sería publicado en 18 capítulos. Más tarde las dos novelas aparecerían como parte de las Escenas de la vida parisina, bajo el título de El reverso de la historia contemporánea.
Esa historia nos revela una peculiar relación —muy ilustrativa y no solo metafórica— entre los procedimientos y objetivos propios del proyecto de Sociedad Abierta de Soros y aquella ficción que Balzac, siempre en apuros de dineros, escribió por encargo con el fin de granjearse los premios en un concurso literario.
De manera muy sucinta. Godefroid, el protagonista, tiene un encargo de Madame de la Chanterie: espiar, vigilar, y además "ayudar" a una familia que vive en las muy depauperadas condiciones en los suburbios de París. Madame de la Chanterie organiza una asociación benéfica y pretende situar a un médico en cada distrito de la capital francesa para que asistan uno de los problemas más acuciantes de los pobres: la salud, agravado y ocasionado por la miseria y las condiciones de insalubridad y desnutrición.
Existe otra curiosa misión paralela: uno de los miembros de la hermandad recibe la orden de ganarse la confianza de los trabajadores de una fábrica, y desde allí colarse en un centenar de hogares proletarios para influir sobre sus aspiraciones y conductas, pues en la fábrica de marras “todos los obreros están infectados con doctrinas comunistas" y “sueñan con la destrucción social, la matanza de los amos”. “Estos pobres” son “probablemente perdidos por la pobreza antes de ser perdidos por los libros malos”. Alain, y la hermandad de Madame, tienen el objetivo de impedir “la muerte de la industria, del comercio, de las fábricas”. ¿Cualquier semejanza con los tiempos modernos de organizaciones no gubernamentales y proyectos globales filantrópicos y democratizadores es pura coincidencia?
El negocio de la Chanterie es altamente jugoso, como el de la banca, que hoy mantiene la vida de millones al ritmo de los créditos: los préstamos generosos de su hermandad deben ser retribuidos con creces. El capital inicial, a su vez prestado por una banca amiga, se ha convertido en una fortuna que Godefroid, abandonando su inicial misión caritativa, se dedica a gestionar.
Como la Chanterie de entonces, ese es el objetivo filantrópico de la Sociedad Abierta: llevar a la humanidad por el buen camino del capitalismo e impedir el horror comunista. ¿Hay alguna simple dignidad humana en acompañarlo? Sí, para los anticomunistas confesos, para los que quieren cambiar el orden político cubano, y para los que creen que la verdadera democracia y las leyes que favorezcan a las mayorías perjudicando al capitalismo serán amparadas, permitidas, y también graciosamente financiadas.
No hay diferencia esencial alguna entre un autoproclamado presidente en Venezuela y una iniciativa mediática “independiente” en Cuba que acepta recibir sostén financiero de la NED. Es la misma ofensiva cínica: hacer pasar el mercenarismo como la “nueva normalidad” post-Covid. Aquel roba con total desparpajo e intenta apoderse de los recursos y la política de un país; estos roban igual, aunque creen hacerlo más sutil y oscuramente. En realidad son procederes de vieja data actualizados, y si alguna diferencia ostentan, es la intensidad y extensión.
Otro rasgo de la intensidad actual del neocinismo es el disfraz del lenguaje y las reivindicaciones de las izquierdas. Pero, nihil novum sub sole. La ideología capitalista se reapropia y liquida el filo antisistema de la contracultura, divide la acción y el pensamiento político popular y académico en parcelas de luchas legítimas, pero balcanizadas e inconexas con sus causas de fondo (como el feminismo, la defensa de la diversidad sexual, de los animales, de la ecología, etc.,). Las promesas de un “cambio” (lema de un Obama, un Trump o un Biden) y el “periodista” o académico erizado ante el término contrarrevolución también liquidan por decreto teórico la oposición derecha-izquierda. En su lugar piden difuminar el “lenguaje político polarizante”, aceptar por igual todas las ideologías y privatizar los medios de comunicación, todo en nombre de una democracia de laboratorio y una leyes que estarían blindadas e inocentes, frente a la desigualdad de recursos mediáticos y financieros subversivos de este mundo.
Una de las últimas clarinadas del neocinismo, como ultima ratio —o en buen cubano, el último clavo caliente al que aferrarse—, es afirmar que ante el repudio universal del mercenarismo, y con la pretensión de legitimarlo, si el Estado financia sus medios de comunicación, el periodismo “independiente” tiene derecho a ser financiado por otras entidades, privadas o no. Argumento desesperado y débil, pero perteneciente a ese nuevo cinismo que es una especie de reducción al absurdo ético. ¿Por qué?
Uno de los financistas más connotados de centros de estudio, tanques pensantes, medios de comunicación —tanto de la derecha más desnuda, como de algunos que se tienen por “alternativos” o de izquierda—; sostenedor de campañas por esos derechos balcanizados que mencionamos antes, y que pasa por filántropo, es George Soros, responsable intelectual y financista de revueltas y golpes prefabricados o alentados contra gobiernos electos en una amplia variedad de países del mundo. ¿Cómo, pues, parangonar el derecho que tiene el gobierno de un país, electo y legitimado por sus mayorías, a llevar su política comunicacional y sus relaciones diplomáticas con entidades y países diversos, con el pretendido derecho de un particular que decide aceptar ser financiado por la NED, o participar bajo la sombrilla y el lema de los objetivos de la Sociedad Abierta de Soros en sus foros y eventos? Lo intentan, con la esperanza de que se convierta en sentido común hasta llegar a la perla de todos los cinismos: apenas hace unos días alguien aconsejaba que los mercenarios dejaran de serlo, que no fueran tan evidentes, que no mostraran sus cartas y se limitaran a recibir fondos de entidades privadas o donaciones particulares. También hubo quien, asesorada en uno de esos cursos de formación de periodistas, se lamentaba de no tener personalidad jurídica para que fuera “legal” recibir fondos extranjeros para su labor. El cinismo apenas aparece y resulta imposible sostener principios éticos, no díganse ya revolucionarios o democráticos.