Entre la ética socrática y la paciencia ciceroniana del diálogo
4/12/2020
¿Cómo dialogar más allá de la sana diferencia, del punto divergente, incluso de la imposible conciliación? Las redes nos han enseñado, a partir de que explotaran en nuestra esfera pública, lo mucho que aún nos toca a todos por aprender en cuanto a la cultura de ese respeto, de esa otredad necesaria. Lo social es un medio complejo, contradictorio, lejos del remanso de panoramas edulcorados o bajo égidas de colores. Por ende, hacer política hoy y llevarla al plano de la praxis, implica enfrentarnos a un universo donde habrá, necesariamente, que darle un peso específico a la diferencia.
Fotos: Internet
Los últimos acontecimientos en torno al Movimiento San Isidro y el 27N, más allá de posiciones ideológicas, demuestran que vivimos en esa complejidad, en esa madeja, y que toca a la vanguardia intelectual un protagónico creativo, democrático. Nada tendrá que ver, en esa honestidad que es el diálogo en sí, un posicionamiento malsano y mercenario, hipócrita y falsamente político, cuya raíz de amargura conocemos. Por ello, abogar por la creación de un espacio de confluencia, en el cual hablaran tanto el Ministerio de Cultura, como aquellos jóvenes o veteranos que integran las filas de nuestro arte, parece plausible, muy normal dentro de la ética en la que fuimos formados en este país. No por ello vamos a olvidar que en el pasado, y quizás en el más reciente devenir, atravesamos incomprensiones (personalmente puedo dar fe de muchas); pero como Galileo debemos a la historia el adagio de la continuidad, no en el sentido de reiteración, sino dialéctico, intelectivo, de comprensión más amplia y sana.
Todo el que lee, el que se acerca a los clásicos, manoseó un diálogo de Platón. ¿Recuerdan lo que pasaba al inicio de cada texto? Sócrates se declara ignorante y termina invitando a aquellos “sabios” a que den su punto de vista. En el rejuego conceptual, cada conclusión nos trae como verdad que solo es sabio aquel que sabe lo que no sabe. ¿Cómo hacer mejor la política cultural, o construir un sistema social más inclusivo dentro del que ya tenemos sin que seamos funcionales a una agenda malintencionada? Dialogando. Y ese ejercicio es también de humildad, de que el otro tenga su turno en el ágora, de que la res pública nos pertenezca como espacio de confluencia política. Ese espíritu nos lo legaron los que, antes, ya venían luchando por sucesos periódicos y dialogantes, porque para eso se construye un socialismo, para evitar nociones elitistas, líneas durísimas, dogmas y otras muchas más pétreas y paralíticas visiones.
Sin ir más lejos, muy en la línea de Palabras a los intelectuales, hoy debemos reactualizar el escenario de confluencias, algo que Fidel Castro advirtió en su discurso en el Aula Magna de la Universidad de La Habana.
Hay que confluir, la paz debe reinar entre quienes amamos un mismo país. Solo la empatía patria nos hará poner a un lado mezquindades y hacer que aquellos que se inmiscuyen en los procesos políticos reales, como virus hackeadores, queden a un lado. La postura sigue siendo de abrirnos, desde que el proceso reconociera sus errores del Quinquenio Gris o Decenio, lo cual no quiere decir que las malas acciones, los ostracismos, las prácticas antisocialistas no hayan florecido aún hoy entre nosotros, en las filas revolucionarias incluso, pero nunca como una finalidad del sistema, sino por otras dinámicas.
Si hoy existe una inquietud por dialogar y tenemos a artistas de la talla de Fernando Pérez con la disposición y el civismo para acudir a tales confluencias, es porque antes hubo un proceso que sacó al arte de su parálisis, de su miseria de todo tipo, haciéndolo esencia del núcleo mismo de la política, de las praxis, de las diferentes visiones que hay en nosotros. Es, de hecho, un reto muchísimo mayor, y un orgullo, crear consenso en condiciones excepcionales como la cubana, que hacerlo, por ejemplo, en las sociedades neoliberales. Esos son los puntos que nos unen, la necesidad de que conozcamos lo que no conocemos, yendo a la raíz socrática de esta ética del diálogo que pudiera definir nuevas eras. Porque, en el fondo de ese artista que pide que se le oiga, que quizás no está consciente de que existe la voluntad de que eso ocurra; laten la revolución, la democracia que con esfuerzo hemos echado todos adelante, dejando la vida en ello.
Las miserias y las luces son parte de una realidad contradictoria y no debemos andar repartiendo etiquetas sin antes tener, en nuestras manos, la esencia, la entidad real de cada ser. Dar por sentado que se llegó a un estadio cultural que no admite otras revisiones es negar la esencia de lo que hemos construido. El propio Abel Prieto habla de la necesidad de que las políticas en torno a la creación se vuelvan a contrastar una vez y otra; así como acerca de que las visiones de libertad y apertura estilística y de contenido no se petrifiquen en un dogma legal, ni vayan a una vida oficiosa, sino que disfruten del verdadero diálogo que les da vida y realidad. Hegel hablaba, entre sus más memorables sentencias, sobre lo necesario o no de determinadas estructuras y que ello dependía de la racionalidad y su peso específico en un universo concreto. Creo que, aun con las sombras que nos acompañan, hemos tenido el prurito de que este momento nos enseñe, nos aleccione y le dé al país una noción de quiénes queremos dialogar y aquellos que solo pondrán excusas para el cumplimiento de una agenda muy otra.
¿De qué voluntad de desarrollo hablaríamos si nos negamos al diálogo; de qué democracia si anulamos la otredad; de qué ética si criminalizamos sin pensar dos veces a ese funcionario que también es alguien que vive nuestra realidad bloqueada, insuficiente, heroica? Hay una sentencia bíblica a la cual los hombres de fe acudimos en momentos de incomprensión, cuando nadie nos quiere escuchar o padecemos el escarnio por determinada circunstancia: el amor todo lo espera, todo lo perdona, todo lo soporta. Esa humilde vida que debemos llevar, en los errores humanos que nos son consustanciales, en la imperfección, define las esencias de todo comportamiento democrático, las bases de la escuela política occidental y moderna más reivindicativa.
Nadie tiene el monopolio de la verdad, no deberá partirse de égidas inamovibles: la democracia es una construcción permanente. También sucede lo mismo con la cultura participativa y crítica de la sociedad civil cubana, cada vez más evidentes, necesitadas de voces cercanas y espacios que confluyan. Creo, como tantos otros, en el nacionalismo sano que nos une en este evento durísimo de nuestra realidad y en que, como recién me dijo en una entrevista el maestro José María Vitier durante un concierto en la Iglesia Parroquial Mayor de Remedios, hay un respeto infinito y misterioso por los altares (si vemos esta última palabra en su amplio sentido). En esa óptica sagrada, la de que es la Ley quien nos guía, la Constitución y no el capricho, tendremos que trabajar hacia el interior de lo que somos como creadores y figuras de la esfera pública cubana, del mundo intelectual y del terreno de la ideología.
Los diálogos de Platón muchas veces no daban una verdad concluyente, sino que condujeron hacia contradicciones y preguntas que hoy son la base de los sistemas políticos modernos. No hay caminos concretos, lo concreto es el camino. Como dijera Hegel, ya en la cúspide de la modernidad, la totalidad de lo real es lo real. Y con ello se refería al carácter complejo y no unívoco del diálogo, base de la cultura.
Sin las herramientas intelectuales y prácticas, sin la ética y la moral que conllevan estos ejercicios de confluencia, difícilmente se podrá avanzar en el campo contradictorio. Y ello, el afán resolutivo, debiera ser lo que nos guíe, más allá del ego o de agendas alejadas de la consecución de libertades, reivindicaciones y espacios actualizados. A los que en cada catilinaria nos peroran sin piedad, les toca el célebre pasaje de Cicerón tan citado y que dice mucho de este momento histórico: “¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia?”. Sócrates, no obstante, nos sigue llamando al diálogo.