Notas sobre el mudéjar habanero
23/11/2020
A la memoria del Dr. Eusebio Leal Spengler.
Por los 501 años de la fundación de la cuidad.
El surgimiento y la posterior evolución del urbanismo y de la arquitectura colonial habanera estuvieron ligados a una serie de acontecimientos que irremediablemente contribuyeron a que la ciudad antigua muestre hoy esa fisonomía. Por cada uno de los siglos transcurridos existe un expediente de sucesos a los que la ciudad no pudo dar la espalda, y que afectaron tanto su estructura social y económica como urbana. Podría afirmar que La Habana fue hija de estas circunstancias, pues antes de la llegada de los conquistadores, en nuestra tierra no existían los conceptos de una ciudad planificada, y mucho menos se pensaba en estilos arquitectónicos. A la fabricación de la villa que con posterioridad sería esta maravillosa polis, solo aportaron los aborígenes los perniciosos bohíos, fáciles víctimas de los incendios y calamidades climatológicas. De modo que la raíz de nuestra primigenia arquitectura colonial no puede ser vinculada de manera alguna a la tradición constructiva de nuestros primeros pobladores.
Para puntualizar nuestros orígenes constructivos hubo que fomentar una multiplicidad de estudios que no solo abarcaron lo estrictamente arquitectónico y estético, sino que se hicieron acompañar de sendos análisis históricos y de antropología social y cultural. “En su libro Arquitectura cubana colonial (1936), Weiss propone una periodización de la arquitectura cubana que transparenta un enfoque histórico-estilístico. Considera el siglo XVI como el Primitivo, el XVII como el Inicial o Formativo, el XVIII como el Central o Barroco y el XIX como el Final o Neoclásico”.[1] Pero si bien es cierto que esta periodización sustenta un enfoque histórico-estilístico, también se hace acompañar de un profundo sustrato sociológico y antropológico. Esto queda evidenciado en el análisis que aporta sobre el estilo mudéjar habanero, y sus vínculos con las raíces moriscas de la región andalusí. Para formular las características de la típica casa mudéjar habanera, el arquitecto se introdujo en el sistema de costumbres y valores socioculturales hispano-musulmanes, tratando de explicarlos en su dimensión más objetiva. También destacó los valores artísticos de esta arquitectura, partiendo del reconocimiento de la tradición artesanal que portaban los alarifes andaluces, arribados al puerto de La Habana, sin la que no hubiera sido posible la existencia de este patrimonio. El profesor puntualiza el empleo que ellos hacían de materiales tradicionales como la madera, el ladrillo y la decoración cerámica, elementos que hoy resultan muy distintivos dentro del estilo.
En la fundamentación de sus estudios, bebe de las fuentes históricas primarias, que no solo eran documentales sino también materiales. Con infinita paciencia asistió a la observación, descripción y caracterización de los inmuebles más sobresalientes de cada una de las etapas que había periodizado. A pesar de que se enfatice que en su primer trabajo se encontraba preso del espejismo de “lo barroco”, se adelantó a formular profundos y sólidos criterios sobre el mudéjar habanero, estudios que con posterioridad fueron consultados por el profesor Prat Puig, y ampliados en su monografía El pre barroco en Cuba. Una escuela criolla de arquitectura morisca. La periodización realizada por Weiss
deduce de la información histórica disponible en la época, que el siglo XVI es el del “bohío” y que en el XVII aparece un tipo de casa de patio central, de modesta factura, estableciendo una equivalencia entre antigüedad y pobreza constructiva. Considera que el siglo XVIII, el del barroco “…fue uno de los más prolíficos y sin duda alguna el más característico de nuestra arquitectura colonial (…)”. Identifica el tipo de casa habanera llamada “señorial” o casa-almacén, caracterizado por la presencia del entresuelo y los patios porticados. Sobre el XIX informa de la penetración temprana del neoclasicismo en La Habana, su acogida por ciudades de nueva planta como Matanzas y advierte con lucidez la pervivencia de los rasgos primitivos en las viviendas de las villas fundadas en el siglo XVI. En estudios posteriores, alertaría sobre la importancia de la arquitectura del siglo XIX”.[2]
De los estudios de nuestro profesor de mérito también surgió la visión de enfocarse en el rescate de los valores artísticos de la arquitectura colonial, no solo visualizando sus aspectos formales y técnicos, sino también analizando sus valores plásticos y estéticos así como la profusión de elementos que hacen de ella la primera manifestación del arte colonial cubano.
Por lo general la arquitectura de estas etapas tuvo un carácter popular y anónimo, ya que en muy pocos casos quedó constancia de quiénes fueron sus constructores y autores. Esto no la denostó y mucho menos disminuye sus valores de exquisita condición artística. Ya expresé que en su análisis sobre el mudéjar habanero Weiss destaca las destrezas de los alarifes andalusís que llegaron a La Habana para depositar la semilla de sus manualidades. Por lo tanto, la influencia de este arte trasladado de la España morisca hasta el corazón del Caribe conformó el primer baluarte de lo que sería con posterioridad un arte genuinamente criollo.
El arte mudéjar representa, por tanto, una corriente de carácter sintético, que supone los intercambios entre estas diversas culturas, y se desarrolla en un amplio período temporal —siglos XI al XVIII— presidido por unas especiales circunstancias históricas que van a evolucionar desde los conflictivos inicios hasta una fina convivencia caracterizada por la integración. El resultado arquitectónico será muy variado y adaptado siempre a necesidades sociales, urbanas, artísticas y simbólicas muy diversas. Y es igualmente el escenario de los cambios sociales que se van a producir en España e Iberoamérica —a raíz del descubrimiento y durante el proceso de expansión entre los siglos XI y XVIII—.[3]
Si se enfatiza en la capacidad de adaptación del mudéjar, podemos comentar que en La Habana demostró este poder, al insertarse en las incipientes condiciones socioeconómicas y sobre todo al aportar sus características constructivas para la creación del prototipo de edificación doméstica de mampostería, donde se tuvo en cuenta desde los inicios la peculiaridad de nuestro clima. A medida que proliferó este canon constructivo, sus elementos artístico-funcionales dejaron de ser foráneos para convertirse en integrantes de una arquitectura tropical, sin los cuales no se podía garantizar la funcionalidad del inmueble.
No se reprodujeron en La Habana miméticamente los ejemplares andalusís de estas edificaciones, sino que fueron derivándose de un proceso creativo, espontáneo y funcional. El ejemplo lo encontramos en la profusión con que se empleara la madera, recurso natural que por entonces abundaba. Su uso desarrolló una cultura de la talla y el diseño interior de disímiles formas artísticas; finas piezas de este material fueron elaboradas para decorar los horcones de los techos habaneros, además de rematar puertas y ventanas con hermosas jambas y matajuntas, y emplear en interiores elaboradas celosías para tamizar la luz solar.
La inserción de la madera como elemento indispensable en la construcción de estos inmuebles, y el especial tratamiento que esta recibía, acentúa el carácter tropical del mudéjar facturado en La Habana. Los detalles artístico-funcionales, como cancelas, celosías, puertas, ventanas y visillos, hacían de parasol, función primaria que garantiza modos de tamizar la luz; pero ratifican desde los primeros instantes de su confección un marcado tratamiento estético, de forma tal que cumplieran con su función y además decoraran interiores y exteriores.
que recibía, acentúa el carácter tropical del mudéjar facturado en la capital cubana.
La luz es el primer elemento natural que en La Habana dinamiza la creatividad de los maestros constructores. No resultan ardid poético los contrastes luminosos a que ya nos referimos; en tal sentido, fueron tomados en cuenta al momento de diseñar y agregar componentes que contribuyeran a disminuir o suavizar su incidencia. La casa mudéjar habanera conceptualmente es un gigantesco parasol; sus colgadizos, galerías y patios rectangulares buscaban siempre tamizar la luz, disminuyendo la intensidad de su proyección hacia los espacios interiores y estancias privadas de las viviendas. Todos los elementos adosados a los muros poseían un alto componente de madera trabajada, con los que la luz tropezaba hasta tamizarse. Las fachadas de las casas de dos plantas eran distinguidas con balcones techados con madera y tejas, y elegantes balaustres torneados, que impedían doblemente la expansión de la luz, primero hacia el interior de la vivienda, y luego sobre la acera. Los matices de luces y sombras despiertan en la casa mudéjar una sensación de bienestar y frescor, de tropicalidad y armonía.
Las formas artísticas que sirvieron para unificar durante el medievo las dos Españas, la cristiana y la musulmana, son las que conocemos con el nombre de mudéjares. Fueron artistas de ambas religiones en una fructífera relación de técnicas y ornamentos los que dieron una imagen conjunta al arte desarrollado en la baja Edad Media, fundiéndose de tal forma, que no podemos distinguir entre las obras realizadas por un musulmán o por un cristiano.[4]
Específicamente en La Habana estos menesteres fueron acometidos por artistas locales, que aprendieron el oficio con maestros peninsulares, presuntamente cristianos, por aquello de la prohibición a moriscos, de viajar y asentarse en las Indias. “Formando parte de ese espíritu sincrético, mestizo, de tolerancia y enfrentamiento que había conformado la cultura española en los inicios del siglo XVI, el mudéjar pasaría a América para convertirse en el arte más utilizado cuantitativamente, sin olvidar sus valores estéticos”.[5] Esto fue posible porque el alma mestiza andalusí hizo acto de presencia en todas las islas caribeñas y en tierra firme, manifestando como peculiaridad que en el continente, el mudéjar volvió a mezclarse con los elementos artísticos de las culturas originarias o prehispánicas, mientras que en Cuba, solo adaptó sus presupuestos a los rigores del clima. Entonces es muy difícil hablar en términos absolutos de una pureza arquitectónica tanto en el continente como en La Habana. Lo que sí se reconoce es la pervivencia de un arte mudéjar que en nuestro caso es columna y horcón del estilo definido como habanero.
No resulta posible definir con precisión matemática cuándo comienza a producirse el declive de la fase Primitiva de la arquitectura habanera, para desembocar en el surgimiento de la primera etapa del mudéjar. Quizás fuese en los finales del siglo XVI, pero prefiero pensar que este fue un proceso paulatino, en el que jugó un papel fundamental la prosperidad económica de la villa de San Cristóbal de La Habana. Así como el mudéjar se adueñó de la visualidad arquitectónica del siglo XVII, “del mismo modo, muchas de las soluciones y elementos característicos del siglo XVII perduraron hasta el primer tercio del siguiente…”.[6] En la arquitectura, los márgenes epocales tomados con rigor absoluto pueden conducir a errores en la apreciación evolutiva de los estilos artísticos. Estos procesos de cambio podrán ser apreciados con claridad en la medida en que se acometen estudios comparativos como el realizado por Prat Puig, para demostrar el carácter evolutivo del mudéjar criollo. Por lo general dichos estudios se auxilian de otras ciencias como la arqueología, la antropología, y los estudios etnográficos, materias que el sabio profesor dominaba con erudición.
La arqueología forma parte de una de las manifestaciones sub-históricas que constituyen la savia más persistente de los pueblos. Nos referimos a la etnología, piedra de torque que, a pesar de su oculta posición infrayacente, abarca todas las manifestaciones de la vida y, quizás de manera más categórica que otros determinismos históricos, rige la personalidad de las colectividades.[7]
De forma tal que a través de la arquitectura, y en su relación estrecha con la arqueología y la etnología, también se facilitan la realización de estudios socioculturales y económicos.
Puede ser apreciado entonces el mudéjar como lo que es, una síntesis de culturas, porque tomaron cabida en él los elementos artísticos de las colectividades cristianas y musulmanes, fusionándose para crear un estilo artístico renovado, que a su vez adquiere en América peculiaridades muy autóctonas. Su sincretismo le ofreció una nueva visualidad, y redimensionó su funcionalidad y virtudes estéticas. El arte mudéjar latinoamericano marca un hito en la edificación de sociedades muy contrastadas socialmente, donde artesanos indígenas y mestizos aportaron los saberes trasnculturados, en función de crear un arte utilitario y hermoso. “La tradición constructiva morisca es, pues, determinante en la arquitectura cubana, pese a las diferentes aportaciones que en el curso de su desarrollo habrán de renovar su presencia y, en ocasiones, sus esencias”.[8] ¿Qué sería de La Habana sin ese primitivo sabor andalusí que aún hoy conmueve?