El Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar: 80 años de un clásico de nuestras letras (II)
9/10/2020
Además de la eficacia del Contrapunteo como ensayo historiográfico, y del lugar sobresaliente que la historia económica, social y cultural ocupan dentro del texto, que Le Riverend pondera en su condición de “síntesis de la sociedad cubana, pasada y presente” y “hazaña bibliográfica, verdadera obra de maestro, en la cual los oficios, el de las letras y el de la ciencia, son de pareja calidad”, el historiador realza las calidades literarias de dicho texto, en el que advierte:
Una de las más finas creaciones de prosa española magníficamente acriollada que se haya escrito en nuestra América. Ortiz jugaba con las palabras sin perder los conceptos, ni sacrificar la hondura del análisis. Insuperable en la creación de vocablos como fue el caso de transculturación echado por vez primera a rodar en el mundo desde las páginas de Contrapunteo. No le faltaba una atrayente y honda gracia popular que tiene de hispana meridional y de mulata, hecha de contrastes entre la frase nítida y la palabra imprevista, explosiva, a veces popular, que invita a la sonrisa y a la meditación de la idea mollar que transfieren. Y, en fin, tiene un aliento de expresión, épico si pudiera decirse, que nos llama a ver y sentir lo que dice antes de toda reflexión confirmadora de sus verdades. No “hace” literatura, y podemos, sin embargo, llamarlo maestro de la lengua.[1]
Lo anterior ya había sido distinguido por uno de los primeros comentaristas que tuvo el libro, el escritor gallego afincado en Cuba Lino Novás Calvo, quien en una reseña de 1941 asevera: “No hay novela y no hay poema que nos diga tanto del azúcar y del tabaco. No hay tratado de economía que nos lo haga vivir tan intensamente en el alma. Ninguna estadística puede hacérnoslos tan presentes, en su ser y en sus implicaciones sociales e históricas. Ortiz los ha hecho ya personajes históricos, en literatura, como lo eran en la vida económica de Cuba. Tabaco y azúcar encontraron su biógrafo; una y otra se han incorporado ya a la historia literaria”.[2] Y agregaba el autor de Pedro Blanco el negrero que: “En lo que es puramente suyo, Ortiz se ha superado como escritor; ha dado categoría dramática y poemática a la economía cubana”.[3]
Varios críticos han subrayado la condición literaria del Contrapunteo, entre ellos Gustavo Pérez Firmat[4], Ricardo Castell[5], José Antonio Matos[6] y Enrique Mario Santí, para quien el libro puede vincularse al paradigma estético del neo-barroco, término acuñado por Severo Sarduy, en virtud de una serie de elementos como la parodia, la meta-crónica, la agudeza y la fuga, los cuales: “apuntan, por lo tanto, hacia una nueva visión del Contrapunteo como libro barroco, o mejor dicho, neo-barroco” y agrega que: “la teoría de la cultura que propone—la transculturación—es la fuente secreta de gran parte de la teorización literaria que se ha hecho del Barroco contemporáneo latinoamericano”.[7]
Pero quizás quien de manera más conspicua ha insistido en este costado de la creación orticiana es el ensayista Roberto González Echevarría, autor de un texto titulado precisamente “El Contrapunteo y la literatura”. Sus argumentos, plenos de ideas sugerentes y también polémicas, González Echevarría parte de la noción de que la literatura representó para Ortiz un tour de force al interior de su escritura como científico social, algo que “fue para él una tentación, al tiempo que debía rechazarse; una vía de acceso a la vez que de escape a las preguntas que lo asediaron y a las soluciones que lo cautivaron”.[8] También revela que Ortiz estaba familiarizado con la gran literatura universal que le fue contemporánea, como es el caso de la obra de James Joyce, y adelanta la hipótesis de que para él: “la antropología era la frontera flexible y porosa entre las ciencias sociales y la literatura; pero esto no hizo más fácil, sino más complicada y dramática su relación con ella”.[9] Para González Echevarría, hay una relación indirecta entre la obra del joven Ortiz y el movimiento afrocubano en la literatura insular de las décadas del 20 y el 30, quienes sin embargo conocían y leían su obra, como en el caso del novelista Alejo Carpentier. El crítico sostiene que, una vez que Ortiz abandonó la hermenéutica criminológica y positivista en el estudio de las culturas de origen africano en Cuba, como es notorio en el caso del Contrapunteo, su autor “en vez de ciencia, hará literatura”.[10] Entre los aspectos de mayor peso dentro de la condición literaria del texto orticiano estaría el humor, “el tono irreverente, burlón, los frecuentes chistes” y la noción del discurso como un “juego conceptista—barroco, gracianesco si se quiere—del que se desprenden verdades que deben interpretarse a un nivel poético”. Lo anterior lleva a González Echevarría a postular una sorprendente analogía entre el ensayo de Ortiz y la literatura vanguardista europea: “El Contrapunteo es un largo, prolijo, joyceano juego de palabras y conceptos, como los de un texto estrictamente contemporáneo suyo, Finnegans Wake”.[11] Y en otra afirmación audaz, el autor de La prole de Celestina le adjudica al Contrapunteo ser “uno de los textos experimentales más innovadores de la vanguardia latinoamericana (…) Para invocar una terminología lezamiana, Ortiz crea la imagen desde la imagen. El Contrapunteo es presentación, performance, actuación, séance, función, show”.[12]
Pero más allá de las disquisiciones interpretativas que la crítica ha estructurado en torno al discurso orticiano, lo cierto es que el propio Ortiz era consciente de la dimensión literaria de su texto, en una pretensión más modesta y sobre todo en la primera parte, y lo atribuye, más que a una voluntad de estilo a una estrategia premeditada, que favorecería su lectura entre un público amplio y no especializado. Como le confiesa al sociólogo estadounidense Leland Jenks, autor del célebre opúsculo Nuestra colonia de Cuba: “Por correo le enviaré mi último libro Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar. Como usted verá, aunque tiene una forma literaria en su primera parte, para facilitar su lectura en este país, en el fondo se trata de un trabajo histórico-económico-social de Cuba”.[13] En esta propia dirección le comenta a otro editor norteamericano, James F. King, director de The Hispanic American Historical Review, que el Contrapunteo… “ha sido escrito con mucha documentación y con alguna forma literaria para que lo lea el gran público”.[14]
El deseo de Ortiz de que el libro fuera frecuentado por un número extenso de lectores se cumplió cabalmente, su recepción crítica fue notable y se convirtió rápidamente en un éxito de ventas, al punto que le escribe a Malinowski poco tiempo después de su publicación que: “Mi libro el Contrapunteo se está vendiendo bien y creo que a fines de año habrá que hacer otra edición”.[15] En la citada carta a James F. King le dice, en 1945, que “la edición está agotada en español y se va a editar una traducción en inglés por la Casa Knopf (…) le digo esto para justificar hasta cierto punto que mi libro no es tan malo y que ha tenido éxito”.[16]
En efecto, Ortiz se preocupó por la circulación de su libro fuera de las fronteras cubanas, en especial en el mundo académico anglosajón, y fueron varios los destinatarios de la esfera intelectual estadounidense que recibieron ejemplares del Contrapunteo…, entre ellos el editor y profesor Roy Temple House (con la recomendación de que la sección del ensayo utilizable para una traducción al inglés era la primera, es decir, la parte “literaria”) y el editor y traductor Herbert Weinstock, representante de la renombrada editorial neoyorquina Alfred A. Knopf, quienes publicaron el libro en inglés en 1947. La traducción corrió a cargo de Harriet de Onís, quien mereció los elogios del sabio “por lo bien que ha salido del difícil trance de traducir el texto de mi libro”.[17]
Como todo texto de esa magnitud, el Contrapunteo…ha tenido que pasar la prueba del tiempo y verse sometido a sucesivas (re)interpretaciones y diálogos que lo interpelan, lo fertilizan y lo mantienen con una inquietante actualidad. No todos han estado de acuerdo con sus postulados, y en este sentido es conocido que Herkovitz no recibió con agrado el neologismo propuesto por Ortiz y confirmado por Malinowski[18]; y también está la objeción que realizó el historiador Manuel Moreno Fraginals en su monografía sobre el Ingenio, cuando apuntó: “Muchas de sus afirmaciones son brillantísimas y sugerentes: otras muchas no resisten el menor análisis crítico”.[19]
Al margen de críticas como las realizadas por Herkovitz y Moreno, y otras que deploran cierto maniqueísmo en la oposición entre el tabaco “bienhechor” y el azúcar “maldito”; lo cierto es que el Contrapunteo… demuestra su solidez como estudio magistral sobre la identidad, el mestizaje y la hibridez de la cultura cubana, y por extensión, caribeña y latinoamericana, en tanto sigue avivando las más disímiles hipótesis, presunciones y diálogos con otras tradiciones intelectuales. En palabras del estudioso de la obra orticiana Enrico Mario Santí:
Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar (…) es uno de los ensayos más innovadores del siglo XX hispánico y una indispensable herramienta para el conocimiento de la historia de América, y de Cuba en especial. Publicada su primera edición en 1940, momento clave de la nación cubana, no tendría entonces el impacto que tiene hoy, a raíz del creciente interés global en el concepto de transculturación que Ortiz propone ahí por vez primera; de nuevas teorías sobre la textualidad del trabajo etnográfico, en el que Ortiz es pionero y de la atención que, en general, sigue despertando el complejo tema de la cultura caribeña.[20]
Entre las recepciones más originales y enriquecedoras del Contrapunteo…, desde una representación ecuménica y dialógica con otras prácticas epistemológicas, se encuentra la que realizó el narrador cubano Antonio Benítez Rojo, en su estimulante libro La Isla que se repite, donde sitúa con audacia la obra de Ortiz “junto con Borges, como un precursor de la posmodernidad en Hispanoamérica”.[21] Benítez reitera la idea de que: “Lo que pronto salta a la vista —como se ha reparado tantas veces— es que el texto no busca su legitimación en el discurso de las ciencias sociales, sino en el de la literatura, en el de la ficción; esto es, se propone de entrada como un texto bastardo”, y lo considera: “uno de los libros más consecuentes con las dinámicas de lo caribeño que se han escrito nunca”.[22] Al mismo tiempo, propone leer el ensayo: “como un texto dialógico y acéntrico en cuyo pluralismo de voces y de ritmos no sólo se dejan escuchar las más variadas disciplinas y las ideologías más irreconciliables, sino también enunciados que corresponden a dos formas muy diferentes de conocimiento, de saber”.[23]
Un brevísimo repaso de algunas lecturas contemporáneas del texto orticiano nos muestran estudios que relacionan la faena de Ortiz con aspectos tan diversos como las vanguardias narrativas latinoamericanas, las teorías poscoloniales, el espiritismo de Allan Kardec, el ensayo “Caliban” de Roberto Fernández Retamar, la labor del intelectual martiniqueño Édouard Glissant o el pensamiento anticapitalista. El influyente profesor argentino Héctor Pérez-Brignoli afirma en un artículo sobre las nociones de aculturación, transculturación y mestizaje, que dichas categorías pueden ser leídas como “metáforas y espejos” de la historiografía latinoamericana[24] y el investigador cubano Jesús Guanche ha cartografiado lo que denomina “Avatares de la transculturación orticiana”, donde reflexiona: “Sobre el papel desempeñado por la obra del propio Ortiz en la elaboración de una concepción dinámica de los intercambios y transformaciones culturales que en su momento denominó transculturación y que ha servido de guía para la orientación teórica de diversas investigaciones sobre la cultura cubana, a la vez que ha influido, directa e indirectamente, en el pensamiento antropológico internacional contemporáneo”.[25]
La aventura intelectual que significa, a sus ochenta años, la lectura de un texto canónico como el Contrapunteo…, “un juguete que sirve para explicar a nuestra gente varios fenómenos sociales de este país”—como le confiesa en carta a Melville Herkovits[26]—nos introduce por una puerta exquisita en ese maravilloso universo que es la obra enciclopédica y cubanísima de don Fernando Ortiz.