Más o menos medio siglo
21/9/2020
I
La década de los 70 del siglo pasado fue, también, un tiempo de cambio. El año que le daría inicio se dibujaba —futuro a la vuelta de la esquina— con visos consagratorios para quienes éramos adolescentes en los primeros años de la Revolución. Cumpliríamos metas; con la producción de diez millones de toneladas de azúcar llegaría el desarrollo y Cuba se igualaría a la Unión Soviética y los países socialistas de Europa del Este, nuestro modelo de entonces.
Aunque en lo cultural se nos instaba a no guiarnos por patrones de las sociedades de consumo, nuestras emisoras, sobre todo Radio Progreso con su programa Nocturno, y Radio Liberación con Sorpresa Musical, nos regalaban números de The Beatles, Five Dimension, Four Seasons, Beach Boys, Rolling Stones, en ensalada mixta con el pop hispano y del área continental. Degustamos a tutiplén películas franco-italianas donde se practicaba el amor libre y se usaban prendas de vestir que malamente imitábamos reciclando las de nuestros padres.
Apenas un año antes el hombre alunizó y al concretarse el trascendente hecho Neil Armstrong pronunció su famosa errata oral: “Un pequeño paso para el hombre y un gran paso para la humanidad”. El suceso más alentador fue el triunfo del partido Unidad Popular, en Chile, que dio inicio a la presidencia de Salvador Allende, frustrada, como se sabe, por el golpe de estado de 1973. Ya a finales de la década, el triunfo de la revolución sandinista nos demostró la vitalidad del espíritu revolucionario en nuestra área.
a la presidencia de Salvador Allende”. Foto: Internet
Mientras, en Estados Unidos se produjo la matanza de los estudiantes de Kent; la guerra en Vietnam les avisó a los halcones que la derrota, también para sus tropas regulares, era posible; los Black Panters y las luchas por los derechos civiles estaban en su punto más hirviente.
A nosotros nos tocó enfrentar, entre otras calamidades, la fiebre porcina africana, como consecuencia de un patógeno introducido que nos dejó sin carne de cerdo durante muchos meses. Y también, con desconsuelo, supimos que no se concretarían los diez millones de toneladas de azúcar, en cuya materialización a toda costa se había semiparalizado una parte considerable de la economía. Con secuestros de pescadores y acciones terroristas el imperio nos seguía hostigando.
En los inicios de esa década, en lo cultural —con especial fuerza en lo literario— se concretaron diversos episodios, lamentables unos, elogiables otros. Se sabe que durante el primer lustro el Consejo Nacional de Cultura (CNC) agotó su caudal renovador y, además, se afilió a tendencias dogmáticas enfocadas hacia el Realismo Socialista, ya desgastado por una práctica que en ese ámbito político, pese a dar algunas obras de valor —como las de Shólojov, por ejemplo— había quebrado estéticamente.
En nuestro entorno habían tenido lugar episodios lamentables, como los relacionados con Lenguaje de mudos (premio David de poesía 1968), de Delfín Prats, y con Los pasos en la hierba (Mención Casa de las Américas 1970), de Eduardo Heras León. Pero sobre todo con el caso Padilla, que tuvo una desmedida repercusión internacional. El I Congreso de Educación y Cultura, de 1971, ofició como colofón del primer momento amargo en la relación de los escritores y artistas con los dirigentes. A decir verdad, no todos los intelectuales se sumaron a las discrepancias. Hoy pienso que el congreso fue una respuesta del estado revolucionario, marcadamente enérgica, a cierto pensamiento liberal de empaque primermundista.
Una vez concluida la zafra del 70 se asumieron nuevas políticas para el desarrollo económico, entre cuyos principios se incluía la recuperación del valor del dinero y el estímulo material, todo asociado al Sistema de Dirección y Planificación de la Economía (SDPE), con su propuesta de regreso al control y la reevaluación de algunos principios de eficiencia económica, entre ellos la relación productividad-costo. Se gestaron la nueva Constitución y el Primer Congreso del PCC. Se abrieron para la cultura perspectivas más promisorias. En 1972 Cuba ingresó al Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), verdadero ejemplo de colaboración solidaria, hoy con lectura mediática devaluada desde la perspectiva neoliberal hegemónica.
Foto: Tomada del sitio web Fidel, soldado de las ideas
II
Con toda seguridad, los tiempos no transcurren con los mismos ritmo e intensidad en todos los espacios geográficos del país. Aunque Cuba es un único ámbito nacional, los distintos contextos regionales marcan algunos puntos de diferencia que, vistos a escala global de la nación, no puntean para caracterizar la época, pero hicieron que en lo cultural, a nivel de los territorios, asumiéramos como problemáticas lejanas aquellos acontecimientos culturales que tenían como epicentro a la capital.
No albergo intenciones de reivindicar ninguno de los amargos diferendos y medidas radicales que enfrentaron en el período algunos escritores del entonces restringido canon habanero. La etiqueta de Quinquenio Gris, si bien define algunos matices vigorosos, tampoco concreta el retrato total de una década y un país. Los más agudos encontronazos se dieron en La Habana, y salvo algún caso aislado, en el resto del país no se cuantificaron desafueros notables. De entrada era imposible que se suscitaran, pues en ninguna de las otras cinco provincias de entonces existía una plataforma profesional, amplia y discutidora, capaz de impugnar a las instancias ejecutivas.
Los sucesos de la vida literaria, en provincia, estuvieron marcados por otros signos. El muy criticado CNC, receptor de acérrimas críticas, más bien que mal, instrumentó acciones, luego redondeadas por el ministerio que le sucedió, que se correspondían con esencias inclusivas de la política cultural de la Revolución. A estas últimas, más que a la claridad del CNC, debemos agradecer las realizaciones que relato, aunque es justo reconocer que el CNC fue, en los inicios, el brazo ejecutor.
En el llamado interior lo que en realidad tuvo lugar, en lo literario, fue un crecimiento de opciones para quienes aspiraban a formarse como escritores. Al calor de los programas del CNC tuvo un despegue sensible la actividad de talleres literarios. Estos inauguraron su evento nacional, concibieron acciones sostenidas de superación e intercambio y promovieron iniciativas editoriales, si bien discretas, al menos embrión efectivo para que los autores de mayor potencialidad fueran haciéndose visibles. El que en esa década autores de los territorios no capitalinos comenzaran a ganar algunos de los premios de mayor relevancia testimonia a favor de aquellas acciones. Y no siempre fueron premios ceñidos a los que se consideraban “temas correctos”.
La mayor parte de los escritores de obra consolidada que hoy residen en el interior iniciaron sus carreras en los talleres literarios, y crecieron intelectualmente al calor de las oportunidades que aquellos fomentaron.
No niego que operaron, de mala manera —ahí sí con incidencia nacional—, ciertas pautas instrumentales sobre las funciones que debía cumplir la literatura, pero ese aspecto no impidió, incluso dentro de las tendencias privilegiadas temáticamente, que surgieran obras de valor. En la década siguiente se produjo la ruptura con los métodos autoritarios, pero ya desde 1976, con la creación del Ministerio de Cultura (Mincult), se pasó a la búsqueda de consensos, hasta que se concretó el desmontaje del estilo burocrático en las tareas de promoción de la cultura.
Tampoco todo en provincias fue color de rosa, ni siquiera después de 1976, pues en el nivel jerárquico de los intercambios, durante un buen tiempo el protagonismo siguió desplazado hacia las figuras y los estilos burocráticos, batidos en retirada. Tras las nuevas pautas trazadas por Armando Hart, las enconadas polémicas de los 80 y la reestructuración de la plataforma institucional en los 90, esos males se fueron rebasando. Ya en los 2000 la prevalencia de los criterios de los creadores siguió ganando peso específico, y aunque siempre pendió sobre nuestras cabezas, como espada de Damocles, el peligro del regreso, la madurez reflexiva y dialógica instaurada en el sector ha conjurado los mayores riesgos. La Uneac y la AHS acompañan al Mincult, con lucidez y valentía, en la correcta instrumentación y ejecución de sus políticas.
durante más de 20 años. Foto: Tomada de Granma
Un propósito que en los últimos tiempos se concreta cada vez en menor medida es la asunción, por artistas e intelectuales de la vanguardia, del liderazgo de las instituciones. Constituye uno de los ejes estratégicos de la política del Ministerio desde los tiempos de Hart. Pero la carga burocrática que se le asocia a esos cargos conspira crudamente contra el sostenimiento de la obra personal, de ahí la reticencia. Constituye un dilema no resuelto. En los ámbitos del interior, quizás en magnitud no significativa, pero de notable virulencia, a la dirección de las instituciones han arribado personas sin un mínimo de sensibilidad ni conocimiento de la historia y gestación de los procesos. Cuando no se les atajó a tiempo, echaron por tierra, en cuestión de meses, estructuras y dinámicas de funcionamiento construidas durante décadas.
Se impone —creo yo— un análisis de carácter estructural que, con el propósito de superar el retraimiento de los intelectuales de vanguardia para aceptar responsabilidades al frente de las instituciones, libere los contenidos de carga burocrática, o los ponga en manos que no interfieran u obstaculicen el objetivo principal. Para esto último sería necesario concebir procesos formativos, de amplio currículo universitario y alta especificidad, en lo tocante a la conducción de procesos del sector; de esa forma obtendríamos una figura intermedia entre el artista y el empresario, capaz de llevar los rumbos promocionales y administrativos sin daños en lo esencial. No es una tarea para pasado mañana sino para hoy. El sostenimiento de lo alcanzado amerita el riesgo.