Volver a ver Machuca en Cuba
26/9/2020
Han pasado dieciséis años desde la proyección en La Habana de Machuca, un largometraje chileno de ficción que pudimos ver durante la edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano del 2004. En Chile, todavía la película sigue presentándose en encuentros y conversatorios dedicados al período de gobierno de la Unidad Popular, truncado por el Golpe Militar del 11 de septiembre de 1973 y la muerte del presidente Salvador Allende.
Machuca fue dirigida por Andrés Woods, basada en la novela autobiográfica de Amante Eledín Parraguez, Tres años para nacer. El libro relata su experiencia real como parte de un grupo de niños de zonas populares de Santiago de Chile, que son integrados a las aulas de un colegio religioso para alumnos de clase media y alta de la sociedad chilena, una iniciativa que funcionó hasta que el colegio fue intervenido por la junta militar golpista. La película presenta la amistad entre dos niños de 11 años, compañeros de aula: Pedro Machuca, de un barrio muy pobre, y Gonzalo Infante, hijo de una familia de la clase media de la burguesía chilena.
La historia transcurre durante los últimos meses de la presidencia de Allende, con el gobierno asediado por la reacción cada vez más agresiva de la derecha chilena ―llevada al fascismo a través de un anticomunismo exacerbado― y los intereses estadounidenses ante el avance de los programas sociales y la nacionalización de la extracción del cobre, hasta finalmente dar lugar al golpe que instauró en Chile las recetas neoliberales de los Chicago Boys y el terror de la Operación Cóndor, combinados en un programa de “reordenamiento nacional” para borrar todo lo realizado durante la Unidad Popular. Para el Chile del 2004, y todavía hoy, Machuca fue una fuerte removida a la desmemoria colectiva que se instaló como parte del proceso.
Pero, más allá del disfrute actoral y la lección histórica… ¿Qué utilidad puede tener volver a ver Machuca para los cubanos de hoy? Probablemente, bajo las condiciones en que se combinan en el presente año los efectos económicos de la pandemia de la Covid‒19 y del bloqueo estadounidense, la veríamos de otra manera que como la vimos en los cines habaneros, en el ya lejano, aunque también complejo, año 2004.
En un conversatorio previo a una proyección de la película, realizado en 2018 con los estudiantes de la Universidad Tecnológica Metropolitana de Chile, se respondió sobre uno de los mitos que con más fuerza se ha sembrado en la mente latinoamericana para desvalorar a cualquier gobierno que se proclame socialista: El mito de la ineficiencia económica del socialismo.
En el encuentro, con la presencia del autor de la novela que da base a la película, Amante Eledín, el profesor y presentador Pablo Suárez respondió a los estudiantes que durante el gobierno de Allende hubo más un ocultamiento de provisiones (por los gremios de comerciantes y camioneros aliados a la derecha chilena) que un desabastecimiento, lo que provocó un mercado negro de productos alimenticios y de aseo, utilizado con fines políticos para desestabilizar al gobierno, y de paso lucrar con la especulación. “Sin embargo, en los sectores periféricos existieron las JAP, que garantizaban una canasta de alimentos a la semana, factor que en la actualidad los sectores populares no tienen asegurado”, señaló. Las Juntas de Abastecimiento y Control de Precios (JAP) fueron creadas por el gobierno de Allende en 1972 para hacer frente al desabastecimiento artificial, al acaparamiento y a la especulación.
Los efectos de esa guerra económica sobre la población chilena se asemejan a algunas de las situaciones que hoy marcan nuestra vida cotidiana como cubanos, y el funcionamiento de las JAP nos recordaría un poco lo que en Cuba conocemos como la Libreta.
Con la pandemia, acaparadores, revendedores y especuladores en Cuba, vieron la oportunidad de lanzarse sobre los productos básicos, esperando hacerlo bajo la misma impunidad y tolerancia que gozaron antes con los artículos de ferretería, aunque esta vez no ocurrió así. Los llamados “coleros” ―ahora disminuidos― llegaron a ser parte del paisaje de aglomeraciones y colas de interminable longitud. En gran medida el desabastecimiento artificial vino a aumentar el desabastecimiento real existente. Muchos cubanos han reclamado un mayor uso de la Libreta, que se ha implementado en varias provincias, para la venta más equitativa de los productos, de otra forma acaparados por la plaga de especuladores, y combatir así el desabastecimiento artificial que estos provocan.
En los últimos meses vimos casi diariamente, aunque ya menos frecuentes, reportajes en el NTV de operativos policiales contra casas convertidas en almacenes, con freezers llenos de alimentos refrigerados, o habitaciones y closets llenos de productos de aseo. Acciones que, junto a las medidas contra los coleros, han venido a atajar lo que quienes ansían un colapso político, económico y social en Cuba, veían avanzar como un componente ideal en la ecuación para lograrlo, pues no hay manera de separar el impacto político que un desabastecimiento agravado, sin tomar medidas que lo disminuyan, produce en las mentes de una sociedad.
Todo esto, junto a las colas, ha sido constantemente manipulado en las redes sociales por el sensacionalismo de medios digitales, que constituyen el brazo comunicacional del bloqueo, y que buscan impactar sicológicamente como un elemento más de presión sobre la mente de los cubanos en tiempos difíciles, de la misma manera en que la prensa privada de Chile ―que luego apoyó el golpe― exacerbaba como cómplice mediático la molestia entre los chilenos por el desabastecimiento durante el gobierno de Allende.
Una de las escenas de Machuca que de seguro más nos llamaría la atención es aquella en la que Gonzalo, el niño de clase acomodada, acompaña a su padre a un comercio de víveres privado durante los momentos más duros de la parálisis económica y el desabastecimiento artificial en Chile. Al llegar lo encuentran aparentemente cerrado, pero el padre, que conoce el truco, va por detrás y golpea una puerta que al instante se abre. Ante la mirada del niño se presenta un almacén repleto de mercancías, en el que les venden lo que necesitan.
La salida del local, rodada en cámara lenta, nos muestra al padre llevando las bolsas con una sonrisa de triunfo y complicidad, pasando frente a los carteles, en la fachada del comercio cerrado, que dicen “No hay azúcar”, “No hay harina”, “No hay jabón”…
Junto a los diálogos en los que el niño escucha a su círculo de adultos, que sostienen la idea de que todo se trata de la “incapacidad” del gobierno para manejar el país y garantizar lo necesario, la misma que con cierta frecuencia vemos que se hace circular como matriz en las redes sociales que consumen los cubanos, al igual que entonces lo hacía la prensa chilena, son escenas que no dejarían de resultarnos significativas. Definitivamente, en nuestra Cuba de hoy, valdría la pena volver a ver Machuca.