Aproximación teórica a la diferenciación político-ideológica en los Estados Unidos (III parte y final)
25/8/2020
Entender las relaciones entre liberalismo y conservadurismo como una contradicción entre izquierda y derecha oscurece más que aclara el asunto, sobre todo si se toma en cuenta que, de manera extendida, esa distinción nace de una suerte de enfoque espacial con referencia a una posición central en un espectro político-ideológico, que define sitios extremos a la izquierda y la derecha de un centro.
Liberales y conservadores, izquierda y derecha
Esas ubicaciones se definen, respectivamente, por lo que representan en el primer caso en cuanto al cambio del sistema con una intención de legitimidad, liberación, mejoras económicas, justicia social y, en general, de progreso histórico; y en el segundo, por lo que significan para la perpetuación del status quo, basado en opresión, desigualdad, estancamiento o retroceso en la historia de la humanidad.
Es bastante común la identificación de esas distinciones con las de liberalismo y conservadurismo, atribuyéndoseles identificaciones similares. A grandes rasgos, los liberales se asocian a la promoción del cambio, asumiendo este cambio como sinónimo de progreso, contrapuesto a la regresión. Los conservadores se identifican con la resistencia al cambio, con el apego a la tradición[1]. Sobre esas bases, cabría preguntarse si en una sociedad como la norteamericana, el partido demócrata o la ideología liberal han llevado consigo aspiraciones “de izquierda”, dirigidas a transformar el sistema, y si han desarrollado acciones encaminadas a la ruptura con el capitalismo. La respuesta sería negativa. La contradicción entre liberalismo-conservadurismo en los Estados Unidos es relativa. Vale la pena reiterar que no se trata de una polarización, sino de una diferenciación. Y no está de más insistir también en que ella no debe interpretarse cual analogía izquierda-derecha.
En rigor, la contraposición entre izquierda y derecha en los Estados Unidos refleja otro tipo de diferenciación cualitativa, vendría a ser como harina de otro costal. Con un sentido bastante convencional, la izquierda estaría encarnada por las instancias que retan al sistema, o sea, los exponentes del movimiento social, de las llamadas minorías, de los sectores excluidos del poder, de las clases explotadas y sus representaciones partidistas (Comunist Party, Socialist Workers Party) o socioeconómicas (Occupy Wall Street) contestatarias, interesadas al menos en reformas sensibles, cuando no en mutaciones más profundas. Entre sus componentes cabrían las organizaciones del movimiento negro, latino, feminista, juvenil, de defensa de los derechos de los homosexuales, junto a determinados sindicatos y grupos ambientalistas y pacifistas. Un segmento del partido demócrata, caracterizado por posturas cercanas a lo que se ha descrito, denominado como su ala radical, se ubica también, como regla en la izquierda estadounidense, junto a ciertas expresiones religiosas, como las de los Pastores por la Paz. La derecha, por su parte, comprendería las instituciones consustanciales al sistema, comprometidas con las élites de poder, incluyendo al partido republicano en su conjunto, aunque pueda exceptuarse algún segmento moderado o razonable, pero a la vez, a un sector del demócrata, el que se conoce como su ala derecha, junto a entidades de la sociedad civil, como la Sociedad John Birch, la Asociación Nacional del Rifle, el Ku-Klux-Klan, el Movimiento Vigilante, el Movimiento de Identidad Cristiana y no pocas denominaciones protestantes, insertadas en la conocida Derecha Evangélica.
Tal vez contribuya a clarificar lo señalado, en el sentido de que en las condiciones de los Estados Unidos, lo que se puede considerar como polarización política y clasificar como izquierda es lo que se manifiesta en el posicionamiento clasista de “los de abajo”, cuando se enfrentan a “los de arriba”. Como ejemplo, es válida la adecuada caracterización del asunto que se reproduce a continuación, referida a la actualidad en ese país: “La cada vez mayor crisis del capitalismo ha acarreado una rápida polarización política en la sociedad global entre una izquierda insurgente y fuerzas ultraderechistas y neofascistas que han logrado adeptos en muchos países. Ambas fuerzas recurren a la base social de los millones que han sido devastados por la austeridad neoliberal, el empobrecimiento, el empleo precario y relegación a las filas de la humanidad superflua”[2].
En resumen, no debe perderse de vista que el contradictorio y diferenciado entramado político-ideológico norteamericano es bastante complejo y contiene muchas matizaciones, lo cual no puede ignorarse. Como tampoco procede el sobredimensionamiento de ciertas contradicciones o diferenciaciones. Con estas prevenciones debe entenderse lo común y lo diferente entre demócratas y republicanos, entre liberales y conservadores, cuyos caminos, destinos, medios y conceptos difieren dentro del común horizonte capitalista.
Un viejo ejemplo que provee la historia, que deja clara la posibilidad y realidad del consenso, por encima de las diferenciaciones, es el que recuerda, según la historiografía estadounidense, el hecho de que a pesar de todas sus discrepancias, Alexander Hamilton y Thomas Jefferson —es decir, la tradición federalista y la republicana— se acercaban asombrosamente, por ejemplo, en la comprensión de los principios generales de la política exterior y de las proyecciones militares, habida cuenta de que como común denominador compartían la defensa de los intereses nacionales, codificados desde una perspectiva tempranamente expansionista y geopolítica.
De alguna manera, esa coincidencia refleja una pauta que ha tendido a reiterarse, una y otra vez, a lo largo de la historia norteamericana, en el sentido de que ante las cuestiones más sensibles o relevantes para los intereses nacionales de los Estados Unidos, lo que se ha impuesto, más allá de diferencias entre partidos políticos y sus liderazgos personales, es una mirada pragmática, una razón de Estado, que toma nota de los verdaderos problemas que en el orden simbólico, económico o estratégico enfrenta el país. Con frecuencia ha sido evidente que se deje a un lado la retórica y se actúe en beneficio de las prioridades de los Estados Unidos. No han faltado, en tales casos, los acuerdos bipartidistas.
Como contraste y complemento, en los procesos electorales que han tenido lugar durante los últimos cuarenta años, si bien se han dado condiciones objetivas y subjetivas para la formulación de un nuevo proyecto nacional, que resuelva los problemas acumulados e insolubles desde que en la década de 1980 el proyecto del New Deal fue sustituido por el que impuso la Revolución Conservadora, ni los programas partidistas ni las propuestas ideológicas han conducido a ello. Lo que ha venido registrando la historia es que la puja entre demócratas y republicanos, entre liberales y conservadores, ha debatido agendas políticas en procura de intereses estrechos, que no se han estructurado como opciones viables, conducentes a un nuevo, vigoroso, proyecto de nación.
La crisis del sistema —crisis capitalista, estructural y cíclica—, palpable hasta hoy, profundizada por la pandemia de la COVID-19, refleja agotamiento de la tradición política liberal, ascenso de una espiral conservadora y expresiones culturales de fascismo, aunque el régimen político mantenga los atributos formales del modelo de la democracia representativa. En ese marco, el bipartidismo y la acompañante dicotomía ideológica muestran una crisis, que no quiebra un sistema cuyas capacidades de sobrevivencia y superación de sus conmociones intrínsecas siguen alargando la vida del capitalismo, sin que se articule un movimiento social ni un partido “de izquierda”, que desborde la subordinación histórica a estructuras de dominación funcionales y múltiples, capaz de convertir las diferenciaciones político-ideológicas en auténticas polarizaciones.
Clivajes: ¿una posible aproximación analítica?
El politólogo norteamericano Seymour Martin Lipset —cuya obra, más que necesaria en el estudio de los Estados Unidos, resulta imprescindible, aunque no se concuerde con aspectos de ella— y el noruego Stein Rokkan publicaron en 1967 un estudio que exponía un nuevo modelo explicativo y de análisis histórico sociopolítico para exponer los conflictos sociales no resueltos que podían encontrarse en la mayoría de los países de Europa Occidental[3]. El texto proporcionó, así, un paradigma novedoso que motivaría una corriente de pensamiento que se ha consolidado en el ámbito de la ciencia política y de la sociología, tanto en Europa como en América del Norte, y en fechas más recientes, en algunos países de América Latina, como Argentina, Chile y México.
Se ha argumentado que —al ser pensada para explicar el caso de las democracias europeas occidentales— la herramienta teórica creada por Lipset y Rokkan poco o nada aportaba a países donde la democracia no terminaba de establecerse y consolidarse. Empero, desde finales del decenio de 1980 y durante el siguiente, ante la irrupción histórica de las llamadas transiciones hacia la democracia en América Latina, la teoría de clivajes comenzó a ser reinterpretada y aplicada en algunos estudios.
Por clivaje, aceptado el término en su traducción del inglés, se comprende una suerte de corte, segmentación o fisura. Se trata de líneas de ruptura, que establecen diferenciaciones. La representación gráfica del clivaje sería como la división que crearía una línea vertical al encontrarse, de forma perpendicular, con una línea horizontal, asumiendo que esta reflejara un espectro político-ideológico de diferenciaciones convencionales con respecto a determinados temas sociales, políticos o económicos, internos y externos. Así, los clivajes permiten distinguir las posturas de los sujetos sobre temas que podrían considerarse “conflictivos” o “polémicos”, o sea, asuntos difíciles de abordar en la discusión a nivel social, en la vida política pública, porque generalmente provocan malestar en el sentir de los individuos a la hora de tratarlos. Al ser llevados al terreno de las políticas públicas y debates electorales, por ejemplo, dichos temas se vuelven muy visibles. Una de las particularidades de la teoría de clivajes es que permite observar los conflictos sociales desde dos perspectivas: la micro y la macro. La teoría permite observar el conjunto de los microfenómenos reflejados por cualquier conflicto: movilización, protesta social, acción colectiva de carácter contestatario, entre otros, indagando en las motivaciones personales del individuo que participa en dichas acciones. Pero a la vez, también posibilita observar los conflictos a nivel macro o societal, es decir, de la sociedad en su conjunto, atendiendo al ámbito de la causalidad estructural del sistema social mismo.
La teoría de Lipset y Rokkan caracterizaba, por ejemplo, la actuación de los partidos políticos, movimientos sociales y patrones de comportamiento en tanto asociaciones de intereses particulares u organizaciones de acción colectiva. Para ello diseñaron un modelo que explicaba cómo tales proyecciones o posiciones nacían a partir de líneas de ruptura y de confrontación surgidas al interior de las sociedades europeas occidentales modernas. Al tomar como punto de partida los patrones de comportamiento con significado político que podrían abordarse en el caso de los Estados Unidos (por ejemplo, ante la votación a favor o en contra de un candidato, de adhesión o rechazo a la pena de muerte, una propuesta de reforma legislativa en torno al aborto, la migración, los derechos de la mujer o de determinadas categorías étnicas o raciales, la protección del medio ambiente, el alcance y papel del Estado, la posibilidad de poseer y portar armas de fuego, el respaldo o cuestionamiento de una acción de política exterior), Lipset y Rokkan contribuyeron a explicar y entender mejor los orígenes estructurales de los conflictos observables y no resueltos en cada sociedad estudiada.
Las divisorias que Lipset y Rokkan conceptualizaron como clivajes podrían utilizarse como variantes teóricas enriquecedoras de una aproximación conceptual y metodológica en el estudio de las diferenciaciones político-ideológicas y las motivaciones de los sujetos políticos que intervienen en el conflicto social y el debate político en general, o electoral en particular, a través del tiempo.[4] Los clivajes facilitan la visibilidad de problemas sociales en tanto conflictos organizados en torno a intereses y preferencias. La estructura del clivaje puede ofrecer una pauta para observar lo que sucede en el sistema político institucional —por ejemplo, el juego democrático basado en un sistema de partidos—, y al mismo tiempo puede hacer visibles los conflictos que afectan o atraviesan a los diferentes sectores de la sociedad. Al salir del ámbito netamente político para extenderse a asuntos que dividen con determinada definición e intensidad a los miembros de una sociedad, el clivaje configura líneas de división que pueden organizar una diferenciación ante áreas de consenso y conflicto. Los autores mencionados identificaron ciertos clivajes básicos, como los configurados a partir de los procesos de industrialización y construcción del Estado-Nación en Europa: la fisura centro-periferia, el conflicto Estado-Iglesia, la divisoria urbano-rural, y el clivaje trabajadores-empleadores, este último con una connotación clasista. Otros estudios y autores se han apoyado en esa perspectiva para contraponer posiciones ideológicas y preferencias específicas hacia cuestiones puntuales, en campañas electorales y dinámicas de conflicto ante cuestiones que separan, diferencian o polarizan incluso, a favor y en contra, como las concernientes a la discriminación racial, étnica, de género, el consumo y legalización de drogas, entre otras. Pareciera que esa propuesta lleva consigo potencialidades analíticas y puede resultar fecunda para la exploración de la diferenciación en la esfera de la acción o participación política y en el de sus representaciones en la esfera de la ideología.
Por tanto, un análisis global y completo del fenómeno de la diferenciación político-ideológica en los Estados Unidos y de sus especificidades en los procesos eleccionarios y más allá de ellos, en la recurrente o hasta cotidiana dinámica de consenso y conflicto social, podría, pues, considerar reflexiones como las expuestas.
Desde luego, este trabajo no pretende acometer ese esfuerzo. Es apenas, como su título lo indica, una aproximación, poco ordenada, dirigida a poner de relieve algunas ideas o introducir un ángulo visual al mirar el tema abordado, sin pretensiones de exhaustividad ni originalidad, sobre la base de constatar que la crisis, los cambios o el proceso de transición que vive la sociedad norteamericana, requiere objetivizar lo que tiene de nuevo la situación actual, y en ese empeño conviene conocer, valorar, aplicar o descartar, con sentido ecuménico y sin exclusiones, las perspectivas que desde diferentes corrientes de pensamiento, latitudes y aportes disciplinarios, como los de la economía política, la sociología, la historiografía y la politología, coexisten en el acervo de las ciencias sociales, que nunca son imparciales[5].