Arduo cotejo de propaganda y crítica
2/6/2020
Obra de creación colectiva, catalogada entre los grandes aciertos de la cinematografía nacional, el Noticiero Icaic Latinoamericano devino, muy rápidamente, paradigma de un tipo de periodismo audiovisual que hizo balance entre la divulgación de los triunfos del socialismo en la Isla y la sostenida tendencia a mostrar la realidad de forma crítica.
Como casi siempre ocurre, no son las generalizaciones extremas las que nos permiten comprender la esencia multifacética ni la dinámica interna de los fenómenos culturales. De modo que la valoración global del Noticiero, a lo largo de mil cuatrocientas noventa ediciones, desde 1960 hasta 1990, pasa por el estudio de las sincronías entre el discurso oficial y la necesidad de instaurar la crítica social en la esfera pública, una función que a duras penas compensaban la prensa plana, la radio y la televisión.
Además, cada edición semanal, con un promedio de diez minutos de duración, se transformó no solo en sumario noticioso, sino también en crónica, editorial, reportaje y crítica, sobre todo a finales de los años setenta y principios de los ochenta, cuando se reafirmó la voluntad de un colectivo de creadores ansiosos por señalar errores e imponer su autonomía intelectual; porque, aunque varios estudiosos se empeñen en asegurar lo contrario, los aportes del noticiero trascienden la estrecha dicotomía establecida entre la propaganda oficial y la inconformidad nacida en la crítica.
De modo que los sucesivos colectivos de realización, bajo la dirección de Santiago Álvarez, interpretaron con inteligencia los vectores de pensamiento dimanados de la política estatal, pero trataron de cumplir con las esencias comunes del periodismo y el documental: el carácter de espejo de la realidad, principio inalienable de una obra comprometida tanto con la propaganda del poder revolucionario como con la crítica responsable a ese mismo poder.
Las primeras ediciones, en los años sesenta, se consagraron sobre todo a testimoniar de manera afirmativa los aciertos y conquistas del proceso revolucionario. Algunas de estas ediciones iniciáticas generaron importantes documentales como Muerte al invasor (1961, Tomás Gutiérrez Alea) o Ciclón (1963, Santiago Álvarez), consagrados, respectivamente, a describir o comentar la gesta de Playa Girón y el paso arrasador del ciclón Flora, con un ejercicio de montaje que expone la desolación y acentúa el espíritu de rescate.
Aunque Santiago Álvarez realizara todas las ediciones, Alfredo Guevara aparece en el crédito de director de las primeras ciento tres. En junio de 1962, Santiago es nombrado director, con todos los créditos a ese efecto, y así el Noticiero fue la forja y el origen de algunos de sus documentales más importantes, sobre todo el ya mencionado Ciclón (realizado a partir de la edición ciento setenta y cinco), pero también Now (de 1965); Hanoi martes 13 (1967), L. B. J (1968), destacados por similares señas de estilo que el Noticiero: el uso de un montaje dinámico, con asociaciones muy intelectuales y el empleo de la música como correlato dramático.
Sin embargo, existe una falsa visión de que el Noticiero registra solo acontecimientos políticos, también abundan los temas sociales o culturales: la edición ciento cuarenta y dos comentó la muerte de Benny Moré y alcanzó notoriedad por sus angulaciones y planos detalles, que le confirieron una inusitada estética a un simple noticiero. Además, por esta misma época se informó sobre la marcha de las series de béisbol, la inauguración de la Aldea Taína en Guamá, el debut del ballet soviético en Cuba y se mostraron escenas del rodaje de La muerte de un burócrata.
Y aunque debe aceptarse que predominaban los ditirambos y panegíricos, también hubo ediciones críticas, dirigidas por Santiago Álvarez, desde los años sesenta. De algunas de ellas extrajo inspiración, e ideas, para uno de sus documentales menos conocidos: Despegue a las 18:00 (1969); en el cual se advierte, desde el principio, con gigantescos letreros que avanzan hacia el espectador (en el estilo del Noticiero), que va a ver un filme didáctico, informativo, político y panfletario sobre una revolución que busca, ansiosa y desesperadamente, salir de la agónica herencia del subdesarrollo.
Una vez expuesta con toda claridad la premisa, se sugieren las numerosas carencias y problemas de la contemporaneidad revolucionaria con la reiteración del letrero “NO HAY”. Después de exponer todas las carencias, la frase “NO HAY” se completa con la enumeración de otros entes que tampoco existen en la Cuba revolucionaria: analfabetismo, prostitución, desempleo, mendigos, lotería, poliomielitis y malaria. Las escaseces y privaciones, e incluso la miseria material, son explicadas por la existencia del bloqueo comercial impuesto a la Isla. Finalmente, el documental, a partir de algunos fragmentos del discurso de Fidel en la Segunda Declaración de La Habana, compara las condiciones ventajosas del subdesarrollo cubano, con respecto a la desesperación imperante en el resto de América Latina.
De esta manera, los noticieros se convierten, sobre todo en los años sesenta, en “el editorial de la Revolución”, como los definió Manuel Pérez, realizador de treinta y seis ediciones a partir de 1966, cuando se estrenó en edición trescientos veintiocho. Su posterior cine de ficción (sobre todo El hombre de Maisinicú) asume las intenciones educativas, movilizadoras y reflexivas que caracterizaron al Noticiero a partir de retratar la inmediatez cubana, a través de la incorporación al cine de las técnicas del reportaje periodístico, audiovisual.
A finales de la década del sesenta y principios de los setenta, se impone, con vigor propagandístico y poder de arenga, el compromiso con la lucha antimperialista en Cuba y otros países del Tercer Mundo. Bajo el influjo del Che Guevara, se instaura la divulgación del internacionalismo proletario con otros pueblos subdesarrollados de Asia, África y América Latina (continente este último dominado por dictaduras militares derechistas, apoyadas por Estados Unidos). El Noticiero reflejó todo ello con varias ediciones dedicadas, por ejemplo, a la guerra en Vietnam (1970); luego a la solidaridad con los gobiernos de Salvador Allende, en Chile, y Velazco Alvarado, en Perú (1972-73); más tarde, el foco se concentra en las situaciones de complejas agresiones a Angola y al canal de Panamá (1975-1976), entre otras.
A partir de 1971, en la edición quinientos treinta y ocho, dedicada a reportar la Serie Mundial de Béisbol, se asumen dos créditos, el de dirección, donde figuraba por supuesto Santiago Álvarez, y el de realizador, que correspondió en esa oportunidad a Rogelio París. Porque desde principios de los años setenta, el Noticiero devino también escuela de realizadores. Así accedieron al documental Jorge Fraga (a partir de la edición quinientos cuarenta) y Octavio Cortázar (en la quinientos sesenta), entre varios otros que mencionaremos más adelante.
El tono romántico y el punto de vista idealizador se manifiesta no solo en los noticieros de cariz internacionalista realizados en los primeros seis o siete años de la década del setenta, sino también en todas aquellas ediciones que apoyaron el fervor constructivo y de progreso económico, apuntalado con recursos provenientes de los países socialistas.
Los adelantos industriales, sociales y agropecuarios inundaban ediciones como la quinientos cuarenta y uno (construcciones en Alamar y campaña de vacunación), quinientos cincuenta y cuatro (presa Zaza y construcción del astillero de Cienfuegos), quinientos noventa y dos (sobrecumplimientos en la producción de galletas dulces, helados, cervezas y malta), entre otras muchas ediciones que acompañaron la realización de documentales concebidos desde la exaltación de una nueva mentalidad educacional y cultural como La nueva escuela (1973) de Jorge Fraga y Con las mujeres cubanas (1973) de Octavio Cortázar.
Otro de los más asiduos realizadores del Noticiero, en este periodo, fue el ya mencionado Manuel Pérez, además del notable documentalista Miguel Torres (realizó ciento noventa y siete ediciones entre 1972 y 1977), Pastor Vega (realizador de cuatro o cinco ediciones) y Daniel Díaz Torres, quien se incorporó en 1977 y a partir de ese año trabajó en alternancia con Rolando Díaz, para cimentar una de las mejores etapas del Noticiero, entendido como vehículo de apelación a los gustos y la sensibilidad del espectador cubano.
Díaz Torres fue no solo realizador del Noticiero sino también subdirector durante varios años. Allí aprendió a entender según relata en el libro El Noticiero ICAIC y sus voces, de Mayra Álvarez Díaz, los imperativos industriales, masivos del cine y su ineludible potencial creativo, artístico. El realizador de Alicia en el pueblo de Maravillas y La película de Ana recordaba con placer por lo menos dos ediciones puntuales, entre las noventa y una que realizó desde 1975 hasta 1981. En 1978, Daniel estuvo a cargo de las ediciones ochocientos ochenta y uno y novecientos dos, que concertaban montaje y sonido, en la mejor tradición del Noticiero, para criticar la desidia y el conformismo, siempre fiel a la acendrada vocación crítica y reflexiva del cine cubano.
En la edición ochocientos ochenta y uno se combinaba, a partir de la estructura de road movie, la noticia sobre un Festival de Música Popular en Sancti Spíritus, con reportaje sobre la calamitosa situación de las cafeterías aledañas a las Ocho Vías, llamadas Conejitos. En la novecientos dos, Daniel mostró con mordacidad el caos en un almacén de ventanas, para así ejemplificar la desorganización y falta de planificación de ciertas empresas.
Antes de dirigir la muy popular comedia urbana que es Los pájaros tirándole a la escopeta (1983), Rolando Díaz realizó varios documentales y numerosas ediciones del Noticiero a partir de la ochocientos seis, en la que se habla, entre otros asuntos, sobre el servicio de taxis en La Habana. Ya en solitario, se enfrentó a la realización de numerosas ediciones, entre las cuales destacan la ochocientos veinte (sobre la publicación del suplemento humorístico DDT, alerta sobre problemas del ornato público y anuncia a la crítica sobre el estado de los servicios gastronómicos).
En las ediciones ochocientos veintiocho y ochocientos veintinueve se mostraban los problemas con la recogida de la basura en La Habana y la mala calidad de los servicios en torno a los teléfonos, el pan y el arreglo de televisores. Ya en 1978, los noticieros realizados por Rolando Díaz se referían a la vida política y cultural cubana, pero además ofrecían un inventario de ineludibles problemas: los interminables baches en las calles de la capital (ochocientos cincuenta y nueve), la crítica situación con la recogida de basura (ochocientos ochenta y seis), la tala indiscriminada de árboles (novecientos treinta y uno) o el estado actual del Parque Zoológico (novecientos cincuenta y siete).
El periodo de tiempo que conecta los años setenta y los ochenta se relaciona con un modestísimo aflojamiento en las constantes tensiones entre los gobiernos de Cuba y Estados Unidos. Poco después, la breve distensión se resquebraja por los sucesos de la embajada de Perú (sede diplomática invadida por centenares de cubanos en busca de una vía para emigrar) y por el éxodo masivo a través del puerto de Mariel.
En el segundo lustro de los años ochenta, había comenzado en la URSS el proceso de reforma económica (Perestroika) y transparencia informativa (Glásnost) que repercutió fuertemente en Cuba. La versión cubana de estos fenómenos políticos y sociales se conoció con el nombre de Rectificación de errores y tendencias negativas, que conllevó el estímulo a la crítica y la autocrítica en todos los medios de comunicación.
Junto con los noticieros que nos legaron un verdadero manual de las dificultades habituales del cubano en los años ochenta, en una singular vertiente de cine periodístico, el Icaic produjo documentales que comentaban los problemas de la convivencia citadina, o reprendían malos hábitos cotidianos, o denunciaban ciertas costumbres desfavorables relacionadas con la negligencia social o estatal. Así, el público aplaudía documentales como Estética (1984), Yo también te haré llorar (1984), Vecinos (1985), Más vale tarde… que nunca (1986) y Chapucerías (1987) de Enrique Colina; así como No es tiempo de cigüeñas (1987) de Mario Crespo; o El desayuno más caro del mundo (1988) de Gerardo Chijona, entre otros.
En paralelo con la tendencia cuestionadora e inconformista predominante en esta etapa, aparecieron numerosas ediciones que informaban sobre política internacional, cultura, efemérides y también vertían sus opiniones sobre la contemporaneidad. Y así se fueron sumando realizadores; si a finales de los años setenta alternaban todavía Daniel Díaz Torres, Fernando Pérez, Rolando Díaz y Rebeca Chávez, cuando todos pasaron a la realización de documentales y ficciones, asumieron el relevo, ya en los años ochenta, Francisco Puñal (que estuvo once años a lo largo de ciento veinte ediciones), Lázaro Buría (entre 1980 y 1990 realizó casi cien ediciones), Idelfonso Ramos, Luis Felipe Bernaza, Melchor Casals y José Padrón, quien dirigió alrededor de ciento seis ediciones, entre 1983 y 1990. A finales de los años ochenta, destacan también los nombres de realizadoras menos conocidas en el medio como Vivian Argilagos e Irene López Kuchilán.
Los cineastas mencionados asumieron su correspondiente etapa de trabajo en el Noticiero, en tanto se trataba de la mejor escuela de que disponía el Icaic para aprender haciendo; además de que se trataba del principal medio periodístico, y artístico, para asumir la realidad con un sentido innegable de la inmediatez, sin dejar de lado la reflexión. Cada quien entregó su aporte, y ganó experiencia, conocimiento, profesionalidad.
De tal forma, en pleno apogeo de la Rectificación de errores y tendencias negativas, el Icaic penetra en los años noventa marcado por dos grandes crisis: el derrumbe del campo socialista —con la desintegración de la URSS y el Periodo Especial consiguiente (carestía, escasez, crisis ideológica y de valores)—; además de que el Instituto de cine se coloca al borde de la desaparición luego de la confrontación que significó Alicia en el pueblo de Maravillas (1991) de Daniel Díaz Torres, cuya fuerte sátira de la desorganización, la incompetencia, la doble moral y el acomodamiento reflejaba con exactitud el espíritu de ciertos noticieros.
La escasez de película en blanco y negro; además de muchos otros factores de carencia de recursos, infraestructura y mentalidad; condenaron al Noticiero Icaic Latinoamericano cuyas últimas veinte ediciones se hicieron en 1990, desde enero hasta julio. Entre ellas, destacan la mil cuatrocientos setenta y ocho, realizada por Francisco Puñal y la mil cuatrocientos setenta y nueve, de José Padrón; ambas salieron a los cines en marzo de ese año y confirman la perenne voluntad del Noticiero de retratar la realidad tal como es.
Puñal realiza un completo reportaje temático sobre el tema del casamiento y el divorcio en Cuba. En la estructura, sobresale el uso intencionado de un enorme volumen de información, la presencia de numerosas opiniones, incluso contrapuestas, y la participación de expertos, como el psicólogo Manuel Calviño.
La edición mil cuatrocientos setenta y nueve tomaba como pretexto un concierto del grupo Mezcla, con la consiguiente entrevista a su director Pablo Menéndez, para colocar un fuerte acento en las imágenes del barrio insalubre, en La Lisa, aledaño al Río Quibú, al cual le había dedicado una canción el popular grupo. Padrón abordaría un tema similar en la edición mil cuatrocientos ochenta y dos, sobre las condiciones insalubres de barrios como La Güinera y Cayo Hueso, aunque también daba cuenta de las perspectivas de urbanización y progreso.
José Padrón también realizó la edición mil cuatrocientos ochenta y ocho, luego conocida como “Los albergados”, que revelaba los problemas de las cuarterías y ciudadelas donde vivían (todavía viven) hacinados y en condiciones insalubres, muchísimos habaneros. Los noticieros de Padrón se destacaron en una época donde también ejercían la crítica, con vertical severidad, realizadores como Francisco Puñal, dispuesto a encontrar las causas de las deficiencias del transporte ferroviario, o de la escasez de queroseno, almohadillas sanitarias, vinagre, hielo, blúmeres… Porque muy pocos asuntos humanos, y cubanos, fueron ajenos al Noticiero Icaic Latinoamericano, que no solo significó, en términos concretos, un balance de propaganda y crítica, sino que también representó la evolución de la cultura en esta Isla como el resultado de la colisión entre idea y materia, ambas ilustradas por el cine nacional en plena explosión de creatividad y fe en el futuro.