Cinco años de la Revolución Rusa y perspectivas de la Revolución Mundial
28/4/2020
(La aparición del camarada Lenin en la tribuna es acogida con clamorosos y prolongados aplausos de toda la sala, que se transforman en ovación. Todos se ponen en pie y cantan La Internacional)
Camaradas:
En la lista de oradores figuro como el informante principal, pero comprenderán que después de mi larga enfermedad no estoy en condiciones de pronunciar un amplio informe. No podré hacer más que una introducción a los problemas más importantes. Mi tema será muy limitado. El tema “Cinco años de revolución rusa y perspectivas de la revolución mundial” es demasiado amplio y grandioso para que pueda agotarlo un solo orador y en un solo discurso. Por eso elijo únicamente una pequeña parte de este tema: la «Nueva Política Económica». Tomo deliberadamente solo esta pequeña parte a fin de familiarizarnos con esta cuestión, sumamente importante hoy, por lo menos para mí, ya que me ocupo de ella en la actualidad.
Así, pues, hablaré de cómo hemos indicado la Nueva Política Económica y de los resultados que hemos logrado con ella. Si me limito a esta cuestión, tal vez podré hacer un balance en líneas generales y dar una idea general de ella.
Si he de decir, para empezar, cómo nos decidimos por la Nueva Política Económica, tendré que recordar un artículo mío escrito en 1918.[1] A principios de 1918 en una breve polémica, me referí precisamente a la actitud que debíamos adoptar ante el capitalismo de estado.
Entonces escribí:
«El capitalismo de estado representaría un paso adelante en comparación con la situación existente hoy (es decir, en aquel entonces) en nuestra República Soviética. Si dentro de unos seis meses se estableciera en nuestro país el capitalismo de estado, esto sería un inmenso éxito y la más firme garantía de que, al cabo de un año, el socialismo se afianzaría entre nosotros definitivamente y se haría invencible.»
Esto fue dicho, naturalmente, en una época en que éramos más torpes que hoy, pero no tanto como para no saber analizar semejantes cuestiones.
Así pues, en 1918 yo mantenía la opinión de que el capitalismo de estado constituía un paso adelante en comparación con la situación económica existente entonces en la República Soviética. Esto suena muy extraño y, seguramente, hasta absurdo, pues nuestra República era ya entonces una República socialista; entonces adoptábamos cada día con el mayor apresuramiento —quizá con apresuramiento excesivo— diversas medidas económicas nuevas, que no podían ser calificadas más que de medidas socialistas. Y, sin embargo, pensaba que el capitalismo de estado representaba un paso adelante, en comparación con aquella situación económica de la República Soviética, y explicaba más adelante esta idea enumerando simplemente los elementos, del régimen económico de Rusia. Estos elementos eran, a mi juicio, los siguientes: «1) forma parcial, es decir, más primitiva, de la agricultura; 2) pequeña producción mercantil (incluidos la mayoría de los campesinos que venden su trigo); 3) capitalismo privado; 4) capitalismo de estado, y 5) socialismo.» Todos estos elementos económicos existían a la sazón en Rusia. Entonces me planteé la tarea de explicar las relaciones que existían entre esos elementos y si no sería oportuno considerar a alguno de los elementos no socialistas, precisamente, al capitalismo de estado, superior al socialismo. Repito: a todos les parece muy extraño que un elemento no socialista sea apreciado en más y considerado superior al socialismo en una república que se proclama socialista. Pero comprenderéis la cuestión si recordáis que nosotros no considerábamos, ni mucho menos, el régimen económico de Rusia como algo homogéneo y altamente desarrollado, sino que teníamos plena conciencia de que, al lado de la forma socialista, existía en Rusia la agricultura patriarcal, es decir, la forma más primitiva de agricultura. ¿Qué papel podía desempeñar el capitalismo de estado en semejante situación?
Luego me preguntaba: ¿cuál de estos elementos es el predominante? Es claro que en un ambiente pequeñoburgués predomina el elemento pequeñoburgués. Comprendía que este elemento era el predominante; era imposible pensar de otro modo.
La pregunta que me hice entonces (se trataba de una polémica especial, que no guarda relación con el problema presente) fue esta: ¿qué actitud adoptamos ante el capitalismo de estado? Y me respondía: el capitalismo de estado, aunque no es una forma socialista, sería para nosotros y para Rusia una forma más ventajosa que la actual. ¿Qué significa esto? Significa que nosotros no sobrestimábamos ni las formas embrionarias, ni los principios de la economía socialista, a pesar de que habíamos realizado ya la revolución social; por el contrario, entonces en cierto modo reconocíamos ya: si habría sido mejor implantar antes el capitalismo de estado y después el socialismo.
Debo subrayar particularmente este aspecto de la cuestión, porque considero que solo partiendo de él es posible, en primer lugar, explicar que representa la actual política económica y, segundo lugar, sacar de ello deducciones prácticas muy importantes también para la Internacional Comunista. No quiero decir que tuviésemos preparado de antemano el plan de repliegue. No había tal cosa. Esas breves líneas de carácter polémico no significaban entonces, en modo alguno, un plan de repliegue.
Ni siquiera se mencionaba un punto tan importante como es, por ejemplo, la libertad de comercio, que tiene una significación fundamental para el capitalismo de estado. Sin embargo, con ello se daba ya la idea general, imprecisa, del repliegue. Considero que debemos prestar atención a este problema no solo desde el punto de vista de un país que ha sido y continúa siendo muy atrasado por su sistema económico, sino también desde el punto de vista de la Internacional Comunista y de los países adelantados de Europa Occidental. Ahora, por ejemplo, estamos dedicados a elaborar el programa. Mi opinión personal es que procederíamos mejor si discutiéramos ahora todos los programas solo de un modo general, en primera lectura, por decirlo así y los imprimiéramos, sin adoptar este año ninguna decisión definitiva. ¿Por qué? Ante todo, porque, naturalmente, no creo que hayamos estudiado todo bien. Y, además, porque casi no hemos analizado el problema de un posible repliegue y la manera de asegurarlo. Y este problema requiere obligatoriamente que le prestemos atención en un momento en que se producen cambios tan radicales en el mundo entero, como son el derrocamiento del capitalismo y la edificación del socialismo, con todas sus enormes dificultades. No debemos saber únicamente cómo actuar en el momento en que pasamos a la ofensiva directa y, además, salimos vencedores. En un período revolucionario eso no presenta tantas dificultades ni es tan importante; por lo menos, no es lo más decisivo. Durante la revolución hay siempre momentos en que el enemigo pierde la cabeza, y si le atacamos en uno de esos momentos podemos triunfar con facilidad, esto no quiere decir nada todavía, puesto que nuestro enemigo, si posee suficiente dominio de sí mismo, puede agrupar con antelación sus fuerzas, etc. Entonces puede provocarnos con facilidad para que le ataquemos, y después hacernos retroceder por muchos años. Por eso opino que la idea de que debemos preparar un posible repliegue tiene suma importancia, y no solo desde el punto de vista teórico.
También desde el punto de vista práctico todos los partidos que se preparan para emprender en un futuro próximo la ofensiva directa contra el capitalismo deben pensar ya ahora en cómo asegurarse el repliegue. Yo creo que si tenemos en cuenta esta enseñanza, así como todas las demás que nos brinda la experiencia de nuestra revolución, lejos de causarnos daño alguno, nos será, probablemente, muy útil en muchos casos.
Después de haber subrayado que ya en 1918 considerábamos el capitalismo de estado como una posible línea de repliegue, paso a analizar los resultados de nuestra Nueva Política Económica. Repito: entonces era una idea todavía muy vaga; pero en 1921, después de haber superado la etapa más importante de la guerra civil, y de haberla superado victoriosamente, nos enfrentamos con una gran crisis política interna —yo supongo que la mayor— de la Rusia Soviética, crisis que suscitó el descontento no solo de una parte considerable de los campesinos, sino también de los obreros. Fue la primera vez, y confío que será la última en la historia de la Rusia Soviética, que grandes masas de campesinos estaban contra nosotros, no de un modo consciente, sino instintivo, por su estado de ánimo. ¿A qué se debía esta situación tan original y, claro, tan desagradable para nosotros? La causa consistía en que habíamos avanzado demasiado en nuestra ofensiva económica, en que no nos habíamos asegurado una base suficiente, en que las masas sentían lo que nosotros aun no supimos entonces formular de manera consciente, pero que muy pronto, unas semanas después, reconocimos: que el paso directo a formas puramente socialistas de economía, a la distribución puramente socialista, era superior a nuestras fuerzas y que si no estábamos en condiciones de efectuar un repliegue, para limitarnos a tareas más fáciles, nos amenazaría la bancarrota. La crisis comenzó, a mi parecer, en febrero de 1921. Ya en la primavera del mismo año decidimos unánimemente —en esta cuestión no he observado grandes discrepancias entre nosotros— pasar a la Nueva Política Económica. Hoy, después de un año y medio, a finales de 1922, estamos ya en condiciones de hacer algunas comparaciones. Y bien, ¿qué ha sucedido? ¿Cómo hemos vivido este año y medio? ¿Qué resultados hemos obtenido? ¿Nos ha proporcionado alguna utilidad este repliegue y nos ha salvado en realidad, o se trata de un resultado confuso todavía? Esta es la cuestión principal que me planteo y supongo que tiene también importancia primordial para todos los partidos comunistas, pues si la respuesta fuera negativa, todos estaríamos condenados a la bancarrota. Considero que todos nosotros podemos responder afirmativamente con la conciencia tranquila a esta cuestión, precisamente en el sentido de que el año y medio transcurrido demuestra de manera positiva y absoluta que hemos salido airosos de la prueba.
Trataré de demostrarlo. Para ello debo enumerar brevemente todas las partes integrantes de nuestra economía.
Me detendré, ante todo, en nuestro sistema financiero y en el famoso rublo ruso. Creo que se le puede calificar de famoso, aunque solo sea, porque la cantidad de estos rublos supera ahora a un cuatrillón (risas). Esto ya es algo. Es una cifra astronómica (risas). Estoy seguro de que no todos los que se encuentran aquí saben incluso lo que esta cifra representa. Pero nosotros —y, además, desde el punto de vista de la ciencia económica— no concedemos demasiada importancia a estas cifras, pues los ceros pueden ser tachados (risas). Ya hemos aprendido algo en este arte, que desde el punto de vista económico tampoco tiene ninguna importancia, y estoy seguro de que en el curso ulterior de los acontecimientos alcanzaremos en él mucha mayor maestría. Lo que tiene verdadera importancia es la estabilización del rublo. En la solución de este problema trabajamos, trabajan nuestras mejores fuerzas, y atribuimos a esta tarea una importancia decisiva. Si conseguimos estabilizar el rublo por un plazo largo, y luego para siempre, habremos triunfado. Entonces, todas esas cifras astronómicas —todos esos trillones y cuatrillones— no significarán nada. Entonces podremos asentar nuestra economía sobre terreno firme y seguir desarrollándola sobre esa base. Creo que puedo citar hechos bastante importantes y decisivos acerca de esta cuestión. En 1921, el período de estabilización del papel rublo duró menos de tres meses. Y en el corriente año, aunque no ha terminado todavía el período de estabilización, dura ya más de cinco meses. Supongo que esto basta. Claro que será insuficiente si esperamos de nosotros una prueba científica de que en el futuro resolveremos por completo este problema. Pero, a mi juicio, es imposible, en general, demostrar esto por completo. Los datos citados prueban que, desde el año pasado, en que empezamos a aplicar nuestra Nueva Política Económica, hasta hoy, hemos aprendido a marchar adelante. Si hemos aprendido eso, estoy seguro de que sabremos lograr nuevos éxitos en este camino, siempre que no cometamos alguna estupidez extraordinaria. Lo más importante, sin embargo, es el comercio, la circulación de mercancías, imprescindible para nosotros. Y si hemos salido airosos de esta prueba durante dos años, a pesar de que nos encontrábamos en estado de guerra (pues, como sabemos, hace solo algunas semanas que hemos ocupado Vladisvostok) y de que solo ahora podemos iniciar nuestra actividad económica de un modo sistemático; si, a despecho de todo eso, hemos logrado que el período de estabilización del papel rublo se eleve en un plazo de tres a cinco meses, creo tener motivo para atreverme a decir que podemos considerarnos satisfechos de esto. Porque estamos completamente solos. No hemos recibido ni recibimos ningún empréstito. No nos ha ayudado ninguno de esos poderosos países capitalistas que organizan tan «brillantemente» su economía capitalista y que hasta hoy no saben a dónde van. Con la Paz de Versalles han creado tal sistema financiero, que ellos mismos no entienden nada. Si esos grandes países capitalistas dirigen su economía de esa manera, pienso que nosotros, atrasados e incultos, podemos estar satisfechos de haber alcanzado lo principal: las condiciones para estabilizar el rublo. Esto lo prueba no un análisis teórico, sino la práctica, y yo considero que esta es más importante que todas las discusiones teóricas del mundo. La práctica demuestra que en este terreno hemos logrado resultados decisivos: hemos comenzado a hacer avanzar nuestra economía hacia la estabilización del rublo, lo que tiene extraordinaria importancia para el comercio, para la libre circulación de mercancías, para los campesinos y para la enorme masa de pequeños productores.
Paso ahora a examinar nuestros objetivos sociales. Lo principal, naturalmente, son los campesinos. En 1921, el descontento de una parte inmensa del campesinado era un hecho indudable. Además, sobrevino el hambre. Y esto constituyó para los campesinos la prueba más dura. Y es completamente natural que todo el extranjero empezara a chillar: «Ahí tenéis los resultados de la economía socialista». Es completamente natural, desde luego, que silenciaran que el hambre era, en realidad, una consecuencia monstruosa de la guerra civil. Todos los terratenientes y capitalistas, que se lanzaron sobre nosotros en 1918, presentaron las cosas como si el hambre fuera una consecuencia de la economía socialista. El hambre ha sido, en efecto, una enorme y grave calamidad, una calamidad que amenazaba con destruir toda nuestra labor organizadora y revolucionaria.
Y yo pregunto ahora: luego de esta inusitada e inesperada calamidad, ¿cómo están las cosas hoy, después de haber implantado la Nueva Política Económica, después de haber concedido a los campesinos la libertad de comercio? La respuesta, clara y evidente para todos, es la siguiente: en un año, los campesinos han vencido el hambre y, además, han abonado el impuesto en especie en tal cantidad, que hemos recibido ya centenares de millones de puds, y casi sin aplicar ninguna medida coactiva. Los levantamientos de campesinos, que antes de 1921 constituían, por decirlo así, un fenómeno general en Rusia, han desaparecido casi por completo. Los campesinos están satisfechos de su actual situación. Lo podemos afirmar con toda tranquilidad. Consideramos que estas pruebas tienen mayor importancia que cualquier prueba estadística. Nadie duda que los campesinos son de nuestro país el factor decisivo. Y hoy se encuentran en tal situación que no debemos temer ningún movimiento suyo contra nosotros. Lo decimos con plena conciencia y sin hipérbole. Eso ya está conseguido. Los campesinos pueden sentir descontento por uno u otro aspecto de la labor de nuestro poder, pueden quejarse. Esto, naturalmente, es posible e inevitable, ya que nuestro aparato y nuestra economía estatal son aún demasiado malos para poder evitarlo; pero, en cualquier caso, está excluido por completo cualquier descontento serio de todo el campesinado con respecto a nosotros. Lo hemos logrado en un solo año. Y opino que ya es mucho.
Paso ahora a la industria ligera. Precisamente en la industria debemos hacer diferencias entre la industria pesada y la ligera, pues ambas se encuentran en distintas condiciones. Por lo que se refiere a la industria ligera, puedo decir con tranquilidad que se observa en ella un incremento general. No me dejaré llevar por los detalles, por cuanto en mi plan no entra citar datos estadísticos. Pero esta es una impresión general que se basa en hechos y puedo garantizar que en ella no hay nada equivocado ni inexacto. Podemos señalar el auge general de la industria ligera y, en relación con ello, cierto mejoramiento de la situación de los obreros tanto en Petrogrado como en Moscú. En otras zonas se observa en menor grado, ya que allí predomina la industria pesada; por eso no se debe generalizar. De todos modos, repito, la industria ligera acusa un ascenso indudable, y el mejoramiento de la situación de los obreros de Petrogrado y de Moscú es innegable. En la primavera de 1921, en ambas ciudades reinaba el descontento entre los obreros. Hoy esto no existe. Nosotros, que observamos día tras día la situación y el estado de ánimo de los obreros, no nos equivocamos en este sentido.
La tercera cuestión se refiere a la industria pesada. Debo aclarar, a este respecto, que la situación es todavía difícil. En 1921-1922, se ha iniciado cierto viraje en esta situación.
Podemos confiar, por tanto, en que mejorará en un futuro próximo. Hemos reunido ya, en parte, los medios necesarios para ello. En un país capitalista, para mejorar el estado de la industria pesada haría falta un empréstito de centenares de millones, sin los cuales ese mejoramiento sería imposible. La historia económica de los países capitalistas demuestra que, en los países atrasados, solo los empréstitos de centenares de millones de dólares o de rublos oro a largo plazo podrían ser el medio para levantar la industria pesada. Nosotros no hemos tenido esos empréstitos ni hemos recibido nada hasta ahora. Cuando se escribe sobre las concesiones, etc. no significa casi nada, excepto papel. En los últimos tiempos hemos escrito mucho de esto, sobre todo de la concesión Urquhart. No obstante, nuestra política concesionaria me parece muy buena. Mas a pesar de ello, no tenemos aún una concesión rentable. Les ruego que no olviden esto. Así pues, la situación de la industria pesada es una cuestión verdaderamente gravísima para nuestro atrasado país por cuanto no hemos podido contar con empréstitos de los países ricos. Sin embargo, observamos ya una notable mejoría y vemos, además, que nuestra actividad comercial nos ha proporcionado ya algún capital, por ahora, ciertamente muy modesto, poco más de veinte millones de rublos oro. Pero, sea como fuere, tenemos ya el comienzo: nuestro comercio nos proporciona medios que podemos utilizar para levantar la industria pesada. Lo cierto es que nuestra industria pesada aún se encuentra actualmente en una situación muy difícil. Pero supongo que estamos ya en condiciones de ahorrar algo. Así lo seguiremos haciendo. Aunque con frecuencia esto se hace a costa de la población, hoy debemos, a pesar de todo, economizar. Ahora nos dedicamos a reducir el presupuesto del Estado, a reducir el aparato estatal. Más adelante diré unas cuantas palabras sobre nuestro aparato estatal. En todo caso debemos reducir nuestro aparato estatal, debemos economizar cuanto sea posible. Economizamos en todo, hasta en las escuelas. Y esto debe ser así, pues sabemos que sin salvar la industria pesada, sin restaurarla, no podremos construir ninguna clase de industria, y sin esta pereceremos en absoluto como país independiente. Lo sabemos perfectamente.
La salvación de Rusia no está solo en una buena cosecha en el campo —esto no basta—; no está sólo tampoco en el buen estado de la industria ligera, que abastece a los campesinos de artículos de consumo —esto tampoco basta—; necesitamos, además, una industria pesada. Pero para ponerla en buenas condiciones será preciso muchos años de trabajo.
La industria pesada necesita subsidios del Estado. Si no los encontramos, pereceremos como estado civilizado, y, con mayor motivo, como estado socialista. Por tanto, en este sentido hemos dado un paso decisivo. Hemos conseguido los recursos necesarios para poner en pie la industria pesada. Es verdad que la suma que hemos reunido hasta la fecha apenas si pasa de veinte millones de rublos oro; pero de todos modos, esa suma existe y está destinada exclusivamente a levantar nuestra industria pesada.
Creo que, como había prometido, he expuesto brevemente en líneas generales los principales elementos de nuestra economía nacional. Considero que de todo ello puede deducirse que la Nueva Política Económica nos ha aportado ya beneficios. Hoy tenemos ya pruebas de que, como Estado estamos en condiciones de ejercer el comercio, de conservar nuestras firmes posiciones en la agricultura y en la industria y de marchar adelante.
Lo ha demostrado la actividad práctica. Y pienso que, por el momento, esto es bastante para nosotros. Tendremos que aprender muchas cosas todavía y comprendemos que necesitamos aprender. Hace cinco años que estamos en el poder, con la particularidad de que durante esos cinco años hemos vivido en estado de guerra permanente. Por tanto hemos tenido éxito.
Es natural, ya que los campesinos nos seguían. Es difícil dar mayores pruebas de adhesión que las que nos han dado los campesinos. Comprendían que tras los blancos se encuentran los terratenientes, a quienes odian más que a nada en el mundo.
Y por eso los campesinos nos han apoyado con todo entusiasmo, con toda lealtad. No fue difícil conseguir que nos defendieran de los blancos. Los campesinos, que antes odiaban la guerra, apoyaron por todos los medios la guerra contra los blancos, la guerra civil contra los terratenientes. Sin embargo, esto no era todo, porque, en esencia, se trataba únicamente de si el poder quedaría en manos de los terratenientes o de los campesinos. Para nosotros esto no era bastante. Los campesinos comprenden que hemos conquistado el poder para los obreros y que nos planteamos el objetivo de crear el régimen socialista con ayuda de ese poder. Por eso, lo más importante para nosotros era la preparación económica de la economía socialista. No pudimos prepararla directamente y nos vimos obligados a hacerlo de manera indirecta. El capitalismo de estado, tal como lo hemos implantado en nuestro país, es un capitalismo de estado original. No corresponde al concepto habitual del capitalismo de estado. Tenemos en nuestras manos todos los puestos de mando, tenemos en nuestras manos la tierra, que pertenece al Estado. Esto es muy importante, aunque nuestros enemigos presentan la cosa como si no significara nada. No es cierto. El hecho de que la tierra pertenezca al Estado tiene extraordinaria importancia y, además, gran significación práctica desde el punto de vista económico. Esto lo hemos logrado, y debo manifestar que toda nuestra actividad ulterior debe desarrollarse solo dentro de ese marco. Hemos conseguido ya que nuestros campesinos estén satisfechos y que la industria y el comercio se reanimen. He dicho antes que nuestro capitalismo de estado se diferencia del capitalismo de estado comprendido literalmente, en que el estado proletario tiene en sus manos no solo la tierra, sino también las ramas más importantes de la industria.
Ante todo hemos cedido en arriendo cierta parte de la industria pequeña y media, pero todo lo demás queda en nuestras manos. Por lo que se refiere al comercio, quiero destacar aún que tratamos de crear, y estamos creando ya, sociedades mixtas, es decir, sociedades en las que una parte del capital pertenece a capitales privados —por cierto, extranjeros— y la otra parte, a nosotros. En primer lugar, de esta manera aprendemos a comerciar, cosa que necesitamos, y en segundo lugar, tenemos siempre la posibilidad de liquidar estas sociedades, si así lo consideramos necesario. De modo que no arriesgamos nada. En cambio, aprendemos del capitalismo privado y observamos cómo podemos elevarnos y qué errores cometemos. Me parece que puedo limitarme a cuanto queda dicho.
Quisiera referirme todavía a algunos puntos de poca importancia. Es indudable que hemos cometido y cometeremos aún muchísimas torpezas. Nadie puede juzgarlas mejor ni verlas más claramente que yo (risas). ¿Por qué cometemos torpezas? La razón es sencilla; primero, porque somos un país atrasado; segundo, porque la instrucción en nuestro país es mínima; tercero, porque no recibimos ninguna ayuda. Ni uno solo de los países civilizados nos ayuda. Por el contrario, todos actúan en contra nuestra. Y cuarto, por culpa de nuestro aparato estatal. Hemos heredado el viejo aparato estatal y esta ha sido nuestra desgracia. Es muy frecuente que este aparato trabaje contra nosotros. Ocurrió en 1917, después que tomamos el poder, los funcionarios del Estado comenzaron a sabotearnos. Entonces nos asustamos mucho y les rogamos: «Por favor, vuelvan a sus puestos.» Todos volvieron y esta ha sido nuestra desgracia. Hoy poseemos una enorme masa de funcionarios, pero no disponemos de suficiente instrucción para poder dirigirlos de verdad. En la práctica sucede con harta frecuencia que aquí, en la cúspide, donde tenemos el poder del Estado en nuestras manos, el aparato, más o menos, funciona; pero en los puestos inferiores, disponen ellos a su manera de tal forma que muy a menudo contrarrestan nuestras medidas. En las altas esferas tenemos no sé exactamente cuántos, pero creo, que en todo caso, solo varios miles, a lo sumo, unas decenas de miles, de hombres adictos. Pero en los puestos inferiores se cuentan por centenares de miles los antiguos funcionarios que hemos heredado del régimen zarista y de la sociedad burguesa y que trabajan contra nosotros, unas veces consciente y otras inconscientemente. Es indudable que en este terreno no se conseguirá nada en corto plazo. Tendremos que trabajar muchos años para perfeccionar el aparato, cambiar su composición y atraer nuevas fuerzas. Lo estamos haciendo a ritmo bastante rápido, quizá demasiado rápido. Hemos fundado escuelas soviéticas y facultades obreras, varios centenares de miles de jóvenes estudian; acaso estudien demasiado de prisa, pero, de todas maneras, la labor ha comenzado y creo que nos dará sus frutos. Si no nos apresuramos demasiado en esta labor, dentro de algunos años tendremos una masa de jóvenes capaces de cambiar radicalmente nuestro aparato.
He dicho que hemos cometido innumerables torpezas, pero debo decir también algo en este aspecto de nuestros adversarios.
Si estos nos reprochan y dicen que el propio Lenin reconoce que los bolcheviques han cometido muchísimas torpezas, yo quiero responder: es cierto, pero, a pesar de todo, nuestras torpezas son de un género completamente distinto al de las vuestras. Nosotros no hacemos más que empezar a estudiar, pero estudiamos de modo tan sistemático, que estamos seguros de obtener buenos resultados. Pero si nuestros enemigos, es decir los capitalistas y los héroes de la II Internacional realzan nuestras torpezas, me permitiré citar aquí, a título comparativo, las palabras de un famoso escritor ruso, que modificándolas un poco, sonarían así: Si los bolcheviques cometen torpezas, dicen: «Dos por dos cinco»; pero si las cometen sus adversarios, es decir, los capitalistas y los héroes de la II Internacional, el resultado es: «Dos por dos, una vela de estearina». Esto no es difícil de demostrar. Tomad, por ejemplo, el pacto con Kolchak que concertaron Norteamérica, Inglaterra, Francia, y el Japón. Yo les pregunto: ¿existen en el mundo potencias más cultas y fuertes? ¿Y que resultó? Se comprometieron a ayudar a Kolchak sin calcular, sin reflexionar, sin observar. Ha sido un fracaso, a mi juicio, incluso difícil de comprender desde el punto de vista de la razón humana.
Otro ejemplo más reciente y de mayor importancia: la Paz de Versalles. Yo les pregunto: ¿qué han hecho, en este caso, las «grandes» potencias «cubiertas de gloria»? ¿Cómo podrán encontrar ahora la salida de este caso y de este absurdo? Creo que no exageraré si repito que nuestras torpezas no son nada en comparación con las que cometen juntos los países capitalistas, el mundo capitalista y la II Internacional. Por eso supongo que las perspectivas de la revolución mundial —tema al que me tendré que referir brevemente— son favorables. Y pienso que, si se da determinada condición, se harán más favorables todavía.
Desearía decir algunas palabras acerca de estas condiciones.
En 1921, en el III Congreso, aprobamos una Resolución sobre la estructura orgánica de los partidos comunistas y los métodos y el contenido de su labor. La resolución es magnífica, pero es rusa casi hasta la médula, es decir, se basa en las condiciones rusas. Este es su lado bueno, pero también su lado malo. Malo, porque estoy convencido de que casi ningún extranjero podrá leerla; yo la he releído antes de decir esto. En primer término, es demasiado larga, consta de 50 párrafos o más. Como regla general los extranjeros no pueden leer cosas así. Segundo, incluso si la leen, no la comprenderán, precisamente porque es demasiado rusa. No porque esté escrita en ruso (ha sido magníficamente traducida a todos los idiomas), sino porque esta súper saturada de espíritu ruso. Y tercero, si, en caso excepcional, algún extranjero llega a entender, no la podrá cumplir. Este es su tercer defecto. He conversado con algunos delegados extranjeros y confío en que podré conversar detenidamente con gran número de delegados de distintos países en el curso del Congreso, aunque no participe personalmente en él, ya que, por desgracia, no me es posible. Tengo la impresión de que hemos cometido un gran error con esta Resolución, es decir, que nosotros mismos hemos levantado una barrera en el camino de nuestro éxito futuro. Como ya he dicho, la Resolución esta excelentemente redactada y yo suscribo todos sus 50 o más párrafos. Pero no hemos comprendido cómo se debe llevar nuestra experiencia rusa a los extranjeros. Cuanto expone la Resolución ha quedado en letra muerta. Y si no comprendemos esto no podremos seguir nuestro avance. Considero que lo más importante para todos nosotros, tanto para los rusos como para los camaradas extranjeros, consiste, en que después de cinco años de revolución rusa, debemos estudiar. Solo ahora hemos obtenido la posibilidad de estudiar. Ignoro cuánto durará esta posibilidad. No sé cuánto tiempo nos concederán las potencias capitalistas la posibilidad de estudiar tranquilamente. Pero cada minuto libre de la actividad militar, de la guerra, debemos aprovecharlo para estudiar, comenzando, además desde el principio.
El Partido en su totalidad y todas las capas de la población de Rusia lo demuestran con su ansia de saber. Esta afición al estudio prueba que nuestra tarea más importante ahora es estudiar y estudiar. Pero también los camaradas extranjeros deben estudiar, no en el mismo sentido en que lo hacemos nosotros: leer, escribir y comprender lo leído, que es lo que todavía precisamos.
Se discute si esto corresponde a la cultura proletaria o a la burguesa. Dejo pendiente la cuestión. Pero lo que no deja lugar a dudas es que nosotros necesitamos, ante todo, aprender a leer, a escribir y a comprender lo que leemos. Los extranjeros no lo necesitan. Les hace falta ya algo más elevado: esto implica, en primer lugar, que comprendan también lo que hemos escrito acerca de la estructura orgánica de los partidos comunistas, y que los camaradas extranjeros firmaron sin leerlo y sin comprenderlo. Esta debe ser su primera tarea. Es preciso llevar a la práctica esta Resolución. Pero no puede hacerse de la noche a la mañana, eso sería completamente imposible. La resolución es demasiado rusa: refleja experiencia rusa. Por eso, los extranjeros no la comprenden en absoluto y no pueden conformarse con colocarla en un rincón como un icono y rezar ante ella. Así no se conseguirá nada. Lo que necesitan es asimilar parte de la experiencia rusa. No sé cómo lo harán. Puede que los fascistas de Italia, por ejemplo, nos presten un buen servicio explicando a los italianos que no son todavía bastante cultos y que su país no está garantizado aún contra las centurias negras. Quizás esto sea muy útil. Nosotros, los rusos, debemos buscar también la forma de explicar a los extranjeros los fundamentos de esta Resolución, pues, de otro modo, estarán imposibilitados en absoluto de cumplirla. Estoy convencido de que, en este sentido, debemos decir no solo a los camaradas rusos, sino también a los extranjeros, que lo más importante del período en que estamos entrando es estudiar. Nosotros estudiamos en sentido general. En cambio, los estudios de ellos deben tener un carácter especial para que lleguen a comprender realmente la organización, la estructura, el método y el contenido de la labor revolucionaria. Si se logra esto, entonces, estoy convencido de ello, las perspectivas de la revolución mundial serán no solamente buenas, sino incluso magnificas. (Clamorosos aplausos, que duran largo rato. Las exclamaciones de «¡Viva nuestro camarada Lenin!», suscitan nuevas ovaciones clamorosas.)[2]
Notas:
[1] Se refiere al artículo «Acerca del infantilismo izquierdista y el espíritu pequeñoburgués»
[2]Pravda, num. 258, 15 de noviembre de 1922. V. I. Lenin Obras 4a ed. en ruso, t. 33, págs. 380-394.