Santiago García, artista de la escena y luchador por la vida

Vivian Martínez Tabares
25/3/2020
Postal: La Jiribilla
 

Mientras maduraba un tema preparándome para inaugurar mi columna en La Jiribilla, recibí la desoladora noticia: murió Santiago García. El actor a toda prueba, el de la arrolladora fuerza histriónica, el que dentro o fuera de los escenarios portaba un talante inconfundible y jugaba a ponerse una nariz de payaso para que no perdiéramos la capacidad de someterlo todo a prueba, a la duda, a la confrontación. El director, investigador, riguroso y abierto, que estimulaba y dejaba hacer, desde la creatividad y la plena conciencia; el que guiaba el proceso de invención grupal y lo ilustraba con un casi inconmensurable espectro de saberes, con los pies en la tierra de Colombia, el cerebro navegando por el espacio, de la realidad concreta a las abstracciones de la ciencia, y el corazón inquieto, latiendo por la especie humana y por el estado del mundo. El dramaturgo experimental que se sumergía en el estudio de un clásico de la literatura y lo intervenía desde una noción ampliada de dramaturgia, visual y sonora, cinética y musical, para expandirlo hasta nosotros, e imprimirle su impronta juguetona, ya fuera Quevedo o Cervantes; o el mismo que hacía nacer en la escena nuevos mundos y nuevas fábulas, gestados de una idea —la historia, la violencia, el tiempo, el caos o la energía—, y los convertía en acción ligada a lo social y lo individual fijado en el aquí y el ahora. El maestro próvido que repartió conocimientos a lo largo de Latinoamérica y el mundo —de los Estados Unidos a Japón— en centenares de talleres y conferencias, en escenarios en los que se sentía igual a los otros y aprendiz perpetuo.

Santiago García, actor, director, investigador y dramaturgo colombiano. Fotos: Internet
 

Por eso, miles de mensajes que mezclan el dolor y el cariño circulan y se replican hoy en las redes sociales, porque Santiago caló hondo entre la gente de teatro de cualquier parte, con su honestidad a toda prueba, su talento restallante, y su naturalidad de verdadero sabio. Si alguien respetuosamente le llamaba maestro, respondía con presteza: “Más maestro será usted”.

No puedo hablar de Santiago García sin referirme al Teatro La Candelaria, su obra más visible y sostenida, en la que acompañado de actores y colaboradores conformó un grupo, con convicciones compartidas y cabal guía de líder más que con autoridad de jefe. Desde allí, contribuyó a fomentar la dramaturgia nacional y una escena que naciera de la identidad de su pueblo y vibrara con sus contradicciones sociales. En intensas sesiones de trabajo en las que articulaba el entrenamiento, la improvisación y la discusión, generó con sus actores creadores —fusión de dramaturgos, diseñadores múltiples e investigadores— obras como Nosotros los comunes, Guadalupe años sin cuenta, Los diez días que estremecieron el mundo —las dos últimas Premio Casa de las Américas en 1976 y 1978, respectivamente—, La tras escena, Corre, corre, Carigüeta, El paso, En la raya, Diálogo del rebusque, El Quijote y Nayra, que marcan la memoria escénica latinoamericana. Allí sembró y cultivó talentos, algunos de los cuales pudieron acompañarle con sus propias propuestas.

“Santiago caló hondo entre la gente de teatro de cualquier parte, con su honestidad a toda prueba, su talento restallante, y su naturalidad de verdadero sabio”.
 

Al entender la creación colectiva como actitud frente al trabajo más que como método, probada en la escena de La Candelaria a lo largo de ensayos y funciones, aportó caminos a la actuación y a la dirección latinoamericanas, sin posibilitar copias con su libertad de procedimientos, y muchos artistas se identifican con el legado de Santiago García. Sus procesos de búsquedas estaban llenos de alegría. Le gustaba bromear, inventar palabras y citar de las variadas lenguas que conocía, en permanente juego.

Santiago supo rodear su vida de plena belleza, la de las relaciones humanas y profesionales diáfanas y los placeres  sencillos. Formado como arquitecto, al optar por el teatro asumió una vida de privaciones materiales, y consciente de los gajes del oficio, rechazó conceptos como ganancia o industrias culturales, y nunca se afanó en priorizar la rentabilidad. La crisis era para él un estímulo hacia el trabajo creador. Le gustaba conversar y sabía combinar en el diálogo infinitas preguntas que formulaba para ponerse al día sobre quehaceres y amigos, con asertos en los que afloraban valiosas memorias y referentes. Disfrutaba cocinar y agasajar a los otros, con platos en los que era experto, como los espaguetis a la puttanesca, cuyos ingredientes —todos nombrados con palabras que se iniciaban con la letra a— enumeraba gozoso mientras los juntaba. Gozaba al saborear un postre y el infaltable tinto, colado con puro café colombiano.

“Aportó caminos a la actuación y a la dirección latinoamericanas, sin posibilitar copias con su libertad de procedimientos, y muchos artistas se identifican con el legado de Santiago García”.
 

Los cubanos tenemos mucho que rememorar de Santiago y más que agradecerle. Con sus numerosas presencias entre nosotros al frente del Teatro La Candelaria en giras y eventos —el Taller de Teatro Nuevo, el Festival de Teatro de La Habana, la Temporada de Teatro Latinoamericano y Caribeño Mayo Teatral—, aprendimos de un verdadero grupo la vocación de entrega a la profesión y el riesgo de crear en medio de la violencia y el horror, al punto de jugarse la vida. El maestro dictó talleres y conferencias, entre los que sobresale un curso de posgrado impartido allá por los inicios de los años 80 en el Instituto Superior de Arte, en el que nos enseñó su modo activo de leer a Brecht en diálogo entre la historia y la realidad circundante; y otros en la EITALC, o en la Fundación Ludwig o en la Casa de las Américas. Nos regaló sus libros, en los que reflexionó sobre la teoría y la práctica teatral, el cuerpo y la dramaturgia, y textos suyos vieron la luz en nuestras revistas, recibidos al calor de la fragua de ideas.

“Teatro La Candelaria, su obra más visible y sostenida”.
 

Santiago García decidió despedirse en medio de la pandemia, pasito, como dicen los colombianos, o lo que es igual, cuidadosamente y sin ruido, cuando no son posibles las ceremonias que detestaba. En tiempos en que la realidad nos revela que vivimos en un planeta enfermo, en gran medida debido al daño causado por nuestra especie, por la depredación de recursos y por la carrera armamentista, recuerdo ideas del maestro. En una conferencia que dictó en La Habana, que publicamos con el curioso título de “Las racionalidades alternativas contra la cultura de los tomates cuadrados”, se detuvo a cuestionar el concepto occidental y primermundista de desarrollo, entendido como aniquilación y devastación de la naturaleza, y traducido para nuestros países subdesarrollados en expoliación, saqueo de riquezas naturales, contaminación del agua y el medio ambiente, y exterminio, también para la cultura.

Como todo gran hombre, artista enorme, pensador humanista y sabio, nos deja en palabras, ideas e imágenes, su preocupación esencial por la vida.