El beisbol en el misterio de Cuba: otras lecturas de la apreciación martiana (II)
9/3/2020
Para entender el contexto que le tocó a José Martí vivir con relación al beisbol, este tuvo su eclosión en la sociedad norteamericana como negocio hacia 1869; las apuestas y los especuladores llegaron en los años 70. De modo que al Maestro le correspondió constatar aquellos groseros inicios del deporte rentado y la venta de juegos, donde los sobornos se mezclaban con los fanáticos, o surgían equipos estrafalarios jugando por pura sobrevivencia económica. “De ahí se desprenden varios comentarios martianos negativos sobre el beisbol, que si no se comprende el contexto de que está hablando, pudieran inducir a creer en una falsa animadversión de Martí hacia este pasatiempo”.[1] No me atrevo a catalogar como “animadversión” su relación con la pelota, pero sí creo que por varias razones naturales se cruzaron en él determinados prejuicios. Durante su residencia en la Gran Manzana pudo presenciar las peleas entre equipos de los años 90; entonces, la liga nacional era el torneo reconocido y la emergente se nutría de atletas disidentes, hasta que tiempo después se reconocerían mutuamente, en momentos en que este deporte ya estaba en problemas por el juego sucio de algunos equipos, como el Baltimore. Mark Twain, con razón, lo identificaba, en parte con su habitual sorna, como el verdadero símbolo del advenimiento del siglo XX, “el símbolo, la expresión exterior y visible del empuje y la lucha del siglo XIX en su furia, su desgarramiento y su estampida”.
Para Thomas F. Carter, “La dominante historia del beisbol es una historia nacional desde la perspectiva del centro del imperialismo y capitalismo. […] Los discursos deportivos nacionales en las Américas dicen otras historias pero esos discursos son los que usaban el discurso derivativo de las grandes estructuras del poder colonial, de que un aspecto de eso pueda ser la idea de nación”.[2]
Por aquello de que uno es deudo de su época, José Francisco Martí y Zayas Bazán, el hijo del Maestro, sí se identificó con el deporte nacional, pues “queda constancia de su participación en juegos de beisbol”: “ […] aparece el line up del desafío, donde José Francisco jugaría el campo corto del Habana, con el nombre de José Martí. Asimismo, al pie de la alineación […] se expone la siguiente nota: ‘De este grupo de jóvenes, fueron a la guerra como soldados u oficiales: José Martí Zayas Bazán, Antonio Luaces, Federico Silva y Enrique Recio…’”.[3]
El académico Jorge Febles Source, en su imprescindible estudio “Martí frente a los deportes anglosajones: antagonismo conceptual y traducción hermética en algunas Escenas norteamericanas”[4], da pormenorizados argumentos coincidentes con mi hipótesis sobre las incomprensiones y discrepancias en la percepción martiana del que sería ya para fines del XIX el deporte nacional. Las razones de Febles ofrecen una lectura muy diferente de la que sostienen Roberto González Echevarría y Alfonso López, sin dejar de reconocer que ambos son a mi entender los principales estudiosos fuera y dentro de la Isla de la relación cultura, identidad y beisbol. Me permito citar in extenso fragmentos del ensayo del profesor Febles Source, una muestra de lo que constituye un estudio más amplio:
Se perciben referencias al boxeo, al fútbol-rugby estadounidense, al beisbol, al andar maratónico, al lawn tennis, al badminton, a las regatas de yates y a otras actividades por el estilo. Esencialmente, cuando Martí se enfrenta con casi todos dichos deportes revela una actitud crítica, que en otra parte he caracterizado de lúdica en un sentido dialéctico.
El escritor cubano suele contemplar tales recreaciones ya bien como incomprensibles desperdicios de tiempo practicados por una clase pudiente cada día más desidiosa, ya bien como emblemas o metáforas de un sistema sociopolítico que, al incrementarse la fiebre imperialista, acentúa el culto al utilitarismo burdo, a la violencia, al poderío aplastante en menosprecio de las virtudes espirituales y artísticas que Martí constantemente ensalza.
[…] En su libro The Pride of Havana: A History of Cuban Baseball, Roberto González Echevarría sostiene que “Marti never mentioned baseball in his writings as far as I know” (“Marti nunca mencionó el beisbol en sus escritos, hasta donde yo sé”). Dicha aseveración constituye un lapso efímero dentro de un libro en puridad excepcional, ya que el escritor y patriota sí dialogó al menos pasajeramente con este espectáculo. Cuando lo hizo, se dejó guiar siempre por la intolerancia de quien no entiende ni mucho menos asume el apasionamiento con que comienza a presenciarse y a practicarse este deporte en los Estados Unidos de la década de 1880-1890. El auge económico que definió esta época trajo como consecuencia la expansión de las ligas profesionales de beisbol, el aumento de los sueldos de estrellas como King Kelly y John Clarkson, quienes llegaron a cotizar la cifra exorbitante de 5.000 dólares, y la diseminación en las páginas deportivas de las noticias sobre el deporte.
[…] El observador cubano expone pareceres infaliblemente negativos sobre el beisbol, los cuales reflejan en forma invariable su criterio de que tales empresas constituyen un retroceso en el ascenso civilizador del ser humano.
[…] Aunque Martí jamás parangona la competencia inherente en el beisbol con la brutalidad del boxeo, sí reitera su índole regresiva, en el sentido de que entorpece la evolución positiva de la sociedad y del individuo.
En cierta ocasión, castiga de esta suerte a un joven atleta que decide desempeñarse como beisbolista profesional y a las instituciones académicas que producen esta clase de criaturas:
En muchas universidades es más la pompa que la ciencia, y el pelotear que el leer, tanto que se ha dado el deshonor de que un mozo de prendas abandonase ya al acabar la abogacía, porque “como abogado, habiendo tantos, me espera mucha fatiga y poca paga; y de pelotero, como que nadie coge la pelota del aire mejor que yo, me dan diez mil pesos al año” (8: 38).[5]
Como se puede ver, es reiterativa su preocupación por la mercantilización del deporte, como lo fue contra la especulación bursátil en el arte, y el abandono de estudios y profesiones en busca de mayor y más fácil solvencia económica. No obstante, debemos reconocer que la vocación humanista que acompañó al Maestro en toda su vida y su obra, y esa mezcla de recelo y admiración que leemos en sus vivencias del Norte, sumados a las interrogantes y el deslumbramiento ante lo que no le era familiar, signan sus escasas alusiones al deporte de la bola y los strikes. Por grande que fuera su genio, el hecho de haber vivido tantos años alejado de la Isla le impedía estar al tanto de algunas prácticas muy puntuales de sus más jóvenes compatriotas.
Estudios contemporáneos, incluidas lecturas sociológicas de carácter crítico, arrojan otra luz sobre algunas de las legítimas previsiones martianas, referidas a la relación del beisbol con la disposición imperialista del vecino del Norte:
La historia de beisbol en “inglés” [comillas mías] es una que tiene elementos de imperialismo, colonialismo, y la borradura del deporte en casi todos los otros países de las Américas. Las narrativas sobre beisbol hablan del desarrollo del beisbol en los Estados Unidos como parte de la idea del «manifest destiny» [destino manifiesto]. En los Estados Unidos, el desarrollo de la pelota es igual al desarrollo de la nación moderna después de la guerra civil que casi destruyó al país […] estas historias, sin excepción, hablan de la evolución de beisbol y la estructuración de él […] como “beisbol organizado”. La formación y el uso continuado de ese término reflejan la perspectiva de la historia del beisbol […], las aspiraciones y narrativas nacionales del país.[6]
Para los cubanos, el beisbol ha sido siempre patrimonio y memoria, metáfora de nuestra historia y nuestra cultura, desde que los primeros implementos para jugar fueron traídos por los hermanos Nemesio y Ernesto Guilló a su regreso de Mobile, Alabama en 1864, acontecimiento que ya cumplió 155 años; aniversario a los que se suman sucesivamente rebasados los más de 145 años del legendario juego del 27 de diciembre de 1874, en el Palmar de Junco; los 130 años de la publicación de la primera historia del beisbol cubano, obra del escritor y pelotero Wenceslao Gálvez y Delmonte; los más de 100 del inicio del primer campeonato amateur del siglo xx, y los 80 de la creación del Salón de la Fama del Beisbol Cubano, todos eventos asociados a nuestro devenir como sociedad.
La historia de Cuba y su cultura pueden escribirse a partir de procesos supuestamente en los márgenes como el deporte, desde esos costados donde también se evidencian sus iluminaciones, sus límites, sus angustias y tensiones como nación. Porque nuestros peloteros, sus jugadas y su historia, forman parte de lo universal cubano que reivindica nuestra identidad, como razón orgánica desde la razón cultural e integradora de su historia, campeonatos, protagonistas, récords, curiosidades y sus estudiosos. En la tradición cubana, está por saldar parte de la gran deuda que existe en reflejar el rico tejido que imbrican el beisbol y la cultura de la Isla, que desde sus orígenes se ha expresado como rasgo del “ser cubano”, o atributo de la condición nacional que es para muchos la pasión beisbolera, y que fue expresado certeramente por el veterano y reconocido periodista deportivo Elio Menéndez: “La pelota en Cuba es una síntesis de talento natural y ganas de brindar un espectáculo. No puede decirse que es solo un deporte, es la prolongación cultural de un país, es lo que no perdonaría la gente que no tuviéramos”.
Aquí están las decenas de miles de jugadores, los millones de seguidores de las novenas criollas, que desataron siglo y medio de fervor beisbolero, donde se enlazan nombres que fueron sinónimo de espectáculo para la afición, y ese mismo pueblo entusiasta que lo identifica como una alegoría nacional. Esos peloteros, sus jugadas, los episodios que protagonizaron, su historia, forman parte de la cultura cubana, parte imprescindible de nuestra forma de ser.
La leyenda deportiva que es Hank Aaron, al prologar el excelente libro que es Smoke. The romance and lore of cuban baseball, de Mark Rucker y Peter C. Bjarkman, con mucho uno de los estudios más serios y desprejuiciados sobre nuestra pelota, destacó:
Los héroes del beisbol cubano casi se salen de las páginas. El libro no solo dice lo que Esteban Bellan y Dolf Luque y Martín Dihigo cumplieron durante sus carreras, tú puedes encontrar eso en la enciclopedia. Smoke nos manda atrás en el tiempo para pararnos junto a ellos en el terreno, para ver cómo ellos eran en sus habilidades, para oír cómo eran reverenciados en sus países. Fuera en los tempranos años del juego o en la era de la guerra fría o en el baseball de Cuba hoy, Smoke te pone justo ahí. Tú puedes sentir el calor.[7]
En el texto de Lisa Brock y Otis Cunningham, Los afroamericanos, los cubanos y el beisbol,[8] al referirse a la fuerza revolucionaria que fue la pelota en la segunda mitad del siglo XIX, analizan su proyección en los sectores marginados, suceso visceral y cultural, con una pujante tradición:
Para los cubanos y los afroamericanos, el beisbol nunca fue exclusivamente deporte y entretenimiento. Surgió, durante medio siglo de esperanzas y sueños de los esclavos emancipados y los nacionalistas cubanos, solo para ser aplastados por un racismo malévolo y el escurridizo aunque depravado, imperialismo norteamericano. Para 1910, las prácticas de segregación racial habían trazado una línea de color en la mayoría de las esferas de la vida estadounidense y las élites del país habían robado la independencia a Cuba. De modo que al convertirse el beisbol en el pasatiempo nacional estadounidense, cobró garra en las comunidades afroamericana y cubana, como sitio natural en que podían mediarse el racismo y el imperialismo. [… ] Para 1947, momento en que se produjo la “integración” en el beisbol con Jackie Robinson, cientos de jugadores de origen rural y obrero, y decenas de miles de fanáticos afroamericanos y cubanos se habían conocido por medio del béisbol. Un estudio del papel del beisbol y de sus interacciones revela mucho sobre la identidad de cada grupo y las paradojas que se encuentran cuando dos grupos de color viven en el borde del racismo y el imperialismo.
Desde los primeros años del hoy nuestro pasatiempo nacional, de su difusión y sedimentación en la Isla, los cubanos de la segunda mitad del siglo XIX reflejan esa pasión por el deporte emergente asociada a su agitación independentista. Su trasfondo cultural, espiritual, como cartografía y tradición del país ha llegado hasta nuestros días, y revitalizarlo y preservarlo, reconociéndolo como patrimonio inmaterial de la nacionalidad es un cometido que nos recuerda de forma tajante la deuda contraída a más de ciento cincuenta años con los precursores de esta tradición, y las generaciones que les sucedieron.
No es más que cierto que la Liga Negra de Béisbol de EE. UU. permitió a muchos cubanos participar en ese deporte profesional… En este 2020 se celebra en EE. UU. el centenario de la fundación de esa Liga en la cual no solamente participamos jugadores de la raza negra Cubanos sino de otros países de Latino América y una nota bastante interesante es que de todos los Latinos que jugaron en esta Liga solo quedamos vivos 5 y somos Cubanos, dos residents en Cuba , dos en EE.UU. y uno en Japón