Alternativas de Ariel, último libro de Roberto Fernández Retamar
13/2/2020
I
Desde los pupitres de mis aulas de primaria, las sillas de paleta del bachillerato y las mesas de la Escuela de Letras; en mis sucesivas máquinas o computadoras, creo que siempre escribí para Roberto Fernández Retamar. Maestro, profesor, colega, jefe, paternal amigo, fue siempre el destinatario implícito de mis artículos, ensayos, libros; un lector ideal que con el tiempo, según yo iba publicando con más frecuencia en su revista, se fue convirtiendo en mi lector real.
¿Cómo escribir ahora que no está? ¿Cómo escribir, además, sobre él? Cuando hace pocos meses me invitaron a hablar en su honor ante el grupo latinoamericano y caribeño de la Unesco, tras emborronar páginas y páginas tuve que renunciar a ellas e improvisar un tanto atropellado y largo discurso.
Pero un prólogo, que es lo que se me pide, algo que he venido haciendo por años, puede ser mucho menos que un discurso, que un artículo, que un pequeño ensayo. Un prólogo fue en tiempos antiguos la escueta presentación, por un miembro de la compañía, de la pieza dramática que iba a representarse, una breve introducción a aquello que seguiría de inmediato. Con el tiempo, el prólogo ha ganado mucho en variedad, sabiduría y aun petulancia; pero su función específica es la original, la primera. Y a ella me atengo.
Así pues, como fui y seguiré siendo parte de su compañía, de su grex, de quienes gozamos de su amistad, compartimos sus ideas, nos nutrimos de su pensamiento y disfrutamos sus múltiples y generosos saberes, su agudeza y, por supuesto, su arte y su ingenio; quienes, en fin, convivimos con él un larguísimo trecho en sus más caros espacios, me dirijo al proscenio y les digo, lector, lectora, de qué trata este libro y también —es necesario y justo— por qué, cuándo y cómo lo preparó su autor.
II
Roberto Fernández Retamar (La Habana, 9 de junio de 1930 – 20 de julio de 2019) fue, sin duda, el más brillante y completo intelectual cubano no solo de la segunda mitad del siglo XX, sino también de las casi dos décadas de esta centuria que alcanzó a vivir plenamente, con una lucidez que lo acompañó, para bien y para mal, hasta sus últimos días. Y fue en ellos cuando escogió y ordenó los ensayos que recoge este libro, que sabía póstumo; libro que la Academia Cubana de la Lengua —de la que fue impar director entre 2008 y 2012— le pidiera para publicarlo, cuando a principios del año pasado, ya imposibilitado de asistir puntual y productivamente a sus reuniones mensuales, le otorgara la condición de académico emérito.
Valiéndose de su prodigiosa, alerta y ya para siempre mítica memoria, localizó textos no anteriormente recogidos en sus libros, y escritos, con excepción de uno, a lo largo de la pasada década. Desde la cama de la que ya no podría levantarse, releyó y revisó los textos, les marcó el orden en que debían publicarse y, según cuenta Laidi —su hija, médica y albacea literaria— le dio “un sinfín de instrucciones […], trabajando hasta el instante final con el rigor y la meticulosidad que lo caracterizaron”, y haciéndole prometer que cuidaría de todo detalle: “Alternativas de Ariel saldrá como quieres, papá, quédate tranquilo, le dije cada vez que me interrogaba, con solo mirarme” [2].
A petición de la Academia, y en justo e imprescindible reconocimiento a su condición de poeta, la cual siempre anteponía y coquetamente exigía que antepusiéramos a la de ensayista, su hija añadió a esta selección su poemario Aquí, por el que en 1994 recibiera el Premio internacional de poesía Pérez Bonalde.
III
Los volúmenes que reúnen ensayos por lo regular pueden leerse siguiendo cualquier orden, pero quiero destacar en este dos factores que aconsejan acatar la pauta trazada por su autor. En primer lugar, por lo que sugieren y por lo que ya en el plano personal debieron significar para él, señalo el destino originalmente dado a ellos, el espacio y el público académicos para los que fueron escritos y, en la mayoría de los casos, leídos. Y en segundo lugar, porque en la selección del orden en que su autor decidió colocarlos se evidencia una suerte de dramaturgia que permite leerlos como complementarios, como mensajeros concurrentes destinados a entrecruzar sus caminos para conducir a un determinado fin.
Así pues, se impone recordar, por una parte, que Roberto Fernández Retamar estuvo estrechamente ligado a la Universidad de La Habana y, en general, a la enseñanza y la vida universitarias tanto en Cuba como en otros países desde 1955, cuando casi recién graduado ganó por oposición la plaza de profesor asistente de Filología y Lingüística de la Facultad de Filosofía y Letras. Ello marcó en buena medida una parte importante de su obra ensayística, surgida inicialmente, como he escrito o dicho en otras ocasiones, de lo que le demandaba su alto concepto de la docencia, de la necesidad de profundizar en las materias que impartía, de dotarlas de enfoques actuales y de textos específicos, al tiempo que las impregnaba de todo lo que paralelamente iba generando su pensamiento político, su participación en el proceso revolucionario, y su presencia en los más combativos espacios de la cultura latinoamericana, de los cuales la Casa de las Américas, cuya revista dirigía desde 1965, era el principal foco de irradiación. Esto les daba a sus clases un primer rango entre todo lo que se enseñaba en la Escuela de Letras, creaba entre sus estudiantes y en los que a ellas asistíamos, aunque ya no fuésemos sus alumnos, un clima de polémica actualidad a partir de sus innovadoras y no pocas veces subversivas interpretaciones de los períodos o de los temas propios de los respectivos programas. Me habría gustado hacer, alguien lo hará o lo habrá hecho, un cotejo entre sus cursos y los libros, ensayos, prólogos y hasta reseñas que iba publicando y casi al mismo tiempo introducía en sus clases, al igual que ocurría con los imprescindibles números monográficos de su revista, como el dedicado al centenario de Rubén Darío, inolvidable ejemplo… Pero apenas me detendré a mencionar el adelantado Idea de la estilística (1958) y el descolonizador Para una teoría de la literatura hispanoamericana (1975), libros vinculados con su enseñanza de estas dos materias; y a recordar algunos de sus distintos ensayos, entre otros, “Martí en su (tercer) mundo” (1965), “Modernismo, 98, subdesarrollo” (1967), “La crítica de José Martí” (1972) y las antologías que seleccionó y prologó para su Seminario martiano; o los múltiples textos ensayísticos relacionados con su curso de Poesía hispánica contemporánea, para el que preparó la muy, en su momento, actualizada Antología de la poesía española del siglo XX (1965).
Volvamos a la presentación de este volumen. En relación con el contenido e intención de los ensayos que recoge, resulta evidente que se dividen en dos bloques: el primero introducido por el que da título al libro, “Alternativas de Ariel”, y cerrado por “Al final del Coloquio sobre Literatura Cubana 1959-1981”, único ensayo no escrito en la segunda década del siglo XXI, sino a comienzos de los ochenta, hace casi cuarenta años y que volviera a publicar en 2018 porque “[v]arios compañeros y compañeras me han solicitado estas palabras”. Y entre uno y otro, cuatro acercamientos a importantes intelectuales, bien conocidos por el autor; un filósofo y a ratos poeta español exiliado en México, muy unido a Cuba: Adolfo Sánchez Vázquez, y los demás, cubanos bien conocidos, influyentes representantes, cada uno a su modo bien particular, de la cultura nacional: Jorge Mañach, José Lezama Lima y Desiderio Navarro. Son textos leídos en contextos académicos —Universidad de La Habana, Academia Cubana de la Lengua, Universidad de las Artes, un coloquio sobre literatura— y referidos, los seis, al papel del intelectual en la sociedad; con tema general, continental y puesto al día, el primero; y específico, con fecha y contexto cubanos muy recordados, el último.
Para quienes estén familiarizados con la obra de Fernández Retamar, resultará evidente, desde sus propios títulos, que tanto “Alternativas de Ariel” como “José Lezama Lima y su visión calibanesca de la cultura” continúan la proliferante temática crítica y descolonizadora de “Calibán” (1971), importantísimo ensayo, de resonancia mundial, desarrollado ulteriormente en otros textos recogidos en distintas ediciones siempre aumentadas de Todo Caliban —a las que, por cierto, habrá que añadir otra que incluya estas dos nuevas contribuciones—. Me detengo brevemente en “Alternativas de Ariel”, donde este personaje de Shakespeare, presentado desde una perspectiva que mucho tiene que ver con Gramsci —según confiesa el autor—, “como la imagen del intelectual americano que se resiste a ser colonizado”, permite articular, renovándola, una discusión documentada y al mismo tiempo apasionada frente a quienes directa o indirectamente, disimulan o aceptan las formas de dominación cultural de los países subdesarrollados por los que Fernández Retamar llamara, con gran acierto, los países “subdesarrollantes”, situándola, en buena parte de su exposición, en el espacio de las universidades.
El texto que cierra este bloque, “Al final del Coloquio sobre Literatura Cubana 1959-1981”, fue decisivo para consagrar públicamente, con irreprochables argumentos y toda la elegante dignidad de su palabra de poeta, la puesta en jaque, el ‘fin final’ de lo que podía haber quedado del Quinquenio gris en el campo literario, su costrosa resaca. El Coloquio, promovido por el Ministerio de Cultura con convocatoria abierta y la intención de lograr un mayor acercamiento de los escritores a las instituciones culturales, en determinado momento se convirtió en el escenario en que algunos pocos[3], seguramente convencidos de que contaban con apoyo en alguna otra instancia de poder, intentaron defender o aún reivindicar supuestas poéticas muy trasnochadas y justificar sus recientes posiciones sectarias, dogmáticas y persecutorias, las que fueron, por supuesto, rechazadas resueltamente por la mayoría de los participantes. Ante ello, y para que quedara bien clara la posición del Ministerio, Armando Hart le encargó las palabras de clausura del Coloquio a Fernández Retamar, quien, a partir de la celebración de José Martí y Julián del Casal como padres fundadores de nuestras letras y de nuestra sensibilidad modernas[4], rescató la diversidad, la pluralidad, los múltiples caminos de las letras, de la imaginación, todos legítimos, como riqueza irrenunciable de la literatura cubana, ejemplificada también en muchos otros memorables escritores. De este modo, un texto “de circunstancia”, escrito apresuradamente, como muchos otros que debió redactar a lo largo de su también laboriosa vida de servicio, se convirtió en un manifiesto destinado a desarmar cualquier intento por revivir un pasado entonces reciente, y aún hoy no olvidado. Y como algunas resurrecciones no solo son siempre preocupantes, sino que se han demostrado sospechosamente estimulables, es lógico y muy de agradecer que “varios compañeros y compañeras” le solicitaran al maestro que volviera a publicar estas palabras.
El segundo bloque, conformado por dos textos fechados en diciembre de 2018, cuando todavía con gran esfuerzo podía sentarse algunas horas a escribir, se sitúa en el contexto más amplio de la Revolución. La acotación explícita en el título del primero: “Notas sobre América, en vísperas de los sesenta años de la Revolución Cubana”, así lo indica. Pero ambos se relacionan igualmente con la Casa de las Américas, el mágico espacio físico y espiritual creado en 1959 por Haydée Santamaría, la heroína del Moncada, que también cumplía sesenta años en esta fecha; lugar sin fronteras para la creación y la celebración del aniversario al que dedicaba el segundo de estos textos: “Prólogo a Prólogos para la memoria”.
Si “Notas sobre América…” puede considerarse su documentado y movilizador testamento político, dotado de todo su inquieto y siempre reverdecido saber, su permanente deseo de servir y la dramática urgencia que requieren estos tiempos en que vivimos sucesivas intimidaciones, agresiones, falacias tanto en toda la región como en nuestro archipiélago; “Prólogo…” se constituye en emotivo y perfilado adiós a la constelación intelectual, de letras e ideas, encarnada en los libros y textos que auspiciaran, reunieran y difundieran la editorial, el premio y la revista de la Casa, donde transcurrió mucho más de la mitad de su fructuosa vida.
Renovador del modelo de la literatura latinoamericana, teórico mayor no solo de las letras, sino del pensamiento cultural latinoamericano, magistral estudioso de Martí, impugnador de todo tipo de conformismo, de mimetismo, de cipayismo, enemigo sagaz del dogma castrante, Roberto Fernández Retamar fue y seguirá siendo, en nuestra práctica de las ideas políticas y la ideología que sustentaron su crítica y su teorización, no solo un maestro brillante y consecuente, lúcido y comprometido, polémico, muy polémico; sino también, y sobre todo, un fundador. Y ello se debió, entre otras razones, y esta es también una lección y una advertencia, a que sus horizontes siempre fueron mucho más allá de lo inmediato, lo contingente, lo local. Su tiempo fue el de los grandes cambios, el de las nuevas miradas. Para ese tiempo y sobre todo para el futuro, para los jóvenes en quienes confió explícitamente su legado, desarrolló sus proyectos, igualmente grandes, precursores, no pocas veces retadores. En los años sesenta, en los setenta se constituyó en adelantado, como no ha dejado de reconocerse, de la nueva poesía, de la nueva crítica latinoamericana, y más allá de nuestra lengua y de nuestro entorno, fue uno de los padres de la descolonización mental, la más dañina y lastrante de todas, fundador de los estudios poscoloniales y, aún más, más allá, de los estudios postoccidentales… Los textos recogidos en este volumen, son prueba, una más, de ello.