Eugenio Hernández Espinosa no es un escritor apologético
4/2/2020
Autor reconocido por el público y la crítica, Eugenio Hernández Espinosa ha sido publicado, ha recibido distinciones y premios, entre ellos el Nacional de Teatro. Pero, dado el carácter efímero del teatro, y la mala memoria que padecemos, es preciso volver a nuestros dramaturgos. Es nuestra responsabilidad comunicar al mundo la riqueza espiritual que hemos creado, y la obra de Eugenio es uno de los grandes hitos de la cultura cubana.
Para esta ocasión, he vuelto sobre algunas de sus obras, que vi en escena en montajes firmados por su autor. Intentaré trazar un hilo entre ellas. El hilo se enredará por los avatares de la vida, pero no se romperá porque se nutre de la fuerza que emana de la obra de Eugenio, hombre valiente, laborioso, sonriente a pesar de los pesares, de una sensibilidad extraordinaria.
Comenzaré por María Antonia, y cerraré con Muñeca rota, es decir, volveré a María Antonia. Recordaré a amigos que ya no están en este mundo y que forman parte, donde quiera que estén, del grupo de estudiosos de la trayectoria de Eugenio. Le agradeceré a este hombre el legado que nos deja.
María Antonia
María Antonia es un clásico del teatro cubano y mucho de lo sucedido alrededor de su estreno, en 1967, forma parte de la leyenda. Dicen que por las largas colas de espectadores hubo que poner una parada de guagua en la acera del Teatro Mella, y llueven las anécdotas de las mujeres que iban a anotar las recetas de la Madrina. La actuación de Hilda Oates es referencia obligada y corren algunos chismes de la envidia provocada por el texto de Eugenio entre algunos escritores.
Creo que es el único personaje teatral cubano al que le ha sido dedicado un tomo. Me refiero a Una pasión compartida: María Antonia, organizado por la inolvidable Inés M. Martiatu, en el cual firmas de alto prestigio intelectual reflexionan sobre esta obra fundacional.
Martiatu explica por qué la pieza provocó tanta conmoción:
“Personajes hasta ese momento marginados de la escena lo colmaron con su presencia, sus expresiones, la música de los tambores batá, los cantos y los rezos de las ceremonias de la Santería y las contradicciones que les llevarían irremisiblemente a la tragedia” [1].
La Dra. Graziella Pogolotti, convocada por Martiatu, dedicó su intervención al maestro Roberto Blanco. Al referirse al dramaturgo afirmó:
“Más que espectador cómplice es un participante activo, con sensibilidad y experiencia vital nutridas por una y otra. Concepto y realización obran en María Antonia el milagro de trascender la subalternidad. De ahí la elocuencia de la palabra castellana en contrapunto con las voces venidas de África. Una María Antonia guerrera renace agigantada en el sacrificio de la sangre, convertida en uno de los imprescindibles personajes femeninos del teatro cubano”[2].
Mi socio Manolo
Vi la puesta en escena en 1989, durante el Festival de Teatro de La Habana, en la sala Covarrubias. Mario Balmaseda, a quien el público veneraba por su personaje de Reinier en la serie En silencio ha tenido que ser, era uno de los protagonistas. Dos hombres, amigos, se reencuentran tras largos años de separación. En diálogo intenso donde sobresale el uso del refranero popular, hacen recuento de vida y, plenos de nostalgia, relatan sus sueños frustrados. Son dos grandes personajes, marginados, con sus conflictos a flor de piel.
Violencia, racismo y machismo rodean el mundo de Cheo y Manolo: las mujeres no salen muy bien paradas de su fuerte intercambio verbal, en virtud de prejuicios fuertemente arraigados. La música popular y el baile forman parte del entramado dramatúrgico.
Mi socio Manolo es una obra de sorprendente actualidad. Citaré otra vez a Inés M. Martiatu, una de las estudiosas más lúcidas de la obra de Eugenio:
“Al tildar de marginales a ciertos sectores populares por su forma de hablar, de vestirse, beber, de manifestarse, por la pobreza de sus viviendas (…) se les niega su condición de trabajadores productores de riqueza, se les escatima su contribución económica, se desconoce una historia y una moral de lucha de clases y sobre todo, se les ataca en sus expresiones culturales todas que pasan a ser ilegítimas. Estos prejuicios se mezclan con una valoración donde no se tienen en cuenta la esencia contradictoria de esos personajes y su condición de indiscutible fuerza revolucionaria”[3].
Alto riesgo
Durante las jornadas del Festival de Teatro de Camagüey en 1996, Alto riesgo causó alto impacto. En momentos en que el país se recuperaba del duro golpe del Período Especial y se repensaban los destinos de la nación, Eugenio puso en escena un conflicto ético que provocó mucha polémica. Otra vez dos personajes se enfrentan. Él es funcionario del Estado y ella es jinetera, eufemismo nacido en los 90 para nombrar a la prostituta, personaje que la Revolución había eliminado y resurgió tan arrolladoramente que su presencia en nuestras calles se naturalizó.
Ella: Me recuerda a un profesor de Economía Política que yo tuve. Odiaba a los extranjeros.
Él: Yo fui profesor de Economía Política, pero no odio a los extranjeros.
Ella: ¿Buen profesor?
Él: Excelente
Ella: ¿Por qué no siguió ejerciendo?
Él: En estos tiempos prevalecen las relaciones utilitarias sobre las sentimentales
Ella. ¿Es más útil ser funcionario que ser profesor?
Él: Para la sociedad sí
Ella: ¿Y para usted?
El: La sociedad y yo coincidimos [4].
Amado del Pino, crítico y dramaturgo, comparó Alto riesgo con Mi socio Manolo:
“En ambas obras está la vocación de asumir una agonía circular que no excluye el chispazo del humor, la mirada sin afeites a los sentimientos humanos y —mérito esencial de este autor— la tragicidad asumida más allá de antagonismos políticos evidentes” [5].
Amado, del club de admiradores de Eugenio, espectador de primera fila de su trabajo, subrayaba su “condición de excelente dialoguista y creador de criaturas inolvidables” [6].
Emelina Cundiamor
Es el monólogo de una mujer negra, casada con Tibor Galarraga, un hombre negro que fue, como tantos cubanos, a estudiar a uno de los países del extinto campo socialista. Eugenio hace gala de su sentido del humor, y nos pone a reírnos de los falsos eruditos. “Intrínsecamente transculturado”, así catalogan a Tibor, con su bemba y sus pasas que quiere disimular, que hasta una peluca rubia le exige llevar a Emelina para satisfacer su deseos. Quiere blanquear su piel, no logra desprenderse del racismo.
Emelina ha dejado de ser, para que su marido se haga ingeniero y brille en la esfera social. A ella le ha sido destinado el espacio doméstico, se le ha negado la posibilidad de ser persona.
“Mucho que te lavé, te planché, te cociné, para que fueras a la facultad. Toda tu carrera me la pasé dejando de ser yo para ser tú. Y yo no soy tu monopolio. ¿Me oyes? Ni tu esclava ni tu criada” [7].
Fue la actriz Trinidad Rolando la primera que puso en escena el dolor de Emelina Cundiamor.
Lagarto pisabonito
El autor le da otra vuelta a su indagación en la cultura popular, abandona el marco citadino porque ahora es la riqueza cultural de nuestros campos la que lo conmueve. Es un guajiro el protagónico, muy dado a los placeres, capaz de recitar trabalenguas de doble sentido sin equivocarse. Lagarto canta, baila, comparte costumbres ancestrales y frustraciones, como quien conversa con un amigo. Porque, tras los chistes y las anécdotas, tras la cerveza y el ron, hay un ser humano que sufre: “Peregrino fui. Y muchas veces la vida resabiosa y presumida me ha echado encima todo su berrinche y burundanga”. El texto quedó en el recuerdo de la mano del actor Nelson González [8].
Muñeca rota
La reciente aparición de María Antonia en nuestros escenarios ha confirmado la vitalidad de la obra y de su protagonista. Su poder de convocatoria sigue intacto: ante el anuncio de que la trágica heroína vuelve a desandar La Habana, los espectadores acuden a la cita. Monse Duany y Pablo Guevara confirman la rabiosa actualidad de esa mujer: “Algunas cosas no se pueden cambiar aunque queramos. (…) Uno se puede dar el lujo de soñar, pero no llegaríamos ni a la esquina” [9].
Mi querido Rufo Caballero comprendió la irreverencia de María Antonia: “Es una mujer que ha hallado en su sensualidad procaz y conflictuada el único modo de encauzar su inconformidad con el mundo, porque, más que todo, María Antonia es una mujer rebelde” [10].
Así, rebelde, María Antonia sigue rumbeando en nuestros solares.
Coda
Allá por el 2007 escuché a Eugenio Hernández Espinosa afirmar: “No soy un escritor apologético”. Al volver a su obra, se confirman sus palabras.
El escritor miró sin prejuicios la cultura popular y fue capaz de subir a escena a los marginados de siempre. Lo hizo con las herramientas del teatro: construyó personajes de fuertes trazos, atravesados por conflictos intensos, en diálogos de alto vuelo literario. Sus planteamientos éticos han llegado de la mano de personajes inolvidables, por eso calaron hondo en los espectadores.
No me gustan los protocolos, pero sueño con asistir al acto en que a Eugenio Hernández Espinosa le sea entregado el Premio Nacional de Literatura. Su obra merece tal agasajo.