Un plátano, dos plátanos, tres…
6/12/2019
Gran polémica ha despertado Comediante, obra del italiano Maurizio Cattelan incluida en la actual edición de Art Basel, en Miami. Valorada inicialmente en 120 mil dólares, la pieza, consistente en un plátano maduro adherido a la pared con cinta adhesiva, ya fue vendida y cuenta con otros dos posibles compradores, lo cual ha incrementado su precio en tres mil dólares. Al verla, no pude evitar remitirme al famoso plátano de Andy Warhol, utilizado como portada del disco The Velvet Underground & Nico, (también llamado The Banana Album), de la banda estadounidense The Velvet Underground, y serigrafiado múltiples veces desde 1967, así como a la instalación Grasa, jabón y plátano que el cubano Wilfredo Prieto expuso en 2006, durante la IX Bienal de La Habana.
Tanto en la inauguración de Grasa…, como en esta ocasión, me asaltaron un sinfín de preguntas sobre la naturaleza del arte y sus estrategias de legitimación. ¿Podemos considerar a Comediante una obra artística? Necesitaríamos de dos o tres tesis doctorales para responder este particular. En lo personal, me remito a la trayectoria del artista (un provocador por excelencia), al título de la propuesta (en el arte contemporáneo, muchas veces el título es todo, es la obra), al procedimiento que le dio origen y a los elementos empleados para conformarla. El hecho de que se haya empleado la cinta adhesiva conocida popularmente como cinta americana, que la forma de la banana recuerde a una sonrisa, en este caso, ladeada; que esa sonrisa vaya pudriéndose poco a poco, y el sitio donde se emplazó la pieza, constituyen elementos, en mi opinión, bastante esclarecedores sobre los intereses de Cattelan.
Mas, en este caso, como usualmente ocurre en el arte conceptual, lo artístico trasciende al objeto y se centra en la actitud del artista, en la pose, en el acto de adherir el plátano y esperar. Pareciera que al italiano le importa un comino la institución arte y el mercado, pero, ojo: no emplazó la pieza en un trozo de pared anónima, sin importancia, y no empleó cualquier material. En esa particular relación entre estoy-y-no-estoy, me-gusta-pero-no-me gusta, me rio pero, al mismo tiempo, no me estoy riendo, radica su juego. Marcel Duchamp no ha muerto, y eso, él lo tiene muy en cuenta.
Para Cattelan, lo de menos es el plátano. Lo que le interesa es figurar en la Historia del arte como el artista que lo adhirió a una pared de Art Basel, con la anuencia de los organizadores de la Feria, reivindicar la idea y disfrutar de sus consecuencias: del debate, del escándalo, de la repercusión mediática, de las burlas, del “quién da más” por la obra… Todo ello forma parte de la propuesta; en la medida en que nos escandalizamos, comentamos, criticamos, nos reímos, contribuimos a ella. Yo lo estoy haciendo al dedicarle estas palabras.
Algo similar hizo Wilfredo Prieto en 2006 cuando, ante el estupor de los presentes, ofreció un opíparo catering que todavía se recuerda. A los cinco minutos de aparecer la primera bandeja, nadie se acordaba de la cáscara de plátano, del jabón Heno de Pravia ni de la mancha de grasa. Pero, al día siguiente, todos los presentes (tuve la posibilidad de asistir a la inauguración) comentaban que al arte cubano le hacía falta mucha… grasa y jabón.
Con el arte contemporáneo, uno ya no sabe qué creer. Muchas veces no tenemos claro cuándo estamos ante una experiencia estética y cuándo nos están jugando una broma; eso, si la obra no es la broma en sí, o la polémica que desata, o la originalidad de la idea que la sustenta, o las consecuencias de su exhibición, o la absurda compra que la legítima. Recuerdo ahora el jocoso cortometraje Marcel!, dirigido por el francés Jean Achache en el mismo año que Prieto nos obsequió la instalación antes referida. Cuando los protagonistas intentan venderle a la galerista el Portabotellas “legítimo” de Duchamp, aquella los rechaza, explicándoles que la obra no estaba en el objeto, sino en el gesto del artista, encargado de catapultar un artefacto fabricado con fines extra-artísticos a la categoría obra de arte por su expresa voluntad y la inserción en un espacio galerístico.
Cattelan fue el primero en adherir un plátano a una pared en Art Basel. Los organizadores de la feria se lo permitieron. Los miles que paguen los compradores forman parte del efecto generado por la acción. Para colmo, su gesto no implica, necesariamente, un cuestionamiento a la institución arte y sus subterfugios. Hay, en todo caso, una ilusión de irreverencia, lo cual es aun más inquietante. Podrán copiarlo, imitarlo (he visto posts de cubanos enganchando a las paredes rollos de papel sanitario, plátanos burros y berenjenas, y reclamando miles de dólares por las “piezas”), pero, mucho me temo que el italiano fue el primero en hacerlo en Art Basel: la idea le pertenece. Y la obra es, también, la idea, así como la leyenda que estamos construyendo en torno a ella y a su creador.
El artista se está riendo de nosotros. Nosotros le estamos siguiendo el juego. El plátano es su sonrisa: ladeada, sardónica, cáustica, putrefacta. Una sonrisa que, al fin y al cabo, nos refleja.