Siempre acudirá a la cita el amigo, el poeta, el revolucionario
El 30 de junio de 2019, con la ovación unánime de sus compañeros, fue ratificado como miembro de honor de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Pocas semanas después, este sábado 20, falleció en su Habana, en su Isla y “en su (tercer) mundo” Roberto Fernández Retamar.
entregar sus cenizas al océano. Foto: Kaloian Santos
Intelectual mayor del hemisferio, deja tras sí ochenta y nueve años de una vida tan intensa como fecunda, marcada por la lucidez creadora y una coherencia política insobornable.
Ganador, entre otros, del Premio Nacional de Literatura, los premios internacionales de poesía Rubén Darío y Pérez Bonalde y el Premio Alba de las Letras, merecía muchos más; pero en el fondo de su alma sabía que renunciaba gustosamente a ellos al asumir un compromiso inconmovible con la Revolución Cubana. Al igual que a su admirado Rubén Martínez Villena —inspirador de su temprana Elegía como un himno− le interesó, sobre todo, la justicia social.
Como ensayista, Roberto Fernández Retamar nos ayudó a leer la obra y la vida de José Martí; nos enseñó a comprender la verdadera historia de la literatura hispanoamericana y dio continuidad, en su cenital Caliban, a la búsqueda de un lugar más justo en el planeta para los hombres del Sur.
Como animador cultural, desarrolló un trabajo inmenso en la Casa de las Américas y su revista, el Centro de Estudios Martianos, la Universidad de La Habana, la Uneac, la Academia Cubana de la Lengua y otras instituciones cubanas y extranjeras que se sirvieron de su talento y su laboriosidad.
Como poeta, supo expresar las esencias de Cuba y confundir su voz en la del pueblo al preguntarse: “Nosotros, los sobrevivientes, /¿A quiénes debemos la sobrevida?”; al confesar “Con las mismas manos de acariciarte estoy construyendo una escuela” o al invitarnos a escuchar un disco de Benny Moré.
Como revolucionario, ocupó ejemplarmente todas las trincheras a las que fue llamado.
No existirá una tumba de Roberto Fernández Retamar, pues decidió, en gesto humildísimo, entregar sus cenizas al océano. Pero los muchos lectores retamareanos −y toda la gente de izquierda que halle en su gigantesca obra un buen motivo para no claudicar− sabemos que el entrañable Roberto no dejará un solo día de acudir a la cita con la justicia y la belleza allí, donde él está, en la sobrevida.