La Edad de Oro: revista de infancia y madurez eternas
Con julio llega este año el aniversario 130 de La Edad de Oro, revista cuyos textos escribió José Martí, y que tuvo cuatro entregas respectivamente en los meses que transcurrieron entre el mencionado y octubre de 1889. Fueron solo cuatro, pero bastaron para que ese mensuario se perpetuara. Dirigido a la niñez y la adolescencia, ha rebasado ampliamente esos límites, y satisface a lectores y lectoras de todas las edades.
Fresca todavía la aparición del número inicial, el propio Martí le escribió el 3 de agosto de aquel año a su amigo mexicano Manuel Mercado acerca de la revista: “Veo por acá que ha caído en los corazones desde la aparición de la circular. Los que esperaban, con la excusable malignidad del hombre, verme por esta tentativa infantil, por debajo de lo que lo que se creían obligados a ver en mí, han venido a decirme, con su sorpresa más que con sus palabras, que se puede publicar un periódico de niños sin caer de la majestad a que ha de procurar alzarse todo hombre”.
Guiado por la convicción de que el talento no vale tanto por sí mismo como por el uso que se le dé, puso el suyo al servicio de grandes ideales, con la voluntad de contribuir a que triunfasen. Tarea que echara sobre sus hombros la asumía con la seriedad que caracterizó todos sus actos. No sería diferente en lo relativo a La Edad de Oro.
Eso fue brújula en el rumbo y el alcance del mensuario, que a inicios de su travesía mereció del relevante escritor mexicano Manuel Gutiérrez Nájera —partícipe, con Martí, Rubén Darío, Julián del Casal y otros, en la modernización de las letras hispanoamericanas, y en general para el ámbito de la lengua española— una valoración que remite a la médula de sus logros. Para el autor de Cuentos frágiles y otras páginas memorables Martí hacía “el trabajo del alba: despertar”, y eso libraba a la revista de la “incurable vulgaridad” en que incurrían “comúnmente, los periódicos dedicados a los niños”. Martí, por su parte, “no parece que escribe para los muchachos, como si temiera que los muchachos no supiesen leer aún. Parece que se los sube a las rodillas y que allí les habla”.
Difícilmente pueda explicarse de un modo más acertado —metafórico y preciso a la vez— el triunfo literario y conceptual con que Martí evadió las ñoñerías que aún se hacen sentir, o padecer, en no pocas de las páginas dedicadas a esos sectores del público. Martí mostró por los lectores y las lectoras de la revista un respeto comparable con el que profesó al público obrero. Reconocía su inteligencia y, en vez de ofrecerle con paternalismo —o menosprecio— mensajes masticados y empobrecidos, lo estimuló con altura de pensamiento y de lenguaje. Nunca renunció a la consistencia artística propia de su intensa y vasta obra.
En el caso particular del mensuario, se propuso y consiguió las virtudes que le alabó Herminio Almendros, republicano español radicado en Cuba, país que benefició con una obra pedagógica aún por valorar en su plenitud. Apreció las diferencias que alejaban felizmente a La Edad de Oro de narraciones que venían de siglos y en las cuales abundaban como hechos normales, entre otros, el abandono de niños por sus padres para que, antes que morir víctimas de la pobreza y el hambre, los devorasen las fieras en los bosques.
Cualquiera que fuese el tema, la revista se iluminó con la modernización conceptual y estética aportada por Martí a las letras hispanoamericanas. Aunque se revisen someramente, sus páginas corroboran que la hazaña de la publicación se cimentó en el talento y el poder creativo de su redactor, y, a la vez, en un plan editorial cuidadosamente concebido. Martí se encargó asimismo de buscar las ilustraciones, que, como los textos, siguen gozando de la preferencia de sus públicos.
Todo ello ocurrió en un momento de la vida de Martí en que él se sentiría especialmente resuelto a seguir la conducta que rigió el conjunto de sus actos, con la satisfacción de disfrutar los sacrificios necesarios para cumplir la misión fundamental a la que se consagraba. Asumió La Edad de Oro en medio de la ofensiva con que los Estados Unidos venían preparándose para uncir a los pueblos de nuestra América ya independientes, y a los que, como Cuba y Puerto Rico, aún no se habían independizado.
Foto José Martí. Pie: “Cualquiera que fuese el tema, la revista se iluminó con la modernización conceptual y estética aportada por Martí a las letras hispanoamericanas”.
Nada superfluo acometería quien concentraba su tiempo, sus esfuerzos y sus ideas en la obra redentora a cuyas puertas se sentía ya. Tras contradicciones, desencuentros y vicisitudes que no procede comentar aquí, en 1887 se le había dado la posibilidad de proponerse reencauzar por buen camino el movimiento patriótico cubano. Cuando en 1889 emprendió la realización de La Edad de Oro, estaba próximo a comenzar el congreso internacional que, celebrado entre los meses finales de ese año y los primeros de 1890 en Washington, con seguimiento en la conferencia monetaria que en 1891 tuvo sede en la misma urbe, fue un paso en la búsqueda estadounidense del predominio continental del dólar. El contexto no podía ser más exigente y estimulante para el ideólogo y luchador revolucionario.
En la citada carta a Mercado se refiere en estos términos a la promoción que está desplegando para la revista: “Verá por la circular que lleva pensamiento hondo y ya que me la echo a cuestas, que no es poco peso, ha de ser para que ayude a lo que quisiera yo ayudar, que es a llenar nuestras tierras de hombres originales, criados para ser felices en la tierra en que viven, y vivir conforme a ella, sin divorciarse de ella, ni vivir infecundamente en ella, como ciudadanos retóricos, o extranjeros desdeñosos nacidos por castigo en esta otra parte del mundo. El abono se puede traer de otras partes; pero el cultivo se ha de hacer conforme al suelo. A nuestros niños los hemos de criar para hombres de su tiempo, y hombres de América. Si no hubiera tenido a mis ojos esta dignidad, yo no habría entrado en esta empresa”. Plantea ya el reclamo cardinal que menos de dos años después plasmará en “Nuestra América”: “Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas”.
También con la revista buscaba dar en el terreno del pensamiento la batalla necesaria para que los países de la región pudieran enfrentar los peligros que se les venían encima. En función de ese empeño trazó un plan editorial que, por lo visible en los cuatro números publicados, permite inferir el abarcamiento y la hondura que la revista habría alcanzado de no haberse visto obligado a interrumpirla. Pero lo que logró es de una envergadura tal que no hace falta conjetura alguna para apreciar su grandeza asombrosa o, dicho con mayor propiedad, iluminadora.
En esa realidad han insistido y seguirán insistiendo distintas voces. Este breve artículo no intenta más que esbozar una valoración general sobre el significado de la revista. Y sería asimismo natural que el autor retomara el tema para tratar, o rozar siquiera, elementos ya apuntados, como el plan editorial del mensuario, y algunos más entre los muchos que deben tenerse en cuenta para hacerse una idea acertada de sus cimientos.
Por ahora, solo añadirá la conciencia de Martí sobre las desventajas sufridas por la población femenina. No necesitó que Academia alguna lo “autorizara” a llamar la atención sobre esa realidad, ni se arrodilló ante la orden de aceptar acríticamente el uso del género gramatical masculino como neutro o no marcado. Sabía que tal precepto no provenía de designios divinos, sino que era fruto del predominio patriarcal y sus derivaciones sexistas en la sociedad.
En fechas recientes el Instituto Cervantes, también español, como la Academia que en su rótulo Real sigue cargando el sello monárquico, se ha permitido desafiar en alguna medida el mandato de la plurisecular institución. Presumiblemente animado ahora por una mayor presencia de la poesía en su dirección, el Instituto que lleva el nombre del gran creador del Quijote —defensor de la justicia y, por tanto, enaltecedor de la mujer— se ha permitido proponer como atinado que, sin llegar a un lenguaje farragoso, se mengüe en algo al menos el dominio del citado dictamen académico. Entiende, pues, que no hay por qué hablar siempre —mero ejemplo— de “los trabajadores” o “los lectores”, y por lo pronto de cuando en cuando vale acotar “los trabajadores y las trabajadoras” o “los lectores y las lectoras”.
Pero José Martí no necesitó licencia autoritaria o burocrática —las hay también en lo concerniente al uso del idioma— para llamar la atención por su cuenta sobre, o contra, lo que mucho más acá se ha llamado, no por capricho de nadie, invisibilización de la mujer. La nota introductoria al número inicial de la revista se titula “A los niños que lean La Edad de Oro”, pero Martí la empezó con esta afirmación rotunda: “Para los niños es este periódico, y para las niñas, por supuesto”. Volveremos sobre la luz de la sembradora revista.