Inocencia y los estándares del cine histórico cubano
25/1/2019
El gran éxito cinematográfico y cubano de la temporada 2018-2019 ha sido el largometraje de ficción de género histórico, Inocencia, dirigido por Alejandro Gil, y ahora de estreno en las salas de todo el país. Premiado por el jurado y el público en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, y seleccionado por los críticos cubanos como lo mejor del cine nacional en 2018, el filme ha sido aplaudido a todos los niveles. Este éxito responde a la eficacia al retratar, desde la emoción, acontecimientos y personajes reales relacionados con el criminal fusilamiento de los ocho estudiantes de Medicina (1871). Dicha masacre fue llevada a cabo por las autoridades coloniales españolas, compulsadas estas por el cuerpo de voluntarios cubanos, sedientos de sangre y de fusilamientos ejemplarizantes.
El éxito de Inocencia se debe a que logra eludir, mayormente, los imperativos del didactismo, y evita ciertas reiteraciones discursivas inherentes a buena parte de la producción cubanas de corte histórico que intenta releer la historia nacional. Así, la película consigue resonancia ética o humanista, y perfila el milagro de trasmitirle al espectador contemporáneo la indignación con injusticias y fanatismos que ocurrieron hace siglo y medio aproximadamente. Además, el guion y la puesta del filme se consagran a tratar de conseguir la identificación de ese espectador del siglo XXI con los protagonistas, jóvenes que tenían en 1871 entre 17 y 21 años de edad, y que por tanto son mostrados a partir de características universales como la vehemencia, la rebeldía y la confianza en el futuro.
Inocencia se inserta en una memorable tradición de cine histórico cubano cuyos paradigmas vienen a ser, en una lista antológica y mínima, Lucía, Un hombre de éxito y El siglo de las luces, de Humberto Solás; Una pelea cubana contra los demonios y La última cena, de Tomás Gutiérrez Alea; o La primera carga al machete y Los días del agua, de Manuel Octavio Gómez, entre otras. En los años noventa, durante el periodo especial, el cine histórico cubano languideció hasta casi desaparecer, pero ha renacido con fuerza en los últimos años, solo que ahora se trata, en general, de filmes menos experimentales y ambiciosos en términos formales y estéticos que los ya mencionados, obras más aprisionadas dentro de narraciones genéricas y de cierto academicismo en cuanto a la narración y a la puesta en escena o al tratamiento de la imagen.
En Cuba, la revisión de las épocas, los personajes y los mitos nacionales ha generado clásicos de innegable eficacia, como la mencionada Lucía, que recorre la historia de la sociedad cubana a través de la puesta en evidencia de las ataduras y pérdidas de tres mujeres, personajes de ficción que pudieron muy bien ser reales. Asimismo, La primera carga al machete, que revaloriza la épica independentista a la luz del cine experimental, a la vez que combina la escenificación de lo ocurrido con el documental de encuesta y el noticiario. Dicho en otras palabras: el cine cubano puede enorgullecerse de un notable catálogo de filmes históricos, tanto en la variante épica como en la biográfica. Es así que Fernando Pérez nos entrega un filme caracterizado por la oda al heroísmo, como es el caso de Clandestinos, y veinte años después recrea la biografía de José Martí, ese misterio que nos acompaña, en sus años de infancia y adolescencia, con el evidente propósito de trazar una semblanza más terrenal, que trascienda el obligatorio y necesario busto de yeso en el patio escolar.´
Sin embargo, la historia del cine histórico está marcada no solo por los clásicos inolvidables, sino también por desaguisados muy frecuentes en este género en cualquier otra cinematografía. Este tipo de películas se vinculan con frecuencia a la gran producción, el llamado cine de prestigio y el énfasis en la solemnidad y en la confirmación de los mitos fundacionales, y por tanto suele ser víctima de una aplastante obviedad en su prédica, o peor aún, se ve lastrado por la afectación y altisonancia.
El problema del cine histórico cubano no es que le sobre voluntad épica o le falte rigor o profundidad, sino que carece a veces de habilidad para concatenar la trascendencia del tema con el tratamiento dimensionado de personajes capaces de identificarse con el espectador de hoy día. Con demasiada frecuencia se coloca la utilidad de lo que se dice por encima de cómo se dice, y entonces fracasa el conjunto torpedeado por la incapacidad de directores y guionistas para trasfundir los altos ideales a los detalles cotidianos de una época distante en el tiempo pero necesariamente cercana en espíritu.
Alejandro Gil y su profesional equipo de colaboradores lograron vencer uno de los mayores riesgos del cine histórico, pues además del valor explicativo, didáctico, que recuenta y amplía lo que el espectador aprendió en sus tiempos de estudiante, trasciende el discurso convencional y evita, por fortuna, los parlamentos aburridores, pedantes y, en última instancia, anacrónicos en un siglo XXI donde el conocimiento del pasado está marcado por la Wikipedia o el History Channel. Era preciso emocionar al espectador, conmocionarlo.
De este modo, Inocencia resulta una plausible continuidad de la fecunda tradición del cine histórico cubano, en tanto consigue la reconstrucción simbólica, humanista y sensible de nuestro pasado. Lo hace desde una mirada cinematográfica que intenta vigorizar el diseño ético y espiritual del presente, asimismo, elude ciertas rutinas y mecanicismos a la hora de rendir homenajes y mirar al pasado. Fermín Valdés Domínguez y sus ocho amigos estudiantes de medicina vuelven a respirar, y su aliento parece colmado de vida y esperanzas, gracias a la magia del buen cine.
Solo para recordar, estimado Joel, a Kangamba, Caravana y Zumbe que, sobre todo la primera, cautivaron a los espectadores.