El machismo en juego. Sexismo en la comunicación deportiva (I)
Calentando el brazo: palabras iniciales…
Dayana Batista tiene un swing limpio, ligero, que avisa desde el primer segundo la fuerza de la futura conexión. Ella es una de las peloteras cubanas con experiencia mundialista, una de esas que a diario reta al machismo en un país donde se respira béisbol, pero en el cual las muchachas apenas son (re)conocidas.
Descripciones como la anterior son poco habituales en la prensa cubana donde, si bien las mujeres exhiben un amplio palmarés en competiciones internacionales de élite, cualidades como la fuerza, la rapidez y las habilidades técnicas para dominar la mayoría de los deportes suelen referirse a los hombres.
El ámbito atlético, como pocos ámbitos de la cotidianidad, es un espacio hipermasculinizado, cuya lógica ha sido creada, regulada y disfrutada mayormente por hombres.
Ellos son los fuertes; ellas, las virtuosas. Ellos, los que se “dejan la piel en el terreno”; Ellas, las que logran —desde concepciones estereotipadas— conciliar su carrera profesional con la familia.
El deporte no escapa de la mirada androcéntrica y patriarcal, y aunque ha logrado avances notables en cuanto a la participación de las mujeres y empoderarlas en algunas disciplinas, no deja de ser un lugar donde la historia, el presente y el futuro se relatan en masculino.
En general, cualquier acercamiento a los estudios socioculturales sobre deporte en Cuba es una labor compleja. El reto es aún mayor si se pretende centrar la atención en las cuestiones asociadas a la construcción sociocultural de género en los medios de comunicación.
Por una parte, el universo de los rituales deportivos no escapa de lo que el escritor uruguayo Eduardo Galeano (2002) ha llamado la “devoción” de los creyentes y la “desconfianza” de los intelectuales.
Los creyentes serían las multitudes de seguidores del deporte de manera general y los académicos —sobre todo jóvenes— quienes lo toman como objeto de estudio. Por otra parte, los desconfiados serían quienes “lo califican como lo opuesto a la cultura, un fenómeno básicamente de la chusma, la masa, el vulgo” o aquellas personas que lo perciben como “pan y circo”, el “opio de los pueblos” o la hipnosis ideológica (Galeano, 2002; Alfonso, 2007; Olivos, 2009).
En este archipiélago, tal y como afirma en varios textos el historiador Félix Julio Alfonso, existe una paradoja, pues si bien es uno de los países con mayor tradición deportiva en América Latina —sobre todo a partir del impulso y apoyo estatal de la Revolución cubana—, la producción intelectual y científica sobre el ámbito atlético es escasa.
No obstante, pudiera afirmarse que en la segunda década del siglo XXI ha aumentado el interés de las academias por visualizar las investigaciones sobre deporte y sociedad. Así lo evidencian estudios en campos como la Sociología, la Historia, la Psicología, la Comunicación y la Cultura Física y Deportes, además de artículos, ponencias y trabajos, aunque casi todos inéditos y dispersos.
En líneas generales, sobresalen los trabajos de Alfonso, quien trasciende el estudio de los fenómenos concretos, en su caso el béisbol, para reflexionar sobre el impacto social y cultural del deporte.
Otros autores relevantes son Maikel Fariñas Borrego (sociabilidad y cultura del ocio), Carlos E. Reig (Historia del deporte), Irene Esther (deporte y racialidad) y Carlos Alberto González (deporte y medios de comunicación), entre otros.
En el caso específico de los estudios sobre género y deporte no son abundantes las reflexiones, y las principales contribuciones han derivado de los estudios del historiador y antropólogo Julio César González Pagés, quien en su libro Macho, varón, masculino. Estudios de Masculinidades en Cuba (2010) dedicó un espacio a visibilizar el tema, relacionado fundamentalmente con la violencia.
Asimismo, recientemente, las periodistas Karlienys Calzadilla (2013), Diana González (2014) y Liz Arianna Bobadilla León (2014) han realizado investigaciones que abordan la relación entre género, deporte y medios de comunicación.
Calzadilla analizó los prejuicios sexistas que median en el ejercicio profesional de las periodistas en la televisión cubana, mientras que González asumió el reto de estudiar la recepción del periodismo deportivo desarrollado por reporteras y locutoras del Noticiero Nacional Deportivo, del canal nacional Tele Rebelde.
Bobadilla, por su parte, indagó en cómo los medios informativos de la provincia de Pinar del Río representan a mujeres y hombres en el periodismo deportivo (y cultural), y cómo se erigían en espacios para transmitir roles, estereotipos e ideologías patriarcales alrededor de las feminidades y masculinidades.
Fotos: Internet
En estas líneas, asumo el reto de proponer una mirada al discurso periodístico en el área deportiva, no solo para evidenciar cuándo las feminidades y las masculinidades son mostradas de manera tradicional, sino para identificar representaciones disidentes de esos modelos hegemónicos, a las que llamaremos emancipadas (cuando se alejan sustancialmente de lo estereotipado).
Los análisis que sobrevendrán parten de considerar que la organización y representación simbólica de las masculinidades y feminidades en el discurso del periodismo deportivo se sustentan en tipificaciones y significados socialmente compartidos en torno a las prácticas, normas, conductas y valores atribuidos a hombres y mujeres.
De igual modo, se asume que la construcción simbólica (social y mediática) de lo femenino y lo masculino es un proceso que tiene como base la diferenciación sexual y da cuenta del status de los sujetos en la producción de sentido y, por tanto, su rol en la posterior representación de la realidad, de forma estereotipada o no.
Comienza el juego: ¡play ball!
Además de entender que históricamente los escenarios deportivos han sido creados, regulados y disfrutados por los hombres, resulta oportuno acotar que los procesos de socialización de ambos sexos durante toda la vida tienen un efecto importante en la “hipermasculinización” de estos espacios.
De niños, ellos pueden —más bien deben— practicar béisbol, fútbol, baloncesto, entre otras disciplinas, mientras se supone que ellas se alejen de este tipo de actividades para evitar ser referidas como “marimachas”, “machorras” u otro adjetivo descalificador.
En el caso específico de la alta competencia, se manifiestan privilegios derivados de una mayor cobertura mediática a los eventos de hombres, mayores expectativas y atenciones alrededor de los deportistas, y diferencias abismales en los salarios, entre otras cuestiones.
El mundo de los rituales deportivos se emplea para “modelar” cómo ha de ser el varón (fuerte, rápido, vigoroso y activo) y la mujer (armonía, gracia y virtud). La hombría se asocia a deportes de combate o de gran resistencia física (boxeo, lucha, kárate, ciclismo) y la feminidad, al nado sincronizado o la gimnasia rítmica. Estos son los arquetipos, aunque en la actualidad existen fisuras evidentes.
El análisis anterior adquiere mayor relevancia cuando se inserta la dimensión comunicativa. El periodismo deportivo, por ejemplo, se ha convertido, según el catedrático español Jesús Castañón Rodríguez (2003), en una especie de “magia cultural”, que transforma a profesionales de esta área en intérpretes de prácticas sociales disfrutadas por millones de personas.
A su vez, cada día es más perceptible la influencia de los relatos mediáticos en la formación de las identidades individuales y colectivas. Las nuevas generaciones desean parecerse más al futbolista portugués Cristiano Ronaldo o la saltadora de pértiga rusa Yelena Isinbayeva que a sus padres, madres u otra persona allegada.
Como sugiere el periodista español Santiago Alba Rico (2011, p.257), para una gran parte de la juventud, los medios han hecho que las estrellas del deporte y las personas del mundo del espectáculo sean “los intelectuales de nuestra época”.
En este contexto, trataremos de explicar algunos elementos sobre los modos en que los relatos del periodismo deportivo organizan y representan simbólicamente lo masculino y lo femenino.