Más allá de Obama y Trump: la cultura como pilar de dominación en la política de Estados Unidos (II)
La llegada al Salón Oval en enero del 2009 de Barack Obama, cuadragésimo cuarto presidente de ese país, despertó ilusiones por doquier. De Brandeburgo a El Cairo, pasando por el Caribe y otras regiones, un espejismo se apoderó de muchos, encantados por el hecho no menos singular (en verdad impredecible hasta poco antes) de que alguien con ancestros africanos ocupara la más alta responsabilidad imperial.
La destacada luchadora de ese país, Ángela Davis, dio en la diana cuando, ante profesores de la Universidad de La Habana, señaló que había que ir más allá del color de la piel para aquilatar la funcionalidad de Obama frente a las élites que gobiernan esa nación, necesitadas de dar un golpe de timón luego del atolladero en que George W. Bush los colocó con sus incursiones bélicas en Afganistán e Irak. No era el rostro del entonces senador republicano John McCain (quien falleció hace apenas unas semanas dejando una carta particularmente crítica sobre Donald Trump) lo que se demandaba, sino la figura cautivadora de alguien con capacidad para imantar.
El denominado smart power (mucho más abarcador que la idea del soft power, con la que erróneamente se intenta establecer una signo de igualdad) adquirió su más alta expresión. Así como en el pasado la Diplomacia del Dólar, de William Taft, o la Buena Vecindad, de Franklin Delano Roosevelt, obnubilaron a muchos, Obama se encargó de llevar adelante una política que desdibujó el rostro del adversario. Eso sí, su cambio de actitud en lo táctico —no en los objetivos estratégicos (el acercamiento a Cuba es uno de esos ejemplos)— en ningún momento puso en duda la idea cardinal de que Estados Unidos necesita ser identificado (idolatrado por demás) como ejemplo supremo de comportamiento moral, resultado de un sistema de valores que no admite cuestionamiento de ninguna índole. Tanta es la arrogancia, que en realidad consideran que no tienen amigos, solo intereses en los cuales coinciden con aliados que se encuentran en una posición subalterna con respecto a ellos.[1]
La cultura y los intercambios en este sector cobraron bríos renovados. Hubo un llamado a olvidar la historia de los otros, pero nunca a renunciar a las claves que supuestamente los colocan como vórtice del sistema civilizatorio universal.
“¿Quiénes somos?”, la pregunta formulada de diferentes maneras por Samuel Huntington años atrás, encontraba una respuesta repetitiva en varios de sus componentes, y con no pocas dosis de originalidad en otros campos. Así de compleja planteaba Obama (cual apertura ajedrecística) la política que debía instrumentarse para hacer realidad el viejo sueño bicentenario de ser adorados como non plus ultra de la sociedad humana planetaria.
En el caso antillano, cientos de visitas en ambas direcciones evidenciaron la prioridad que esa administración le confirió a trabajar en una dimensión con hondas repercusiones sociales. A La Habana arribó incluso una comitiva del Comité Presidencial para las Artes, teniendo como telón de fondo el hecho de que Beyonce, Rihana, Kate Perry, Madonna, Vin Diesel y el resto de las “rápidos y furiosos” y “trasformers” se disputaban la capital caribeña como destino.
Se abría un panorama más allá de que un mayor número de turistas estadounidenses nos visitaran. Era latente la posibilidad de que se crearan condiciones para el intercambio recíproco entre los dos actores políticos. ¿Qué podría haber deparado el futuro en este aspecto, en un clima de convivencia civilizada que garantizara el flujo en ambas direcciones de las principales figuras, con todo lo que ello implica en cuanto a la grabación con disqueras y cobro de las ganancias por giras promocionales, conciertos, etcétera?
Desde este lado, la doctora Graziella Pogolotti fue una de las mentes más lúcidas que clamó por no olvidar las raíces y trascender lo factual para aquilatar la envergadura de lo que estaba en juego. Si bien el conflicto bilateral asumía ribetes más parecidos a una partida en el mundo de los trebejos —que al tradicional estilo de los cuadriláteros boxísticos donde a lo largo de décadas se ventiló el asunto—, tal postura del poderoso vecino confirmó la aspiración de influir en las mentes mediante el deslumbramiento.
La asunción de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, en enero del 2017, retrotrajo el avance experimentado en varios campos en cuanto a los proyectos de cooperación bilateral, si bien mostró en toda su crudeza, otra vez, el verdadero rostro imperial. Hacia América Latina y el Caribe en particular (más allá de que es una afirmación válida a escala planetaria), el multimillonario enseñó la cara más despiadada del sistema que representa. No en balde el entonces secretario de Estado Rex Tillerson (sustituido poco después por Mike Pompeo, nada menos que el entonces director de la tenebrosa Agencia Central de Inteligencia) habló en la Universidad de Austin del resurgimiento de la Doctrina Monroe, con toda la carga de ultraje e ignominia que ello supone.
Es una paradoja, en toda la línea, que la nación con mayor número de universidades, centros científicos e instituciones de la más variada gama escogiera a una figura como Trump, quien encarna precisamente lo contrario. Ello es testimonio de cuán pragmática y carente de cultura política está esa sociedad, movida en última instancia por resortes utilitarios, posturas individualistas y falta de solidaridad humana; influidas dichas posiciones por rencores y frustraciones, sintetizadas a través de un nacionalismo aislacionista de derecha. A ello se suma la incapacidad para medir las consecuencias de esa decisión en la mayoría de los ámbitos, tanto domésticos como internacionales.
La contienda colocó sobre el tapete el desgaste de la clase dominante en general, y las debilidades de la coalición demócrata encabezada por Obama, desalentada y frustrada por los reducidos y contradictorios resultados de su gestión. Hillary Clinton tuvo en contra problemas de imagen, credibilidad y falta de firmeza en su discurso, además de los escándalos en que se vio envuelta, entre ellos el relacionado con el uso de los correos electrónicos.
En síntesis, fue una elección de ruptura definida por la propuesta del cambio a favor de Trump, en lugar de la continuidad representada por Clinton, con independencia de que ambas posturas fueran complementarias, por encima de quien ganara en las urnas; en ambos casos, eso sí, girando hacia la derecha y con enfoques sustancialmente más agresivos y conservadores que los observados durante la administración precedente.
Hay que reconocer, en el caso de Trump, el beneficio que representó para su candidatura ser un individuo externo (en cuanto a lo puramente formal, pues él es un producto legítimo del sistema de relaciones que plantea la sociedad capitalista, en lo fundamental para sus élites) a la clase política de Estados Unidos, tan desprestigiada por la parálisis y la falta de resultados tangibles, sobre todo en temas cruciales como la salud, el empleo, el costo de la enseñanza, entre otros muchos.
Trump supo interpretar básicamente, desde los valores identitarios de los hombres blancos, anglosajones y protestantes, la frustración que se apoderó de ese sector en particular durante los últimos años, y articular al mismo tiempo una propuesta funcional respecto a dicha perspectiva, que demostró ser mucho más potente que lo pronosticado. Se trata de un nacionalismo de derecha en defensa del sueño americano, con la idea de America First como basamento.[2]
En el caso de las relaciones con Cuba, aunque es innegable el retroceso que ha ocurrido en múltiples esferas, incluyendo los intercambios culturales y académicos, estos no se han extinguido totalmente, como deseaban los personeros de la mafia cubana-estadounidense y un grupo reducido de representantes ultraconservadores.[3]
De hecho —si bien el arduo proceso de trabajo desplegado en aras de materializar este proyecto de gran envergadura comenzó durante la etapa final de la administración Obama—, la noticia de la celebración entre el 8 de mayo y el 3 de junio de 2018 del Festival Artes de Cuba en el imponente Kennedy Center de Washington, anunciado en conferencia de prensa desde La Habana, aunque endulzaba muchos oídos, no dejaba de parecer increíble.
Al final, ni siquiera la política marcadamente hostil del presidente Donald Trump hacia Cuba impidió que cerca de 400 artistas —poco más de 200 arribaron desde la Mayor de las Antillas, y el resto desde diferentes países, principalmente del propio Estados Unidos— se fusionaran en más de 50 eventos y espectáculos, y presentaran en todo su esplendor, en la urbe estadounidense, buena parte de lo más distintivo de la cultura cubana. Resultó otra demostración no solo de la calidad del potente sistema de enseñanza artística con que contamos desde el triunfo revolucionario, sino de que no hay animadversión de ninguna clase por nuestra parte a la hora de intercambiar en cualquier terreno, siempre que el respeto mutuo y la ausencia de condicionamientos constituyan piedras angulares en cualquiera de esas propuestas.[4]
En esa línea, por ejemplo, se inserta el intercambio que sostuvo el presidente Miguel Díaz-Canel con Robert de Niro y otras relevantes personalidades de la cultura estadounidense en el emblemático edificio Dakota de Nueva York, como parte de la intensa agenda de trabajo que cumplimentó, a propósito de su asistencia a las Naciones Unidas en septiembre de este año.
Ahora mismo, notables figuras procedentes de diversas compañías de ese país se presentaron en el 26to Festival Internacional de Ballet de La Habana Alicia Alonso, el cual rindió tributo a los 75 años del debut de Alicia con la obra Giselle, y al 70 aniversario del Ballet Nacional de Cuba, entidad a la vanguardia de la danza clásica universal.[5]
Todo ello en medio del aplastante reconocimiento de la comunidad mundial a la posición cubana de que el bloqueo es una política criminal que ha causado colosales daños a la vida de nuestro pueblo, lo cual debe cesar de inmediato. Probablemente no haya ocurrido nunca antes en ningún escenario el hecho de que el imperio más poderoso sobre la faz de la tierra fuera derrotado en diez ocasiones de forma tan categórica (votaciones públicas por demás), clara evidencia de su desprestigio y, al mismo tiempo, del fracaso estruendoso a lo largo de estos años en el intento de aislar a la Revolución Cubana.
El escarnio para esa élite resultó aún mayor si tomamos en cuenta que, exactamente en la misma jornada, un personaje de la peor calaña reciclado por Trump, John Bolton, se apareció en el Miami Dade College con un discurso que destilaba odio, el cual formuló en el tono de una trifulca en una cantina del viejo oeste, más que en el ámbito de las relaciones internacionales. En varios puntos fue una especie de remake de las palabras de Trump el 16 de junio de 2017 en el propio Miami (durante la presentación del National Security Presidential Memorandum-5), y semanas más tarde, exactamente el 19 de septiembre, en el seno de Naciones Unidas. La idea central es lanzar una andanada de ataques contra naciones en pie, como Cuba, Venezuela y Nicaragua, con el propósito de criminalizar esos procesos y sus líderes.[6]
Esos pronunciamientos reflejan la impotencia imperial ante realidades de trasformación social y posicionamiento integral que tienen lugar en este hemisferio, las cuales no ceden un ápice de su soberanía, ni aceptan mandatos de ninguna clase que mellen las posturas que se siguen en la arena internacional.
Mientras que Obama y su equipo (con figuras como John Kerry y Ben Rhodes a la cabeza) articularon una estrategia más refinada para llevar adelante sus centenarias aspiraciones de influir y controlar de una u otra manera los destinos de la Mayor de las Antillas, en la cual la dimensión ideológica-cultural adquiere una connotación superior, Trump y sus personeros (además del vicepresidente Mike Pence, el consejero de Seguridad Nacional John Bolton, y el resto del equipo, tienen particular influencia hombres como el senador Marcos Rubio) apuestan por una retórica confrontacional totalmente desfasada, la que recibe, para mayor añadidura, la condena de múltiples sectores en el mundo, más allá de su filiación política.
A manera de cierre
En resumen, es necesario identificar que el denominado “credo político norteamericano” se asentó desde su embrión en la intolerancia a los nativos, la certeza de la superioridad racial y un nacionalismo extremo, lo cual se erige en la base del “mesianismo norteamericano”.[7] Asimismo, el hecho de que prevaleció desde sus orígenes una filosofía guerrerista en la que se privilegió el uso de la fuerza.
Desde ese ángulo la vida tradicionalista con apego a costumbres que se instauró vino a condicionar en el tiempo posturas esencialmente conservadoras.
El WASP (White, Anglo-Saxon and Protestant) —más allá de lo multiétnico y multicultural de la composición social presente en esa geografía—, se levantó como fermento político, ideológico y cultural de dicha sociedad.
Ello explica que en la mente del conglomerado conductor de aquella nación no solo era importante erigir un sistema dominante en las esferas tradicionales, sino que este debía ir acompañado de un predominio en lo cultural e ideológico, y en los imaginarios de las personas del resto de las naciones.
Fue explícito años atrás Ignacio Ramonet al definir que, en última instancia, el anhelo primigenio y actual de esa élite imperial se expresaba en diseñar un sistema de relaciones a nivel del globo terráqueo donde, con independencia del sitio en que se naciera, se tuviera una mente estadounidense. Dicho de otra manera: había que trabajar para que, aun cuando se viniera al mundo en Estrasburgo, Francia; Doha, Catar; o Banjul, Gambia (y resultara imposible revertir que el cuerpo estuviera permeado por los imperativos de esas locaciones), la mente estuviera intrínsecamente relacionada (sería más pertinente emplear el término atada) con los presupuestos del modo de vida acendrado en Estados Unidos.
A ello se suma el hecho de que durante las últimas décadas se ha diseñado un sistema complejo para obtener información y, con las ventajas que ello entraña, formular acciones de manipulación que rebasan la idea tradicional de influir en el consumo, para insertarse en el ámbito político, ideólogo y cultural. Cada una de esas estratagemas está dirigida a apuntalar las pretensiones de alcanzar a escala planetaria lo que en algunos circuitos académicos se conoce como “dominación de espectro completo”.[8]
En lo adelante, en el caso antillano, debemos seguir enfrentando con inteligencia todos los retos, incluyendo la presencia creciente en nuestro entorno de manifestaciones portadoras del american way of life. Es un reto al que nunca le hemos temido, al punto de que desde hace muchísimo tiempo somos uno de los países que está en mayor contacto con diversos productos culturales estadounidenses de la más heterogénea factura. Más allá de cualquier insatisfacción, de este lado no ha existido deslumbramiento (provocado por el desconocimiento) ante películas, series, musicales o programas variados.[9]
Nuestra sólida cultura, acendrada hasta los tuétanos en la idiosincrasia de los cubanos, ha hecho que, para asombro de muchos en el mundo, estemos al tanto de los fenómenos de mayor repercusión internacional en esa esfera, sin que por ello pierdan espacio entre los jóvenes los exponentes fundamentales de cada manifestación artística de casa. Conocemos a todas las grandes estrellas del espectáculo internacional, pero las nuestras (que lo serían mucho más a escala global de no existir el bloqueo que impide que sus obras sean divulgadas con todas las de la ley) poseen extraordinario poder de convocatoria entre el público antillano.
Al final, que el 17 de diciembre de 2014 Estados Unidos reconociera que debía conversar en calidad de iguales con nuestro Estado es una demostración fidedigna de que el adversario respeta únicamente a quien se mantiene con la frente erguida, sin dobleces en su ejecutoria. Todo lo que ha ocurrido hasta ahora y sobrevendrá en el futuro puede entenderse a cabalidad porque Cuba no se quebró en su voluntad de escoger con criterio propio el sistema político y de gobierno que considera más justo para sus ciudadanos. Si en medio del envalentonamiento de la derecha internacional, con los acontecimientos en el este europeo, hubiéramos arriado las banderas, nada de esto habría sucedido, pues la nación cubana, como la entendemos los revolucionarios, sencillamente habría desaparecido.
Es cierto que hemos tenido que sortear los escollos más insospechados pero, como jamás creímos que había llegado el fin de la historia ni el resto de las tonterías de los corifeos imperiales, nos ganamos el honor de ser aclamados en el escenario principal. Otros, los cipayos que vendieron su alma al mejor postor, no son recordados siquiera por la misma prensa sensacionalista, que un día llenó sus páginas amarillas con las declaraciones de espurios personajes, quienes únicamente pretendían ensanchar sus bolsillos. Al comienzo de la etapa más compleja que hemos enfrentado, el período especial, sabíamos que diversas carencias materiales signarían la vida cotidiana, pero escogimos resistir con el espíritu martiano de que la pobreza pasa; lo que no pasa es la deshonra.[10]
No perder esta cosmovisión nos resguarda para impedir ser devorados en una pelea contra viejos y nuevos demonios que, en la voz de alerta del Apóstol, sigue siendo de pensamiento.
Notas:
[1] El sociólogo y politólogo Atilio Boron, en una obra galardonada en el 2013 con el Premio Libertador al Pensamiento Crítico, plantea que: “John Quincy Adams acuñó una frase memorable, que deberían memorizar muchos gobernantes de Nuestra América y de otras partes del mundo también: `Estados Unidos no tiene amistades permanentes; tiene objetivos e intereses permanentes´. En línea con ello, la Doctrina Monroe estableció como principio la conocida fórmula de `América para los americanos´, que en realidad quiere decir para los (norte) americanos, porque ello convenía a sus intereses”. En otra parte del texto, añade el prestigioso intelectual argentino, reconocido también en el 2009 con el Premio Internacional José Martí, otorgado por la UNESCO: “Los principales expertos militares y civiles de Estados Unidos coinciden en un diagnóstico que subraya la presencia de cinco tipos de actores: los amigos incondicionales de Estados Unidos (como Israel y Gran Bretaña); los aliados (en buena parte por razones oportunísitcas y, por tanto, inseguros); los competidores; los adversarios; y los enemigos, constelación de la cual brotan escenarios caracterizados por múltiples desafíos y cambiantes correlaciones de fuerzas que impiden que Washington pueda controlar el sistema internacional con la amplitud y profundidad habituales desde el fin de la Segunda Guerra Mundial”. Atilio Boron: América Latina en la geopolítica imperial, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2014, pp. 57-62.
[2] Sobre la temática del triunfo en las urnas de Trump, el 8 de noviembre de 2016, puede consultarse el trabajo elaborado de conjunto con el Dr. Luis René Fernández Tabío: “Estados Unidos y la victoria de Donald Trump: algunas reflexiones iniciales” y “Trump y el mundo actual” (www.facebook.com/huellasdeeua).
[3] Sobre estas cuestiones amplío en el artículo “El perro y la cola: ¿qué está detrás de la embestida anticubana de Donald Trump?”, revista CariCen, del Centro de Estudios Latinoamericanos, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Nacional Autónoma de México, no. 6, enero-febrero de 2018, pp. 5-17 ( http://investigacion.politicas.unam.mx/caricen/flips/flip_6/index.html).
[4] Sobre ese acontecimiento los autores de este trabajo presentaron la ponencia “El Kennedy Center y los intercambios culturales: ¿una puerta abierta hacia el futuro?”, en el XXXVIII Seminario entre Filósofos de Cuba y Estados Unidos, organizado por la Facultad de Filosofía, Historia y Sociología de la Universidad de La Habana entre el 26 y el 29 de junio de 2018.
[5] El pasado 19 de junio el Ministerio de Cultura, a través de la Resolución no. 31, declaró al Ballet Nacional de Cuba Patrimonio Cultural de la Nación. Apenas para tener una idea de la magnitud del quehacer desplegado desde que Alicia, Fernando y Alberto Alonso iniciaran el 28 de octubre de 1948 este glorioso sendero (en el conjunto fundacional de 40 integrantes, solo 16 eran cubanos), es útil citar algunos datos aportados por Miguel Cabrero, historiador del Ballet Nacional de Cuba. “Un total de 209 giras, que han incluido actuaciones en 62 países de los cinco continentes, presentaciones en más de cien pueblos y ciudades de la Isla, la creación de un vasto y versátil repertorio de 758 títulos, la mayoría de ellos con carácter de estrenos mundiales, ha sido un fructífero empeño al que la compañía ha vinculado a los más prestigiosos compositores, diseñadores, teatristas y técnicos de la escena del país. (…) Decenas de galardones obtenidos en eventos competitivos del más alto fuste en Europa, Asia y América; más de un millar de distinciones de carácter cultural, social y político, tanto nacionales como extranjeros y el reconocimiento entusiasta de la crítica mundial, avalan su saldo creador”. Miguel Cabrera: “Ballet Nacional de Cuba: 70 años de gloria”, Granma, viernes 26 de octubre de 2018, p.4.
[6] Bolton es un viejo zorro del establishment estadounidense, y uno de los tantos ejemplos que confirman el principio de la denominada “puerta giratoria”, el cual explica que un funcionario de una administración aparecerá más tarde como ejecutivo de una gran empresa, o siendo parte de un “tanque pensante” para, años después, retornar a alguna responsabilidad dentro del Ejecutivo. Entre 1989 y 1993 fue subsecretario de Estado, responsabilidad que repitió entre el 2001 y el 2005. Desde este último cargo fue uno de los propaladores de la mentira de las armas de destrucción masiva en Irak para justificar la agresión a ese país en el 2003, y de la farsa de que Cuba tenía programas para la elaboración de armas biológicas. Esta falacia la lanzó al éter desconcertado por la visita que realizó a La Habana, en mayo de 2002, el expresidente Jimmy Carter. Horas después de que este halcón se enrolará en su más reciente metedura de pata con relación a Cuba, Carlos Fernández de Cossío, director general para Estados Unidos del Ministerio de Relaciones Exteriores, señaló enérgicamente que Trump y sus lacayos no impedirán “el avance hacia una sociedad próspera, socialista y democrática sobre bases sostenibles, basada en el respeto a la justicia social, a los derechos de los ciudadanos y en la dignidad”. En esa misma línea, tal como han expresado nuestras autoridades en todo momento, ratificó que “Cuba está dispuesta a tener un diálogo franco, oficial y respetuoso con los Estados Unidos, y está abierta también a discutir cualquier tema, siempre y cuando no haya intromisión en los asuntos internos de ninguno de los dos países”. Dayron Rodríguez Rosales: “El último atropello de Bolton”, Granma, sábado 3 de noviembre de 2018, p. 7.
[7] “Los componentes que se ensamblan como piedra angular del ‘americanismo’ incluyen principios, valores, definiciones, que desde el proceso de formación de la nación se expresan en el pensamiento de los padres fundadores y en los documentos históricos que simbolizan la independencia y el surgimiento de los Estados Unidos: el rol mesiánico, la vocación expansionista, la convicción de ser un pueblo elegido, el fundamentalismo puritano, la ética protestante, el destino manifiesto, la consagración de la propiedad privada, la armonización entre los intereses individuales y el interés general, el mito entre igualdad de oportunidades, la certeza en el papel del mercado y la competencia como reguladores de todas las relaciones sociales, la complementación entre liberalismo y conservadurismo, el etnocentrismo y la convicción de que el Estado requería ciertos límites en su actuación social. (…) En los Estados Unidos los norteamericanos vuelven sus ojos al referente obligado de lo que se suele entender en ese país como el ‘credo’ político. Este, en esencia, se concibe como un conjunto de ideas que conforman una cultura política alrededor de la cual se erige un consenso básico, que si bien no constituye ni una ideología ni una visión sistémica del mundo, sí representa el contenido esencial de la identidad nacional del pueblo estadounidense”. Jorge Hernández Martínez: Estados Unidos, hegemonía, seguridad nacional y cultura política, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2010, pp. 86-87.
[8] El propio intelectual franco-español explica: “A veces esta vigilancia constante también se lleva a cabo con ayuda de chivatos tecnológicos que la gente adquiere libremente: ordenadores, teléfonos móviles, tabletas, abonos de transporte, tarjetas bancarias inteligentes, tarjetas comerciales de felicidad, localizadores GPS, etc. Por ejemplo el portal Yahoo!, que consultan unos 800 millones de personas, captura una media de 2500 rutinas al mes de cada uno de sus usuarios. (…) El navegador Google Chrome, un megachivato, envía directamente a Alphabet —empresa matriz de Google— todo lo que hace el usuario en materia de navegación. Google Analytics elabora estadísticas muy precisas de las consultas de los internautas en la red. Google Plus recoge información complementaria y la mezcla. Gmail analiza la correspondencia intercambiada, lo cual revela mucho sobre el emisor y sus contactos. (…) Nadie nos obliga a recurrir a Google, pero cuando lo hacemos, Google sabe todo de nosotros. Y, según Julian Assange, inmediatamente informa de ellos a las autoridades estadounidenses”. Ignacio Ramonet: El imperio de la vigilancia, Editorial José Martí, La Habana, 2016, pp. 84-85.
[9] Ello no niega que estemos expuestos a los impactos de una industria que se ceba en la banalización. De hecho, una parte de nuestra población que no podemos ignorar ha reducido sus horizontes culturales, en tanto se ha vuelto consumidora acrítica de productos chatarras, para nada concebidos en aras del crecimiento integral de los seres humanos. Como explica el intelectual Abel Prieto Jiménez, quien a lo largo de 17 años, en dos períodos, se desempeñó como ministro de Cultura: “Estamos todos, incluso los cubanos, por supuesto asediados diariamente por esa avalancha de subproductos culturales, cuyos propósitos básicos son al parecer vender y divertir; aunque es evidente que traen consigo una carga de valores altamente tóxicos: culto al dinero, violencia, racismo, exaltación de la imagen y los hábitos de los colonizadores, la promoción de la ley del más fuerte, el culto fanático a la tecnología en sí misma —más allá de su utilidad y sentido ético—, la tergiversación de la historia o su disolución en una amnesia inducida, desarticulación del pensamiento y de la capacidad de atención, trastorno absoluto de las jerarquías culturales, como ya dije, al integrarlas en un amasijo posmoderno donde se entremezclan los creadores imprescindibles con una tropa de mediocres”. Abel Prieto: “La industria de los ‘famosos’: de Lady Gaga a El Chapo Guzmán”, conferencia dictada en el Palacio de Convenciones durante el Congreso Universidad 2016, el 18 de febrero de 2016. Ver en Abel Prieto: Apuntes en torno a la guerra cultural, Editorial Ocean Sur, 2017, p. 110.
[10] Refiriéndose a este momento crucial de nuestra historia, expresó el Comandante en Jefe: “A la Revolución le contaban los días todos los días, cuántos le faltaban; desde que se desarticuló el campo socialista, antes que la URSS, todos los días estaban en el mundo esperando la noticia del día en qué desapareciera la Revolución Cubana; hacían pronósticos de todas clases, cómo podría resistir ese país tan pequeño al lado de Estados Unidos. (…) ¿Con qué nos amenazaban? Con desaparecernos. Bueno, desaparézcannos; pero no plegamos nuestras banderas, no rendimos nuestras banderas. Si un pueblo entero estaba dispuesto a dar su vida —y lo estuvo siempre—, ¿con qué podían amenazarnos, con qué podían vencernos, con qué podían desenraizarnos, quitarnos la patria, quitarnos la justicia, todo la justicia conquistada, quitarnos el honor y convertirnos en cualquier cosa. (…) Esta es una lucha, y en la lucha lo esencial es el pueblo, su conciencia, su disposición de combate, su espíritu de sacrificio, su sentido del honor, su libertad, su independencia”. Fidel Castro Ruz: “Informe Central al V Congreso del PCC”, Ver en Fidel Castro y la historia como ciencia, t.II, Colectivo de autores, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2007, pp. 306-308.
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