Échale candela
4/10/2018
Varias letras de sones grabados en los años veinte aluden, siquiera tangencialmente, a la campaña de higienización social de barrios de La Habana a partir de la llegada de Gerardo Machado a la presidencia de la República y el cierre de negocios públicos considerados enemigos de la decencia y las buenas costumbres. Uno de esos sones: “Te prohíbo el cabaret”, fue grabado en Nueva York para la firma Brunswick en 1926 por el Sexteto Boloña, con Abelardo Barroso como voz principal. La pieza, firmada por Alfredo Boloña, termina con el montuno “Mamá no quiere ni papá tampoco/ que yo vaya al cabaré”.
El mismo año y en la misma ciudad, María Teresa Vera con su Sexteto Occidente, coreaba en un disco Columbia Candela Zayas Bazán, pendenciera letrilla en apoyo a la campaña de “saneamiento moral”, llevada a cabo por la secretaría de Gobernación machadista mediante su mano derecha, la Policía Secreta. Parece que parte de este número procede de un danzón que, con el mismo título, grabó la orquesta de Felipe Valdés, a quien se atribuye en la etiqueta la paternidad de este son.
“¡Candela Zayas Bazán,
candela al bataclán!
Que las mujeres por aquí
ya no quieren trabajar.
Que las mujeres por aquí
solo quieren cumbanchar.
Que solo quieren cumbanchar.
¡Échale candela![1]”
El interlocutor no era otro que Rogerio Zayas Bazán, secretario de Gobernación del gobierno de Machado, quien había ordenado la clausura de los cabarés de La Playa mientras se proyectaba el inicio de las obras de la opulenta Quinta Avenida, se erigían clubes aristocráticos donde hasta entonces existían baños públicos de mar desde tiempos coloniales, y se levantaban las primeras mansiones del reparto residencial Country Club. En realidad, aquella primera clausura duró poco. Vendrían otras, parciales y en general, de corta duración.[2]
En una crónica publicada en la revista Orbe en 1931, Lino Novás Calvo hizo un breve retrato de un sitio de la zona, desde el punto de vista de un chofer de alquiler que ha recorrido Quinta Avenida con un paseante extranjero, pasada la medianoche:
“Puede que el turista se quede. El botero tiene entonces ocasión de llegarse hasta las fritas y entrar en la bacha. No importa si va engrasado. En el salón de baile da su cintureo por la mulata de por allí. El son comienza a sincopar una nostalgia africana, unos lamentos de fiera. Los cuerpos sudan, huelen.”[3]
Trompetista del Nacional desde 1927, Lázaro Herrera “El Pecoso”, en su casa, el mismo día de su noventa cumpleaños me dijo, refiriéndose a su experiencia en Las Fritas a inicios de los años cuarenta:
“[…] el ron y la locura por las mujeres acabó con hombres buenos, algunos conocidos míos de la juventud. El desespero acabó con un montón de músicos. No todos caían en eso, pero muchos, sí. Una vez, en un tiempo en que el Nacional descansó, me propusieron dirigir otro grupo y yo dije: está bien, porque la cosa estaba bastante dura. Pero, qué va, tuve que dejarlo. En los intermedios algunos se metían en el baño, se me perdían, y luego llegaban, riéndose a más no poder con los ojos colorados a tocar. Mucho desorden. Me iba a buscar un problema, y como yo no andaba en nada de eso, pensé que lo mejor era dejar el asunto. A fin de cuentas, yo tocaba en una orquesta de música polaca [judía], y además trabajaba en un almacén. Los septetos ya venían de capa caída… Lo sentí mucho, pero ya nada se podía hacer.”[4]
El 6 de octubre de 1947 apareció en Life Magazine, el artículo Cuba’s Tin Pan Alley, del norteamericano Winthrop Sargeant, en el cual se refiere de manera francamente racista al contexto musical que observó en sus días habaneros y, en especial, a la atmósfera hampona de La Playa:
“A diferencia del azúcar y el tabaco, la música cubana es cultivada en las calles de La Habana por una masa humana políglota y marginal que canta, bebe y se muere de hambre con una exuberante indiferencia. Nace en los prostíbulos, en las academias de baile y en los centros clandestinos de santería […]. Muchas de esas canciones son compuestas en pianos prestados, algunos de ellos con agujeros de balas, por marihuaneros que las venden por el precio de un trago de ron. Las estrenan en los inmundos cabarets de Las Fritas, una calle de pequeños negocios al estilo de Coney Island, cerca de la playa, donde los negros de La Habana van a pasear en las noches. De Las Fritas esas canciones pasan al corazón de La Habana, donde el estruendo de los tambores es atenuado para hacerlo más paladeable para los turistas de los cabarets más caros como el Chanflán y el Faraón”.[5]
Aunque la policía republicana en otros periodos llevó a cabo recogidas cíclicas de prostitutas y cierres de establecimientos que “pasaban la raya”, ese segmento del litoral oeste de La Habana, con sus ordinarios bares y toscos escenarios, constituiría destino de noctámbulos, traficantes y turistas que buscaron “ambiente de placer y de alegría” a lo largo de medio siglo.
Tracks
2. SEX BOLOÑA Te prohibo el cabaret
3. SEX BOLOÑA Candela Zayas Bazán