Sácame una décima

Ricardo Riverón Rojas
10/7/2018

Ignoro el origen de la expresión que da título a este texto, entre cuyas interpretaciones, ateniéndonos al sistema métrico decimal, la más soez remite a un tamaño desproporcionado del órgano masculino. "Componme" o "escríbeme", o "improvísame" una décima se prestaría a manipulaciones menos maliciosas, y dejaría sin puerta de entrada la gruesa respuesta: "Échate un poquito para atrás".

Pero bueno, qué cubano —o cubana— no ha utilizado el verbo sacar para pedir un poema, una décima o una canción, compuestos in situ. Se me ocurre que, relacionándolo con la magia —comparación que me gusta— y su impronta sorpresiva, se otorga equivalencia al acto de la composición instantánea con el de extraer un conejo de un sombrero vacío. Fijémonos que nadie pide que le saquen un dibujo, ni un tatuaje, ni una sinfonía, ni siquiera un malabar, pues en esos casos se acude al verbo "hacer". Siguiendo ese razonamiento, termino discrepando con los que critican ese anfibológico y bello pedido que pone a la décima a brotar de un recipiente. Porque sacarla así, de planazo, sube tanto la temperatura poética que uno adquiere conciencia de asistir a la fusión, en el horno del ilusionismo, de la más fulgurante joya.

Cuánto condicionamiento, cálculo soterrado se necesita para que ochenta sílabas, con obligaciones sonoras cada ocho, engarzadas además en un complejo entramado de pies dactílicos, trocaicos o anapésticos terminen siendo un discurso lógico y, además, connotativo, ingenioso y bello.

Este sacar una composición poética no es sinónimo mecánico de extraer, y en consecuencia invalida la respuesta aludida en el primer párrafo. La Real Academia de la Lengua, con justica, debía acoger como un posible significado del verbo, el de hacer pública una estrofa aún hirviente, sin preparación y con picardía, con o sin música acompañante.

Pero sacar algo de alguna parte tampoco equivale plenamente a componerlo, pues remite más bien a algo que ya existe y se devela. Con más razón aún se me hace auténtico el uso de "sacar" para referirnos a una espinela improvisada, pues muchas de ellas suelen ser de tan perfecto acabado, que dan la impresión, casi siempre, de que ya existían antes de ser transmitidas. Como he asistido infinidad de veces a actos donde se improvisa —no precisamente en la televisión, que evade el riesgo— doy fe de que en los guateques "de verdad" todas las décimas se sacan del taller donde el corazón, la mente y el oído las fabrican, rápidos y a veces hasta furiosos.

Pedir una décima sacada con esas herramientas, además, porta una ingenuidad infantil —me reconozco en terreno de la subjetividad— que nos invita a asumir la solicitud de manera candorosa. Por eso, como no soy improvisador, las veces que alguna dama me ha pedido que le saque una décima, de lo que me dan ganas es de regalarle una clavellina, como cuando era colegial y me servía del lenguaje en estado puro, sin suspicacias.

Buscando buenos ejemplos para apoyar esta idea de que las décimas, antes de ser palabras son algo así como extraños seres que —difusamente empacados— cohabitan con relámpagos en el alma de los poetas, le pedí ayuda al decimo-enciclopédico cienfueguero, Alberto Vega Falcón (Veguita).

Pedí ayuda al decimo-enciclopédico cienfueguero, Alberto Vega Falcón (Veguita). Foto: Internet
 

Mi solicitud incluía el que fueran estrofas donde pudiéramos apreciar un grado de dificultad notable, y que además fueran de la autoría de un cultor popular. En el acto el amigo me remitió dos del ya fallecido Alfonso González Lemus (Chicho).

No sé qué pensarán los lectores cuando las lean más adelante,  pero el reto que le pusieron al juglar, con dos pies forzados explosivos, no fue menor que el que enfrentó Plácido cuando lo conminaron a glosar el que dice "la campanilla de qué", o que el que venció Rubén Darío con "el rosal que está en el patio". Estas son ampliamente conocidas y citadas, pero las reproduzco, no solo para dejar constancia de la genialidad de ambos, sino también para facilitar la comparación.

Dura tarea para nuestro compatriota decimonónico hallar nueve versos, previos al décimo, que engarzaran con lógica esa irracional frase; igual la del nicaragüense para conseguir dos rimas —que no existen— para la palabra "patio":

La de Plácido:

“Un cáliz y una patena

y una campanilla quiero,

y espero, señor platero,

que han de ser cosa muy buena.

Por el pago no os de pena,

que yo lo satisfaré;

los primeros que nombré

han de ser de oro muy fino

y ahora no determino

la campanilla de qué.

 

La de Darío:

“No entiende de acentos Pablo,

pues cuando dice una frase

forma un requiescat in pace

que es capaz de darse al diablo.

Si con él converso o hablo,

por batió me dice "batio"

y por combatió "combatio";

un día me sublevé

y por poco no arranqué

el rosal que está en el patio”.

 Rubén Darío. Foto: Internet
 

Insisto, pues, en que el reto impuesto al ingenioso jatiboniquense se puede equiparar con los que vencieron aquellos dos grandes, pues el primer pie forzado, El palo que no le eché, resulta tan resbalosamente grosero que como a Plácido, le obligó a remitirlo a otro sentido; y el segundo, Una flor para mi pueblo lo condujo, como antes hiciera Darío, a cañonear la rima, sumamente difícil, con un neologismo:

Primer pie forzado:

“Yo tuve una vocación

de campesino y poeta

con una infancia mas prieta

que los tizos del carbón.

Junto a la desolación

mis sueños incineré

y en un horno sepulté

la mentira y el bochorno

y hoy sigue esperando el horno

el palo que no le eché”.

 

Segundo pie forzado:

“Sencillamente tendré

en este preciso instante

que inventar un consonante

para responder un pie.

Acudo al Cucalambé

con estos versos que amueblo,

porque sin ser niebla, nieblo 

sobre las aguas del río

cuando trae el verso mío

una flor para mi pueblo.

Chicho fue un poeta que siempre se negó a usar en su poesía palabras de las consideradas "malas", por eso cuando le lanzaron el primer reto, que leído en buen cubano tiene su picante, primero se negó y luego, ante la malévola insistencia, sacó del alma su genialidad. En el caso de la segunda estrofa, cuando le dijeron el pie, intentó rectificar al interlocutor: "usted querrá decir para mi pueblo, una flor". Y nuevamente, ante la insistencia, y la provocación, "ah, yo sabía que no ibas a poder", dejó a todos con la boca abierta cuando el conejo salió del bombín.

Ante estos chispazos de vigor poético, qué importa si las décimas se escriben, se cantan, se componen o se sacan. Para mí cualquier verbo es bueno si sirve para dejar testimonio de la inmensidad del genio popular, tan chispeante y con tanta frecuencia ignorado en páginas donde se decide la visualidad literaria de nuestra nación.