Apuntes sobre el transito al socialismo (II)
10/7/2018
La primera parte de este artículo concluyó con el planteamiento de que en el tránsito al socialismo es crucial que la economía produzca (por supuesto, además de bienes y servicios) conciencia social socialista, sobre todo en las nuevas generaciones. Para ello se hace imperativa la voluntad política de armonizar de manera sistemática los intereses individuales, y grupales, con los más generales de la sociedad, porque es esa armonización de los tres ámbitos de intereses societales[2] lo que le da sentido, coherencia y superioridad a la construcción del camino socialista; y las políticas públicas, incluidas aquellas sobre la economía, debieran concebirse enfocadas en esa armonización. Nótese que en el capitalismo no existe tal voluntad armonizadora, lo que conduce al individualismo y a la inequidad distributiva de la riqueza social.
de la riqueza social. Foto: Internet
¿Qué importancia política tiene la voluntad armonizadora de intereses societales en términos prácticos de la vida cotidiana? La respuesta es que la armonización sistematizada, por un lado, soluciona necesidades legítimas y problemas no reducidos exclusivamente al consumo de bienes materiales, que afectan a cada uno de los tres ámbitos de intereses sociales; y por otra, reduce la acumulación de esas necesidades. Mediante ella se propicia una sinergia económica y sociopolítica que tendería a traducirse en consenso afectivo y legitimidad del sistema. Incluso, en caso de haberse logrado en alguna medida, tal armonización no debe asumirse como una meta alcanzada que se mantendrá inmovible, pues uno u otro grupo social (con sus intereses concomitantes) puede irse poco a poco “desarticulando” de los intereses sociales más generales y, por otro lado, dificultando al menos la realización de algunos intereses individuales legítimos. Piénsese, por ejemplo, en la burocracia estatal. De ahí que la armonización de estos tipos de intereses sociales, con su diferente escala, debe ser propiciada consciente y sistemáticamente en el socialismo a través de las diversas políticas públicas.
La historia muestra que una praxis de gobernabilidad no enfocada en tal armonización puede conducir a la desintegración de un sistema socioeconómico, como ocurrió con la desaparición de la URSS y, en consecuencia, del campo socialista Este-europeo, donde los planificadores y decisores de la economía centralizada quizás dieron por sentado que tal armonización “se derivaría automáticamente” de las políticas macroeconómicas del proyecto socialista, visión sustentada en una errónea interpretación de la relación dialéctica individuo-grupo-sociedad. En el socialismo el trazado político sobre la economía y la armonización de intereses societales deben ir de la mano para crear sinergia de bienestar y cultura socialista.
La gobernabilidad empática: su importancia en la armonización
¿Qué valor encierra la empatía en la conducción social? Posee un valor de primer orden si se acepta la idea de que entre los objetivos estratégicos de una gobernabilidad política socialmente justa debe primar la voluntad de propiciar la mayor armonización factible entre los intereses sociales más generales, los grupales y los individuales legítimos, de ahí nuestro planteamiento de que una armonización superior, al ser valorada desde los puntos de vista moral, ideológico, legal y político, se logra mediante una gobernabilidad empática, o sea, mediante el tipo de conducción sociopolítica que se enfoca en procurar, con ética y altruismo, el bienestar de cada ciudadano que, en conjunto, compone la sociedad.
El diccionario de la RAE (2010) explica que el término empatía, empleado tradicionalmente en el ámbito de las terapias psicológicas, es “la identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro”. Para Howard Gardner (1987), “Es la capacidad cognitiva de percibir en un contexto común lo que otro individuo puede sentir. También es un sentimiento de participación afectiva de una persona en la realidad que afecta a otra”. Pero ¿posee ese concepto una importancia relacional a mayor escala social que la de persona a persona en las terapias? Es Daniel Goleman[3] el autor que desde el terreno de la Psicología social alude al vínculo entre la empatía y otros ámbitos no terapéuticos, al afirmar (1995: 123): “Esa capacidad —la habilidad de saber lo que siente otro— entra en juego en una amplia gama de situaciones de la vida, desde las ventas y la administración hasta el idilio y la paternidad, pasando por la compasión y la actividad política”.
Resultan interesantes, por otro lado, los postulados de Martin Hoffman, citado por Goleman (1995: 132), acerca de la vinculación entre empatía y juicios morales, teniendo en cuenta que la capacidad de ponerse en el lugar del otro, y actuar en consecuencia, implica un juicio moral y de valor que al empatizar con las necesidades, sentimientos y emociones del otro vincula a la empatía con el altruismo. Hoffman además señala en sus estudios la manera progresiva en que se va conformando la empatía desde la infancia: la capacidad de identificar los propios sentimientos y emociones, de identificar los sentimientos y emociones del otro hasta alcanzar un nivel más elevado de la empatía, que implica la posibilidad de identificar y comprender los sentimientos y sufrimientos de otros, de todo un grupo, como señala Hoffman citado por Goleman (1995: 133), constituido por “los pobres, los oprimidos y los marginados”.
La empatía, en suma, es resultado de la interrelación dialéctica entre los componentes biológicos (cerebro) y psicosociales del ser humano; trasciende al ámbito interpersonal formando parte de las modalidades reguladoras de la conducta humana, imprimiéndole juicios de valor, éticos y morales a la toma de decisiones y, en el actuar social, teniendo en cuenta las necesidades del otro y de los demás. Dado ese nexo con el plano axiológico, ¿pudiera ser la empatía un componente constitutivo de las ideologías vindicadoras de justicia social para los demás?, ¿pudiera ser componente ontológico constitutivo de las ideologías populares emancipatorias, entre ellas la marxista, orientada a vindicar a las mayorías desempoderadas?
Si, como afirma Goleman citando a Hoffman (1995: 132), la empatía posee una proclividad altruista, pudiera colegirse que aquellas ideologías vindicadoras de los derechos, de la justicia social y del bienestar de las amplias mayorías, como la marxista, deben tener al altruismo como componente ontológico de su constitución, mediado por la empatía. Entonces cabe una comparación: ¿Posee la ideología neoliberal ese mismo tipo de componente ontológico que condiciona su proyección política en favor de la otredad? Lo constatable es que unas ideologías tienen una proyección hacia —y propician— el individualismo y otras, una proyección hacia —y propician— el altruismo para con la otredad. Ambas son constitutivas de la subjetividad, pero con una diferente orientación de valores. Esta cuestión invita a abrir un cauce indagatorio interesante para las ciencias sociales.
Por lo antes apuntado puede constatarse que cuando el componente empatía entra a formar parte constitutiva de la cosmovisión ideológico-filosófica que anima la gobernabilidad política estamos en presencia de un sistema cuya ontología social se proyecta ética y solidariamente hacia la satisfacción de necesidades vitales y la creación de oportunidades para una existencia digna de cada miembro del conjunto social, no para grupalidades socioclasistas hegemónicas.
Para concretar sobre el grado de empatía en la conducción sociopolítica destaco rasgos esenciales, algunos de ellos observables en el proceso revolucionario cubano (de su ontología social), que aportan evidencias suficientes para invitar a su desarrollo teórico y puesta en práctica. Esos rasgos son:
1- La toma de perspectiva empática hacia la otredad. Se asume como fundamento de la gobernabilidad que el Estado es una comunidad de intereses de la totalidad social, no de alguna grupalidad particularmente empoderada.
2- La convicción de que la praxis política es ética y altruismo constituidos en cultura del bien común.
3- La convicción de que una gobernabilidad empática debe sistematizarse conscientemente, pues, aunque la empatía dimane de la ontología social del sistema, toda dinámica social es susceptible de bifurcarse hacia escenarios políticos indeseados, ya que la vida es cambio y transformación permanentes.
4- La convicción de que la mejor armonización posible de los tres ámbitos de intereses sociales: los más generales, los grupales y los individuales legítimos, está condicionada por la empatía plasmada (demostrada) a través de la gobernabilidad.
5- El ethos del proceso gubernativo, evidenciado en la congruencia entre el discurso, el corpus jurídico y el accionar sociopolítico.
6- La participación popular no simbólica en todas las instancias de gobierno: municipal, provincial y central.
7- La convicción de que una genuina fortaleza estatal es dimanante de la fortaleza de la otredad. Este principio implica una ruptura con el paradigma del Estado “fuerte” vía fiscalidad excesiva[4].
8- La concepción sistemática de macro y micropolíticas empáticas sectorizadas[5], con perspectiva de cumplimiento a corto plazo.
9- La capacitación a los funcionarios, y la educación popular, enfocadas en promover el valor social de la gobernabilidad empática.
10- La concepción del desarrollo sustentada en la economía política, no econométrica a ultranza, regulando al mercado en función del socialismo, no al revés. Es una forma no tecnocrática de armonizar concretamente los tres ámbitos de intereses societales.
Cabe destacar que el proceso revolucionario cubano reveló una proyección empática hacia la otredad desde el alegato de defensa de Fidel en el juicio por el asalto al cuartel Moncada, al definir el concepto pueblo y al exponer el programa político, que finalmente se materializó en las primeras leyes luego del triunfo en 1959; y asimismo, en todo el decurso hasta nuestros días. Puede afirmarse, entre otras razones, que el modelo cubano ha sobrevivido, bajo circunstancias muy adversas, debido a su gobernabilidad ontológicamente empática.
Una “macropolítica empática” necesaria y apremiante para coadyuvar a tal armonización, en este caso con énfasis en los intereses más generales, es conferirle rango constitucional al servicio público en el socialismo, de lo que derivaría —o mejoraría, si existiera— en ley reguladora de ese imprescindible ámbito de la gobernabilidad política y de la convivencia social, pues la carta magna actual no lo contempla; solo hay mención dispersa e imprecisa a este asunto en el artículo 10: “Todos los órganos del Estado, sus dirigentes, funcionarios y empleados, actúan dentro de los límites de sus respectivas competencias y tienen la obligación de observar estrictamente la legalidad socialista y velar por su respeto en la vida de toda la sociedad”, en el artículo 26: “Toda persona que sufriere daño o perjuicio causado indebidamente por funcionarios o agentes del Estado con motivo del ejercicio de las funciones propias de sus cargos, tiene derecho a reclamar y obtener la correspondiente reparación o indemnización en la forma que establece la ley”, y en el artículo 45 (párrafo 3): “Cada trabajador está en el deber de cumplir cabalmente las tareas que le corresponden en su empleo”. Una inteligente normativa legal en este ámbito coadyuvaría sobremanera a la sinergia económica deseada y a la reconstrucción del consenso social en favor del modelo de desarrollo cubano.
Consideremos, por otro lado, que la falta de liquidez financiera del gobierno es una realidad inobjetable pero relativa, pues esos recursos pueden comenzar a generarse si (desde una perspectiva transdisciplinaria) se comprende que el despegue y la subsecuente sinergia en el ámbito económico cubano depende en gran medida de la voluntad política de armonizar los aludidos intereses societales, para lo cual deben eliminarse prohibiciones absurdas residuales, a fin de propiciar esa interinfluencia causal entre la superestructura y la base del sistema. Al fin y al cabo, la política en el socialismo cubano, en la gobernabilidad empática que le es consustancial, ha sido en momentos cruciales —y debe serlo ahora más que nunca— acción solucionadora argumentada con resultados palpables, única manera de que la discursividad movilice la conciencia de cada ciudadano a favor del proyecto de nación próspera y sostenible a que se aspira.
El reto estratégico y de mayor profundidad para Cuba actual reside en recomponer, con más empatía consciente en la conducción sociopolítica, las bases de filiación ideológica, ética-política y cultural de los ciudadanos, en aras de consolidar las bases de continuidad del proyecto social que por primera vez en la historia nacional materializó la esencia del ideario de José Martí, el más universal de nuestros compatriotas.