De Tchaikovsky, concierto para hombres que aman

Miriela Fernández
28/6/2016

“El menos ruso de los compositores rusos” solo podía resucitar en una época donde el corazón esté de moda, decía Carpentier. La Habana, que ha sido siempre la misma, tiene esa alma sensible para recibir en cualquier tiempo a los hombres movidos por el amor. Entonces, antes de hablar de Edward Neeman, habría que referirse al maestro Salomón Gadles Mikowsky, quien enseñó el camino para que el joven pianista viniese con Tchaikovsky, arropado en la melancolía de un concierto para piano, a esta ciudad.

Mikowsky ha hecho que la platea se desborde. En algunas sesiones del Encuentro de Jóvenes Pianistas alguien ha quedado de pie. La última ha sido apoteósica. Muchachos y muchachas desde las rejas del Teatro Martí levantan sus invitaciones; igual lo hacen los de otras generaciones, que quieren escuchar, por ejemplo, a Beethoven, que quieren ver las manos de mujer (Karla Martínez) que lo traen de vuelta, ligando notas como si fuese magia.

Él tenía que regresar a su Habana, de donde se fue a los 18 años. En una conversación con el novelista y corresponsal Andre Vltchek, publicada en Internet, le dice que tenga en cuenta la cantidad de teatros, museos, salas de conciertos que existen en la ciudad, como haciéndole saber que la música, el arte desean regir la vida en Cuba. Durante la clausura del evento habla brevemente sobre todo el equipo que apoyó, de la destreza de la Orquesta Sinfónica —en el público alguien murmura: “impresionante, han tenido escasas horas para montar”—, “de los pianistas cubanos y extranjeros que han venido a recibir solo el aplauso del público”. Y al finalizar, el profesor recibe el agradecimiento de la sala. Otro comenta: “A Manhattan viajan pianistas de todo el mundo solo para estudiar con él”.

Había que referirse a Mikowsky porque alguna desorientada en busca del ejecutante, del acercamiento a una pieza clásica o cabalgando en las emociones de un concierto, podría no saber que el hombre de blanco, el que presenta algunas obras, traduce, conversa con ojos humildes, es el maestro de todos estos intérpretes, el artífice de ese tiempo de éxtasis que ella ha vivido, y además, quien ha rescatado parte de la memoria de la música cubana. Por ejemplo, al chino y al inglés ha sido llevado su libro Ignacio cervantes y la danza en Cuba. Pero, también, ha sido un descubridor de esa alma sensible que sostiene a La Habana.

Y así han llegado otros.

¿Dónde llevaría Edward Neeman a Tchaikovsky para que tocara el Concierto para piano No. 2? ¿Dónde podría sentirse en paz con una de las obras que más apreció el músico ruso y, sin embargo, no vació la copa de la crítica? Podría ser en La Habana. Por primera vez se escucha aquí esta pieza de finales del siglo XIX. El público —sobre todo muchos estudiantes— ha venido a recibir el regalo del pianista norteamericano, quien además tocará una creación del compositor cubano Juan Piñera.

“Me encanta tocar en Cuba porque uno siente, desde la primera vez que viene, que las personas son muy entusiastas y honestas. Uno reconoce cuando les gusta lo que escuchan”, dice el pianista. Ha acabado de presentarse junto a la Orquesta Sinfónica, dirigida en esta ocasión por Enrique Pérez Mesa. “Realmente lo disfruté, aunque estaba preocupado por la brevedad del ensayo. Pero estos son grandes músicos. El violinista hizo una ejecución magnífica y el chelo estuvo hermoso. Estas son partes complejas en el concierto de Tchaikovsky. También es difícil la intervención de la flauta”. Sin embargo, el aplauso final fue la mejor aprobación de que Neeman y el cuerpo musical que le acompañó, supieron resolver en cada movimiento la angustia, los desvaríos, las tensiones de esta obra.

“Descubrí la pieza hace unos años”, continúa. “La hallo muy atractiva y apasionada. Podría tocar el primer concierto, pero prefiero encontrar en lo que ejecuto mi propia interpretación, algo que otros no hayan trasmitido. Como este Concierto no. 2 ha sido menos tocado, aunque hay algunas interpretaciones geniales, quedan cosas por hallar y eso me impulsó a tocarlo”.

Del joven Edward Neeman (1984), la crítica ha expresado que “es un verdadero artista que no teme darle un sello distintivo a todo lo que toca, sin recurrir a manierismos”. Para el profesor Mikowsky, es un excelente pianista. Quizá impulsado por un descubrimiento similar, el compositor Juan Piñera le entregó al músico norteamericano, el pasado año, la partitura de El primer libro de la música de la ciudad celeste, “una pieza que toqué cuando vine la primera vez a Cuba porque realmente me impresionó al escucharla”, recuerda Neeman.

“Él ya ha tocado varias cosas de Piñera. Se siente cómodo, pues hay una simbiosis entre el pianista y estas composiciones”, añade Mikowsky. El propio alumno reconoce que también la poesía de estas obras lo ha llevado a interpretarlas. “Para mí es muy interesante cómo Piñera trata de interpretar  en el piano poemas de su tío, lo supe cuando le pregunté sobre el significado del nombre de una pieza, El río que te ha de conducir a la nada”.

Pocas horas le quedan para despedirse de La Habana. “Hay otros compositores que me interesan”, alcanza a decir. “He tocado a Lecuona. He tenido contacto con Roberto Varela, por ejemplo. Cada vez me involucro más con la creación cubana”. Con sencillez dice adiós. Fuera del Teatro Martí, despierta otra noche aquí, que ya se sabe, refugia a estos hombres que aman y les devuelve un concierto con la atrayente musicalidad que envuelve a La Habana.