La intención última de la poesía
3/6/2016
Todo poema es una compleja red de diálogos, comunicaciones, derechazos, aproximaciones y distanciamientos con la materia de lo misterioso; y entre ella, la memoria ocupa un lugar esencial, es una caja que guarda la conciencia del alma.
La poesía está hecha a partes iguales del vértigo de la memoria y del apasionamiento de la imaginación, busca colocar las palabras hacia un norte imaginario, entre la estricta postura ética de lo vivido y el pulso relajado de la atención estética de lo soñado.
La realidad es parte de lo vivido, pero carece de interés si no se convierte en una construcción que de alguna manera se oponga y ofrezca resistencia a la soberbia obstinación del poder para mentir. La poesía propone las múltiples maneras de enfrentarse (como lo hace la gran literatura) a las dudas sobre la verdad, al cuestionamiento del saber: con la esperanza de la imaginación siempre se llega mucho más lejos que con los miedos de los preceptos y los decálogos.
El poeta es aquel que sencillamente presta su voz para que hablen todos aquellos que han tenido que callar a lo largo de la historia. El poeta es el que se acerca a las cimas sangrientas, a las miserables canteras del dolor humano, para reconocer en la voz de las víctimas la deuda pendiente con la palabra, que no es otra cosa que el anhelante deseo de justicia de todos aquellos que jamás conocieron la justicia. La poesía es una suerte de restitución, de activación moral de los sueños pendientes de ser soñados y, por tanto, cuando yo pienso, cuando escribo, cuando digo: “¿Dónde se guarda el amo, sino en corazones ajenos? Y vamos repartiéndonos en los otros, para encontrarnos con que somos lo que hemos hecho de los otros” [1], es igual que cuando Juan Carlos Mestre [2] dice: “Las estrellas para quien las trabaja”. A nadie se le puede ocultar que no estoy diciendo otra cosa que el desafío de la justicia, el desafío de nombrar la condición del otro, de los débiles, los descontentos y las víctimas. Esa es la primera tarea que tiene la poesía: mantener inmaculada y pura la sonrisa de los muertos.
La tarea presente para la sociedad es la poesía, es la conciencia de algo de lo que no podemos tener consciencia de ninguna otra manera. La poesía, en cuanto arte, da cuenta de esa zona invisible del pensamiento que aporta una súbita cualidad al mundo, el cual sería infinitamente peor sin la presencia de la obra de Walt Whitman [3], Sor Juana Inés de la Cruz [4], o Juan Gelman [5]. Creo que las civilizaciones basadas en la palabra, basadas en el libro, son mucho más tolerantes, y sitúan el proyecto espiritual del ser humano como un centro que vertebra los grandes desafíos del porvenir. En ese sentido tengo que pensar, escribir, cantar, como decía José Lezama Lima: “Mascar un cangrejo hasta exhalarlo por la punta de los dedos al tocar un piano”. Por ello, la poesía y el arte son, sin lugar a dudas, la teoría menos humillante de la historia, es más, es el lenguaje de la delicadeza humana. La presencia de lo humano en las personas se manifiesta a través del arte, por eso es esencialmente desobediencia y la poesía es esencialmente irreverencia. ¿Qué será lo primero que desobedece el arte? El arte desobedece a ser clasificado. Yo comparo siempre a los poetas con los pájaros; el arte, la creación, tienen tan poco que ver con las artes del saber clasificatorio como la filosofía o las metodologías aplicadas a su esquematización. Es la misma diferencia, querido amigo, entre un pájaro y un ornitólogo.
Mis contemporáneos son todos aquellos que de una manera u otra ayudan a la continuidad de la repoblación espiritual del mundo. El poeta ha de hacer cosas que se resistan a ser consumidas en la sociedad de mercado. Un poema ha de ser lo menos consumible posible. Por tanto, considero a mis contemporáneos, a los que admiro, como aquellos que me ayudan, que me han ayudado a resistir; la lista sería larga, pero bastaría con colocar en el primer lugar del abrazo y de la admiración a Antonio Gamoneda [6], un poeta que escribió uno de los versos que recuerdo desde que soy niño: “la belleza no es un lugar donde van a parar los cobardes”.
Sin memoria no hay consciencia, cuando hablamos de la memoria histórica, en realidad nos referimos a la conciencia histórica. La justicia no es otra cosa que el constructo permanente de la dignidad humana, por tanto, la memoria es la ética de la historia en la medida que lleva implícito el cuidado irrestricto de lo que tanto ha costado a través de las generaciones, esto es, la viva conciencia de que los seres humanos somos responsables unos de otros. Creo que ese debe ser elresultado consecuente de la consciencia y la memoria.
Hay algo perdurable e inmortal en la herencia de lo humano, que es la aspiración de bien. Creo en la categoría de bien, creo en la categoría que me iguala con mis semejantes, y repito que el estado consecuente de la evolución del ser humano debe reflejarse en la conciencia de que somos responsables unos de otros.
El Ecuador es un pueblo pequeño, y yo soy el último y el más discreto de una larguísima fila de escritores que se han dedicado, durante generaciones, a llevar las palabas y fijar el vértigo de estas en los papeles blancos del sueño. Sí, es un pueblo atravesado por ríos, por largas esperanzas, en la frontera entre la magia del norte y la realidad andina del sur. Y, aunque esto pudiera parecer melancólico y lejano, me es próximo y hermoso tanto como hacer esta reflexión.