“¿En qué andas, bestia marina?”. Así me preguntaba cariñosamente mi amigo Pantaleón, refiriéndose a mi labor como arqueólogo subacuático, cuando quería saber en qué estaba trabajando; pero mis respuestas nunca fueron suficientes. Su preocupación y curiosidad por el patrimonio y la arqueología subacuática en Cuba hacían que siempre termináramos en simpáticos debates donde la historia mediaba entre sus nietas y un pirata, la tecnología, mi hijo y mi hija, o simplemente la degradación de los recursos pesqueros. Pero siempre decía: “Tu profesión es especial”.

Conocerlo fue un privilegio. Su carácter fuerte y sabios consejos fueron una escuela desde que comencé a trabajar en el Consejo Nacional de Patrimonio Cultural (CNPC) en el año 2014, cuando se crea el Departamento de patrimonio subacuático. En lo personal pienso que ese año marcó un antes y un después en mi carrera profesional, pero a nivel de país fue mucho más que eso: por primera vez desde su creación el CNPC redirigía fuerzas hacia el patrimonio sumergido. Aunque Cuba tenía un camino andado en esta temática, mediaba también una alta responsabilidad en el contexto internacional por ser nuestro país signatario desde 2008 de la Convención sobre la protección del patrimonio cultural subacuático de 2001.

El excepcional residuario arqueológico que atesoran nuestras aguas es de un valor cultural, patrimonial y natural
incalculable y se encuentra estrechamente relacionado con diversas regiones del mundo.
Foto: Cortesía del autor

 

De esta manera se abrió una brecha para expandir el campo de acciones dirigidas al patrimonio cultural subacuático (PCS), aprovechando los valores culturales y naturales de nuestro archipiélago, que por mucho, se distingue en el Caribe insular. Está formado por más de 1600 islas, islotes y cayos, ubicados entre los 23°17´09´´- 19°49´36´´de latitud norte y los 74°07´55´´- 84°57´54´´ de longitud oeste, con una extensión total de 109 886 km2, y rodeado por cuatro grupos insulares: Los Colorados y Sabana-Camagüey (al norte) y Jardines de la Reina y Los Canarreos (al sur). Este último posee la isla más extensa después de la isla de Cuba, nombrada Isla de la Juventud, con 2419 km2 (Comisión Nacional de Nombres Geográficos, CNNG, 2000). El archipiélago cubano limita al norte con el estrecho de la Florida, el Canal de San Nicolás y el Canal Viejo de Bahamas; al este, con el Paso de los Vientos; al sur, con el mar Caribe y el estrecho de Colón; y al oeste, con el estrecho de Yucatán.

Teniendo en cuenta la privilegiada situación geográfica de Cuba podemos afirmar que dicha condición favoreció, desde la llegada de nuestros primeros pobladores, la formación e incremento de los restos del pasado que hoy constituyen nuestro patrimonio subacuático. Fue nuestro archipiélago el territorio donde confluyeron y se asentaron importantes grupos humanos que migraron de Norte y Centroamérica hace aproximadamente 6000 años, al iniciarse el proceso de habitación del archipiélago cubano por diversos grupos prehispánicos. Los cambios en el nivel de las aguas, así como los patrones de asentamiento de estas culturas, determinaron la actual existencia de estos sitios en contextos terrestres y subacuáticos. Agréguesele a ello el posterior proceso de conquista y colonización europea del Nuevo Mundo, que convirtió al mar Caribe y los mares adyacentes en el núcleo de comercio y tráfico naval más importante de su época. Una vez más la naturaleza favorecía a aquellos que aprovechando el sistema de corrientes marinas viajaban a través de las Antillas.

En el occidente cubano el puerto de La Habana se convirtió por su exclusiva morfología en el lugar donde la Real Armada española basificó las Flotas de Nueva España y Tierra Firme durante los viajes de la Carrera de Indias y, además, la sede del último apostadero naval de América. Este auge económico trajo consigo el establecimiento y desempeño de las Reales Fábricas de Navíos en La Habana. En especial, el Real Arsenal que funcionó desde 1748 hasta 1806, marcando una etapa significativa durante el periodo colonial en cuanto a naves construidas, solo comparado con los astilleros de Ferrol, Cádiz y Cartagena.

Si bien nuestra posición geográfica favoreció el auge del tráfico naval, hubo rasgos significativos de la geografía cubana que figuran entre las principales causas de incontables siniestros navales ocurridos en nuestras aguas. También influyeron otros elementos importantes, como los errores de navegación, la depredación de corsarios y piratas, los combates navales y las condiciones hidrometeorológicas predominantes en Cuba, que hicieron zozobrar miles de embarcaciones desde la etapa prehispánica hasta nuestros días. Irónicamente, muchos de los barcos fabricados por los astilleros habaneros en el período colonial naufragaron durante años en los mares de Cuba, contribuyendo con el excepcional residuario arqueológico que atesoran nuestras aguas, cuyos valores culturales, patrimoniales y naturales son incalculables y se encuentran estrechamente relacionados con diversas regiones del mundo.

De ahí viene nuestro patrimonio cultural subacuático, concepto que asumimos según el establecido en el Artículo 1 – Definiciones, de la Convención de 2001, donde se plantea que:

A los efectos de la presente Convención:  1. (a) Por patrimonio cultural subacuático se entiende todos los rastros de existencia humana que tengan un carácter cultural, histórico o arqueológico, que hayan estado bajo el agua, parcial o totalmente, de forma periódica o continua, por lo menos durante 100 años, tales como:  (i) los sitios, estructuras, edificios, objetos y restos humanos, junto con su contexto arqueológico y natural;  (ii) los buques, aeronaves, otros medios de transporte o cualquier parte de ellos, su cargamento u otro contenido, junto con su contexto arqueológico y natural; y  (iii) los objetos de carácter prehistórico. 

Los números hablan por sí solos, ya que en nuestro país se han registrado cerca de 3000 naufragios, 392 pecios localizados, de ellos 122 estudiados parcialmente y 12 excavados. Para proteger este legado Cuba ha mantenido en los últimos años una proyección definida hacia la preservación in situ como opción prioritaria y la recuperación e investigación de artefactos y estructuras sumergidas parcial o totalmente, siempre y cuando se respeten los restos humanos hallados en los diferentes contextos subacuáticos y cuando las investigaciones a realizar tengan por finalidad aportar una contribución significativa a la protección o el conocimiento del PCS nacional e internacional. 

El diagnóstico y análisis de la situación del patrimonio cubano sumergido fue nuestro punto de partida, así como la necesidad de crear la Carta Arqueológica Nacional para su registro y la fundación del Centro Regional para la conservación y protección del patrimonio cultural y natural subacuático en Santiago de Cuba. Estas fueron las principales metas planificadas dentro de la Estrategia nacional adoptadas en el período 2015-2020, como parte de un proyecto conjunto entre el Consejo Nacional de Patrimonio Cultural y la Oficina Regional de la Unesco en La Habana, perfilándose como tareas específicas acordes a nuestra política y objetivos de desarrollo sostenible, a la legislación nacional e internacional y en particular, a lo establecido en la Convención de 2001. 

Actualmente, desde el CNPC se generan numerosas acciones dirigidas al PCS relacionadas con el trabajo comunitario y escolar, las colecciones museológicas, la actualización de inventarios, el asesoramiento y colaboración con otras instituciones, actividades de difusión y capacitación, así como las investigaciones arqueológicas subacuáticas en el marco de la colaboración nacional e internacional, como es el caso de dos proyectos firmados entre Cuba y Francia, y con el Reino de los Países Bajos.

Muchos han sido los logros y desaciertos de instituciones y profesionales de nuestro país que han dedicado su trabajo al estudio y protección del patrimonio cultural cubano; pero en lo que al patrimonio subacuático respecta, debemos sentirnos muy satisfechos, aunque no conformes con lo que hemos logrado. Aún queda mucho por hacer, sobre todo porque es un tema que ha evolucionado a nivel mundial en los últimos años, atrayendo el interés de la comunidad científica y el público en general. 

Como diría Pantaleón, somos las bestias marinas (arqueólogos subacuáticos) los responsables de proteger y preservar el patrimonio subacuático. Sin embargo, no debemos olvidar que de nada valen nuestro trabajo y esfuerzo si viviésemos de espaldas al cambio climático, si no tuviésemos el apoyo institucional, los recursos mínimos y la voluntad de proteger los espacios naturales, que son, a fin de cuentas, el reservorio sin el que los yacimientos arqueológicos desaparecerían. Deben ser el sentido de pertenencia y la necesidad de proteger el medio ambiente, nuestro legado cultural e identidad los que nos obliguen a proteger un bien de todos: el patrimonio cultural y natural subacuático.

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