Un patrimonio cultural que se lleva por dentro
19/3/2021
Tal vez algunos lectores sientan la frase patrimonio cultural inmaterial como un repiqueteo de fondo, una voz que ha caído en los medios, casi siempre para bien. Son frecuentes las referencias a la rumba, al punto, a las parrandas o a la tumba francesa por ser, hasta el momento, los aportes cubanos a la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Da gusto saber que esas expresiones han logrado tamaño reconocimiento y ha de ser por ello que tanto se mencionan.
Sin embargo, siempre habrá quien desee saber más. Entonces se descubrirán muchas vueltas de ese ovillo que es el patrimonio cultural inmaterial. Se sabrá que, antes de llegar al citado escaño —el que propicia la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial mediante sus listas y su Registro de Buenas Prácticas—, hay mucho camino que recorrer, tanto para los hombres que heredan las tradiciones de sus mayores, como para los que trabajan desde la madeja de instituciones, estatales o no, que rozan día tras día con esos tesoros.
La mejor parte del aprendizaje es cuando comienzan a saltar las dudas. ¿Qué es el patrimonio cultural inmaterial? ¿Solo son patrimonio cultural inmaterial aquellas manifestaciones evidentemente más “del mundo de lo artístico”? Podría decirse, de forma muy coloquial, que se trata de algo que todo ser humano lleva por dentro. Es cotidiano y familiar el patrimonio cultural inmaterial. Es lo que cada quien reconoce como tradición propia; lo que no deja olvidar que se es de un lugar determinado, en el que se vive de una manera particular. Es aquello, muy importante en la vida, a lo que no se puede y no se quiere renunciar, y por eso se cuida para los que vendrán. Dicho con las letras de la convención ya nombrada, se trata de “los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas —junto con los instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales que les son inherentes— que las comunidades, los grupos y en algunos casos los individuos reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural. Este patrimonio cultural inmaterial, que se transmite de generación en generación, es recreado constantemente por las comunidades y grupos en función de su entorno, su interacción con la naturaleza y su Historia, infundiéndoles un sentimiento de identidad y continuidad y contribuyendo así a promover el respeto de la diversidad cultural y la creatividad humana”.
De modo que hay más que artes populares y celebraciones. El patrimonio cultural inmaterial engloba el vasto campo de las tradiciones orales. Ese acervo que se puede expresar en todo tipo de formas conversacionales, cuentos, leyendas, relatos míticos, refranes, proverbios, dichos, conjuros, en la historia oral y los relatos de vida; además de otros sistemas y contextos simbólicos, como los gestos, los lenguajes gráficos, sistemas de silbidos, de gritos, de sonidos, y cantos de trabajo que facilitan la interacción y comunicación.
Comprende también manifestaciones asociadas a los eventos de la vida cotidiana, saberes, prácticas y valores relacionados con la socialización y la transmisión de conocimientos en el ámbito familiar y comunitario, como las reglas de comportamiento y cortesía, las devociones religiosas; las costumbres y prácticas de transformación, conservación y consumo de los alimentos; las manifestaciones vinculadas a la construcción de la vivienda; las relacionadas con la elaboración de utensilios domésticos y las asociadas al vestuario y la ornamentación corporal; los conocimientos y prácticas de jardinería y cultivos domésticos; los conocimientos y prácticas relativos a la domesticación y cría de animales; los juegos y deportes tradicionales.
Asimismo, son patrimonio cultural inmaterial las concepciones, técnicas y tecnologías tradicionales para el manejo de recursos naturales; los conocimientos tradicionales y procesos productivos; los saberes que se asocian a la curación y la protección, incluyendo las creencias sobre factores o personas que generan males, formas de prevención, procedimientos de diagnóstico, tratamientos de sanación, además de las destrezas, tecnologías y conocimientos asociados a los oficios tradicionales y a la creación de objetos ya sean utilitarios, relacionados con las liturgias religiosas u ornamentales. ¡Inmenso y apasionante mundo! Delicado también, ya que se trata de las personas, sus afectos, su sabiduría.
Entonces, ¿cómo se protege este peculiar patrimonio? La diana de oro de la salvaguardia es la continuidad de las prácticas, la transmisión de los saberes y las habilidades de una generación a otra para que no se dañe la identidad cultural. Son los portadores de esos conocimientos, esos que recrean cada práctica tradicional porque es parte fundamental de su existencia, quienes saben, en primera instancia, qué hacer con su heredad. Son ellos los protagonistas de la gestión de su patrimonio cultural. Pero no andan solos los portadores. Entran al ruedo muchos actores que serán, a un tiempo, sus interlocutores, sus maestros y sus aprendices. Se abre una suerte de diálogo, un hacer de todos con la única finalidad de resguardar lo que se estima. Las pesquisas del lector tal vez lo lleven a preguntarse cómo sucede ese acompañamiento, cómo se ordena.
Poco tiempo después de la ratificación de Cuba como Estado Parte de la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial en mayo de 2007, se creó por resolución del ministro de Cultura, un comité nacional del que forman parte varias instituciones y expertos que históricamente y desde disímiles ángulos incluyeron en sus labores aquellas relacionadas con la cultura popular tradicional. Esta comisión se encarga de asesorar todo proceso de protección del patrimonio cultural inmaterial en el país, bajo las directrices del Consejo Nacional de Patrimonio Cultural, que es la entidad que dirige y controla la política del Estado cubano para la protección del patrimonio cultural en toda su diversidad.
Otorgar la condición de Patrimonio Cultural de la Nación a una manifestación del patrimonio cultural inmaterial es una de las medidas de salvaguardia más significativas que se han implementado, teniendo en cuenta la responsabilidad que esto entraña tanto para portadores como para los órganos y organismos de la Administración Central del Estado.
La primera declaratoria de esta índole ocurrió el 19 de mayo de 2011, y fue dedicada al tres. A ella le siguieron las declaratorias de la rumba, el repentismo, el son y las lecturas de tabaquería, todas en 2012; en 2013, fueron declaradas las parrandas de la región central y el danzón; el carnaval de Santiago de Cuba y las charangas de Bejucal en 2015; los saberes de los maestros roneros, el órgano oriental y el changüí en 2016, 2017 y 2018, respectivamente, y las más recientes han sido la cocina criolla en 2019 y la fiesta de los bandos azul y rojo de Majagua, en diciembre del pasado año.
¿Cómo una manifestación del patrimonio cultural inmaterial llega a declararse Patrimonio Cultural de la Nación? Conocer la ruta en toda su extensión puede ser demasiado para este espacio. Baste por ahora apuntar dos hechos: el primero remite a lo que antes se comentaba sobre la autonomía de los portadores para decidir en todo lo concerniente a su patrimonio: ellos deben expresar claramente su interés en la declaratoria, estar debidamente informados y participar de cuanta acción sea necesaria para lograrla. El segundo hecho es la existencia del inventario de la manifestación en cuestión. Y aquí se enlaza este hilo con otra de las medidas esenciales, ordenadas desde la institucionalidad para la salvaguardia del patrimonio cultural inmaterial. Es preciso identificar, documentar e inscribir en el Registro de Bienes Culturales este patrimonio, tal como se hace con el patrimonio cultural mueble e inmueble. La realización de inventarios del patrimonio cultural inmaterial no es una finalidad en sí misma, sino una etapa clave para entablar ese diálogo imprescindible entre todos los actores involucrados en la salvaguardia. Los inventarios son procesos dinámicos y creadores, en los que se entiende a los portadores en calidad de expertos, nunca se les considerará meros informadores. Los participantes en los procesos de inventario que no forman parte de la comunidad de portadores —por lo general especialistas de las casas de cultura y museos municipales— son ante todo cofacilitadores, que adquieren conocimientos y colaboran con la comunidad para que ella misma documente su patrimonio cultural, a la vez que le entregan a esta las herramientas teóricas y metodológicas para hacerlo. En esa convivencia entre portadores e instituciones en función de los inventarios, salen a la luz las amenazas para la viabilidad del patrimonio cultural inmaterial y también ideas para, de conjunto, garantizar las soluciones. En ese proceso surgen, también, las aspiraciones de llegar a formar parte del Patrimonio Cultural de la Nación o, más allá, de la Lista Representativa del Patrimonio Cultural de la Humanidad.
De vuelta al asunto de la divulgación en los medios, ha de agradecerse toda mención al patrimonio cultural inmaterial de Cuba, porque todas pueden servir al lector como inicio de un viaje por los recodos del laberinto hermoso que es la salvaguardia de esa herencia que se lleva por dentro.