El Martí nuestro de hoy
27/1/2021
El Norte se cierra y está lleno de odios.
(…) Del Norte hay que ir saliendo.
(…) Desde la cuna soñó con estos dominios el pueblo del Norte.
José Martí
Solo unos años nos separan de la gran conmemoración de la victoria de Ayacucho, el símbolo por excelencia del triunfo de buena parte de nuestro continente contra el colonialismo ibérico y, en consecuencia también, un hito referencial del concepto de nuestra América, como de manera definitiva la llamaría José Martí. Asimismo, es un jalón fundacional en la conformación de la idea de patria grande, forjada por los grandes próceres de la independencia, la cual fue debatida, a su vez, durante largos años, y defendida por innumerables hijos preclaros, quienes por dos siglos han sabido continuarla como un logro condicionante de las prolongadas luchas por la emancipación.
Nuestro Martí dijo mucho en temáticas y líneas muy diversas. Pero en el momento histórico que vive hoy la América Latina, una de las más actuales y admirables ideas, por su actualidad y pertinencia, es la de la patria grande, que absorbe y enriquece el legado de los padres fundadores, en especial de Bolívar. Podemos afirmar con absoluta certeza que el Maestro es en los tiempos presentes un guía ineludible del combate antimperialista y de la emancipación de la patria grande. La visión clave, en este orden de cosas, es que el combate de cada país o sociedad particular resulta imposible sin los esfuerzos, la solidaridad y el apoyo de los otros. Para dejar atrás las sociedades oligárquicas, semifeudales y sometidas, y, con ello, conquistar la verdadera independencia que nos ha sido negada por décadas, es imprescindible esa obra y el apoyo conjunto. El devenir vinculado, el conocimiento y la correcta interpretación del momento histórico conducen, también, a la inevitable conclusión de que la victoria solo es posible mediante el obrar y el sostén comunes. Ya en sus consideraciones sobre cómo sería el proceso de la independencia de Cuba Martí avizoraba una participación de los gobiernos del continente, los cuales cumplirían una misión de intermediarios respecto al poder colonial español; en esencia, pues, una confianza, una solidaridad y un apoyo desinteresado y pacífico. En nuestro momento histórico —con sus importantes diferencias— la esencia de la tarea global o continental sería en lo fundamental la misma. Hoy debe prevalecer el convencimiento de que el apoyo unitario por los cambios necesarios (ya sean estos progresistas o radicales) exigen la presencia mancomunada de todos los actores concernientes. No se trata solo, como el propio Maestro nos enseñó, de la resistencia, la cual sin duda es necesaria, sino, sobre todo, de la lucha imprescindible. Ambas, sabiamente combinadas, serían uno de los andares estratégicos.
Se trata, pues, de que exista para ello una alianza no solamente contra el neoliberalismo, sino también un compromiso antimperialista, donde ambos pueden desplegarse con gran variedad de radicalidad, aunque siempre con inteligencia y firmeza en los principios. La noción de la patria grande va unida en Martí a ese formidable grito que dejó plasmado en uno de sus textos de las Escenas norteamericanas: “Ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia”. No estamos ante tres tesis independientes y menos aún separadas. Antimperialismo, proyección de patria grande y empuje real e histórico hacia la segunda independencia expresan un arco conceptual-metodológico y de accionar estratégico. Justamente esa inteligencia y obrar estratégico constituyen hoy uno de los legados más impresionantes y visionarios de José Martí. No deben, sin embargo, crearse confusiones sobre la comprensión y proyección martiana de la segunda independencia. Cabe recordar que en los años 30 del siglo XIX apareció entre algunos autores y pensadores de nuestro continente la ambición y la necesidad de una segunda independencia. Fue aquella década —entre otras cosas— un explicable momento de decepción y frustración por los resultados del proceso independentista en la vida de esas jóvenes sociedades. En ese contexto surgió la idea de la segunda independencia, pero referida sobre todo a la vida espiritual y teórica. Claro que esta es una dimensión importante y significativa, pero mostraba las insuficiencias de entendimiento y diagnóstico propios de la época. Fue con José Martí que la divisa de la segunda independencia cobró toda su profundidad y puso al descubierto la verdadera inmensidad del desafío histórico. Esto, además, implicaba la declaración de la necesidad de una segunda revolución: la revolución antioligárquica, democrática y popular, en el sentido que ya se sabe esto tenía para él. Una segunda independencia que asegurase la libertad económica y política sin la injerencia del poderoso poder imperialista en el designio de nuestra patria grande.
Muchos y variados son hoy las altas metas y retos que enfrenta Nuestra América. Más aún, estamos viviendo en un duro y complejo momento de nuestro devenir. Desde hace unos años enfrentamos una tremenda, y en parte exitosa, contraofensiva imperialista para liquidar los procesos de cambio progresistas o revolucionarios que habían surgido con la entrada en el nuevo milenio. Ellos no solo han sido producto de las habilidades de los imperialistas en contubernio con las clases explotadoras (un hecho nada novedoso que ya Mella, Mariátegui y Rubén habían identificado y analizado), sino que los errores de muchas izquierdas y hasta de algunos pueblos han contribuido a esos avances imperiales. Estas acongojantes experiencias no serán superables si de ellas no se extraen sabios saberes y enseñanzas y si no se aplican adecuados instrumentos de análisis e interpretación.
En esta tarea ingente de solidaridad de la patria grande y de accionar por la segunda independencia, el pensamiento de José Martí (y de otros como Bolívar y Fidel) constituye una referencia y guía absolutas. El Apóstol es una inspiración deslumbrante en los andares hacia nuevos horizontes.